jueves, 17 de abril de 2014

Jesús no está aquí: ha resucitado,

          VIGILIA PASCUAL (A)


Lectura del santo Evangelio según San Mateo 28,1-10


En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.  Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve.; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: ―Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado,  como había dicho.  Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: ―Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea: allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado



1.- Los hechosLos discípulos que acompañan a Jesús a Jerusalén regresan a la Galilea natal y retoman sus trabajos como solución al descalabro de la misión (cf. Mc 15,40; 16,7); otros permanecen en Jerusalén, quizás los que se le unen en la fase final de su ministerio (cf. Lc 24,13). Al poco tiempo (cf. Mc 9,2) y en Galilea (cf. Mt 28,16-20) sucede un acontecimiento en el que los discípulos más allegados creen vivo al que, días antes, ha sido ajusticiado y sepultado (cf. Mc 15,43-46). Todos los datos disponibles conducen a que Pedro es el primer convencido de este hecho inaudito (cf. 1Cor 15,5; Mc 16,7), o al menos es el más interesado en difundir la noticia a los seguidores de Jesús y proclamarla a los cuatro vientos (cf. Hech 2,14). Por otro lado, con otros testigos y en distinto lugar, Jerusalén, se ofrece el relato de la tumba de Jesús. María Magdalena o unas mujeres (cf. Jn 20,11-18; Mc 16,1) se acercan al sepulcro para llorar su muerte (cf. Mc 16,1-8). El resultado de la visita es que encuentran la piedra corrida y la tumba vacía. Tal hecho, muy diferente al que experimentan los discípulos varones, no les lleva al encuentro con Jesús, como atestiguan los dos adeptos a Jesús que caminan hacia Emaús (cf. Lc 24,22-23).


           
2.- La identidad del resucitado. Todos piensan que han robado el cadáver y ello responde a que la resurrección no entra dentro de las categorías de los milagros de resurrección que realiza Jesús en el hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7,11-17), en la hija de Jairo (cf. Mc 5,23.35-42) y en Lázaro (cf. Jn 11,1-45). Tampoco Jesús sobrevive, por otra parte, al estilo de la existencia eterna de su alma por ser de naturaleza espiritual, como defiende la antropología griega. Ni la relación con los «devueltos a la vida ―Lázaro, las hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín―  ni la racionalidad que prueba la eternidad de los espíritus en contra de la caducidad de lo temporal, contingente e histórico, pueden fundar la explicación de la resurrección de Jesús. Ésta pertenece a la vida nueva en Dios prometida desde tiempo a Israel. Por consiguiente, es un acontecimiento totalmente nuevo en la historia humana, es decir, la situación que Dios dará al final de los tiempos a sus hijos y que los humanos no tenemos elementos para describirlo y entenderlo. Está en la línea que Pablo afirma: «Sabemos que Cristo, resucitado de la muerte, ya no vuelve a morir, la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió al pecado definitivamente; viviendo vive para Dios» (Rom 6,9-10).


           
            3.- La vida nueva del Señor.  La Resurrección es, exclusivamente, una acción del poder amoroso divino. El Señor recrea la vida de Jesús, dándole su identidad y gloria divina. Por eso nuestra razón no puede captar el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Es la dimensión de Dios la que entra a formar parte de la vida de Jesús. Es, pues, necesaria la fe: el don que nos concede el Señor para relacionarnos con él. Y el don de la fe hace que se apodere de nosotros la novedad de la vida de Jesús, que cambia las bases y los objetivos de nuestra vida: del poder al servicio, de la violencia a la paz, de la muerte a la vida eterna, de la soberbia y egoísmo al amor, etc., etc., como le sucede a los discípulos después de los encuentros o apariciones en Galilea. La fe nos une a Jesús resucitado y nos introduce en la vida nueva que el Señor le ha concedido como primicia, y a nosotros de una forma inicial en nuestra existencia. Ya tiene valor Dios como amor, amar, servir, defender la vida ante los poderes que la destruyen, etc., etc. Tiene valor todo lo que Jesús ha enseñado y ha hecho, porque Dios le ha dado la razón al resucitarlo de entre los muertos. La esperanza para la gente honrada y servicial renace, porque el Señor se ha puesto de parte de los que defienden la vida y la llevan a plenitud desde su amor.



El otro discípulo entró al sepulcro: vio y creyó

                                    DOMINGO DE RESURRECCIÓN



Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,1-9.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
―Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.


1.- El Evangelio de la Vigilia Pascual se centra en la obra del Señor que resucita a Jesús; el de la mañana de Pascua se centra en los discípulos. Los tres protagonistas: María, Pedro y Juan simbolizan tres actitudes ante Jesús y, naturalmente, tres actitudes de fe ante la obra poderosa del Padre sobre su Hijo. María piensa que se han llevado el cuerpo de Jesús, como es la opinión de todo el mundo al ver que no estaba en el sepulcro. María quiere a Jesús y le desea vivo, por eso no puede captar que comparte la dimensión divina que solo es posible captarla por la fe que Dios regala a sus hijos. Ella está muy lejos de la vida de resurrección. Al comunicárselo a Pedro y Juan, dos columnas de la Iglesia, corren para certificar el robo o traslado del cadáver. Un correr que lleva consigo el camino de la fe. Pedro entra al sepulcro y nada se dice de su acceso a la experiencia de la resurrección. Busca pruebas: las vendas y el sudario. Pero no le conduce a la fe. La razón no es el elemento esencial para adentrarse en el nuevo mundo en el que Jesús ha entrado y está compartiendo con Dios. Juan llega el primero, pero queda fuera; después entra, ve las mismas señales que Pedro y cree. ¿Por qué? Porque el discípulo a quien Jesús «quería» ha participado antes de la relación que Jesús ha establecido con cada uno de sus discípulo. Es el mismo Jesús el que da la fe, se deja ver, se encuentra con ellos. Y sólo el que es amado por él, el que se siente amado por él, puede adentrarse en su presencia, en su vida.

2.- Demos dos pasos atrás. El primero fue cuando Jesús los llama para que «convivan con él», para formar una comunidad que predique el Reino y sean testigos de la nueva vida que entraña la presencia del Señor en la historia humana. Los discípulos aprenden a rezar, a predicar, a curar, todo enseñado, dirigido y ejemplificado por el mismo Jesús. Aprenden a quererle, a admirarle, a seguirle, dejando su trabajo y familia. El siguiente paso es el descalabro de la cruz, donde todas sus ilusiones se vienen abajo, no sólo aquéllas que indican un mesianismo glorioso, sino una presencia real de un Dios que crea fraternidad, favorece a los pobres, y garantiza la veracidad de la vida y enseñanza de Jesús. Por eso no es extraño que la pasión disperse a los discípulos. Pero todo cambia cuando Dios decide hablar y actuar en estos momentos de hundimiento personal y desencanto. ¿Qué resultado dan sus encuentros con el resucitado? El que de nuevo aparecen juntos y sean capaces de establecer relaciones con un Jesús «distinto» (cf. Mt 28,16). Después de encontrarse con él en Galilea regresan a Jerusalén, de donde han huido (cf. Lc 24,33). En la ciudad santa, por ejemplo, Pedro, que le había negado durante la instrucción del proceso de las autoridades religiosas, explica sin miedo alguno que la historia de Jesús iniciada en Galilea permanece todavía, que no se ha acabado con su muerte (cf. Hech 2,42). Y así un discípulo tras otro: entregan su vida por Jesús, cuando tantas veces no habían comprendido su mesianismo servicial y lo habían abandonado en los momentos más difíciles de su vida. La resurrección los cambia a todos.


            3.-  La fe transforma a los discípulos, le da la fuerza necesaria para llevar a cabo ellos solos, ya sin Jesús, todo lo que les había enseñado y habían observado en su convivencia por los pueblecitos de Galilea. Con el poder de la fe en Jesús, el Señor los hace testigos de su resurrección y, con ella, de su presencia salvadora. Y los discípulos nos transmiten la novedad de la vida divina que supone su fe en Jesús resucitado con un sentido de vida y unas opciones fundamentales que recrean la vida humana: lo fundamental es la vida, y ésta vivida desde las relaciones de amor con Dios y con los demás, que se constituyen en hermanos. Por tanto, la vida no se genera por el poder, sino por las relaciones de amor entre seres que son hermanos e hijos de un mismo Padre. El desarrollo de una vida en amor lo hace posible el Espíritu del Padre y del Hijo, lo que le da una forma especial con sus frutos: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22-23)  y con sus dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor a separarnos de quien amamos y es el origen de la vida, de toda vida.  Y La vida de Resucitado es una vida eterna, supera la muerte definitivamente.