domingo, 29 de junio de 2014

Libros: De la fe y la increencia

             Creyentes y no creyentes en tierra de nadie


                                                                Francisco Torralba


por Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico OFM
Universidad Pontificia Antonianum

La pluma incansable de Francesc Torralba no deja de aportarnos magníficas reflexiones sobre las temáticas más actuales en lo que hace a las realidades sociales del mundo presente. Más de un libro por año, decenas de artículos en distintos medios, entrevistas, seminarios, presentaciones y un sinfín de eventos hacen de Torralba el autor más prolífico sin duda del panorama teológico español en cuestiones de actualidad. Nada que tenga alguna relevancia social ha quedado fuera de su pluma vigorosa: inteligencia espiritual, pedagogía del sentido, la hospitalidad, la educación y el silencio, el civismo planetario, el altermundialismo, y ahora el tema de la relación con los no creyentes, el pluralismo y el diálogo con los otros.
El punto de partida de la obra es la incapacidad para el diálogo cuando la premisa es la autoafirmación incondicionada y la negación de todo aquello que el otro pueda aportar como verdadero y con sentido. En los distintos ámbitos donde se ha desarrollado el diálogo apenas se ha llegado a una simple exposición de las propias posiciones. Unas veces, por cortesía, no se pasa de un melifluo dejar constancia de lo que se piensa; en otras, se llega a la descalificación y la burla; en ningún caso hay un verdadero diálogo. Los dialogantes, si lo son verdaderamente, deben saber estar en una tierra de nadie; perteneciendo a su propia tradición, han de afrontar cierto rechazo por parte de los suyos si quieren poder dialogar con los otros. Pero, paradójicamente, nuestra fe exige este éxodo espiritual hacia esa tierra de nadie donde puede darse el diálogo. Más que a los no creyentes, es a los creyentes a quienes nos importa que este diálogo sea posible. El Dios en el que creemos solo lo es si es Dios de todos y para todos. Cuando hay hermanos que lo niegan, no podemos estar tranquilos mientras no podamos comprender cómo es ese Dios. El diálogo con los otros es, en definitiva, un modo de clarificar nuestra propia fe.
Torralba divide el ensayo en nueve partes. En la primera pone la base para comprender la creencia y la fe, su estructura y tipologías. Analiza la naturaleza de la fe como llamada, don y voluntad, para concluir con la valoración de la dimensión pública y privada del acto de creer. Hecho esto pasa a analizar las formas espirituales de la no creencia en la segunda parte. Aborda la cuestión de los indiferentes, los alejados, los escépticos y los nuevos ateos, así como el fenómeno contemporáneo del nihilismo. Seguidamente, en las tercera y cuarta partes plantea las condiciones reales para el diálogo y el debate sobre los fines del mismo, así como identificar los escollos que dificultan la fluidez comunicativa entre creyentes y no creyentes: prejuicios, precomprensiones, resentimientos, endogamia, dogmatismo y paternalismo. Aclarados estos puntos difíciles, pasa Torralba, en la quinta parte, a buscar los campos de intersección. Se trata de una parte filosófica donde se visibilizan los ámbitos donde creyentes y no creyentes somos iguales: vivencias, necesidades, deseos, expectativas, anhelos y frustraciones. En el nivel de lo existencial, todos nos encontramos y es ahí, en la vida concreta donde podemos hallar un campo común de encuentro. Lo humano nos es común a todos.
Las partes sexta y séptima forman un díptico en torno a la espiritualidad de los no creyentes y de los creyentes. La espiritualidad no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino una predisposición humana de carácter universal que puede ser desarrollada en el marco de una comunidad de fe, pero también al margen de ella. La experiencia espiritual, la vida espiritual, es una realidad dinámica que integra lo personal, lo social y lo histórico, de modo que tanto el que se afirma creyente como el que lo hace no creyente, están en proceso, un proceso que les puede hacer llegar a lo opuesto de lo que vivían, como es el caso de las conversiones, tanto de no creyentes como de creyentes. En todos los casos se puede ver cómo la espiritualidad puede tener muchos apellidos. La espiritualidad no es un patrimonio exclusivo de los creyentes y, probablemente sea ahí donde nos podemos encontrar todos.
El último díptico de esta obra, conformado por las partes octava y novena, está dedicado a las dos realidades que ciertamente identifican lo humano como tal y donde todos, creyentes o no, estamos sumergidos: el amor y la esperanza. Solo el amor es digno de fe; una fe que no tenga su base en el amor, no es una fe humana, que genere y cree humanidad y nunca será una fe digna de Dios. El amor es lugar de encuentro y el único signo visible que otorga credibilidad a quienes creen en el Dios que predican como amor. Pero, la esperanza es, sin duda, la virtud fundamental. Es posible que sea el factor que distingue a los hombres, no la fe, sino la esperanza. La verdadera distinción no es entre creyentes y no creyentes, sino entre quienes esperan y quienes no. Los que esperan confían en el futuro y abren la puerta de la fe al amor, los que no esperan cultivan la desesperación, la desazón y el vacío existencial.
Dice Torralba que se trata de un cambio de paradigma que exige apertura de miras, fluidez, capacidad de interacción y de comunicación. Propugna una tercera vía: la que consiste en aprender a vivir juntos siendo diferentes, sin renunciar a la diferencia, pero identificando lo que nos une en el plano ontológico, ético, social, estético y político. Esta tercera vía supone, en sí misma, el cumplimiento último y verdadero del proyecto cristiano, que no es hacer más grande la Iglesia, incrementar el número de bautizados o extender la influencia de la comunidad creyente; es, construir el Reino de Dios y sólo puede ser construido con todos los hombres y mujeres de este mundo, independientemente de su creencia, de sus condiciones sociales y de su procedencia y cultura. El Reino de Dios es el que genera la esperanza en un mundo para todos. Quizás, en el mundo actual, la tierra de nadie sea otro nombre para el Reino de Dios.

PPC, Madrid 2013, 327 pp, 14,5 x 22 cm.



Espíritu de misericordia

                    La vida según el Espíritu

                                                           V


                                                      La irrupción de la misericordia

            Jesús inicia la presencia del Reino de Dios en la historia cuando proclama en Galilea: «Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios: arrepentíos y creed la buena noticia» (Mc 1,15). Poco antes, Juan habla de la necesidad de una penitencia personal para preparar el camino del Señor. Dios toma la iniciativa para recuperar a su criatura, pero es necesario que ésta deje un resquicio de libertad a su endiosamiento y autosuficiencia, que enmascara la maldad en el mundo; debe ceder su poder, en todos los niveles que comporta, a la relación gratuita del amor de Dios, que es la única que puede iluminar las situaciones reales de la persona. Por eso es muy fácil comprender que Jesús sea escuchado en los ámbitos de la pobreza y el pecado, en los que la debilidad abre el corazón a la influencia divina con más libertad, influencia que es de amor misericordioso. Hay dos parábolas que describen esta situación social y esta actitud personal.

           
Jesús es invitado por el fariseo Simón. Entonces se presenta en el convite una pecadora conocida por la gente, que «acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra» (Lc 7,37-38; cf. Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8.). Estas acciones de la mujer provocan, por las reglas de impureza, un juicio del fariseo con el que descalifica a Jesús por no conocer la clase de persona que le está besando los pies: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando, que es una pecadora» (Lc 7,39). Es entonces cuando Jesús propone esta parábola a Simón: «Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos le tendrá más afecto? Contestó Simón: —Supongo que aquel a quien le perdonó más. Le replicó: —Has juzgado correctamente» (Lc 7,41-43). El fariseo comprende la intención de Jesús por la respuesta que le da: amará más aquel a quien se le ha perdonado más.

           
Después de la parábola, Jesús explica a Simón que Dios ha sido muy benevolente con la mujer al perdonarle sus pecados: «Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra» (Lc 7,47). Es la razón del porqué responde la pecadora a Dios con tanto afecto mostrado en la unción, el perfume y, en definitiva, el gesto de besarle los pies como símbolo de amor a Jesús que se ofrece como intermediario de la salvación de la mujer. Ésta, arrepentida, y sintiendo la cercanía del amor misericordioso de Dios, encauza su amor y lo manifiesta en signos externos que explicitan la relación íntima que existe entre el amor y el perdón en Dios, la «misericordia entrañable» divina (cf. Neh 9,17; Flp 2,1), y entre el amor y la fe como respuesta del hombre a Dios. Por eso le dice Jesús a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz» (Lc 7,50), como antes se cuenta en las curaciones de la hemorroisa (cf. Lc 8,48), del leproso (cf. Lc 17,19) y del ciego de Jericó (cf. Lc 18,42), donde el que percibe la misericordia y se siente perdonado y revitalizado puede caminar en la paz.

           
Simón, como fariseo, basa la fe en la relación legal con Dios. Se fija en el creyente para que sus actos respondan a las exigencias de la Ley. Jesús, al contrario, pone su mirada en Dios. Por eso, viendo a la pecadora y hablándole a Simón, fundamenta la fe en el amor, que es la réplica a la Persona que ama previamente. Y con esta visión tan diferente es como Jesús, de nuevo, cuenta que un fariseo y un publicano suben al templo para orar (cf. Lc 18,10-14). Y los presenta de una manera contrapuesta al pertenecer a dos tipos sociorreligiosos distintos. El fariseo, mirándose a sí mismo, hace una oración de acción de gracias con una orientación horizontal, en este caso comparándose con el publicano. Es la beraká judía con la que se bendice a Dios por los dones que se reciben de Él. Y comienza su oración de forma negativa y fundada en el propio orgullo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador» (Lc 18,11). El fariseo observa las leyes del decálogo (cf. Éx 20; Dt 5), y a continuación refiere su obras: «Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo» (Lc 18,12), un ayuno que se cumple el lunes y el jueves y los diezmos que se pagan al Señor como dueño legítimo de la tierra de Israel, según prescribe el Deuteronomio (cf. 14,22-23; 12,6-7.17; Lev 27,30-32).

            El publicano es el que recauda para sí y para el Imperio, que no para Dios. Sin embargo su oración es vertical, su término es Dios. Por tanto tiene una compostura distinta a la del fariseo. Jesús lo describe con signos que remiten a una actitud interior humilde y arrepentida. Distante de la presencia del Señor, en la puerta del atrio de Israel en el templo, no se atreve a levantar los ojos al cielo y se da golpes de pecho (cf. Lc 23,48). Y esta compostura externa responde a la oración que hace, que no es de acción de gracias, sino de súplica: «Oh Dios, ten piedad de este pecador!» (Lc 18,13), y según la pauta que marca el Salmo (51,3): «Misericordia, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Su oficio le hace ser una persona impura en contraste con la pureza que los fariseos cumplen con rigidez.

            La solución que da Jesús es contraria a la opinión común de la gente: «Os digo que éste volvió a su casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado, quien se humilla será ensalzado» (Lc 18,14), y en línea con lo que antes subraya el Evangelista sobre los fariseos: «Vosotros pasáis por justos ante los hombres, pero Dios os conoce por dentro. Pues lo que los hombres exaltan lo aborrece Dios» (Lc 16,15). El publicano, por la confesión de su pecado, es declarado justo ante Dios, es decir, comprende y cree a Dios por el amor misericordioso que le restablece su condición de justo. El fariseo, por el contrario, se hace justo a partir de sus propias obras e invoca la presencia de Dios para que ratifique lo que él ya ha conquistado.

            Jesús extiende la actitud del fariseo a los que apoyan su vida en las riquezas (cf. Mc 10,25par), o en cualquier clase de poder (cf. Mc 10,42; Q/ Lc 4,1-13; Mt 4,1-11) que pueda ocultar la relación gratuita de Dios (cf. Mt 10,7-10). Sin embargo, Jesús no anula la potencia natural que vehicula la eficacia de la acción divina, tanto para el servicio a los demás, como para la unión con Él (cf. Mt 25,14-30). Incluso aconseja lucir las cualidades humanas como focos del amor de Dios para que alumbren al mundo sumido en las tinieblas del mal (cf. Mc 4,21par). El Espíritu de Dios ya está actuando en la vida y ministerio de Jesús.


Santos y Beatos: 1-5 julio

1 de julio
Ignacio Falzón (1813-1865)
El beato Ignacio Falzón, de la Orden Franciscana Seglar, nace en La Valetta (Malta) el 1 de julio de 1813; es hijo del abogado José Francisco Falzón y de María Teresa. En 1833 consigue el doctorado en Derecho Canónico y Civil en la Universidad de Malta. No ejerce la profesión de abogado ni se considera digno de recibir la ordenación sacerdotal. Se entrega a la oración, a la adoración al Santísimo y a las devociones a San José y a la Virgen María. Aprende inglés para dedicarse al cuidado espiritual de los soldados británicos que se preparan para la guerra de Crimea. Más de 650 sol-dados reciben el bautismo de sus manos. Vive una existencia silenciosa. Muere el 1 de julio de 1865, día de su 52 cumpleaños. Es enterrado en la iglesia franciscana de Santa María de Jesús, de La Valetta. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 9 de mayo de 2001.
Común de Santos Varones,
Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Ignacio la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

3 de julio
Tomás, Apóstol
El Evangelio de San Juan (20,24-29) nos relata la incredulidad de Santo Tomás sobre la resurrección de Jesús. El párrafo, que se construye para alabar a los que creen sin haber visto, pone en boca del discípulo de Jesús la proclamación de la fe cristológica del NT: «¡Señor mío y Dios mío!».
Común de Apóstoles
Oración. Señor Dios, concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu apóstol Santo Tomás; que él nos ayude con su protección, para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tuapóstol reconoció como su Señor y su Dios. Él, que vive y reina contigo.
4 de julio
Isabel de Portugal (1270-1336)
Santa Isabel de Portugal, de la Orden Franciscana Seglar, nace hacia 1270, en Zaragoza o Barcelona (España); es hija de Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, y nieta de Jaime I el Conquistador. A los 12 años es pedida en matrimonio por los príncipes herederos de Inglaterra y de Nápoles y por don Dionís, rey de Portugal, al que se le acepta. El 11 de febrero de 1282 contrae matrimonio por poderes en la capilla de Santa María del palacio real de Barcelona. Mujer humilde, paciente, servicial con los ciudadanos de su pueblo. Tiene dos hijos: Constanza y Alfonso, que en el futuro sería Alfonso IV el Bravo. Interviene en el Concordato entre la Santa Sede y Portugal y en la fundación de la Universidad de Coimbra. Cede su dote a la hija de don Alfonso, hermano de don Dionís, y con ello evita una guerra civil. Favorece las relaciones entre portugueses y castellanos. Es una defensora de la paz entre ambos reinos, entre su marido e hijo, entre su hijo y su nieto Alfonso XI de Castilla, entre la familia real y el pueblo. Construye iglesias y hospitales. Peregrina a Santiago. Muere el 4 julio 1336 en el castillo de Estremoz. Sus restos reposan en Santa Clara de Coimbra. El papa Urbano VIII la canoniza el 25 mayo de 1625.
Común de Santas Mujeres
Oración. Señor Dios, tú nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a ti y al prójimo; concédenos que, imitando la caridad y la defensa de tu paz de Santa Isabel de Portugal, podamos ser un día contados entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

4.1 de julio
                                     
                Cesidio Jaime Antonio de Fossa (1873-1900)
San Cesidio Ángel nace en Fossa (Áquila. Italia) el 30 de agosto de 1873. Se siente atraído por la vocación francis-cana al orar con frecuencia ante las tumbas de los beatos Bernardino de Fossa y Timoteo de Monticchio, sepultados en el convento de Ocre. Inicia el noviciado el 21 de noviembre de 1891. Realizados los estudios eclesiásticos, se dedica a la predicación. Se prepara en Roma para ir a las misiones. Viaja a China y se pone al servicio de la misión que dirige el obispo Antonino Fantosati. Aprende la lengua china y se entrega por entero a la misión, sirviendo los sacramentos y testimoniando con su vida el valor de la fe. El 4 de julio de 1900, los bóxers lo asesinan a golpes de lanza. El 1 de octubre del año 2000, el papa Juan Pablo II lo canoniza; antes había sido beatificado por el papa Pío XII el 24 de noviembre de 1946.
Común de Mártires
Oración. Dios de misericordia, que infundiste tu fuerza a San Cesidio para que pudiera soportar el dolor del martirio, concede a los que hoy celebramos su victoria vivir defendidos de los engaños del enemigo bajo tu protección amorosa. Por nuestro Señor Jesucristo.

5 de julio
Junípero Serra (1713-1784)
El beato Junípero Serra nace en Petra (Mallorca. España) el 24 de noviembre de 1713; es hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores. Entra en la Orden en 1730 en Palma de Mallorca. Ordenado sacerdote en 1737, es profesor de filosofía. Alcanza el grado de doctor en la Universidad del beato Raimundo Lulio en 1742. En 1749 viaja al Colegio de San Fernando, en México. Evangeliza durante ocho años las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Maestro de novicios en la Ciudad de México. Los jesuitas son expulsados de México en 1767 y Fr. Junípero es nombrado presidente de sus misiones en Baja California. En 1769 evangeliza la Alta California y funda las misiones de San Diego (1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776), Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782). Defiende los derechos de los indios ante el Virrey Bucarelli en 1773. Muere el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 25 de septiembre de 1988.
Común de Pastores o de Santos Varones

Oración. Oh Dios, por tu inefable misericordia, has querido agregar a tu Iglesia a muchos pueblos de América por medio del beato Junípero Serra; concédenos, por su intercesión, que nuestros corazones estén unidos a ti en la caridad, de tal manera que podamos llevar ante los hombres, siempre y en todas partes, la imagen de tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo. Que vive y reina contigo.