domingo, 5 de octubre de 2014

Sobre Zubiri

                Una propuesta estructural
                 de lectura de la trilogía teologal de Xavier Zubiri

                                                



                              de Francisco Correa Schnake
                                                                                                              Facultad de Teología,
                                                                                                                          Pontificia Universidad Católica de Chile.


                                                 por J. P. Miñambres
                                                          Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                          Pontificia Universidad Antonianum

Francisco Correa
A los ojos de la mayoría, Zubiri (1898-1983) es reconocido como un notable filósofo, quizás uno de los más grandes del siglo XX, dedicación por la que ha transcendido y sobresalido su labor. Y es cierto, pero no en manera exclusiva. En la esfera personal, Zubiri fue una persona de profundas y permanentes convicciones de fe, heredadas desde niño en el núcleo familiar. A la vivencia religiosa se unía en él una constante preocupación intelectual por la cuestión de Dios y lo religioso. No se debe olvidar su pasado como sacerdote y que, de hecho, su primer doctorado fue en teología. Él mismo admite al recibir el honoris causa en esta materia por la Universidad de Deusto: «La teología es una de las fibras más íntimas de mi realidad personal» (X. Zubiri, Escritos Menores, Madrid 2006, 313). Por esta razón, existe hoy entre los investigadores más jóvenes de la obra de Zubiri, tanto españoles como iberoamericanos, un gran interés por desarrollar el estudio de su pensamiento religioso, lo que ha provocado una oleada de tesis doctorales y artículos al respecto. Aquí existe un gran campo de investigación abierto, todo un mundo por explorar en lengua castellana que puede aportar potenciales posibilidades, propuestas y respuestas a los desafíos de la fe y de la teología futura.
U. Católica de Chile
El libro que presentamos se encuadra dentro de esta tendencia. Se trata de la tesis doctoral en Teología de Francisco Correa Schnake, defendida en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile en noviembre de 2008. Cuatro años después viene publicada y puesta a disposición del público general en la colección de estudios de «Teología y vida», revista teológica de esta misma facultad. Sabemos que las investigaciones doctorales tienen una serie de rasgos propios que las constituyen en género: son escritos técnicos y específicos, destinados más a especialistas que a lectores ocasionales. Este es el caso presente. La comprensión y valoración de esta indagación requiere un conocimiento previo de la filosofía de Zubiri, cosa nada sencilla ni rápida. Por eso parece destinada en primer término al juicio de los expertos en el pensamiento de Zubiri.
En efecto, la tesis que Francisco Correa propugna, tiene una finalidad preponderantemente interpretativa, es decir, pretende dar una clave de lectura general y apropiada «que permita una comprensión coherente del pensamiento teologal zubiriano en el conjunto de su filosofía» (p. 19). Es un intento de respuesta a lo que se denomina la cuestión hermenéutica del corpus zubiriano. Tal problema nace del hecho de que el despliegue mismo del pensamiento tanto filosófico como teológico de Zubiri, siempre en continúa gestación, no fue lineal ni homogéneo. El Zubiri adulto nunca quiso que se tuvieran en cuenta sus primeros escritos al considerarlos poco representativos de su pensamiento final, lo cual hace pensar que es desde aquí desde donde se deben tomar los criterios para la valoración del mismo: la obra de madurez de Zubiri es el principio hermenéutico de su pensamiento. Esto sirve en grado especial para los escritos publicados con carácter póstumo, provenientes la mayor parte de sus cursos orales, que, bajo este punto de vista, quedan anticuados en algunos de sus desarrollos. El grueso de la producción teológica madura de Zubiri se remonta a la década de los setenta, pero es anterior a su obra filosófica última. Es obvio sospechar que, si ésta se hubiera forjado antes, muchos de los temas tratados en los escritos teológicos tendrían un aspecto considerablemente distinto. Paradigmático resulta el caso del concepto de religación, que desde los años treinta hasta su muerte no cesa de ser revisado. Por lo general, los expertos consideran que la madurez de Zubiri se alcanza en su trilogía Inteligencia sentiente, escrita pocos años antes de su muerte. Por eso, Correa estudia esta obra filosófica y busca la estructura fundamental que la sustenta y articula, para utilizarla como clave de lectura de la trilogía teologal, compuesta con anterioridad. En concreto, lo que pretende mostrar es que «la “estructura binaria” fundamental de Inteligencia sentiente, constituida por la “aprehensión primordial” de realidad o “actualización de lo real” y las “reactualizaciones ulteriores o Logos y Razón” […], permite ordenar estructuralmente, en coherencia con su planteamiento filosófico más desarrollado, el pensamiento teologal zubiriano que se articula en torno a la “religación” como “fundamento-fundamentante” de la experiencia humana de encuentro con Dios o experiencia teologal, que es siempre individual, social e histórica, con sus “plasmaciones ulteriores” entendidas como “religión-religiones” y cristianismo-deiformación”, como expresión de plenitud que se da en un proceso de madurez desde la religación» (p. 20).
En función de este objetivo el autor estructura su disertación en tres partes de desigual longitud y profundidad.
La primera tiene un contenido netamente filosófico. Que la teología emplee categorías filosóficas no debe causarnos sorpresa. Si lo que se pretende es que el quehacer teológico esté a la altura de la cultura actual y dialogue con ella, debe confrontarse con naturalidad con el pensamiento que produce. Sobradamente noto es el ejemplo de Tomás de Aquino, que conoció muy a fondo las ideas de Aristóteles y usó sus nociones para vehicular su propia reflexión teológica. Exactamente igual sucede con Zubiri, aunque en este caso él mismo sea el creador de la filosofía que sustenta su teología. Es preciso conocer su planteamiento filosófico, porque, sin esta base, a duras penas se podrá sopesar en toda su amplitud la propuesta teológica de Zubiri. En ningún caso, esto significa que Correa minusvalore la dimensión teológica. Al contrario, la clarificación y precisión de la filosofía de Zubiri constituye un medio indispensable, un instrumento original y de primer orden que servirá posteriormente para enriquecer y ahondar en los contenidos teológicos. Los cinco capítulos de que se compone esta primera parte tienen tal cometido. En el primero, se realiza una breve introducción biográfica y se señalan las influencias filosóficas de su pensamiento, algo siempre útil dada la complejidad de la figura de Zubiri; servirá especialmente para aquellos que desconozcan al personaje y el mundo en el que se movió. En los restantes cuatro capítulos, el autor entra en materia, analizando las nociones de «realidad», «actualidad» y «verdad» que son las que aclaran el sentir inteligente. Para Zubiri la intelección humana es formalmente mera actualización de lo real en la inteligencia sentiente. Hay ante todo un modo primario y radical, la aprehensión primordial de realidad, cuya esencia consiste en implantarnos en la realidad; en él, lo aprehendido se actualiza directa, inmediata y unitariamente en y por sí mismo; es una aprehensión directa, porque que no es una representación; es inmediata, porque se da sin inferencias de razonamientos del orden que fuere; y es unitaria, porque, a pesar de la gran complejidad de su contenido, éste viene aprehendido compactamente. Además existen otros modos ulteriores de actualización que son «re-actualizaciones» y atiende a la actualidad campal y mundanal de toda realidad: son el logos y la razón. No se trata de otras actualizaciones, sino de la actualidad de la cosa como actualizada respecto a otra realidad. Ambos modos de intelección son un dinamismo y una marcha que acontecen dentro ya de la realidad misma, dentro de la unidad modal del inteligir.
Instituto Teológico de Murcia OFM
Con estas pautas adquiridas, la segunda parte cuida de exponer sistemáticamente la verdadera y propia obra teologal de Zubiri. En primer término, el autor introduce una serie de consideraciones que nos parecen imprescindibles como prolegómeno, tales como el contexto y la cuestión hermenéutica que subyacen a la misma. En un curso durante el año 1971-1972 es donde Zubiri diseña y desarrolla lo que pensaba debía ser un planteamiento abarcador del problema teologal del hombre con tres momentos internamente conexos, cada uno incoado o fundado en el anterior y, a la vez, despliegue suyo: el hombre y Dios, la historia de las religiones y el cristianismo como religión singular. En primer lugar, está el problema de Dios, que, según Zubiri, lo tiene el hombre planteado ya, por el mero hecho de ser hombre; la realidad humana posee «de suyo» una constitutiva dimensión teologal por vía de la religación, vía que sintetiza prácticamente todos los elementos de su propia filosofía: el hombre está religado al poder de lo real, fundamento último que le impele y posibilita su realización. De esta experiencia fundamental, en segundo lugar, nacen las posibles respuestas, que no son otras que las diversas religiones que en la historia de la humanidad han sido e, incluso, otras formas de vida al parecer irreligiosas como el ateísmo, el agnosticismo y la indiferencia. Estas respuestas son plasmaciones de la religación. Por último, está el cristianismo, transcendencia histórica de esa gigantesca experiencia individual, social y teologal de la humanidad según su condición de deiformación y, por ello, solución final del problema radical del hombre; por la encarnación, Cristo se convierte en la puerta de acceso a Dios mismo, reclamando una adhesión global a su persona con decidida pretensión de universalidad. Este hecho impulsa a Zubiri a traspasar las fronteras de la filosofía y a adentrarse por los caminos de la teología repensando sus temas concretos: la revelación, el dogma, la Trinidad, la creación, la encarnación, los sacramentos, la Iglesia, la escatología. Correa lee la triada religación, religiones, cristianismo a la luz de la triada intelectiva aprehensión primordial de realidad, logos y razón. Ambas se sintetizan en la más básica estructura binaria actualización-reactualizaciones, de modo que el papel primordial atribuido a la aprehensión de realidad viene concedido a la religación, y el dado al logos y la razón se equipara al de las religiones y el cristianismo.
Por último, la tercera parte consiste en un tentativo de resumen, valoración crítica y verificación de lo hasta entonces tratado. Originales son las perspectivas teológicas que el autor apunta. Es consciente de la radicalidad de las ideas de Zubiri que surgen de un nuevo horizonte, constituyen un nuevo método de acceso a Dios y dan una nueva visión unitaria de la filosofía y la teología. No por ello dejan de tener ciertas dificultades por su carácter filosófico, intemporal y evolutivo.
ITM e iglesia La Merced
Francisco Correa nos entrega un trabajo sugerente. Ha logrado penetrar y exponer con claridad el complejo pensamiento de Zubiri, expresado con un vocabulario propio y particular. Destacamos muy brevemente dos aportes que su lectura deja traslucir meridianamente. Por un lado, valioso es el énfasis que coloca sobre la estructura más general del sentir intelectivo, que él considera que es el binomio «actualización-reactualizaciones». Ciertamente el concepto de «actualización» es la esencia del pensamiento zubiriano maduro sobre la intelección. Además está a la base del carácter noérgico sobre el que se asienta la explicación teologal. El hombre está en la realidad y ésta ejerce una fuerza de imposición, una dominancia. La religación es la realidad apoderándose de nosotros: actualiza en nuestra mente el perfil del poder de lo real que de nosotros se apodera. Por otro lado, el autor marca con vigor uno de los aportes más geniales de Zubiri en la comprensión de la intelección: la modalización y la ulterioridad. Zubiri concibe el inteligir no monolíticamente, sino como tres momentos, tres estadios internamente conexos, cada uno fundado en el anterior y, a la vez despliegue interno suyo. El fundamento de esta modalización y ulterioridad es el «hacia» como apertura trascendental en sus diversas líneas. En el aspecto teológico la estructura es similar pues Zubiri diferencia entre experiencia teologal y experiencia teológica. Lo teologal es lo que envuelve la versión al problema de Dios; es una experiencia metafísica y de busca de fundamento. En cambio, lo teológico es lo que envuelve a Dios mismo. Lo teologal es para Zubiri más amplio que lo teológico; lo teológico se engarza y tiene su raíz en lo teologal.

Anales de la Facultad de Teología 4, Suplementos a Teología y Vida, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago 2012, 297 pp., 16,5 x 24 cm.
                       


Reconciliación IV: Comunión

            LA RECONCILIACIÓN

                                                                        IV


                                                                        La comunión

El ministerio de Pablo, como el de todos los seguidores de Jesús, que anuncian su cruz y resurrección, expresa la voluntad de Dios de «que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad [por el] mediador el hombre Cristo Jesús» (1Tim 2,4-5). Y la verdad última es la comunión con Dios y con todos los hombres comprendidos como hermanos e hijos de un mismo Padre. Es decir, el objetivo de la reconciliación es estructurar filialmente la historia.

           
En el relato yawista de la creación el nacimiento del hombre se simboliza modelando el Señor la arcilla extraída del suelo y soplando en su nariz el aliento de la vida (cf. Gén 2,7). El párrafo indica que la humanidad está religada radicalmente a Dios de manera que existe una tendencia natural de unión entre el hombre y Dios. De hecho, el relato sacerdotal ahonda el deseo innato de unión del hombre con su fundamento trascendente al llevar siempre en su historia la imagen y semejanza divina (cf. Gén 1,26). Rota la imagen por el pecado, Dios toma la iniciativa para relacionarse con su criatura en un plano personal para salvarla. Elige a Israel y sella una Alianza con él por medio de un sacrificio y una comida para representar la unión mutua (cf. Éx 24,1-11). Jesús, hijo de Israel, proclama la presencia de Dios en la vida humana, y los cristianos, por la fe en él, entienden que la relación definitiva de Dios con su criatura, iniciada al principio de los tiempos, se lleva a cabo con la encarnación de su Hijo (cf. Jn 1,14; Rom 8,3; Gál 4,4). Él es el que revela que el Señor es el que llama y pone un nombre al hombre para recrearlo y establecer relaciones duraderas y estables, de comunión (cf. Ef 1,18; 4,1.4). Y por medio de él —ahora el hombre es imagen de Cristo, y Cristo es imagen de Dios— es como se realiza la comunión con Dios. Porque, si ha sido en la historia donde el hombre se ha distanciado, Dios quiere que un hombre en la historia rehaga la creación, que ha infectado por el pecado, y restaure la relación con Él.

           
Jesús sienta en su mesa a los marginados de la sociedad (cf. Mt 9,11; 11,19) y redescubre los lazos que unen a todos los humanos, ejemplificados en la familia que formaliza en su ministerio por Palestina, fundada en la escucha de su palabra y en el cumplimiento de la voluntad del Padre (cf. Mc 3,35). A esta familia se entra por el bautismo (cf. Mt 28,19), y ella permanece unida a Jesús al hacer memoria de la Última Cena que celebra con sus discípulos: «La copa de bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Uno es el pan y uno es el cuerpo que formamos muchos; pues todos compartimos el único pan» (1Cor 10,16-17). La comunión con Cristo lleva consigo la comunión entre todos los que componen la comunidad cristiana, y la comunión con el cosmos, representado en los símbolos del pan y el vino, donaciones de la naturaleza y elaboraciones humanas, pero que, en la tradición israelita, entrañan la vida que el Señor regala al hombre y con la que muestra su amor ilimitado, ya que el hombre existe por la comida y la bebida, y se realiza por una relación de amor, que es la imagen y semejanza del amor divino (cf. Gén 2,24). El cristianismo confiesa que el Señor renueva la relación con su creación por medio de su Hijo, por quien ha creado todas las cosas (cf. Col 1,16), que se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14; Rom 8,3; Gál 4,4) y ofrece la posibilidad de comunión con el Padre: «Fiel es Dios, el que os llamó a la comunión con su Hijo» (1Cor 1,9).

            En efecto. La comunión de los cristianos entre sí y con el cosmos, que nace de su comunión con Cristo, comprende la comunión con el Padre, y se establece en los parámetros de las relaciones del Hijo y del Padre: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros» (Jn 17,21). La comunión de los hombres en la historia se funda teológicamente en las relaciones que Jesús mantiene con Dios (cf. Mc 14,36; Q/Lc 10,21-22; Mt 11,25-27), y que Juan objetiva en los términos aducidos. Así la comunión del Padre y del Hijo se constituye en el arquetipo de la comunión de Dios con los hombres y de éstos entre sí.

           
La experiencia en la historia de la comunión con el Padre y con el Hijo se hace gracias al Espíritu de Dios (cf. Rom 8,9) y de Cristo (cf. Gál 4,6). Tanto el Padre como el Hijo son Espíritu (cf. Jn 4,24; 2Cor 3,17), es decir, son amor, y cuando afirman una relación de amor se manifiestan en y por su Espíritu. El Espíritu, la comunión en amor y por amor del Padre y del Hijo (cf. 2Cor 13,13), su clima eterno, es enviado por ellos (cf. Hech 2,33) para crear la comunión en toda la creación. El Espíritu origina, mantiene y potencia la relación filial y fraterna de todas las criaturas, y hace posible el amor y la concordia entre todos los seres (cf. Ef 2,2). Es el que prosigue en la historia la voluntad de reconciliación de Dios con sus criaturas y el que desarrolla de una forma práctica el plan reconciliador de Jesús, instalando la comunión que él significa y obra en la Trinidad. Porque el Padre engendra a su Hijo y se comunica a su Hijo en el Espíritu, como el Hijo se entrega al Padre y conoce al Padre en el Espíritu; es la pura relación de amor, cuyo reflejo e imagen transfiere a todos los hombres. El amor que define a las Personas en la Trinidad y su  relación mutua, identificándolas, es el mismo amor con que el Espíritu hace que se relacionen sus criaturas y éstas con Dios: con los hijos según el Padre, con sus hermanos según el Hijo. Pero el amor de los hermanos entre sí, de los hijos con respecto al Padre, es un proceso inserto en el proyecto de filiación de toda la creación. Y se hace por la ejecución de las esperanzas; de aquellas esperanzas que se conquistan paso a paso para proseguir la humanización deseada y querida por Dios y para que todos alcancen la dignidad inscrita en su ser desde su creación.

            El Hijo de Dios se ha encarnado (cf. Jn 1,14; Rom 8,3; Gál 4,4) para activar los mecanismos de bondad insertos en la historia: «... el reconocimiento de Dios no se opone de ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esa dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios: pues el hombre ha sido constituido inteligente y libre en la sociedad por Dios creador; y, sobre todo, es llamado a la misma comunión de Dios como hijo y a la participación de su misma dignidad. Enseña, además, la Iglesia que la esperanza escatológica no disminuye la esperanza de las tareas terrenas, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su cumplimiento» (GS 21). De ahí, la necesidad de crear paradigmas donde cada persona se sienta situada en la historia según su identidad y misión, la necesidad de reactivar la reconciliación y comunión entre todas las criaturas que componen la creación.



Santos del 6 al 12 de octubre

            6 de octubre

                                                                   
  
                                                María Francisca de las 5 Llagas (1715-1791)

       Santa María Francisca de las cinco Llagas de Nuestro Señor Jesucristo, Virgen de la Orden Franciscana Seglar, nace en Nápoles (Campania. Italia) el 25 de marzo de 1715, hija de Francisco Gallo y Bárbara Basini, comerciantes. Viste el hábito franciscano el 8 de septiembre de 1731 y profesa los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. Sigue la espiritualidad franciscana de venerar la Pasión del Señor y a la Virgen bajo la advocación de la “Divina Pastora”, cuyo culto difunde por doquier. Por sus visiones, revelaciones y éxtasis la autoridad eclesiástica la vigila durante siete años. Muere el 6 de octubre de 1791, a la edad de 76 años. Su cuerpo es depositado en la iglesia de Santa Lucía del Monte, de Nápoles, junto a San Juan José de la Cruz. El papa Pío IX la canoniza el 29 de junio de 1867.

Común de Vírgenes

Oración. Padre de misericordia, que en la virgen Santa María Francisca nos dejaste una imagen viva de tu Hijo crucificado, concédenos, por su intercesión, asemejarnos a Cristo en la tierra y ser glorificados con ella en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


           6.1 de octubre
María Ana Mogas Fontcuberta (1827-1886)

La beata María Ana nace en Corró del Vall-Granollers (Barcelona. España) el 13 de enero de 1827; es hija de Lorenzo Mogas y Magdalena Fontcuberta. Conoce a María Valdés y a Isabel Yubal, Capuchinas exclaustradas, que se dedican a la educación de la niñez. Las asesora el beato José Tous Soler, franciscano capuchino exclaustrado. El 13 de junio de 1850, María Ana inicia su vida religiosa con sus compañeras en Ripoll. Emite sus votos el 25 de junio de 1851. Dirige la Escuela bajo la inspiración mariana. María, la Virgen Madre, Divina Pastora, es considerada por la fundadora y sus hermanas religiosas la suprema Abadesa del Instituto. El 10 de diciembre de 1865 se traslada a Madrid para rehabilitar a las jóvenes prostitutas y seguir educando a los niños pobres. Desde Madrid parten las hermanas para fundar en otras ciudades de España. Muere el 3 de julio de 1886 en Fuencarral (Madrid). El papa Juan Pablo II la beatifica el 6 de octubre de 1996.

Común de Vírgenes

Oración. Oh Dios Amor, que suscitaste en el corazón de la beata María Ana un amor maternal y un espíritu de sacrificio para educar a las niñas y cuidar a los enfermos, concédenos que, alentados por su ejemplo y cumpliendo fielmente tu mandato, demos testimonio de tu caridad en el servicio a los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.


             10 de octubre
Daniel y Compañeros, Mártires de Ceuta (†1227)

En el año 1227, los hermanos Ángel, Samuel, Dónulo, León, Hugolino, y Nicolás, pertenecientes a la Toscana (Italia), piden permiso al Vicario General de la Orden, Elías de Cortona, para predicar el Evangelio a los musulmanes. Viajan a España. Aquí se les une Daniel, Ministro Provincial de Calabria, que fue su superior y les espera para dirigirse a Ceuta. Daniel y sus compañeros zarpan desde Tarragona el 20 septiembre de 1227. Poco después llegan a Ceuta, donde se hospedan en un pueblo cercano habitado por comerciantes cristianos. El 1 de octubre predican la fe en Jesucristo como único mediador de la salvación. Provocan a los creyentes musulmanes, que los maltratan, apalean y torturan, encarcelándolos después. Ante la presión de la gente, las autoridades los sentencian a muerte, decapitándolos el 10 de octubre. Los cristianos recogen lo que queda de sus cadáveres vapuleados, y los trasladan a iglesias de España y Portugal. La muerte de estos mártires tuvo lugar un año después de la muerte de San Francisco y ocho años después de los mártires de Marruecos (cf. 16 de enero). El papa León X los canoniza el 22 de enero de 1516.

Común de Mártires

Oración. Dios de bondad y misericordia, que concediste a los santos Daniel y compañeros mártires la gracia de morir por Cristo, ayúdanos en nuestra debilidad, para que, así como ellos no dudaron en morir por ti, nosotros nos mantengamos fuertes en la confesión de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

         10.1 de octubre


         Ángela María Truszkowska (1825-1899)

La beata Ángela María nace el 16 de mayo de 1825, en Kalisz (Polonia). Su familia se traslada a Varsovia en 1837. En la catedral de Colonia (Alemania) experimenta la llamada del Señor para servir a los pobres y necesitados, llevando una vida de oración y sacrificio. En 1854 se entrega a los niños abandonados y a los ancianos sin casa de Varsovia. Ingresa en la Orden Franciscana Seglar. El 21 de noviembre de 1855, ante el icono de María y junto a su prima, se consagra al Señor: aquí comienza la comunidad de las religiosas Felicianas o de San Félix de Cantalicio, con el ideal de que el Señor sea conocido, amado y glorificado. La comunidad es suprimida por el gobierno ruso en 1864, pero continúa en secreto bajo la guía espiritual de la fundadora, que muere el 10 de octubre de 1899. El papa Juan Pablo II la beatifica el 18 de abril de 1993.

Común de Vírgenes

Oración. Señor y Dios nuestro, te pedimos que la beata Ángela María, virgen, tu fiel esposa, encienda en nuestro corazón la llama de la caridad divina que ella suscitó en otras vírgenes, para gloria perpetua de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.

           11 de octubre


         Juan XXIII, Papa (1881-1963)

San Juan XXIII, de la Orden Franciscana Seglar, nace el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (Bérgamo. Italia). Después de cursar los estudios eclesiásticos, es ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904 en Bérgamo. En 1905 enseña Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo. En 1921 es presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe. El papa Pío XI lo consagra arzobispo de Areópolis y lo nombra enviado oficial para Bulgaria el 3 de marzo de 1925. El 12 de enero de 1935 es elegido delegado apostólico para Turquía y Grecia. Ayuda a miles de judíos en la persecución nazi. El 23 de diciembre de 1944, el papa Pío XII lo nombra nuncio apostólico de Francia, y el 12 de enero de 1953, cardenal presbítero y patriarca de Venecia. El 28 de octubre de 1958 es elegido Papa. El 25 de enero de 1959 anuncia el Concilio Vaticano II, el I Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. El 11 de octubre de 1962 abre el Concilio Vaticano II en San Pedro. Muere en Roma el 3 de junio de 1963. Juan Pablo II lo beatifica el 1 de octubre del año 2000 y Francisco lo canoniza el 27 de abril del año 2014.

Común de Pastores

Oración. Dios de bondad y misericordia, que en San Juan XXIII, papa, has hecho resplandecer ante el mundo el ejemplo de un buen pastor, concédenos, por su intercesión, difundir con alegría la plenitud de la caridad cristiana. Por nuestro Señor Jesucristo.

             12 de octubre


        Nuestra Señora del Pilar

La Virgen María se apareció en Zaragoza sobre una columna. Es la Patrona de la Hispanidad. Pío XII concede a todas las naciones de América la posibilidad de celebrar la Misa que se celebra en España.

                        Común de María Virgen

Oración. Dios eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por nuestro Señor Jesucristo.

12.1 de octubre

Serafín de Montegranario (1520-1604)

San Serafín nace en 1540 en Montegranario (Áscoli Piceno. Italia); es hijo de Jerónimo Rapagnano y Teodora Giovannuzzi. Se gana el pan trabajando como leñador y como pastor hasta que fallecen sus padres. Ingresa en la fraternidad de Tolentino (Macerata) de los Franciscanos Capuchinos en 1538 y hace el noviciado en Jesi (Ancona), dos conventos de Las Marcas de Italia. Se distingue por su sencillez, vida de penitencia y oración, práctica que había desarrollado cuando era pastor. Su entrega a los pobres y desfavorecidos es permanente, sintiéndose uno de ellos, pues compartía sus carencias y sufrimientos. Sus devociones principales son la Eucaristía y la Virgen María. En Áscoli es consejero de muchos dignatarios de la vida eclesiástica y social de entonces. Muere el 12 de octubre de 1604. El papa Clemente XIII lo canoniza el 16 de julio de 1767.

Común de Santos Varones


Oración. Padre de bondad, que en el bienaventurado Serafín, lleno de los dones del Espíritu, nos dejaste un testimonio admirable de las riquezas del corazón de Cristo, concédenos la gracia de tu sabiduría y vivir en plenitud el Evangelio que nos anunció tu Hijo. Él, que vive y reina contigo.