domingo, 3 de enero de 2016

De los Magos de Oriente

                El narcisismo en boga.

               Una reflexión ante la Epifanía del Señor



          Elena Conde Guerri
Facultad de Letras
Universidad de Murcia


                 
  El mundo de la imagen que nos invade (en modo alguno inocente)  parece haber excluido de sus mapas a los menos agraciados, sobre todo físicamente, y a  los anónimos.  En palabras crudas, los feos tienen poca cancha  aunque sus capacidades intelectuales sean notables o, mejor, su calidad humana extraordinaria. Todo el mundo quiere ser la perfecta y hermosísima imagen de si mismo, aunque se trate de un duplicado onírico porque "ni la naturaleza la dio ni  la concedió en préstamo Salamanca".  El narcisismo imperante empuja a los guapos, o a quienes se lo creen, a deleitarse en  ellos mismos con la autofoto de marras hasta en los momentos o circunstancias menos adecuados. El último ejemplo (ya muy comentado)  ha sido el de ese peculiar y potentísimo triunvirato  político de países imperantes en las exequias de un lider más imperante si cabe, aun difunto, por todo su legado. Como yo soy tradicional, por decirlo así, y respeto determinados protocolos, compruebo que me estoy volviendo progresivamente antiquísima y que ahora los funerales u honras de Estado son el circo y el escenario más universal para el narcisismo sonriente y evasivo.
               
¿Qué imagen me devuelve la pequeña pantalla de mi apéndice electrónico? (me niego a emplear el anglicismo). ¿Me gusta, puedo mejorarla, cosquilleo de placer o me irrito porque un mechón de cabello o el nudo de las corbatas se han desplazado un poco? De cualquier modo, soy YO MISMO Y ME MIRO a MI MISMO. Al igual que el adolescente Narciso, recreado por Ovidio en el libro  tercero de sus Metamorfosis, he rehuido momentáneamente dirigir mi mirada a otra persona que no sea yo mismo. Narciso estaba un poco maldito desde su nacimiento, por la ojeriza de Juno, y se había vaticinado que "sólo llegaría a la vejez si a si mismo no se conociera". Esquivando a cualquier persona que le ofrecía amarle, lo cual implica MIRAR ontológicamente al OTRO, se miraba solamente a si mismo reflejado en las cristalinas aguas del arroyuelo falaz. Enloqueció, se enamoró de aquella imagen que él  creía otro, intentó atraparla y sus manos, sumergidas en las ondas, sólo chapoteaban estériles. Cayó al fondo. Su cuerpo inerte, por piedad de alguien, fue metamorfoseado en narciso, esa flor pálida, discreta y amarillenta, de implícita fragilidad.
               
La fragilidad y el marchitarse acecha también a todos los "narcisos/as" contemporáneos, porque nada hay más efímero que la llamada beautiful people sin más.  El  día 6 de enero  la Iglesia celebra la fiesta de la Epifanía del Señor, que en la tradición litúrgica oriental gozó si cabe de mayor veneración. No cito aquí los versículos  de los Evangelios Sinópticos, o incluso los de los Apócrifos, por ser pasajes  muy familiares a  todo aquel que tenga una formación cristiana básica. En mi opinión, el comportamiento esencial de los tres Magos no fue dejarse guiar por aquella Estrella peculiar en una actitud de esperanzadora obediencia. Fue el hecho de que, una vez llegados a destino y encontrado el lugar donde vivía el Niño, tuvieron  logicamente que MIRARLO para reconocerlo, adorarlo y ofrecerle sus presentes. No se miraron a ellos mismos, pudiéndolo hacer  en el bruñido de su oro que les hubiera devuelto una imagen deleitable en su poder y sus riquezas. Dirigieron sus ojos a Alguien muy pequeño, un bebé en apariencia anónimo como tantos otros, pero su mirada trascendió y supieron identificarlo. "Los Magos ven al Redentor del mundo en un establo. Contemplan a un lactante mientras mama en el regazo materno, le adoran y  en persona le ofrecen regalos. Fe admirable que adora como Dios a un niño que reposa en el seno materno sin demostrar ninguna majestad", dice San Máximo de Turín,   al filo del siglo V, en su Homilía IV sobre la Epifanía del Señor.  Volvieron a su país repletos con la alegría de aquella MANIFESTACIÓN que,  a su vez, fueron propagando para que , en su momento, la Buena Nueva saltase a través de las fronteras de mapas, etnias y lenguas. Este es el verdadero poder de la mirada. Saber mirar al otro y no mirarse a si mismo. La segunda, suele ser efímera y estéril. La primera, es siempre fructífera, pregnante, perdurable.




Santos y Beatos, del 4 al 11 de enero

                                                                                5 de enero
                                                        Rogerio de Todi (1237ca.)

En el Espejo de Perfección San Francisco relata las virtudes de sus primeros discípulos. Del beato Rogerio de Todi dice: «Toda su vida y comportamiento estaban saturados de una ardiente caridad» (n.85). Nace en Todi (Perugia. Italia). Al ingresar en la Orden se siente como un «hombre nuevo» (cf. Rom 13,14; Ef 4,24; Col 3,10). Es compañero de Bernardo de Quintaval, Gil, Silvestre, etc. Dispuesto a dedicarse por entero a la evangelización de los pueblos con las solas armas de la entrega a Dios y a los hombres, lleva una vida de extrema pobreza, como señala Jesús en el Evangelio y manda San Francisco a sus discípulos (cf. RegNB 1,1-5). Viaja a España con la misión de fundar fraternidades y erigir la primera Provincia. En la constitución de las fraternidades se responsabiliza de los oficios de formación de los candidatos y de la dirección de las mismas. En el año 1228 dirige a la beata Felipa Mareri, fundadora, con un grupo de discípulas, de un monasterio en Rieti (Lazio. Italia). Poco a poco las conduce a la profesión de la Regla de Santa Clara. Su muerte se fija poco tiempo después de la de Santa Felipa, quizás el 5 de enero del año 1237. El papa Gregorio IX, que lo conoce personalmente, concede a la ciudad de Todi su culto, y Benedicto XIV lo extiende a toda la Familia Franciscana el 24 de abril del año 1751.

Común de Santos Varones

Oración. Señor, tú por la predicación del beato Rogerio de Todi llamaste a nuestros padres a la luz del Evangelio y de la Regla de San Francisco, concédenos, por su intercesión, crecer continuamente en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Él, que vive y reina contigo.


                                                                                5.1 de enero
                                                    Diego José de Cádiz (1743-1801)

El beato Diego José nace en Cádiz (Andalucía. España) el 30 de marzo de 1743. Estudia Lógica y Metafísica con los Dominicos de Ronda (Málaga). Profesa en los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla el 31 de marzo de 1759 y recibe la ordenación sacerdotal en Carmona (Sevilla) en el año 1766. Aprende el ministerio de la palabra en Ubrique (Cádiz). En 1771 se incorpora a las misiones itinerantes populares capuchinas, cuya finalidad es la reforma de las costumbres por medio de instrucciones doctrinales y morales. Y así recorre toda la geografía española; sus sermones, pláticas, catequesis se dirigen a niños, jóvenes y mayores. Potencia la religiosidad popular celebrando procesiones de penitencia y rosarios públicos. Difunde la devoción a la Virgen en la advocación de la Divina Pastora. Promueve los ejercicios espirituales, sobre todo para el clero secular y regular, e incluso para seglares. A pesar del barroquismo propio de la época, se distingue en su predicación por la sencillez. Lucha contra el catolicismo ilustrado. Es calificador de la Suprema como teólogo, examinador sinodal y canónico en numerosas diócesis de todo el país. La Universidad de Granada le confiere en 1779 los grados de maestro en Artes y Doctor en Teología y Cánones. Muere en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801. El papa León XIII lo beatifica en 1894.

Común de Pastores o de Santos Varones

Oración. Señor Dios, que has concedido al beato Diego José la sabiduría de los santos, y le has encomendado la salvación de tu pueblo, concédenos, por su intercesión, discernir lo que es bueno y justo, y anunciar a todos los hombres la riqueza insondable que es Cristo. Que vive y reina contigo.


                                                                                5.2 de enero

                                                       Pedro Bonilli (1841-1935)

El beato Pedro Bonilli, de la Orden Franciscana Seglar, nace en San Lorenzo de Trevi (Perusa. Italia) el 15 de marzo de 1841. Se ordena de presbítero en Terni el 19 de diciembre de 1863. Párroco durante 35 años en Cannaiola de Trevi. Con la palabra y con la imprenta difunde en la Umbría la devoción a la Sagrada Familia de Nazaret. Crea la Sociedad de Misioneros de la Sagrada Familia. En 1888, abrió el «Instituto Nazareno» para las niñas huérfanas, ciegas, sordomudas y discapacitadas, y para su sostenimiento y cuidado crea la Congregación de la «Hermanas de la Sagrada Familia». Centra su evangelización en la familia humana y cristiana. Solía decir como lema de su pastoral: «Ser familia, dar familia, construir familia», siguiendo su espíritu franciscano de defender la estructura fraterna de la realidad. En 1898 es nombrado Canónigo de la Catedral de Espoleto y Rector del Seminario. Infunde a los seminaristas la espiritualidad familiar y un estilo de vida marcado por la humildad y la pobreza. Muere el 5 de enero de 1935 en Espoleto a los 95 años de edad. Es beatificado por Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.

Común de Pastores

Oración. Padre Santo, que has dado al beato Pedro Bonilli, sacerdote, la gracia de hacerse humilde siervo de todos en la escuela de la Familia de Nazaret para acoger a los pobres y marginados, concédenos que lo reconozcamos maestro de vida, y seguirle en sus ejemplos y enseñanzas, para contribuir a la edificación de tu Iglesia en la comunión y en el servicio. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                                                7 de enero
                                            Carlos de Sezze Romano (1613-1670)

San (Juan) Carlos Melchiori nace en Sezze (Roma. Italia) el 19 de octubre de 1613. Ingresa en el convento de San Francesco a Ripa de Roma para, después, hacer el noviciado en Nazzaro (Roma). En 1636 profesa con el nombre de Carlos. Aprende y se ejercita en los oficios de cocinero, hortelano, sacristán, etc. Sigue la piedad franciscana de amor a la Eucaristía y a María, estructurando una interioridad espiritual que le lleva a vivir permanentemente en relación con los misterios de Jesús. Logra, pues, compaginar una vida de intensa oración y contemplación con el servicio a los pobres. Así recorre parte de Italia, residiendo en los conventos de Morlupo, Ponticelli, Palestrina, Carpineto y San Pedro in Montorio. Además, adopta una vida de penitencia para seguir a Jesús crucificado, lo que le conduce a la negación de sí mismo. A la austeridad de vida une una bondad y amabilidad extremas y un conocimiento profundo de los contenidos de la fe cristiana. Por ello se acercan a consultarle personas de toda condición, tanto eclesiásticas, como civiles. Adquiere la sabiduría de la cruz, el saber de los sencillos. Recibe la gracia de la impresión de la llaga del costado de Cristo, descubierta en su muerte, acaecida el 6 de enero de 1670. Es beatificado por León XIII en 1881 y canonizado por Juan XXIII en 1959.

Común de Santos Varones

Oración. Señor, Dios nuestro, grandeza de los humildes, que has elevado a San Carlos de Sezze a la gloria de tus santos; concédenos, por su intercesión y a imitación suya, alcanzar de tu misericordia el premio prometido a los humildes. Por nuestro Señor Jesucristo.


                                                                              7.1 de enero
                                                Mateo de Agrigento (1380-1450)

El beato Mateo de Gallo Cimarra nace en Agrigento (Sicilia. Italia). Ingresa en la Orden muy joven: en torno a los años 1393-1394. Estudia Filosofía y Teología en Barcelona. Después de alcanzar el grado de doctor se dedica a la enseñanza en varios Centros de Estudios de la Orden. Se une a San Bernardino de Siena para predicar y extender la devoción al Nombre de Jesús y a su Madre María por toda Italia —de Brescia a Nápoles; de Padua a Cosenza— y formar parte de la reforma observante, que lideran, junto al citado San Bernardino, Jaime de la Marca, Juan de Capistrano y Alberto de Sarteano. Finalmente se centra en Sicilia, de la que es Provincial y fundador de siete comunidades de la Observancia sitas en lugares aislados y pobres. También lo hace en España: Barcelona, Valencia, Vic, etc., donde, a la vez, restaura la paz entre el rey Alfonso V y el papa Martín V. Acusado San Bernardino ante el papa Martín V, le defiende junto a San Juan de Capistrano. Tiene de compañeros y colaboradores a un grupo de religiosos que sobresalen por su santidad y entrega a la evangelización de los pueblos: Juan de Palermo, Cristóbal Giudici, Gandolfo de Agrigento, Arcángel de Calatafimi, Lorenzo de Palermo y Santa Eustoquia de Mesina. Consagrado obispo de Agrigento por Eugenio IV en el año 1442, reforma interna y externamente la diócesis. Entrega todos sus bienes a los necesitados. Renuncia a los tres años de ejercer el episcopado y se retira al convento de Santa María de Jesús de Palermo, fundado por él, y en donde fallece el 7 de enero de 1450, después de unos años dedicados a la oración y penitencia. El papa Clemente XIII aprueba su culto el 22 de febrero de 1767.

Común de Pastores o Santos Varones

Oración. Señor, tú que has querido contar en el número de los santos pastores a tu siervo Mateo de Agrigento y lo has hecho brillar por el fuego de la caridad y la predicación del nombre de Jesús, haz que, por su intercesión, perseveremos en la fe y en el amor de tu Hijo y merezcamos así participar de la gloria con que lo coronaste. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                                               8 de enero
                                                    Valentín Paquay (1828-1905)

El beato Valentín Paquay nace en Tongres (Limburgo. Bélgica), el 17 de noviembre de 1828; sus padres se llaman Enrique y Ana Neven y su nombre de pila es Luis. Ingresa en la Orden de los Frailes Menores de la Provincia de Bélgica. Es ordenado sacerdote en Lieja el 10 de junio de 1854 y destinado al convento de Hasselt donde permanece el resto de su vida. Es devoto de San Juan Berchmans, su maestro predilecto. Encarna la espiritualidad franciscana, porque va-lora las pequeñas responsabilidades que cubren la vida cotidiana, manteniendo una relación franca y agradable; impregna su vida con una actitud humilde y sencilla. Desarrolla una gran labor en el confesionario y en el discernimiento de conciencias. Devoto de la Eucaristía, defiende la comunión frecuente. También extiende el culto al Sagrado Corazón de Jesús entre las religiosas de la Hermandad de la Orden Franciscana Seglar de Hasselt, que dirige durante veintiséis años. También es muy devoto de la Virgen María, a la que venera, ya desde su adolescencia, en la iglesia parroquial de Tongres bajo el título de Causa de nuestra alegría, y en el santuario de Hasselt bajo el título de Vara de Jesé, pero, como franciscano, prefiere sobre todos los títulos de María el de Inmaculada Concepción. Muere en Hasselt (Limburgo. Bélgica), el 1 de enero de 1905. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 9 de noviembre de 2003.

Común de Pastores o Santos Varones

Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Valentín Pa-quay la gracia de seguir a Cristo y a María pobres y humildes, concédenos también a nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo y su Madre María. Él que vive y reina contigo.

                                                                                9 de enero
                                                     Eurosia Fabris (1866-1932)

La beata Eurosia nace el 27 de setiembre del año 1866 en Quinto Vicentino (Vicenza. Italia). En 1870 se traslada con su familia a Marola, otra ciudad cercana a Vicenza. Ayuda a su padre en las labores del campo y a su madre en las tareas domésticas, sobre todo en la costura. En 1886 se desposa con Carlos Barban, joven viudo, con dos hijas pequeñas. Tiene con él nueve hijos y, además, recoge en su casa a tres sobrinos que quedan huérfanos de madre; su padre fue soldado en la I Guerra Mundial. Forma así una gran familia, imprimiendo a toda la prole un espíritu cristiano que se traduce en la vocación de varios de ellos a la vida sacerdotal y religiosa. De ahí que se le llame «mamma Rosa». En 1916 se crea una fraternidad franciscana seglar en Marola, atendida por los franciscanos del convento de Santa Lucía en Vicenza. Ingresa en la Orden Franciscana Seglar en la que desarrolla su amor a Jesús, a la Eucaristía y a María, que desde muy joven venera con especial sentimiento en el santuario mariano de Monte Berico, imitándola en el cuidado de la familia, y en una vida de entrega sin límites para educar a todos sus hijos, propios y adoptados. Muere en Marola (Vicenza) el 8 de enero de 1932. El papa Benedicto XVI la beatifica el 6 de noviembre del año 2005.

Común de Santas Mujeres

Oración. Concédenos, Señor Dios, que el ejemplo de la beata Eurosia nos estimule a una vida más perfecta, para que al celebrar su memoria la sepamos imitar en las obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


                                                                               10 de enero
                                                    Gil de Lorenzana (1443-1518)

El beato Gil nace en Lorenzana (Potenza. Italia) en 1443, en una familia modesta, humilde y muy cristiana. Sus padres Bello y Caradonna Persani lo bautizan con el nombre de Bernardino. Dedicado a la agricultura, cuida la devoción a Jesús y a María. Ayuda a la construcción del convento de los Franciscanos y una capilla dedicada a San Antonio de Padua, en la que pasa mucho tiempo en oración, alternándola con otra dedicada a María Virgen. Trabaja como jornalero con un rico agricultor, que le concede pasar en oración varias horas al día. Siente la llamada de Dios para la vida francis-cana y pide el hábito en el convento de Lorenzana. Admitido en la Orden, continúa sus labores agrícolas, ahora en el huerto de la fraternidad, pero intensificando su vida de oración y penitencia, con retiros frecuentes en lugares aislados, en los que permanece en soledad y silencio, sufriendo fuertes tentaciones diabólicas. No obstante, recibe visitas de gente piadosa y realiza hechos extraordinarios con los que adquiere fama de santo en Nápoles, Bari, Salerno, y otros conventos. Muere el 10 de enero del año 1518 a los 75 años de edad. El papa León XIII aprueba su culto en el año 1880.

Común de Santos Varones

Oración. Señor y Dios nuestro, que llamaste a una vida de penitencia y oración al beato Gil de Lorenzana, para que te sirviera con una vida santa, concédenos por su intercesión que sepamos alabarte en todos los actos de nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo.


                                               
                                                                              11 de enero
                                                    Tomás de Cori (1655-1729)

Santo Tomás de Cori nace en Cori (Latina. Italia) el 4 de junio de 1655. Queda huérfano de padre y madre a los 14 años. Su oficio es de pastor. Ingresa en la Orden, hace el noviciado en Orvieto y cursa los estudios eclesiásticos en Viterbo y Velletri. Se ordena en 1683. La Provincia franciscana de Roma le envía a instaurar una fraternidad de Retiro en el convento de Civitella (hoy Bellegra), y permanece allí hasta su muerte, excepto los años 1703-1709, que reside en Palombara, donde instaura el Retiro, según el modelo de Bellegra. La oración constante, la adoración a Dios en Cristo, presente en la Eucaristía, el servicio a los hermanos y a los pobres, son la razón de ser de su vida. Sufre la aridez de espíritu durante 40 años sin perder la calma y la confianza en Dios. Recorre ciudades y pueblos, sobre todo la región del Lacio, anunciando el Evangelio con palabras sencillas y claras. Muere el 11 de enero de 1729. El papa Pío VI lo beatifica el 3 de septiembre de 1786, y lo canoniza Juan Pablo II el 21 de noviembre de 1999. «Verdadero hijo del Poverello de Asís, también de él se podría afirmar lo que se decía de San Francisco: “No tanto era un hombre que oraba, cuanto, más bien, un hombre transformado totalmente en oración viva”» (2 Cel 95) (Juan Pablo II, Discurso a los Peregrinos, L’Osservatore Romano, 22-XI-1999).

Común de Pastores o Santos Varones

Oración. Oh Dios, protector de los que en ti esperan, sin ti nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo la guía providente de Santo Tomás de Cori, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.



Libro sobre la Misericordia

                  Entrañas de misericordia. Jesús, ternura de Dios


                                                              Pedro  Frayle Yécora

            La obra expone el amor misericordioso de Dios en la Historia de la Salvación. El Autor llama la atención de la importancia de esta actitud divina en sus relaciones con Israel y con la comunidad cristiana primera, fundada en la compasión, consolación, ternura y misericordia de Jesús en sus relaciones con los pobres, pecadores, etc. Y comprueba que es la virtud menos tratada en la historia de la teología, aunque en la práctica los compromisos de las instituciones cristianas y los creyentes con los marginados y enfermos la hayan mantenido viva de una manera permanente. Porque, por desgracia, lo evidente es la historia de violencia que está inscrita en el corazón humano, y que desprecia a los débiles ―enfermos, enfermos mentales, ancianos, pecadores públicos, etc.―, los cuales sólo pueden ser tenidos en cuenta por aquellos que practican la misericordia, como lo ha hecho el Señor.
            El significado de misericordia entraña adversidad, pena, conmiseración, etc. En el mismo ámbito se entiende compasión y ternura. Y estas palabras son las que se analizan en el ensayo. «El Señor es compasivo y misericordioso, paciente, rico en clemencia» (Éx 34,6; cf. Is 64,4b.7-8; Sal 30,5-6; etc.). «Ternura y misericordia, amor y fidelidad, gracia y favor son las experiencias de Moisés, la experiencia del antiguo Israel en labios del profeta Oseas, la experiencia del creyente israelita cuando subía al templo a presentar su oración con un corazón pobre y humillado» (32). Después de exponer la misericordia, compasión y ternura en los profetas y a los salmos, se analiza el caso singular de Jonás, que se resiste aplicar la misericordia de Dios a Nínive.
          
  Jesús revela y encarna la relación misericordiosa del Señor. Jesús tiene entrañas de misericordia y es compasivo. Además de las Bienaventuranzas, se exponen las expresiones de los enfermos o sus parientes que piden la misericordia de Jesús para ser curados de sus dolencias: los leprosos, los discapacitados y enfermos mentales, la mujer sirofenicia, el endemoniado de Gerasa, etc. Por otra parte, la compasión de Jesús se manifiesta en la gente abandonada sin pastor, o la conmoción al tocar al leproso para devolverle la salud y, con ella, la convivencia social y religiosa; Zaqueo, el buen samaritano. Se hace un repaso al Evangelio de San Lucas, también llamado el Evangelio de la Misericordia: las tres parábolas del cap. 15, además de las citas de la misericordia divina del AT que se encuentran en los Cánticos de Zacarías y María.
            Especial atención se da a la frase: «Sed perfectos [misericordiosos] como vuestro Padre es perfecto [misericordioso]» (Mt 5,48; Lc 6,36). Perfección se entiende como vida íntegra, honrada, ―mejor que honesta (108)―sin tacha; nada tiene que ver con las propuestas éticas del pensamiento griego o romano, sino con la obediencia a la voluntad del Señor expresada en la Torá y con el «corazón perfecto», es decir, una conciencia limpia. El evangelio de Lucas significa «el rostro humano de las entrañas  misericordiosas de Dios» (121.125-127), aplicado el principio de la imitación de Dios; el evangelio de Mateo va más bien por el camino de la santidad y del seguimiento de Jesús, pues, relacionado con la propuesta que hace al joven rico, se centra en la segunda tabla de los Mandamientos e indica la hoja de ruta de la santidad.


            El texto formula, por último, una serie de propuestas que van desde las actitudes de misericordia que descubren a los míseros y tratan de remediar su situación, hasta defender políticas de misericordia que impidan los genocidios del siglo XX, como las situaciones de pueblos y colectivos sociales que han sido despojados de su dignidad, silenciados y reducidos a una pobreza insultante, porque está causada, tantas veces, por la avaricia de los más poderosos. Y así se podrían analizar las situaciones de los emigrantes, de los refugiados, de las tensiones que provocan los fundamentalismos religiosos, los fundamentalismos del dinero inmisericorde, los fundamentalismos ideológicos, etc. Es necesaria, pues, una pedagogía de la misericordia, porque nunca se puede dar por supuesta en los individuos y en las sociedades, sobre todo occidentales.
                                                          


                                   PPC, Madrid 2015, 173 pp., 13 x 21 cm.

Carta a un Ministro. X

                                     
                                                    MISERICORDIA      
                        «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       
                             
                                                   X

              
            1º  Con la experiencia del Espíritu de «Cristo», o del «Señor», que actúa la vida nueva, Pablo parte de este principio: «Por eso doblo la rodilla ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en cielo y tierra, para que os conceda por la riqueza de su gloria fortaleceros internamente con el Espíritu, que por la fe resida Cristo en vuestro corazón, que estéis arraigados y cimentados en el amor, de modo que logréis comprender, junto con todos los consagrados, la anchura y longitud y altura y profundidad, y conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento. Así os llenaréis del todo de la plenitud de Dios»[1].  Y lo desarrolla en tres etapas: 1ª abandono de la existencia fundada en el poder gracias a la fe y al amor de Cristo y a Cristo, muerto y resucitado; 2ª Cristo crea el sentido y el centro de la vida porque vehicula la salvación de Dios; 3ª la configuración con él, que se hace gracias al Espíritu, e inicia la salvación en esta vida y termina en la futura de resurrección. Pablo lo recapitula en un párrafo de su carta dirigida a los cristianos de Filipos: «Más aún, todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él. No contando con una justicia mía basada en la ley, sino en la fe de Cristo, la justicia que Dios concede al que cree. ¡Oh!, conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus sufrimientos; configurarme con su muerte para ver si alcanzo la resurrección de la muerte»[2].
           
El conocimiento de Cristo se entiende como una relación personal, como una revelación personal: quien elige es Dios por medio de Cristo, quien obedece es el hombre; y la comunión con Cristo conduce a reconocer su «señorío» en orden a la salvación. Todo es gracia. Si esto es así, es lógico que Pablo dé por fracasada toda su fe anterior en la justicia de la ley, por la autosuficiencia que lleva pareja una vida dirigida según las tradiciones emanadas de la ley. Pablo desea que Dios le encuentre en Cristo al final de sus días y, además, los cristianos le encuentren en Cristo en la vida presente para aprender a caminar en la vida «nueva» que él ofrece.
            Y para ello no existe problema alguno, ya que para llevar a cabo la vida «nueva» Dios ha conferido su potencia de gracia, su relación de amor, a Cristo con la Resurrección. Así es posible superar todas las situaciones de la vida provenientes del hombre «viejo», de la debilidad humana, que impiden caminar en la senda del Señor. La comunión con Cristo lleva aparejada, por una lado, la participación en sus sufrimientos, en su cruz, en la que quedan fijados todos los males de esta vida y que Pablo los considera muertos en la muerte de Jesús, impotentes para significar algo en la vida «nueva»; y la comunión con Cristo, por otro lado, entraña la pertenencia a la vida de resurrección que alcanzará todo su esplendor en la plenitud de los tiempos[3]
            Por consiguiente, hay una elección de Dios en Cristo personal y comunitaria, individual e histórica, cósmica y angélica. Toda lo que existe es gracia. Veamos.
             
La primera la llama Pablo filiación adoptiva: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba, Padre! Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él […] Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo»[4]. Y Juan expresa la filiación divina con el término nacimiento: nacemos de Dios; hay un segundo nacimiento y, por consiguiente, un segundo origen en la existencia en la cual todo es gracia, porque todo viene de Dios: «Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios»[5]. Dios Padre se entrega por medio de su Hijo para hacernos por su Espíritu hijos en su Hijo y, así, partícipes de su naturaleza divina. La filiación divina hace que, como criaturas, dependamos totalmente del Señor en nuestro ser. Las relaciones que mantenemos con los demás: hijos, padres, amigos, compañeros, etc., de una naturaleza previa que condiciona dichas relaciones. No somos a partir de la relación que los demás establezcan con nosotros. Sin embargo con Dios «nacemos de nuevo» (cf. Jn 3,3-8); Él hace que se origine en nuestro ser una criatura «nueva», cuyo único fundamento es Él, que no nuestra naturaleza humana. Somos creados, recreados, por tanto, justificados por Dios. Él transforma nuestro ser para adentrarnos en la dimensión de la verdadera vida y salvación. Nada pone el Ministro ni el hermano pecador con relación al Señor; los dos son redimidos por el Señor totalmente; por eso todo es gracia: la relación comunitaria que funda y establecen las relaciones agraciadas por el Señor en las relaciones interpersonales. Otra cosa serán las relaciones comunitarias nacidas desde las capacidades personales que avalan una misión dentro o fuera de la comunidad: enseñar, predicar, curar, trabajar en la cocina, huerto, etc. Los valores personales, puestos al servicio comunitario, desarrollan nuestra personalidad humana, pero sólo adquieren su verdadera dimensión cuando, transformados por la relación divina graciosa, hacen que nuestra vida y relación dentro de la comunidad se contemple como un don venido del Señor.
            Pero la entrega del Señor no comporta una dimensión exclusivamente individual, sino que se inserta en la historia, formando una sola familia. Como dice Pablo, Cristo y los cristianos forman un solo cuerpo, siendo él la cabeza[6]. Esto origina tres dimensiones de la gracia en nuestra historia. En primer lugar, no hay que huir de la historia. Dios se pone al alcance del hombre, porque Dios crea el mundo por su bondad y envía a su Hijo por amor: «Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él»[7]. Como veremos después cuando tratemos de los eremitorios, Dios no renuncia a lo que ha creado por amor, y se abre paso por medio de las opciones libres del hombre y sus instituciones. La historia humana es una historia «abierta», que no una evolución «predeterminada»; es en sí misma un proceso en el que se ha introducido Dios para transformarla, que no para acompañarla actuando de una forma yuxtapuesta a los acontecimientos o aniquilando las decisiones libres de los hombres. La transformación que entraña lo nuevo, que aporta la vida de Jesús, la entienden los cristianos como una «nueva creación» (2Cor 5,17), cuyos perfiles se irán descubriendo en la medida en que los hombres desarrollen con Dios la identidad verdadera de todo lo creado, para que todo sea gracia. El segundo lugar la Encarnación hace que Jesús participe plenamente de la vida humana, que toda es gracia porque está sustentada en Dios Padre. Jesús hace el bien y lo expande, y sufre el mal. Intenta destruir el mal por el bien, transformando el sufrimiento en gracia de salvación[8]. En tercer lugar, la solidaridad de Dios con el hombre  potencia al máximo la vida humana, los valores humanos, tanto en un sentido individual, como un sentido colectivo. Con la presencia de Dios en la historia se ratifica la bondad de la creación, y la lleva a su culmen en Jesús.
          
  La gracia, en fin, abraza también a toda la creación, porque es solidaria con la humanidad al pertenecerle como si fuera su propia carne. Si participa del pecado humano recibiendo su maldición (cf. Gén 3,17), también participará de la gracia: «La creación aguarda expectante a que se revelen los hijos de Dios. La creación fue sometida al fracaso, no de grado, sino por imposición de otro; pero con la esperanza de que esa creación se emanciparía de la esclavitud de la corrupción para obtener la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que hasta ahora la creación entera está gimiendo con dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro aguardando la condición filial, el rescate de nuestro cuerpo»[9].
            La salvación también atañe a la dimensión estrictamente espiritual de la creación, al mundo angélico, que, gracias a Cristo, logra reconciliarse con los hombres, formando «un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habitará la justicia»[10]. Dios, que crea todas las cosas por medio de su Hijo (cf. Jn 1,3), comienza a recrearlas por él (cf. Col 1,15-20) hasta que llegue el tiempo en que pase lo viejo y todo sea nuevo definitivamente (cf. 2Cor 5,17). Así se cumplirá la visión escrita en el Apocalipsis: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra han desaparecido, el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono: Mira la morada de Dios entre los hombres: morará con ellos; ellos serán sus pueblos y Dios mismo estará con ellos. Les enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado. El que estaba sentado en el trono dijo: Mira, renuevo el universo» (Ap 21,1-5). La representación de la salvación final ha sido descrita por los profetas con una escena de banquete de bodas[11]. Esta imagen de la gloria futura es recogida por Jesús[12] y aparece en el Apocalipsis con la unión entre el Cordero y la creación representada en la ciudad santa de Jerusalén[13]. Es un símbolo descrito en los párrafos finales del libro que cierra la revelación cristiana. Con esta esperanza de salvación, la creación espera la venida definitiva de Jesucristo sentado ahora junto a Dios[14], para experimentar junto a la humanidad lo que le tiene preparado Dios en el mundo futuro: «no habrá nada maldito [...] No habrá noche. No les hará falta luz de lámpara ni luz del sol, porque los ilumina el Señor Dios, y reinará por lo siglos de los siglos» (Ap 22,3-5).
           
Pero la plena filiación del hombre y de la historia y del cosmos una cuestión de futuro (cf. Rom 8,24). Pero este futuro se inicia en la historia con la presencia de Jesús, que da las primicias de gracia de ese futuro a sus conciudadanos en compañía de los discípulos que le siguen y con los que crea una comunidad. Después de la Resurrección, Jesús está con nosotros con una nueva forma de presencia en la Palabra, en la Eucaristía y en los pobres y marginados de la historia (cf. Lc 24,13-32). La comunidad cristiana continúa adelante el plan de salvación de Dios por el Espíritu. En la nueva etapa inaugurada por el don del Espíritu (cf. Hech 2,1-4) se establecen nuevos parámetros para el seguimiento de Jesús y pertenencia a las nuevas comunidades. Se trata de la participación de la gracia de la persona, de la historia y de la creación. Todo es gracia se contempla entonces en las relaciones entre Dios y el hombre y de los hombres entre sí según la Encarnación del Verbo en la vida de Jesús, y que, por la fuerza del Espíritu, alumbra un mundo nuevo —creación; las comunidades cristianas se constituyen de acuerdo con la comprensión del mesianismo de Jesús, que nace después de su muerte y resurrección —historia; y, en fin, se genera un hombre nuevo gracias a la configuración con Cristo que impulsa el Espíritu, dando lugar a la identidad filial divina —persona.



[1] Ef 3,14-19; cf. 1,15-21; Mt 11,25-27; Col 1,23; 2,7.
[2] Flp 3,8-11; cf. Rom 1,4; 6,4; 8,11-17.
[3] Textos: 2Cor 12,9-10; Flp 1,21; Rom 6,6; 8,3; Gál 1,19; 2Cor 4,10.
[4] Rom 8,14-17.23; cf. Lc 22,28-30; 24,26; Jn 1,12; Gál 3,16.26-29; 4,4-7; 5,18; Flp 3,10s; 1 Pe 4,13.
[5]  Jn 1,12-13; 1Jn 3,9: «Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios»; cf. Jn 3,3-8; 11,52; 1Jn 3,1.2.10; 5,2; etc.
[6]  Cf. Col 1,19; 2,19; 3,15.
[7] 1Jn 4,9-10; cf. Jn 3,16; 2Cor 5,18-19.
[8]  Cf. Mc 10,42; 14,24; Rom 12,21.
[9] Rom 8,18-23; cf. Rom 5,2-5; Col 3,3-4; 2Cor 5,2-5; Flp 3,20-21.
[10]  Ef 1,10; Col 1,20; 2Ped 3,13.
[11] Cf. Os 2; Is 1,21-26; 49; etc.
[12] Cf. Mt 22,1-10; Lc 14,15-24.
[13] Cf. Jn 1-3; 2Cor 11,2; Ef 5; etc.
[14] Cf. Ap 22,1.7.12.17.20.