viernes, 4 de abril de 2014

Las siete palabras. III

                       



                                III

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso»



«Con él crucificaron a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda» (Mc 15,27par). El dato apunta a que Jesús es crucificado en una condena colectiva. No es solo él al que se ejecuta. Se habla de bandidos, de malhechores en correspondencia a la cita de Isaías (53,12) que afirma que el siervo «fue contado entre los pecadores», o como se queja Jesús cuando es apresado en Getsemaní (Mc 14,48; Mt 26,55). Los reos crucificados, que alteran el orden público o desobedecen los preceptos divinos, son dos y, contando con Jesús, suman un número emblemático. Para Juan (19,18), Jesús está en el centro, entre los dos; los Sinópticos dicen lo mismo, pero colocados «a su derecha y a su izquierda»; y «lo injuriaban» (Mc 14,32par).
Con este dato, Lucas elabora un párrafo continuando las ofensas de los soldados y los jefes del pueblo. Presenta a los dos bandidos de una manera antitética, como lo ha hecho con Zacarías y María (Lc 1,5-38), Jesús y Juan (7,33-34), Marta y María (10,38-42), el rico y el pobre (16,19-31), el fariseo y el publicano (18,9-14). Así uno le injuria, el otro no: «Uno de los malhechores colgados lo insultaba: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. El otro le reprendía: Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; éste, en cambio, no ha cometido ningún crimen» (Lc 23,39-41). El malhechor apela al poder mesiánico para eludir el calvario de la cruz. Éste, en el tiempo de Lucas, es fuente de salvación, y a ella se remite el «mal ladrón». Jesús guarda silencio, como lo ha hecho con las injurias anteriores. La respuesta la recibe de su compañero, que le llama la atención sobre el temor al juicio divino al que se va a someter muy pronto. Este juicio también sobrevuela su conciencia y, comparándose con la inocencia de Jesús, la abre a la responsabilidad de su propio pecado. Reconocerse pecador es el primer paso de la conversión, que se afianza con una llamada a la misericordia de Jesús, tan típica en la teología de Lucas (10,25-37), porque «no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan» (Lc 5,32). La declaración de la inocencia de Jesús que viene de uno de los malhechores contrasta con la solicitud de muerte para Jesús por parte de los garantes de la religiosidad judía (Lc 23,18.20.23).

Entonces se dirige a Jesús al estilo de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10,37). El ajusticiado desea participar de la gloria de Jesús, como los discípulos, cuando venga al final de los tiempos con la resurrección de los cuerpos y el juicio universal. «Y añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí». En la pasión de Lucas, cada intervención de Jesús es salvadora, se orienta a hacer el bien: «Le contestó: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,42-43). La salvación que espera el crucificado para el final del tiempo se adelanta al momento de su muerte. No hay que esperar que la historia termine. Lucas subraya varias veces que la salvación que ofrece Jesús es actual. Así lo proclama en la sinagoga de Nazaret cuando lee el libro de Isaías (61,1-2) en la presentación del Reino (Lc 4,21) y lo lleva a cabo en la visita a la casa de Zaqueo (19,5.9). Ahora lo aplica a su compañero en el dolor, al cual también le hace partícipe de su destino glorioso en la presencia de Dios inmediatamente después de la muerte. La salvación pasa de la imprecisión del futuro a la certeza del presente. Y es un presente liberador no tanto en compañía de Jesús cuanto en su comunión y participación de su gloria (cf. 1Tes 5,10; 2Cor 5,8). Esta gloria, paraíso, está más allá y es más pleno que el reservado a los justos que están en espera de la resurrección final según el pensamiento judío de entonces.