lunes, 15 de diciembre de 2014

Libros: del cosmos, del hombre, de Dios

                                                  OJOS NUEVOS PARA UN MUNDO NUEVO.
                              DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA A “OTRO MUNDO POSIBLE”


                                                                   Antonio López Baeza

                                                                                     Por  Bernardo Pérez Andreo
                                                                                              Instituto Teológico OFM
                                                                                              Pontificia Universidad Antonianum

Antonio López Baeza ha vuelto a escribir uno de esos libros que hacen época. Todos recordamos sus Poemas para la utopía y las Canciones del hombre nuevo, publicados en los ochenta y que tanto bien han hecho a comunidades y personas en todos los lugares de habla hispana. No olvidamos su Imágenes y profecías de la amistad, como tampoco Experiencia con la soledad, libros señeros de los noventa. Este año acaba de publicar un libro que va a ser el libro para el siglo XXI, porque, como dijera Panikar, el cristianismo del siglo XXI será místico o no será, más aún, el mundo del siglo XXI será místico o no tendrá ninguna oportunidad de seguir siendo, este sería el mensaje de Ojos nuevos para un mundo nuevo. De la experiencia mística a "otro mundo posible".
La propuesta del libro de López Baeza supone dar la vuelta a la filosofía occidental y su esencia idealista marcada por la metáfora fotológica. Desde Platón, al menos, y hasta Heidegger, por lo menos, pasando por Descartes y Husserl, la propuesta filosófica occidental tiene su talón de Aquiles en la enfermedad congénita que la aqueja: el idealismo (Patricio Peñalver dixit). Ese idealismo está cifrado en la sistemática propuesta de salvación o felicidad externa al hombre. Lo bueno, lo justo, lo bello, incluso el conocimiento y la salvación vienen de fuera del hombre. El ser humano, nos inculca esta tradición, es deficiente por naturaleza, su naturaleza está pervertida y la materia que lo constituye es una realidad pasiva, en el mejor de los casos, mala, en el extremo de la gnosis que configura el pensamiento occidental desde el neoplatonismo hasta hoy.
El conocimiento y la verdad vienen de fuera, ya sea de la idea del Bien, de la contemplación en la llanura de la verdad, en el claro del bosque donde surge la luz o en la máquina perfecta para generar el conocimiento, el ojo en Descartes, la red de la sociedad de la información. Siempre es externo al hombre, el hombre debe adecuar su entendimiento a esta verdad objetiva extrínseca.
Antonio López Baeza nos propone otra tradición, la tradición mística, especialmente la cristiana.
En la tradición cristiana, el hombre nace al mundo y es del mundo y en el mundo, sin posibilidad de separación. El mundo, creado por Dios, es bueno, y el hombre también lo es, pero hace falta mirarlo con ojos de amor y bondad para verlo. Esto se consigue con el nuevo nacimiento, con el bautismo, que permite al hombre sacar de dentro la luz que le permitirá ver esa bondad natural de las cosas y los seres humanos, ver al Creador en sus creaturas. El bautismo es un proceso de fotismos, de iluminación interior que permite ver la verdad de lo creado y al Creador en ello, esa es la salvación del hombre, esa es su felicidad. Con esos ojos nuevos que da el renacimiento de la experiencia mística, el hombre puede ver ese Mundo Nuevo que Jesús llamó Reino de Dios y al que invita a contemplar el Apocalipsis. El Mundo Nuevo que es Cristo que viene al hombre desde su Resurrección coincide en lo esencial con ese otro mundo nuevo posible que anhelan los hombres y mujeres de esta generación.
La experiencia mística, a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido el motor de la construcción de una realidad de bondad, belleza y humildad que hace el hombre feliz, salvado. Antonio López Baeza se inserta en esa larga tradición que va del judaísmo y el cristianismo hasta el Islam, pasando por el Budismo y las religiones ancestrales, para llegar hasta las propuestas místicas más cercanas. Bebe de la mística de la pobreza y el desierto de Carlos de Foucauld, de la experiencia mística de la opresión de Thomas Merton, de la no violencia de Lanza del Vasto y de la experiencia mística de la modernidad en Marcel Legaut. Esta línea desemboca en López Baeza que ha acrisolado en su obra todas estas experiencias místicas, aportando una mística y utopía para el siglo XXI, donde une perfectamente la tradición mística tradicional y la experiencia liberadora de la modernidad; mística y profecía se dan la mano en Antonio López Baeza.
Es importante para vivir la salvación en el siglo XXI que las religiones, todas las religiones, se pongan al servicio del hombre y se presenten como las realidades instrumentales que son, especialmente la religión cristiana, a la que define el autor como "la religión que ha nacido para estar al servicio de todas las religiones" (p.51), porque no puede ser el cristianismo algo particular, sino universal, dado a todos para todos los tiempos. Siendo la religión del amor de Dios hecho hombre, no puede por menos que aceptar lo que sabe la conciencia mística de todos los tiempos, que "fuera del amor no hay salvación" (p. 37), porque la salvación es Dios y su voluntad es que todos se salven, por eso es una aberración afirmar que fuera de la Iglesia no hay salvación, al contrario "fuera de la salvación, no hay Iglesia" (p. 84). Cuando el medio o instrumento, la religión, cualquier religión, se convierte en el fin, caemos en la idolatría. La experiencia mística del siglo XXI sabe que la religión es la argamasa para construir ese mundo nuevo que nos espera, pero será necesario purificarlo hasta el extremo. La kénosis, elemento sustancial de la fe cristiana, es el camino para llegar a ese otro mundo posible. La kénosis fue el camino querido por Dios para Crear el mundo y para tomar contacto con los hombres, la Encarnación; la kénosis es el camino de todos los místicos para encontrarse con Dios: pobreza en Francisco, desierto en Foucauld, opresión en Merton, diálogo en Legaut; la kénosis será el camino para construir ese otro mundo que este mundo está pariendo con dolores de parto. Con los ojos nuevos de la experiencia mística podemos ver ese mundo, y al verlo creerlo, y al creerlo crearlo.


                                       Desclée de Brouwer, Bilbao 2014, 150 pp, 13 x 21 cm.

Santos y Beatos Franciscanos: 15-22 diciembre

15 de diciembre


María Francisca Schervier (1819-1876)

            La beata María Francisca Schervier nace en Aquisgrán (Renania del Norte-Westfalia. Alemania) el 3 de enero de 1819, hija de Juan Enrique y Luisa Migeon. Es ahijada del emperador Francisco II. A la muerte de su madre, acaecida en 1832, se dedica a ayudar a los pobres y enseñarles el catecismo. El 3 de octubre de 1846 crea una comunidad para la asistencia a los pobres y enfermos, y en especial para las prostitutas, que se estrena con una epidemia de cólera y de viruela que asola Aquisgrán. Escribe una Regla y pone a la comunidad bajo la protección de San Francisco de Asís. De aquí viene el nombre del Instituto de Hermanas de los Pobres de San Francisco de Asís. Profesa en la vida religiosa el 12 de octubre de 1850, aunque su regla es aprobada por San Pío X en 1908. La nueva congregación se difunde rápidamente en USA; durante la guerra de 1864, 1866 y 1870, las hermanas se dedican a la asistencia sanitaria de los militares en los hospitales. Cultiva la adoración al Santísimo Sacramento y a la Virgen María. Muere el 14 de diciembre de 1876 en Aquisgrán. El papa Pablo VI la beatifica el 28 de abril de 1974.

                                               Común de Vírgenes, p. 1874

            Oración. Señor y Dios nuestro, te pedimos que la beata María Francisca, virgen, tu fiel esposa, encienda en nuestro corazón la llama de la caridad divina que ella suscitó en otras vírgenes, para gloria perpetua de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.

22 de diciembre
Francisca Javiera Cabrini (1850-1917)

            Santa Francisca Javiera Cabrini nace el 15 de julio de 1850 en Santo Ángel Lodigliano (Lodo. Italia); es hija de Agustín y de Stella Oldini, familia dedicada a la agricultura. Ingresa en la Orden Franciscana Seglar. Al quedar huérfana de padre y madre, entra en los institutos de las Hijas del Sagrado Corazón y de las Hermanas Canossianas, pero no puede permanecer en ellos por su debilidad física. Realizados los estudios de Magisterio, se dedica a educar a los niños huérfanos. Funda el Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza, le indica que se entregue a los emigrantes italianos. Viaja a América y se establece en Nueva York. Acoge a los huérfanos de emigrantes, construye el hospital Colombo en Nueva York, otro en Chicago y muchos hospicios por toda USA, allí donde hay emigrantes abandonados a su suerte. Abre una escuela en Buenos Aires. Muere en Chicago el 22 de diciembre de 1917. El papa Pío XII la canoniza el 7 de julio de 1946.

                                               Común de Vírgenes


            Oración. Señor y Dios nuestro, te pedimos que Santa Francisca Javier, virgen, tu fiel esposa, encienda en nuestro corazón la llama de la caridad divina que ella suscitó en otras vírgenes, para gloria perpetua de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.

Francisco de Asís y su mensaje. VIII. Jesucristo imagen de Dios

                                          Francisco de Asís y su mensaje

                                                                  VIII

                                                                   Jesucristo imagen de Dios
           
            Si esto es así, también lo es el bien que jamás ha dejado de practicarse, de generar la imagen puesta in nuce por Dios en la humanidad. Es precisamente lo que hace a la historia ambigua. Y en esta tensión originada por la libertad humana, Dios resuelve intervenir para reconducir a la humanidad hacia su destino final, destino que incluye a la naturaleza, porque la creación se piensa unida a la historia humana, y se va formando conforme el hombre se realiza a sí mismo. Dios, pues, influye no imponiéndose a la fuerza sobre la libertad del hombre y corrigiendo la historia humana con su creída omnipotencia, sino, colocándose en el terreno del hombre, dialoga y ama para hacerle ver su proyecto original.
           
Con esta actitud comienza Dios una nueva presencia en la historia con Abrahán (cf. Gén 12,1-3), que ya está preanunciada al principio: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón» (Gén 3,15); sigue con Moisés y la Alianza en el Sinaí (cf. Éx 19.24; Dt 29-30), con la promesa de darle un corazón nuevo y un espíritu nuevo (cf. Jer 31,31-34; Ez 36,28-26) para que las espadas se conviertan en arados, las lanzas en podaderas y nadie se adiestre para matar a sus semejantes (cf. Is 2,4-6), y la naturaleza viva en paz —el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y el león, la vaca y el oso—, y en paz se relacione con el hombre —el niño pueda jugar con la hura del áspid, o con la serpiente (cf. Is 11,6-8). Con la misión de Jesús aparece esta esperanza.

                                               El testimonio de Jesús

           
Ciertamente Jesús confirma la dimensión malvada de la historia humana, y se concreta cuando Dios actúa la salvación. Se relata en las parábolas del banquete al que los invitados no quieren asistir (cf. Lc 14,18-20; Mt 22,1-10), de las vírgenes que se les termina el aceite de las lámparas (cf. Mt 15,1-13), etc., y, sobre todo, del juicio final en el que se salva el bien y se condena el mal según el hombre se haya o no relacionado en amor con los demás (cf. Mt 25,31-46). Jesús verifica que la historia está corrompida individual y colectivamente. Los casos de María de Magdala, Zaqueo, etc., se alternan con los grupos representativos de las instituciones sociales y religiosas que se integran en la historia perversa de la humanidad. Condena a los jefes de las naciones, a los potentados porque esclavizan en vez de favorecer la libertad y la vida (cf. Mc 10,42par), a la riqueza que da el poder, ya que se genera a costa de la pobreza de la gente (cf. Mc 10,23-25par), y denuncia la actitud de poder y dominio que practican y enseñan los fariseos, escribas y sumos sacerdotes en nombre de Dios, porque imponen prácticas insoportables, no participan la revelación de Dios a los sencillos y la secuestran del pueblo (cf. Mt 23,1-36; Lc 11,37-54).
           
El inicio del Reino con la presencia salvadora de Dios provoca que la bondad original de la creación se potencie y comience a rehacerse. Jesús defiende la condición de criatura para todo cuanto existe. De hecho la actitud de Dios para con él y sus discípulos refleja el cuidado y mantenimiento de todo (cf. Q/Lc 11,22-27; Mt 6,25-33; EvT 36,1-4). Pero Jesús da un paso más. La relación de Creador y criatura la profundiza y enriquece como la de un Padre con su Hijo. De esta manera estructura la realidad con la relación amorosa que entraña la paternidad y filiación natural. La creación no se deja exclusivamente al aire de las instituciones creadas por los hombres. Dios interviene para potenciar su bondad originaria en la historia y reconducirla hacia unas relaciones nuevas, superando la del señor y esclavo, o explotación indiscriminada de la naturaleza. El capítulo 15 de Lucas narra que Dios va en busca de la oveja perdida, se alegra cuando encuentra la dracma que da el sustento a una familia y abre los brazos cuando regresa el hijo perdido. Ésa es la actitud de Dios.


CRISTO Y LAS RELIGIONES IV. Paradigmas

                                   CRISTO Y LAS RELIGIONES
                                                           IV
                                  
                                                   Paradigmas: Cristo y las religiones

                                              

                                                                      Álvaro Garre Garre
                                                           Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                               Pontificia Universidad Antonianum

Concluimos nuestro estudio sobre el pluralismo religioso haciendo referencia a los paradigmas o modelos de comprensión que históricamente se han dado en el pensamiento teológico católico acerca de las relaciones entre las religiones. Así, podremos constatar el cambio de paradigma al que asistimos en la actualidad: del eclesiocentrismo y cristocentrismo al teocentrismo pluralista. Además de estos modelos, existen otros, como son el paradigma soteriocéntrico, que aboga por una praxis conjunta de todas las religiones de liberación de la humanidad y de la creación, y el reciente e hipotético paradigma pos-religional, que pretende una Aufhebung (superación) del paradigma pluralista. No obstante, nos centraremos en la clasificación que ofrece Paul Knitter.
Hay que agradecer la honestidad intelectual de Paul Knitter al revelar claramente su objetivo: determinar las etapas en la evolución de la teología católica de las religiones para mostrar cómo ésta ha llegado a una encrucijada, que debería llevar, en su opinión, a una renovación de la vida y praxis cristianas, como propone la teología “liberacionista” de las religiones. Por tanto, según confiesa, su propósito es “sugerir” que los teólogos católicos adopten la metodología de la teología de la liberación. Veamos si lo consigue.
Divide su estudio en cinco apartados. Los cuatro primeros se corresponden con las cuatro etapas por las que ha atravesado la teología católica de las religiones, desde el prisma cristológico: Cristo “contra”; “dentro de”; “por encima de”; y “con” las religiones. En el último apartado sienta las bases para una teología liberacionista de las religiones. Aporta, finalmente, una bibliografía básica sobre el tema.

a)     Cristo contra las religiones
A pesar de la actitud positiva de muchos Padres hacia los no cristianos –como Justino, a través del Logos spermatikós-, el primer paradigma que domina la mayor parte de la historia del cristianismo, desde Agustín hasta Trento, es el eclesiocentrismo o exclusivismo, según la conocida fórmula de Orígenes y Cipriano, entendida casi literalmente: “Extra ecclesiam nulla salus”.
El descubrimiento de América significó un punto de inflexión dentro de este modelo, ya que espoleó a teólogos tridentinos, como Belarmino y Suárez, a dar el paso desde una perspectiva excluyente a otra incluyente: “Sin la Iglesia” no hay salvación.
En efecto, la experiencia les obligó a reconocer la presencia de la gracia salvífica más allá de la visibilidad eclesial, si bien precisaban que dicha gracia debía suscitar en sus destinatarios un deseo implícito, inconsciente, de convertirse en miembros de la Iglesia. Aunque esto suponía un avance, con todo, en este planteamiento aparecía todavía Cristo “contra” las religiones


b)     Cristo dentro de las religiones
Un salto evolutivo cualitativo supuso el Concilio Vaticano II, ya que la Declaración Nostra aetate admitía por primera vez la validez no sólo de los no cristianos, sino de las mismas religiones a las que pertenecen, lo que, al ver de Rahner, implicaba el reconocimiento implícito de su valor salvífico.
En el trasfondo de esta Declaración está la teología del jesuita alemán, que se apoya en tres pilares: teología, antropología y cristología.
Dado que desde el punto de vista teológico hay que afirmar que Dios ofrece la gracia a todos –dada su voluntad salvífica universal- y que, desde el punto de vista antropológico, la oferta de gracia ha de ser eclesial –por razón de la naturaleza sociocultural del hombre-, cabe esperar, según Rahner, que las religiones sirvan de mediación eclesial de la gracia salvífica universal.
Sin embargo, desde el punto de vista cristológico, Rahner sostiene que si Cristo es causa constitutiva y cumplimiento final de la gracia, entonces necesita estar dentro de las religiones para hacerlas válidas. Por eso propone su teoría del cristianismo anónimo, según la cual los no cristianos son tocados por Cristo y atraídos hacia Él y su Iglesia.
Aunque su intención era convencer “a los de casa” de que la presencia salvífica de Dios es “mayor que las personas y la Iglesia”, el caso es que se ve obligado a calificar a las otras tradiciones de parciales y provisionales, pues no tienen valor en sí mismas, sino que son únicamente una preparación al evangelio. Los cristianos anónimos tienen, pues, que llegar a ser abiertamente cristianos y miembros de la Iglesia. Este sería, en síntesis, el contenido del paradigma cristocéntrico o inclusivista, que es la visión católica generalizada y apoyada por teólogos como Schillebeeckx o Avery Dulles.
Dentro de este paradigma podría encuadrarse el artículo de Jacques Dupuis al que hemos aludido en la primera parte de nuestro trabajo. En nuestra opinión, es más interesante lo no dicho y pensado que lo expresado en ese artículo por J. Dupuis. Entre su libro Hacia una teología del pluralismo religioso y este artículo media una Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe a dicho libro. ¿Ha habido algún cambio? Mientras que en el libro objeto de la Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe parece que se sitúa entre el cristocentrismo (Cristo dentro de las religiones) y el teocentrismo pluralista (Cristo con las religiones), aquí da la impresión que retoma la teoría ranheriana de la presencia inclusiva de Cristo en las religiones.
A nuestro juicio, las posturas de Rahner y de Dupuis son esencialmente diferentes. Recordemos que Rahner sostiene que si Cristo es causa constitutiva y cumplimiento final de la gracia, entonces, necesita estar dentro de las religiones para hacerlas válidas. Hasta aquí está de acuerdo con él.
Ahora bien, la teoría del cristianismo anónimo, según la cual, los no cristianos son tocados por Cristo y orientados hacia Él y su Iglesia, obliga al jesuita alemán a calificar a las otras tradiciones de parciales y provisionales, pues no tienen valor en sí mismas, sino que son únicamente una preparación al evangelio. Los cristianos anónimos tienen, pues, que llegar a ser abiertamente cristianos y miembros de la Iglesia.
En cambio, en Dupuis, con razón, reconocer que el misterio de Jesucristo está presente en otras religiones no implica asumir la teoría de los cristianos anónimos. Por tanto, el inclusivismo de Dupuis no es excluyente, como el de Rahner, sino incluyente. En efecto, las otras religiones tienen un valor positivo en orden a la salvación, en virtud de la presencia en ellas y a través de ellas del misterio de la salvación en Jesucristo. Los no cristianos alcanzan la salvación de Dios en Jesucristo en y a través de la práctica de sus tradiciones religiosas. El monitum, quizá, no le permite ir más allá.



Hágase en mí según tu palabra

                DOMINGO IV DE ADVIENTO

 
                «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: - «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: - «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: - «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: - «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: - «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.

                                   La conversación entre María y Gabriel

           
1.- En la primera respuesta que María da al ángel se turba, no teme como Zacarías (cf Lc 1,12) y reflexiona sobre la palabra que se le ha dicho. Es la interioridad la que acoge la palabra del ángel. La segunda frase es la siguiente: ¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón? La tercera es: —Aquí está la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra» (Lc 1,34-38). Es entonces cuando continúa la relación del Señor por medio de su Espíritu «Pues nada es imposible para Dios».  María solicita al ángel el cómo de la concepción, ya que es virgen; ella cree lo que le dice el ángel, pero no alcanza a comprender la realización del plan divino. Los «peros» al plan de Dios también se observan en los relatos de la vocación de Moisés —por tartamudez— (cf Éx 4,10); de Gedeón —por su pobreza— (cf Jue 6,15); de Jeremías —por su juventud— (cf Jer 1,3). ¡Cuantas veces nos habla el Señor por medio de la oración, de las personas que nos rodean, de los acontecimientos sociales y no le entendemos, o no le respondemos, o simplemente pasamos de Él!
2.- El relato remite al poder creador del Señor, que se realiza por medio del Espíritu y que sustituye el concurso del varón. Se parece a la interpretación que se hace en el AT sobre el «espíritu» o «aliento» de Dios que se muestra en el Génesis (cf Gén 1,2): «Envías tu Espíritu y los recreas y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104,30; cf. Ex 37,14; Rom 8,11). No es la unión marital entre un dios y una mujer como ocurre en la cultura griega, sino la potencia amorosa divina que es capaz de crear. El Espíritu es una fuerza (cf Lc 4,14; Hech 1,8; 6,5.8), que no un poder generador como el de cualquier varón cuando concurre con una mujer para engendrar una vida humana. En el AT remite a ello muchas veces (cf Jdt 16,14; Job 27,3; 33,4)), como en el Evangelio de Lucas, sobre todo en el inicio de la misión de los Once en Jerusalén después de experimentar la Resurrección (cf Lc 1,18; 4,14). Si Dios ha sido el creador de todo cuanto existe, también puede hacer que una criatura comience a ser en el seno de una mujer.
           
La «sombra» significa la que daba la nube cuando el pueblo caminaba por el desierto, y se posaba sobre la Tienda del encuentro (cf. Éx 40,35-38; 24,16), además de hacerle de guía por el día y por la noche (cf. Éx 13,22); o la sombra que da el pájaro que simboliza la protección divina, o el poder creador divino (cf. Sal 17,8; Gén 1,2). Sin embargo, aquí nos recuerda la nube cuya «sombra» cubre a Pedro, Santiago y Juan que acompañan a Jesús en la escena de la Transfiguración; una voz procedente de la nube dice: «Éste es mi Hijo elegido» (cf. Lc 9,34); el mismo mensaje que se da en el Bautismo (cf. Lc 3,22). Los mensajes dirigidos a los discípulos y a Jesús, o al lector del Evangelio, son formas por las que Dios manifiesta su paternidad hacia una persona; no olvidemos esto.
           
3.- Esta presencia creadora del Señor, que es, a la vez, protectora, proviene del Espíritu del Señor en la concepción de Jesús, que es cuando Dios se relaciona en amor con su criatura, en este caso con María. Si esto es así, se siguen dando títulos a Jesús: «consagrado», es decir, separado por Dios por pertenecerle al ser el primogénito de María (cf. Lc 2,22; Lv 12,2-4); «Hijo de Dios», como antes Hijo del Altísimo, aunque en este caso responde a la realidad de la acción del Espíritu sobre María. Una filiación que históricamente se desvela en la Resurrección (cf. Hech 13,32-33; 2,32-36), se revelará en el bautismo (cf. Mc 1,11) y ahora en los relatos de la anunciación de Lucas y Mateo; en el Evangelio de Juan se coloca a Jesús junto a Dios desde toda la eternidad con la figura del Logos (cf. Jn 1,1). Son avisos que se le dan a los habitantes de Galilea, en concreto a los de Nazaret sobre su incredulidad de que fuera el Mesías un carpintero, cuya familia era de todos conocida (cf Lc 4,16-30). Nosotros, como María, somos templos del Espíritu Santo (cf. 1Cor 6,19), cuya acción hace que cobijemos el estilo de vida de Jesús, estilo que nos impulsa no sólo a dar lo que tenemos, sino a darnos, que es mucho más importante y decisivo para los demás.






«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»

                  DOMINGO IV DE ADVIENTO

       «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: - «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: - «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: - «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: - «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: - «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.


1.- Texto. La escena de la maternidad de María se relaciona con el anuncio a Zacarías del nacimiento de Juan Bautista. Jesús es posterior a Juan, como lo es su anuncio del Reino, que lo hace cuando Juan ya está encarcelado (cf. Lc 7,18-34). Con el anuncio de la maternidad de María se pasa del espacio que entraña la ciudad santa de Jerusalén, del templo como lugar sagrado y de una persona consagrada, —la función e identidad sacerdotal de Zacarías cuando se le anuncia el nacimiento de Juan Bautista—, a un pueblecito del norte, sito en Galilea, a una joven virgen prometida para desposarse, y ubicada en su casa. Dios se va del centro sagrado de Israel a la periferia. Con María en su casa y en su pueblo, Dios se abre al mundo, como si todo el universo fuera realmente su casa, la casa que va a albergar a Jesús. El Verbo asume a un hombre, y en él a la naturaleza humana (cf. Jn 1,14).
           
2.- Mensaje. Es Dios quien abre la escena, o toma la iniciativa, en definitiva se revela, y no sólo con el envío de Gabriel, sino también al elegir y al favorecer a María, lo que ratifica el mensajero con la afirmación de que «el Señor está con ella». Por eso el saludo del ángel es más que saludo: el «alégrate» es porque el Señor se ha movido en su favor, como el «alégrate» a la Hija de Sión cuando se le presenta como su Salvador (cf. Sof 3,14-18; Zac 9,9). El texto añade la alegría de la Resurrección, que anuncia el ángel y experimentan los discípulos (cf. Lc 20,20; 16,22). Ante la extrañeza de María, el ángel responde con el anuncio de la maternidad, que se relaciona con la benevolencia que el Señor tiene con María, cuya misión es dar a luz a Jesús y a educarlo. Ello va implícito en la imposición del nombre, como también la misión de salvación que entraña el nombre de Jesús. Él será «grande» como se le dice a Dios; y la grandeza le viene de su filiación, pues será el Hijo del Altísimo. Y porque es Hijo también será rey, al contrario de la promesa de Natán, en la que el futuro rey, por serlo, será Hijo de Dios (cf 2Sam 7,8-16). Y el que va a nacer responde a la expectación mesiánica que lleva consigo la casa de David, —José pertenece a su «dinastía»—, se sentará en el «trono» de David y «reinará para siempre», como se le ha prometido.         
           
3.- Acción.- María acepta el plan de Dios y se pone a su disposición, porque piensa que todo va a suceder como le ha comunicado el ángel del Señor, ya que «para Dios nada hay imposible» (cf. Gén 18,14; Zac 8,6; Lc 18,27), igual que Jesús en el huerto de Getsemaní: «...no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). María acata la voluntad del Señor con la libertad propia de toda criatura, el don que Dios concede al hombre al principio de la creación. Jesús, el Mesías, se concibe sin concurso de varón para que se evidencie que la salvación la lleva a cabo el Señor. Aunque necesita de la libertad de María para que sea efectiva una salvación que se proclama y se hace en el ámbito humano, en la historia. En definitiva, María pertenece desde este momento a la familia de Dios: «Madre mía y hermanos míos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (cf. Lc 8,21par), porque obedece al Señor por la escucha de la Palabra, más que por la obediencia a la ley, como es el caso de Zacarías e Isabel (cf. Lc 1,6). María somos cada uno de nosotros.