miércoles, 20 de noviembre de 2013

Oración. El rey de los judíos.

                                    
                         Oración

                                       Cristo Rey [C]

Evangelio de Lucas

El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas [a Jesús], diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban también de él los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificado lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: « ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «En verdad: hoy estarás conmigo en el Paraíso». 

1.- Las burlas. Con las afrentas a Jesús en la cruz, se ahonda y continua el desprecio que sufre después de la sentencia de muerte, cuando le colocan la corona de espinas. Los sabios menean la cabeza, con lo que expresan su rechazo a Jesús; y al gesto se unen las palabras, que son un eco de las palabras de Caifás en el proceso religioso: No puede ser el enviado de Dios. Y los soldados también le gritan con la acusación de Pilato:  «rey de los judíos», como ha quedado establecido en el juicio y reza la sentencia escrita en la tablilla.
Muchos cristianos de todos los tiempos saben del desprecio de las instituciones políticas, económicas y sociales. Y muchos cristianos de todos los tiempos experimentan persecuciones e incomprensiones de sus compañeros, de sus conocidos, de sus familiares. Como Jesús, hay que unirse a la raíz de la vida, a Dios, porque Él dará la fuerza para no caer en la desesperación o en el rechazo de la existencia. Y sólo Él puede mantener la esperanza de cambiar el mal por el bien, como ocurrió con la Resurrección. Lo que no vale es pactar con el mal, aunque los beneficios sean evidentes.

2.- La salvación.  Lucas presenta a dos bandidos junto a Jesús. Uno le injuria, el otro no. El que le injuria le pide que le baje de la cruz, pensando que el Mesías es todopoderoso, como quien le envía: Dios. Quiere vivir, huyendo del sufrimiento. Jesús guarda silencio, como lo ha hecho con las injurias anteriores. La respuesta la recibe de su compañero, que le llama la atención sobre el temor al juicio divino al que se va a someter muy pronto. Su defensa de Jesús, hace que le adelante la salvación al momento de morir: hoy estarás conmigo en el paraíso.
No es tan fácil saber leer dónde está la salvación, dónde está la felicidad. Si nos guiamos, como el mal ladrón, por los sentimientos inmediatos, podemos errar. Nunca, sin embargo, nos equivocaremos, si nos adherimos al bien, a la defensa de la vida, a beneficiar a los marginados y menesterosos. Para ello hay que vivir desde el amor divino, para no buscar la recompensa a nuestros servicios. Jesús dona gratuitamente la salvación al buen ladrón.


            3.- El letrero de la cruz: rey de los judíos. En la cruz, es evidente que Jesús no es rey como suena esta palabra y concepto en la historia humana. Pero tampoco, y esto es más doloroso para Jesús y la comunidad cristiana, no es «señor»  por su unión con Dios y su pretensión de ser su revelador de amor misericordioso. Pues su reivindicación es una clamorosa mentira ante los acontecimientos. La gente que le mira desde la muralla se encarga de acentuar su fracaso o su ridícula aspiración. Tanto en la vida personal, como fraterna, los cristianos y los franciscanos sabemos de las incomprensiones y persecuciones. Y no hay que justificar el bien, o la vida orientada desde el amor del Padre, con peleas callejeras, o ante el imponente poderío de los medios adversos a la fe. El amor se abre paso por sí mismo, y si los hombres lo destruyen, ya se encarga el Señor de resucitarlo. «Si el grano de trigo no muere……».
Reconocerse pecador es el primer paso de la conversión, que se afianza con una llamada a la misericordia de Jesús, porque «no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan». Y aquí sí que es rey Jesús: cuando salva y le devuelve el sentido de vida al crucificado.