viernes, 31 de octubre de 2014

Amor de atardecer

                                                  Amor de atardecer
                                                                           
                                                                     Elena Conde Guerri
                                                                      Facultad de Letras
                                                                      Universidad de Murcia

           
Este pasado diecinueve de octubre terminó en Roma el Sínodo de los Obispos sobre la familia tras dos intensas semanas de profundas reflexiones a la luz del Evangelio, pero no exentas de controversias. Estoy tranquila porque "el Espíritu sopla donde quiere" y , sin duda, iluminará el año próximo la redacción del documento definitivo. Esa es la fuerza de la Esperanza. También, ha pasado el Evangelio del domingo 26 en que el Señor insistía en la grandeza del mandamiento que sostiene todos los demás: Amarás al Señor tu Dios... Este protagonismo del amor,  me facilita unas reflexiones personales sobre el mismo, enlazando precisamente con unas palabras que el Papa Francisco en persona pronunció en la Plaza de San Pedro, al atardecer, la víspera de la inauguración del citado Sínodo, pensando en las personas que a esa hora no tenían a nadie que les recordara ni esperara.  Las escribo textualmente: "Es la hora más pesada para quien se encuentra cara a cara con la propia soledad, en el crepúsculo amargo de los sueños y  de los proyectos no realizados. Cuántas personas arrastran los días en el callejón sin salida de la resignación, del abandono o, peor, del rencor. En cuántas casas falta el vino de la alegría y, por tanto, el sabor y la sabiduría misma de la vida". 
           
Nunca sabremos si la exquisita sensibilidad que está manifestando el actual Obispo de Roma ante las distintas situaciones de invalidez que atrapan al hombre contemporáneo, ha dictado estas palabras desde su propio corazón o ha aceptado el empujoncito de un asesoramiento previo. Tampoco importa mucho. Su belleza es grande, son como una oración-poema plena de una antropología casi teológica donde la dignidad implícita a toda persona grita un no ante la sequía de los sentimientos, el rechazo laboral y, esencialmente, la ausencia de amor. ¿De qué amor se trata, no obstante? Pues "Dios es amor" y El mismo dijo "no es bueno que el hombre esté solo". Analizando las frases con una cierta perspicacia, me doy cuenta de que el Papa es argentino y, aunque de ascendencia italiana, en tal país creció y desarrolló toda su formación y ministerio.
Buenos Aires, por antonomasia, y toda Argentina son tierra de psicoanálisis, donde prendió con vigor desde Europa, pero no me pregunten el porqué. Quizá por su alto índice de inmigración, por su rica diversidad de un pueblo numerosísimo y complejo o por su enorme extensión geográfica donde los de los Andes se extravían ante los de la inmensa Pampa, surgió también Mafalda, con sus frases increíbles de neuronas insondables, sabias y perplejas en un cuerpo de niña con calcetines que embrollaba a su pandilla sentenciando "lo urgente no deja tiempo para lo importante".

            Sin duda, es urgente distinguir qué amor es importante y permanente y cuál subsidiario y efímero. Los matices de tal sentimiento son múltiples y, en ocasiones, caprichosos y volátiles. Los antiguos clásicos, que lo sabían, lo identificaron con los amorcillos o niñitos alados. Si uno sufre de desesperanza y soledad, un amorcillo puede caldear sus atardeceres sombríos, la hora del crepúsculo en que, dicen, el hombre ansía volver a la madriguera cotidiana para reponerse y estrechar una mano en espera. Conyugal, filial, fraternal, amistosa, comunitaria, vecinal, todas sirven. Aunque otros, está comprobado, sienten la carga de su soledad al amanecer, carentes de todo estímulo y de toda voz amiga.
Todo amor que se dé gratuitamente  a quien quiera recibirlo, en cualquier hora y estación, será hermoso y  curativo, un amor de atardecer, pero no el Amor. El Amor, así con mayúsculas, no lo damos directamente nosotros sino que es Él  quien se da a nosotros, personalizado hacia cada uno con intensidad inefable, para que de él emanen luego todos los otros amores que engendren trascendencia. El aprendizaje no siempre es fácil pero vale la pena intentarlo. En tanto, vayamos tapando recíprocamente los huecos de nuestras propias soledades, ciertas por humanas, y aliviando con afectos fraternales las demandas de los otros, hora tras hora hasta que llegue ese atardecer de nuestra vida en que, en palabras de San Juan de la Cruz, sin duda "seremos examinados en el Amor".