lunes, 14 de septiembre de 2015

Soledad y compañía de Jesús, de Olegario González de Cardedal

Ideas claves del estudio “Soledad y Compañía de Jesús”
de Olegario González de Cardedal




                                                           por Pilar Sánchez Álvarez
                                                                                Instituto Teológico OFM


           
Este trabajo del teólogo está dividido en tres  partes diferenciadas: la primera donde se aborda la soledad de Jesús, a la que el autor dedica dos tercios del artículo, una segunda parte, a la compañía de Jesús y  la última a unas reflexiones, donde deja al descubierto sus pensamientos de creyente convencido y su amor al Cristo redentor de todos y cada uno de sus hermanos. Aunque hay una división en el contenido expresado, no presenta  su razonamiento en compartimentos estancos ya que su exposición es cíclica, uniendo soledad y acompañamiento en cada una de las partes, expresando con maestría estas facetas de Jesús de Nazaret, y abriendo a los lectores a la esperanza.
            En la introducción comienza poniendo las bases de la existencia personal de Jesús: “su condición divina y por su destino en una historia humana de finitud y violencia” (p.54). Y esa existencia personal con una misión salvífica está preñada de soledad pero a la vez de acompañamiento.

            La primera parte la dedica a  La soledad de Jesús  y su misión.

            Jesús nace en un tiempo y en un medio perfectamente determinado, pero está en este mundo perteneciendo a otro, es una figura de tránsito porque proviene  de lejos y marcha hacia más adelante, pero viene a cumplir una misión. No es una figura irreal, es judío, y vive la existencia propia de los hombres y mujeres de su época.

Para hablar de la soledad de Jesús, Olegario González de Cardedal la presenta en tres facetas diferentes:
            1º La soledad y compañía originarias: “El Padre, realidad constituyente de Jesús, le otorga lo que podríamos llamar su soledad y compañía originaria: soledad hacia fuera y compañía hacia dentro”(p.57). El viene a cumplir la misión encomendada por el Padre y a retornar hacia el lugar del que vino. Los evangelistas  lo muestran como hombre y sin embargo, preñado de majestad sagrada que le da su procedencia, su misión y su final destinación divina. Esta dualidad real, le otorga una soledad especial frente a nosotros  y a nosotros frente a él. La revelación nos acrecienta su Misterio, porque cuando más se conoce, más nos concienciamos de  ese Misterio. Engrandece a los humanos porque se pone al nivel de ellos y los alza a un nuevo nivel.  Jesús vive  una soledad solidaria porque  entrega su vida y a través de nuestra fe, le acompañamos y por ser Hijo, nos otorga la filiación divina.

            2º Soledad, oración y misión. ¿Cómo vive Jesús esta soledad de determinación personal? En los evangelistas existe la conexión entre soledad-oración y misión. En la soledad, en oración con el Padre, se percata de su misión, que desde siempre es constitutiva de su raíz principal. Pero es un lento descubrir  lo interior de su ser al “ritmo de su crecimiento en sabiduría y en estatura y en gracia delante de Dios y los hombres”.

            3º Soledad metafísica. Jesús ante situaciones claves de su vida, se retira a orar en soledad. Para Jesús no existe la soledad metafísica, pero así como la oración entre Dios y el hombre es un punto de encuentro, entre Jesús y Dios, entre el Padre y el Hijo, en la oración,  se encontró a sí mismo. “Si la misión es don y encargo del Padre, la misión se aclara y se encara delante del Padre, en la actitud expectativa, orante acogedora”(p. 62).

                                               Formas y fases de la soledad de Jesús

           
Una vez aclarada la soledad de Jesús, Don Olegario distingue las formas y las fases de la soledad que experimentó, aclarando que desde el inicio de su trayectoria era el Hijo, y vivió la soledad y la cercanía respecto a los hombre y respecto a Dios:
                 La soledad del Hijo encarnado y rechazado. El Hijo vino a una tierra creada por amor para dar plenitud a todos y se sintió solo en su humanidad  al ser rechazado por los suyos.
                     La soledad del hombre que tiene una misión especial. Es la soledad interior del elegido, del que tiene que realizar algo nuevo, llevar  a una tierra nueva y dar esperanzas. El pasar de la familia natural a la otra, a los que acogen y viven la Palabra, de la naturaleza a lo espiritual,  lleva consigo una dolorosa soledad.
                      La soledad del considerado traidor a su pueblo. Jesús, acreditándose con signos y palabras como el esperado por el pueblo, unos le acogen y creyeron en él y otros, le consideran una amenaza y un peligro y lo arrojaron como traidor.
                     La soledad del Mesías transvalorado. El Mesías esperado por el pueblo, esas esperanzas mesiánicas tenían formas de  figuras reales, sacerdotales, de profeta de los últimos tiempos… Jesús tomó todas esas esperanzas y las transformó desde su propia identidad personal de Hijo. Jesús, ante el rechazo de la figura del Mesías que el representaba, sufrió la soledad ante su repudio.
                     La soledad del decepcionado ante el rechazo. Jesús fue aceptado en los primeros momentos con entusiasmo, pero después de la crisis galilea, no le dan crédito y lo dejan solo. Jesús se decepciona ante la decepción del pueblo.
                    
La soledad del traicionado por los amigos. Sus propios amigos le traicionan, no fueron capaces de poner en juego su persona por él. La negación de Pedro y la huída de los demás lo dejan solo. Una soledad de hombre, de compañero, de amigo.
    La soledad del redentor solitario y sustituyente. Jesús conoció a la humanidad no solo en el proyecto divino sino en su realización humana, en su debilidad, en el sufrimiento, en las tentaciones. Y además conoció a la humanidad como redentor. No fue pecador pero fue contado entre los pecadores. Don Olegario se pregunta hasta donde llegó esa inserción de Jesús en el pecado, presentando las dos interpretaciones actuales, la de Rahner  (designada con la palabra solidaridad)  y la de Balthasar (designada como sustitución). La pregunta que el teólogo se hace es cómo porta Jesús nuestras culpas y cómo quita nuestros pecado, y como rehacer nuestra relación de pecadores con el Dios santo. Al interpretar esto afirma  en primer lugar que Dios no pudo hacer a Jesús  pecado  ni maldito por ser el Hijo, por lo que esta acepción es inaceptable; otra interpretación sería que Dios lo hizo ofrenda por los pecados  y toda su vida en este mundo fue una intercesión suplicante por todos los pecadores; y la última interpretación, Dios dejó a su Hijo en manos de los pecadores, compartiendo todas las consecuencias objetivas que el pecado desencadena y que afectarían a Jesús solidario sustituto y superador de ese pecado tras haberlo padecido. Esta última es  la  elegida por los mejores teólogos actuales. Jesús se pone en el lugar de los hombres con todas las consecuencias realistas, se adentra en ese universo objetivo del pecado y así se entiende la expiación como la santificación. Dios deja a los hombres ser pecadores pero no puede permitir el pecado.   Por eso “Jesús se adentra en ese universo objetivo de pecado que es la negación de Dios, en el que están situados sus hermanos y es afectado por el rechazo también objetivo de Dios” (p.72). Dios no condena a Jesús, pero al rechazar el pecado, Cristo situado en el universo de los pecadores, comparte tanto su situación exterior y la interior. Y de ahí nace la soledad del redentor. En el Hijo, converge el rechazo de los hombres a Dios, el rechazo de Dios al pecado y la oferta de perdón a todos los hombres. Es el mediador de la nueva Alianza entre Dios y el hombre.


                     La soledad del agonizante.  En Getsemaní es donde Jesús sufre la mayor soledad, porque como hombre se desborda  en los sentimientos al ser llevado más allá de las capacidades naturales. Se siente solo, débil pero disponible para el Padre. Es la agonía del hombre que mantiene su condición divina y la soledad ante el drama de la existencia pecadora ante Dios y el otorgamiento de la gracia definitiva de Dios al mundo. En esa agonía Dios nos revela su amor,  la seriedad del pecado  así como la soledad que el pecado introduce en el mundo. Cristo ha conocido y superado en el amor nuestra propia soledad y nos ha salvado de ella.
                     La soledad del muerto crucificado. La muerte es para el hombre el acoso supremo pero  por la libertad puede alcanzar las máximas posibilidades de entrega, siendo lo decisivo en la muerte delante de quién y para quién se muere. La vida es plenamente humana cuando se muere delante de Dios y para él. Jesús sufrió la soledad de la muerte en la cruz, la muerte más indigna de un hombre de su tiempo. Don Olegario se pregunta si Jesús se sintió abandonado ante Dios en su muerte. Al analizar los evangelios se ven tres frases distintas, una de abandono, otra de entrega al Padre , y otro de confianza en él. Ellas expresan que Jesús vivió la soledad hasta el extremo, oró ante el Padre confiado y hizo de la muerte una ofrenda.  El grito de abandono dado por Jesús en la cruz se podría explicar como la recitación del salmo 22, costumbre judía quienes  oraban pronunciando las primeros  versos o frases de algún salmo, y entendiendo que este salmo canta el consuelo de Dios al justo, por lo cual se descarta esta interpretación, no es un grito de abandono; se podría explicar afirmando que son de desesperación negando su mesianidad y por tanto, la no existencia de Dios, razonamiento también descartado;  o bien la soledad como dolor que Jesús comparte y expresa ante Dios de todos los hermanos que se han sentido la lejanía de Dios.
                    
La soledad del que descendió al lugar de los muertos. Aclara el teólogo que en el Credo se dice “descendió a los infiernos”, entendiéndolo como el sheol veterotestamentario, el lugar de permanencia de los muertos en espera del redentor. No es una fase histórica de Jesús sino que expresa el sentido salvífico y la eficacia universal de la muerte de Jesús. Ese infierno es  morir, existir, permanecer en poder de los enemigos de Dios, soledad absoluta, silencio y reino del desamor. Este morir se puede dar entre lo vivos porque se vive esa incomunicación y la soledad porque la línea divisora está en la ladera de Dios y la ladera entre los enemigos de Dios, y no entre la vida y la muerte. El decir que Cristo descendió a los infiernos significa que visita toda la historia anterior y ofrece la salvación a todos los que le precedieron. Dios no ha condenado nunca a nadie pero ha permitido que rechacen su amor. Cristo  ha sido condenado, pero ha sentido la soledad y la ha desalojado. El infierno real comienza a existir después de Cristo, cuando un ser rechaza ese dolor de Cristo que se ha puesto en lugar de todos los condenados. Es el Jesucristo su Hijo, nuestro Señor  y la relación de Jesús con su Padre en la oración, en la que acoge y asume su misión salvífica universal es la clave para adivinar su identidad filial. La soledad y la compañía de Jesús en la realización de su misión  en la vida de Jesús tiene unas características peculiares: es una misión teológica, de contenido salvífico, con exigencia ética para los demás y un arriesgo heroico del propio Jesús, que en su fase final adquiere dimensiones trágicas ya que su pretensión desborda lo que humanamente es oíble y aceptable.
                     La soledad de Jesús se sitúa en la línea del genio ético y desde ahí tiene una dimensión trágica. Héroe y genio   ético porque tenía que mantener su fidelidad hasta el final por ser obediente al Padre, y a su misión; un héroe consciente de lo que debe hacer y  también de lo que los demás pueden percibir y recibir. Dimensión trágica porque el sabía que lo que se presentaba al mundo desbordaba las capacidades históricas de una generación. Y esto es la raíz de su suprema realidad.
            Una vez analizada la soledad, entra en la segunda parte del estudio analizando el
                                   acompañamiento que Jesús suscita y recibe.

            El fue siempre esencialmente un hombre de acompañamiento y compañía. Fue acompañado por su familia, por los grupos religiosos, por la amistad de sus apóstoles, del grupo de Betania, de personaje como Nicodemo, la Magdalena, los que curó. Pero en  el evangelio no dice nada de la relación posterior con ellos porque sus milagros no buscan ningún aprovechamiento para él, sino la manifestación del Reino.
En la descripción de su persona los evangelistas no lo presentan huraño, ni retraído. La soledad de Jesús era distinta a los demás, era una soledad que encara su misión asumiendo el dolor y la muerte, buscada con amor.
            La compañía permanente de Jesús fue con el Padre: “Yo no estoy solo”. Una compañía en oración. No lo dejó solo ni en la muerte y  dio testimonios de la glorificación mutua. Jamás abandonó el seno del Padre, su ser de Hijo no es plenamente comprensible sin el Padre y Dios no se define si no se concibe como Padre de Cristo que lo resucitó de los muertos y lo devuelve a los hombres  como Reconciliador y Santificador.
            Jesús nunca estuvo solo, y su figura no se ha olvidado, no solo de manera psicológica individual sino como memoria institucional objetiva: La Iglesia. Esta la constituye en la última Cena y permanece como signo reconstituyente en cada eucaristía. Jesús mandó a sus discípulos hacer en memoria suya lo realizado en la última cena, el anticipo,  la interpretación, la corporización y la universalización mediante los signos de pan y vino, el hecho y sentido de su muerte en la cruz. Es el memorial de su amor, del perdón y de nuestra esperanza.
             Es la compañía que Jesús da a los suyos, y la compañía de los suyos a él. Cuando Cristo muere, después de la resurrección los discípulos se convirtieron en confesores de Cristo y a partir de Pentecostés surge una nueva forma de seguimiento de Jesús: la Iglesia. Compañía de Jesús a los hombres y compañía de los hombres a Jesús. Pero esa compañía no es humana sino divina.
            La soledad de Jesús es la soledad habitada por Dios y desde la que Dios se da a los hombres; la soledad del hombre llamado por Cristo es la condición de su desposesión para poder transparecer, significar y otorgar la propia compañía de Cristo a cada hombre, la soledad de ambos para dejar paso a la compañía. Es la compañía que desde Jesús suscita la Iglesia y abandona la soledad del mundo.


            Este estudio termina con unas reflexiones que manifiestan la línea argumental seguida en las páginas anteriores. Jesús viene de la eternidad para revelarnos que existía la Palabra y no el silencio; y en su encarnación como hombre nos muestra el amor inmenso hacia lo creado.
            El hombre no está solo, aunque en la vida terrenal sienta en ocasiones la soledad, y tiene como misión descubrir la compañía originaria, Dios. La soledad de Jesús nos abre a la muerte redentora en solidaridad sustitutiva por todos los hombres y al misterio trinitario del que viene como Hijo al que retorna, introduciéndonos en él por medio de su humanidad  a todos los humanos y en cierto medida a todo el universo que tiene su anticipo en esa humanidad glorificada.
            Es necesaria una pedagogía de la soledad como condición previa y esencial para una teología de la soledad. La soledad de Jesús llega a la cima en la muerte redentora, y solo quien pase por ella gozará de su compañía. Esa soledad de Jesús es el puente tendido por Dios para alcanzar la compañía final porque él quiere que todos sus hijos se integren en él para plenificarlos a todos.  Por tanto, esa soledad no es un fin, es un medio  porque sabemos que no estaremos solos al final, porque estamos llamados a la deificación-filiación dada como don.
            Termina sus palabras con una afirmación que llena de esperanza al que cree en él. Dios murió en la cruz, por mí, pasó sus soledades por mí. Ese Amor es amor hacia mí y no me abandona a la soledad del pecado, sino a la compañía de él.
           
Al terminar de analizar su pensamiento sobre la soledad y compañía de Jesús, se comprende que la iglesia tiene que vivir esa soledad y sentir esa compañía para infundirla en todos los creyentes que a la vez deben asimilar esa soledad y esa compañía del Hijo al cumplir la misión que el Padre le había encomendado.
             No se trata de un estudio moral, ni antropológico, pero se deduce  de todo él comportamiento del cristiano, el espíritu de oración, las relaciones de Dios Padre con Dios Hijo y con todos los hombres a través de la filiación divina conseguida por la kenósis de todo un Dios.
            Es un artículo teológico con un estilo asequible, con numerosos ejemplos y explicaciones de cada frase que aumentan la claridad. Tiene una línea discursiva circular, porque habla a la vez de la soledad y de la compañía, del pecado y la libertad, del Amor y la Redención y de Cruz … La soledad humana, habitada por la gracia, es el puente para conseguir la compañía de todo un Dios.

Este estudio teológico  de Olegario González de Cardedal está publicado en  la  Revista Salmanticensis  45 (1998) 55-103.
















Domingo XXV (B): El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí.

                                                             
                                                                     DOMINGO XXV (B)



            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9,29-36.

            En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
            Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

           
1.- Servir es ofrecer la vida con generosidad. Jesús, pues, se pone como ejemplo ante los Doce, que deben seguir su conducta para abrir sus brazos como el Padre, acoger y rodear a los pequeños, y servirles para que alcancen su dignidad filial. Un ejemplo emblemático de esta actitud lo relata el cuarto Evangelio: «[Jesús] se levanta de la mesa, se quita el manto, y tomando una toalla, se la ciñe. Después echa agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida [...] Pues si yo [...] os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies» (Jn 13,4-5.14).

           
2.- La actitud que provoca una relación de servicio mutuo es el clima que debe reinar en la comunidad que forma el discipulado. Y esto no deben perderlo, por más sufrimiento que entrañe su misión y convivencia: «Todos serán sazonados al fuego [...] Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonarán? Vosotros tened sal y estad en paz entre vosotros (Mc 9,49-50par). Que la fraternidad viva en un ambiente de concordia es posible en la medida en que contemple la vida como servicio mutuo. Así dará un sabor nuevo a la existencia.

           
3.- El servicio de la comunidad cristiana se expresa en las ayudas y programas de rescate de niños, de jóvenes y de enfermos de los cientos de instituciones que llevan adelante las comunidades cristianas. Es ahí donde se demuestra que el servicio es salvación; o que hay que olvidarse de sí para rescatar al indigente; o que la generosidad y solidaridad es una actitud vital y se demuestra día tras día. Pero también hay que estar dispuesto a afrontar situaciones especiales. Es la invitación del Papa a las comunidades cristianas para que acojan a los refugiados; o denunciar a quienes provocaron la huida de la gentes de sus países, de sus casas y de sus trabajos; o descubrir a quienes asesinan a niños a patadas por ser cristianos, porque no merecen siquiera una bala; o los ahorcan; o los dejan que se ahoguen en el mar….






Domingo XXV (B): "Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos"

                                                                          DOMINGO XXV (B)


            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9,29-36.

            En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
            Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

            
1.- Texto. Marcos crea una escena durante un viaje de Jesús y sus discípulos, que termina en Cafarnaún, después del segundo anuncio de la pasión (Mc 9,30-32); la conclusión la repetirá en el capítulo siguiente con el párrafo dedicado a Juan y Santiago, cuando le piden ocupar los puestos más relevantes del futuro reino: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10,37).— Jesús zanja la discusión de los discípulos con una frase: «el primero será el servidor de todos», y un símbolo: situar a un niño en el centro de la comunidad del discípulado. El significado del gesto de amor de Jesús reafirma la enseñanza previa al dicho del servicio: la debilidad y la insignificancia social que manifiesta la niñez, contra el poder político-militar y relevancia económica de los jefes y poderosos, es la que encarna la dignidad de Jesús.


2.- Mensaje.- Jesús enseña con  su vida y ministerio dónde está la presencia del Reino, como enviado o embajador o representante del Padre. Cambia la ambición por el servicio, que es la expresión externa de la relación de amor, fundamento de la formación del grupo. El servicio puede llevar, además de la destrucción de la soberbia, que separa y enfrenta a los humanos, a dar la vida, al menos, a ponerla en riesgo. Si esta entrega se funda en el amor, entonces se trueca en salvación de aquellos a los que sirve. Salvar es liberar por dinero de la pena de muerte, hacer recuperar una tierra perdida, devolverle la libertad a un pobre vendido como esclavo. Se trata de las repercusiones humanizantes de unas relaciones de amor concretadas como servicio y entrega mutuas.

3.- Acción. Las condiciones que Jesús nos pone para entrar en el Reino son las mismas que entonces:  sufriremos persecuciones y padecimientos (Irak, Libia, Siria, la descalificación silenciosa del mundo occidental,  etc.), pero, precisamente por eso, seremos bienaventurados: «Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.» (Lc 6,22). La condición de ser débiles, que no poderosos; obedientes al Señor y no darle la espalda buscando nuestros intereses en contra del bien ajeno; sencillos, para no crearnos una vida complicada y artificial, que no corresponda a la verdad y a la realidad personal y social. Todo ello, como los niños. Ser serviciales con todos, haciendo el bien a los pobres y necesitados de cualquier bien de la vida. En 25 años hemos logrado reducir la mortalidad infantil un 53%, aunque aún mueran de hambre casi seis millones de niños. Hay que seguir luchando…