jueves, 20 de marzo de 2014

La Pobreza III

         LA POBREZA

                   III


Por otra parte, Jesús supone la pacífica posesión de bienes. Hay que cumplir el cuarto mandamiento cuando los padres lo necesitan, ayudar a los pobres, dar buena parte de lo que se posee, prestar dinero sin la esperanza de recuperarlo, porque de las cosas propias se puede disponer según la propia voluntad[1]. Además, observamos que Jesús era un artesano, que no un pobre que vive de la limosna, y algunos discípulos pertenecen al mismo ámbito social[2]. A ello se añade que la imagen que da en su ministerio está muy alejada de la austeridad de Juan Bautista e incluso se opone a ella. Alrededor de Jesús hay mujeres que le ayudan con sus bienes en pleno ministerio; recibe ayuda para celebrar la última cena; come en la casa de Pedro o en su casa de Cafarnaún; cuida de que sus discípulos o la gente se alimenten y él mismo visita a personas acomodadas[3]. No es, pues, un asceta que fustiga los males de la sociedad viviendo con extrema penitencia y alejado de la gente.                                      
Pero en el ministerio de Jesús, cuando espera la inminente inauguración del reino en la historia, no tiene donde reclinar la cabeza[4]. A esto se añade la advertencia sobre los peligros que trae consigo la riqueza y el poder que ella genera, sobre la que no debe nunca fundarse el sentido de la vida. Hay que cambiar la riqueza y el poder por el servicio para orientar la vida según el Reino: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir...», servicio que es el sacramento del amor. Jesús lo avisa cuando el rico declina su invitación a seguirle por la riqueza que poseía: «Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios». Porque «nadie puede estar al servicio de dos amos, pues u odia a uno y ama al otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No podéis estar al servicio de Dios y del Dinero»[5]. Y advierte sobre la codicia del dinero, porque el que está sujeto a él desconoce las necesidades de los que le rodean y pasa con facilidad a su explotación. Entonces lo que es un don de Dios, la posesión de los bienes, se convierte en un signo diabólico, porque esta riqueza se crea y se alimenta con el hambre de los hombres, en definitiva, por la explotación de los pobres. Para evitar esto, Jesús aconseja introducir en el horizonte vital a los marginados: «Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos [...]. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos»[6]. No hay que acumular riquezas, sino llevar una vida acorde con los mandamientos divinos: «Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si se pierde y se malogra él?»[7]. La vida es un regalo. El hombre es administrador y responsable de ella, y los bienes no bastan para eternizarla, ya que, al final, terminan perdiéndose, o pasando a otros; en cualquier caso no son para el propietario. Más vale atesorar para Dios, es decir, el dinero que pasa a los demás porque se dialoga con ellos: el dinero dado y distribuido[8], y desterrar el ansia y avaricia de la acumulación: «No andéis buscando qué comer y qué beber; no estéis pendientes de ello [...] vuestro Padre sabe que os hace falta. Basta que busquéis el Reino de Él, y lo demás os lo darán por añadidura»[9].





[1] Cf. Mc 7,9-10: «Les decía también: "¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte»; Mt 6,2: «Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga»; cf. 25,40; Mt 5,42: «A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda»; Lc 6,30.34.
[2] Cf. Mc 6,3; Mc 1,20; 2,14-15; Mt 9,9-910.
[3] Textos: Mc 1,6-7; Mt 11,18; Lc 8,3; 10,38-39; Mc 14,14-15par; Mc 1,29-30; Mt 4,13; Mc 6,31par; Mc 14,3; Lc 7,36; 11,37.
[4]Lc 9,57-62: «Mientras iban caminando, uno le dijo: "Te seguiré adondequiera que vayas".  Jesús le dijo: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" .A otro dijo: "Sígueme". Él respondió: "Déjame ir primero a enterrar a mi padre". Le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios". También otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa". Le dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios"».
[5] Textos: Mc 10,45; Mt 19,19; Mc 10,25par; Lc 16,13; Mt 6,24.
[6] Son las malaventuranzas que Lucas (6,24) escribe a continuación de las bienaventuranzas: «Pero (ay de vosotros, los ricos!, porque recibís vuestro consuelo».
[7] Lc 12,16-21: «Querido, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come y bebe, disfruta. Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida. Lo que has preparado )para quién será? Pues lo mismo es el que acumula para sí y no es rico para Dios».
[8] Eclo 29,8-13. «Con todo, ten paciencia con el pobre y no le des larga en la limosna; por amor a la ley recibe al menesteroso, y en su indigencia no le despidas vacío; pierde tu dinero por el hermano y el prójimo, no dejes que se oxide bajo una piedra; invierte tu tesoro según el mandato del Altísimo, y te producirá más que el oro; guarda limosnas en tu despensa, y ellas te librarán de todo mal; mejor que escudo resistente o poderosa lanza, lucharán contra el enemigo a tu favor».
[9] Cf.Lc 12,29-31; Mt 6,31-33; Lc 12,21.