sábado, 20 de febrero de 2016

Alegrías de la penitencia Inteligente

                                      ALEGRÍAS  DE  LA  PENITENCIA  INTELIGENTE  

                         
Elena Conde Guerri
Facultad de Letras
Universidad de Murcia

El tiempo de Cuaresma parece propicio para reflexionar sobre la conveniencia o la necesidad de abstenerse de determinadas cosas o, en su caso, de practicar aquello que implique una ascesis encaminada a que la persona sea mejor, sea capaz de lograr el punto entre las tendencias antagónicas que intentan desequilibrar a la frágil naturaleza. El enigma reside aquí, a mi entender, en fijar la meta trascendente que justifique las incomodidades de un itinerario de privaciones voluntarias sólo porque sí. La Antigüedad ya entendía de estas actitudes existenciales y el filósofo Zenón de Citio fue el propulsor de la doctrina estoica que se expandió con éxito a lo largo del tiempo  y tuvo en Lucio A. Séneca a su representante más excepcional. Séneca, nacido en una familia aristocrática de Córdoba, en la Hispania ya muy romanizada, se educó desde joven en Roma y llegó a ser el preceptor y el mentor político del emperador Nerón. Sobre todo, en sus primeros años de gobierno cuando Nerón, un adolescente inexperto y entregado a todos los placeres y desatinos que como dios en la tierra no debía rechazar, necesitaba una guía de conducta y un vademecum político para que el poder al servicio del bienestar del Estado no naufragase y la guardia pretoriana mantuviera su juramento de lealtad. Casi todos saben los hechos básicos de este escenario y el momento puntual de la historia en que los personajes actuaron y recuerdan que acabó en tragedia. Pero quizá no todos sepan que en esta secuencia, el filósofo Séneca coincidió en Roma con la presencia real (aunque no estable) de los dos grandes Apóstoles considerados como los pilares de la Iglesia. De ahí que algunos investigadores sostuvieran la hipótesis de un careo entre Séneca y Pablo y un conocimiento por parte del primero de los preceptos básicos del cristianismo a través del diálogo con el apóstol. No está aún demostrado, pero la sugerencia sirve para enfocar adecuadamente el contenido que el título de hoy sugiere.
                   
Cuando se lee atentamente la copiosa obra literaria de Séneca, se deduce que el apasionamiento por la ascesis y las privaciones y la contención en todos los sentidos le llega en un momento vital en que la edad avanzada por una parte y el desencanto de la política y otras pompas temporales le empujaban a la introspección. Reflexiona Séneca cómo la diosa Fortuna es caprichosa y sus reveses llegan a todos sin distinción, a ricos y a excluidos, a los privilegiados y a quienes lo son menos, y a cualquier edad. Afirmando que "la frugalidad es una pobreza necesaria" y también "entrégate a la filosofía", relata que los ricos jugaban a ser pobres y a veces dormían en duros catres colocados en celdas oscuras, vestían sayal y comían pan mohoso acompañado sólo de agua. Estaba claro que uno podía sobrevivir con menos de un as (fracción del sestercio, la moneda estandar en el mundo romano) y tal actitud no era ninguna proeza pues cada día miles y miles de esclavos llevaban esta vida. Era cuestión de que los aristócratas se mimetizasen con ellos, aunque fuera ocasionalmente. Pero estos juegos no respondían sólo a un capricho lúdico. Era un modo de ensayarse anticipadamente a la adversidad , "ejercitarse con el maniquí" sin ser coaccionado para demostrarse a si mismos que uno era capaz de curtirse frente a las desgracias y la persona quedaba imbatible sin temer nada. Ella se manifestaba superior a la Fortuna. Toda ascesis se hacía per se y quedaba in se, como se ve. Ningún provecho comunitario, ningún beneficio que circulase en bien de los semejantes, ninguna empática sensibilidad brotaba de tales prácticas. Las Cartas a Lucilio  abundan en estos consejos de Séneca y resultan particularmente llamativas la 18 y la 7, respectivamente de los Libros II y I. La soledad voluntaria, buscada con intención, era también prescriptiva. El ideal del sabio exigía en ocasiones apartarse de los demás, implícito aquí un matiz peyorativo a los demás. El contacto con la multitud, con la masa, era dañino ya que siempre surgía alguien que podía contaminarnos con algún vicio, de donde "se volvía a casa  más avaro, más sensual, más ambicioso, más cruel". Incluso, textual, "todavía más inhumano porque anduve entre hombres". La sentencia es tremenda pues, de modo genérico, considera al género humano como corrompido. La pauta a seguir era endosarse la armadura y conversar sólo con aquéllos que te pueden hacer mejor y admitir a aquéllos otros a quienes tu mismo puedas mejorar. Moverse en el elitismo de un círculo que, de modo amplio, persigue la perfección pero rehuyendo todo contacto sospechoso de toxicidad. Personalmente, siempre vi a Séneca muy alejado de los valores fundamentales del cristianismo aunque no fuera ignorante de su existencia.
         
El cristianismo no predica la ascesis per se, ni persigue con las abstinencias voluntarias de diversa índole lograr una estética esplendorosa e integral  de la persona. No se adelanta con fría lógica a lo que pueda venir, pues toda prevención profiláctica sobra ante la maravilla de la Providencia divina, es más la ofende y la oscurece aunque todavía no seamos capaces de entenderlo y abandonarnos a ella. No se blinda ante quienes pueden contaminar sino que va en busca de la oveja perdida y pecadora (Lc 15,1-10.  Mt 18,12-14). Los momentos de reclusión buscada se traducen en un diálogo con el Señor pidiendo su Espíritu y su fortaleza para ser capaces de dar gratuitamente a todo el mundo, a todos sin exclusión, el tesoro que de Él hemos recibido, "haciendo lío" si es oportuno según esta  expresión ya proverbial del Papa Francisco.  El único handicap sería la alegría contaminante, a pesar de las críticas o de la osadía. Al igual que Cristo, que iba a banquetes cuando la ocasión lo requería, se complacía en la sociabilidad y jamás evitó a ninguno proyectando especialmente su misericordia con los más pecadores. (Mt. 11, 16-19.  Lc.7, 31-35). Por eso, cualquier penitencia, por pequeña que sea, debe estar esencialmente arraigada en El, ser cristológica, en caso contrario serviría de bien poco. Sería más bien estéril pues " Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador ....    yo soy la vid y vosotros los sarmientos, separados de mi no podeís hacer nada" ( Jn. 15).
           
En esta perspectiva, los entrenamientos disciplinarios que en Cuaresma haga cada cual serán fecundos, servirán para abundar cada vez más en la alegría, la verdadera y trascendente y  no la maquillada que nace de retos autosuficientes al modo estoico.  En el proclamado Año de la Misericordia es útil recordar, en el marco de este Blog franciscano, que los primeros Hermanos Menores compañeros y amigos del Santo de Asís ya eran sabios en estos temas pues comprendieron perfectamente en que consistía "la perfecta alegría". Soportar todas las penas, humillaciones y sufrimientos, injurias inmerecidas y golpes, todo, todo, pensando en las penas de Cristo bendito y por su amor. (Fioretti, 8). Radicalmente  cristológico, profundamente generoso en la communio sanctorum  y  reflejo fiel del misericordiae  vultus.