viernes, 3 de enero de 2014

Franciscanismo. Obediencia II

LA OBEDIENCIA SEGÚN SAN FRANCISCO

                       
              II


Con ocasión de la Asamblea de Guardianes de la futura Provincia de la Inmaculada en España, que se celebró del 26 al 28 de diciembre de 2013 en Madrid, me atrevo a ofreceros estas reflexiones sobre la obediencia en San Francisco y que están recogidas en el Texto: «Debo dejar a Dios por Dios». Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano (Murcia 2013). La ofreceré en tres entregas.

            2.También la obediencia en la fraternidad franciscana queda marcada por la obediencia a Dios por medio de Jesús. Todos, los superiores y súbditos, se tienen que servir mutuamente, porque todos deben obedecer al Señor. En la fraternidad nadie hay autónomo o puede vivir al margen de la obediencia a Dios. Y todos deben relacionarse con la autoridad del Señor en la historia, que es Jesús. Por eso el Evangelio será la norma visible en la que se reflejará la relación de sumisión a Dios Padre: « Y ningún fraile haga mal o hable mal al otro; sino más bien, por la caridad del espíritu, voluntariamente se sirvan y obedezcan unos a otros. Y ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo. Y todos los frailes, cuantas veces se desviaren de los mandatos del Señor, y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanecieren en tal pecado a sabiendas. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prometieron por el santo Evangelio y por su vida, sepan que están en la verdadera obediencia y sean bendecidos por el Señor»[1].
            Después dicha obediencia mutua se introduce en la relación entre superiores y súbditos: «Mas los frailes que son súbditos recuerden que por Dios negaron sus propias voluntades. Por donde les mando firmemente, que obedezcan a sus ministros en todo lo que prometieron al Señor guardar y no es contrario al alma y a nuestra Regla. Y dondequiera que están los frailes, que supiesen y conociesen no poder guardar la Regla espiritualmente, a sus ministros deban y puedan recurrir. Mas los ministros recíbanlos caritativa y benignamente y tengan tanta familiaridad para con ellos, que [los frailes] puedan hablarles y obrar como los señores a sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los frailes»[2].
            Tan es así esto, que lo que iguala a toda la fraternidad es su ser y relación fraterna, y lo que la distingue es su función. Como unos son cocineros, otros hortelanos, otros limosneros, otros predicadores, otros sacerdotes, así algunos son ministros y otros súbditos, pues ser superior no es un estado que exprese un sentido de vida, por el que se transmite la voluntad del Señor, como sucede en los monasterios, sino es que un ministerio suyo sentido lo da el servicio a los hermanos. De ahí que los hermanos se deben lavar los pies unos a los otros, como el Jesús hizo en la Última Cena: «Los frailes, en cualquier lugar que están, si no pueden observar nuestra vida, cuanto antes puedan, recurran a su ministro manifestándoselo. Mas el ministro procure proveerles de tal manera, como él mismo querría que se le hiciese, si estuviera en un caso semejante. Y ninguno sea llamado prior, sino que todos universalmente sean llamados frailes menores. Y el uno lave los pies del otro»[3]. La función del superior mandando, como la del súbdito obedeciendo, se da porque pertenecen a la fraternidad y es ella a la que hay que dar razón de la obediencia de unos y de otros. Y esto es así, porque la fraternidad es fiel reflejo del Evangelio: «Pero si el prelado le ordena algo que sea contra su alma, aunque no le obedezca, sin embargo no lo abandone. Y si a causa de eso sufriera la persecución de algunos, ámelos más por Dios. Pues quien sufre la persecución antes que querer separarse de sus hermanos, verdaderamente permanece en la perfecta obediencia, porque da su vida por sus hermanos»[4].






[1] Regla no Bulada 5,13-17; cf. 6,3; 4,5;  Adm 3,6; textos de la Escritura: Gál 5,13; Sal 118,21
[2] Regla Bulada 10,2-6.
[3] Regla no Bulada 6,1-4; cf. Jn 13,14; Mt 7,12.
[4] Admonición 3,7-9; cf. Jn 15,13.

Libro de Dunn: Comienzos del Cristianismo

COMENZANDO DESDE JERUSALÉN. II/1-2

                                                            de JAMES D.G. DUNN





Recensión del prof. RAFAEL SANZ VALDIVIESO
Pontificia Universidad Antonianum/ Instituto Teológico de Murcia OFM

Este poderoso y monumental volumen del prof. Dunn, ―editado en dos tomos en español― se sitúa en el punto donde terminó su anterior volumen encuadrado en el título general: «El Cristianismo en sus comienzos I: Jesús recordado». De ahí que se continúe con las partes VI, VII, VIII y IX con los capítulos 20 hasta el 37. Se trata de estudiar de forma coherente, y en sentido unitario, la formación del cristianismo primitivo, o mejor, la formación de la fe cristiana, en la primera comunidad cristiana, con la presencia de los helenistas y la misión a los paganos, la misión propia de Pablo y su importancia desde su vocación como apóstol. Si el primer volumen se centraba en la persona de Jesús, como punto de arranque, considerando el hecho de la fe en él como parte de la historia y teniendo la fe un papel integrador de los que supone el método histórico crítico, ahora se propone estudiar el periodo de tiempo que va desde el año 30 hasta el 70 (fecha de la caída de Jerusalén, de la destrucción del templo), término de la primera generación cristiana posterior al ministerio terreno de Jesús, teniendo en cuenta las fuentes y los datos históricos, sobre todo de los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo (que ya había estudiado en su obra The Theology of Paul the Apostle, 1998).
Los matices que introduce en el uso de los términos (cristiandad, cristianos, iglesia, sinagoga, discípulos, creyentes, los que invocan el nombre del Señor, hermanos, santos, elegidos, pobres, etc.) son claros para comprender la identidad corporativa y la variedad de relaciones e interacciones de las comunidades cristianas primitivas que continuaban la misión de Jesús. Desde Jesús hasta la misión de Pablo y su anuncio de Jesús crucificado como Señor, es decir, del Reino de Dios anunciado por Jesús se llega al evangelio de o sobre Jesús, ya desde muy pronto, como indicaría el himno de Flp 2,6-11. Se ha pensado que esa transición es obra de Pablo, quien habría transformado el evangelio del Reino en el evangelio de Jesucristo; de haber anunciado el reinado futuro a su cumplimiento en Jesucristo (pero la cristología comienza en el mismo Jesús). De la secta judía a la religión que incluye a los gentiles, puede resumir el movimiento que va desde la muerte y resurrección de Jesús hasta la distinción o separación en el año 70. Las fuentes se mencionan según una conexión que no borra el dato de ser externas (desde Flavio Josefo a Dion Casio, que aluden o citan un movimiento identificable) o las propias de la comunidad cristiana, como el Libro de los Hechos, cuyo autor es Lucas y las cartas de Pablo. En el caso de Lucas, es la segunda parte de su obra histórica, de su “diêgêsis” de los hechos que “nos transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la palabra” (de la acción de Dios y su propósito), por eso el valor positivo de los pasajes “nosotros” de Hechos. Una tabla compara lo descrito en Hechos con la actividad de Pablo. Es una historia que narra la salvación en Jesucristo como continuación de la historia bíblica de Israel (reino de Dios aludido en Hechos), aun aceptando una cierta idealización de la primera comunidad de Jerusalén. En las cartas de Pablo hay una consciente asunción de elementos, credos, liturgia, fórmulas kerygmáticas, que forman parte del patrimonio cristiano anterior a Pablo y la transmisión de las enseñanzas de Jesús.
La séptima parte contiene seis caps., que describen el comienzo en Jerusalén de la comunidad después de Pentecostés y los aspectos internos y formación de la primera comunidad, relatando su carácter religioso, su centro era el grupo de los Doce y en concreto algunos, Pedro, Santiago y Juan; la fe en Jesús y el significado de su muerte asumido en ella al confesar la resurrección. También se estudia el grupo de los helenistas con los siete diáconos y su relación con Antioquía, aunque hablar de una teología antioquena quizá sea prematuro si se refiere a esos años cuarenta del siglo I, cuando la predicación se ha hecho en lengua griega, con un  probable desarrollo de la cristología y de un comienzo de tradición que se sedimenta en Q o en la formación del concepto de “ekklêsía”. Pero es también el momento de la emergencia de Pablo, que empieza en Antioquía su viajes misioneros, de la misión de Pedro y de la crisis de crecimiento que refleja Hechos 13-15 la misión en Chipre y Asia Menor y la asamblea de Jerusalén, el incidente de Antioquía y el enfrentamiento entre Pablo y Pedro, Santiago, etc.
La parte octava está dedicada a Pablo, apóstol de los gentiles, exponiendo en seis capítulos la cronología y datos principales sobre los viajes y tareas de Pablo, su figura como apóstol, su percepción personal, su estrategia, su métodos de apostolado, sus colaboradores, su pensamiento o su “evangelio” y su obra literaria, pues es escritor de cartas. Las iglesias paulinas y su formación, su composición y sociología, las relaciones entre sí, así como la misión en el mar Egeo, situándose en Éfeso y prolongándose a Corinto y Acaya (Grecia y Macedonia), época de las cartas a los Corintios, de gran importancia por representar un aspecto crucial de su apostolado y por las consecuencias que tuvo la primera carta en la comunidad, como deja ver la 2Cor y el modo de comprender la formación y evolución interna de una iglesia. La carta a os Romanos es estudiada en el cap. 33, en el momento en que se despide de Éfeso y de las iglesias de Asia Menor.
La parte novena está dedicada a los años finales de Pablo, su arresto en Jerusalén, su traslado a Roma, las cartas escritas en este tiempo y a los años finales de Pedro hasta su martirio. La iglesia de Jerusalén y el momento de la crisis de la guerra contra Roma, junto con el silencio sobre Santiago y la iglesia que sabemos por noticias de los historiadores citados por Eusebio. Al final, el cap. 37 resume lo que es el legado de la primera generación, la iglesia que crece y madura (cf. carta a los Efesios), pero también se enfrenta a momentos oscuros y agitados (como se deja ver en las cartas de Santiago y 1-2Pedro). Las cuestiones de autoría y composición de tales cartas no se discuten ya que son controvertidas, pero sí se destaca que son cartas que siguen la tradición cristiana y las aportaciones de la liturgia y parénesis propia del cristianismo, aun cuando se arraigan también en las tradiciones sapienciales del judaísmo antiguo (sobre todo Santiago), no obstante la divergencia totalmente característica de la carta. Todo ello indica el enorme trabajo condensado en este enorme volumen sobre la formación del cristianismo primitivo de los años 30 a 70 del siglo I.
Es un libro de estudio y de consulta, con excelentes síntesis y estados de la cuestión referidos a Hechos, a Pablo y sus cartas, a las comunidades cristianas emergentes, al judeocristianismo.  La edición de Verbo Divino en dos volúmenes es impecable (Estella [Navarra 2012]).




Cultura. Epifanía

              El narcisismo en boga.

      Una reflexión ante la Epifanía del Señor

                                                                                       



                                    

                                       Elena Conde Guerri

                   


El mundo de la imagen que nos invade (en modo alguno inocente)  parece haber excluido de sus mapas a los menos agraciados, sobre todo físicamente, y a  los anónimos.  En palabras crudas, los feos tienen poca cancha  aunque sus capacidades intelectuales sean notables o, mejor, su calidad humana extraordinaria. Todo el mundo quiere ser la perfecta y hermosísima imagen de si mismo, aunque se trate de un duplicado onírico porque "ni la naturaleza la dio ni  la concedió en préstamo Salamanca".  El narcisismo imperante empuja a los guapos, o a quienes se lo creen, a deleitarse en  ellos mismos con la autofoto de marras hasta en los momentos o circunstancias menos adecuados. El último ejemplo (ya muy comentado)  ha sido el de ese peculiar y potentísimo triunvirato  político de países imperantes en las exequias de un lider más imperante si cabe, aun difunto, por todo su legado. Como yo soy tradicional, por decirlo así, y respeto determinados protocolos, compruebo que me estoy volviendo progresivamente antiquísima y que ahora los funerales u honras de Estado son el circo y el escenario más universal para el narcisismo sonriente y evasivo.
                ¿Qué imagen me devuelve la pequeña pantalla de mi apéndice electrónico? (me niego a emplear el anglicismo). ¿Me gusta, puedo mejorarla, cosquilleo de placer o me irrito porque un mechón de cabello o el nudo de las corbatas se han desplazado un poco?. De cualquier modo, soy YO MISMO Y ME MIRO a MI MISMO. Al igual que el adolescente Narciso, recreado por Ovidio en el libro  tercero de sus Metamorfosis, he rehuido momentáneamente dirigir mi mirada a otra persona que no sea yo mismo. Narciso estaba un poco maldito desde su nacimiento, por la ojeriza de Juno, y se había vaticinado que "sólo llegaría a la vejez si a si mismo no se conociera". Esquivando a cualquier persona que le ofrecía amarle, lo cual implica MIRAR ontologicamente al OTRO, se miraba solamente a si mismo reflejado en las cristalinas aguas del arroyuelo falaz. Enloqueció, se enamoró de aquella imagen que él  creía otro, intentó atraparla y sus manos, sumergidas en las ondas, sólo chapoteaban estériles. Cayó al fondo. Su cuerpo inerte, por piedad de alguien, fue metamorfoseado en narciso, esa flor pálida, discreta y amarillenta, de implícita fragilidad.
                La fragilidad y el marchitarse acecha también a todos los "narcisos/as" contemporáneos, porque nada hay más efímero que la llamada beautiful people sin más.  El  día 6 de enero  la Iglesia celebra la fiesta de la Epifanía del Señor, que en la tradición litúrgica oriental gozó si cabe de mayor veneración. No cito aquí los versículos  de los Evangelios Sinópticos, o incluso los de los Apócrifos, por ser pasajes  muy familiares a  todo aquel que tenga una formación cristiana básica. En mi opinión, el comportamiento esencial de los tres Magos no fue dejarse guiar por aquella Estrella peculiar en una actitud de esperanzadora obediencia. Fue el hecho de que, una vez llegados a destino y encontrado el lugar donde vivía el Niño, tuvieron  lógicamente que MIRARLO para reconocerlo, adorarlo y ofrecerle sus presentes. No se miraron a ellos mismos, pudiéndolo hacer  en el bruñido de su oro que les hubiera devuelto una imagen deleitable en su poder y sus riquezas. Dirigieron sus ojos a Alguien muy pequeño, un bebé en apariencia anónimo como tantos otros, pero su mirada trascendió y supieron identificarlo. "Los Magos ven al Redentor del mundo en un establo. Contemplan a un lactante mientras mama en el regazo materno, le adoran y  en persona le ofrecen regalos. Fe admirable que adora como Dios a un niño que reposa en el seno materno sin demostrar ninguna majestad", dice San Máximo de Turín,   al filo del siglo V, en su Homilía IV sobre la Epifanía del Señor.  Volvieron a su país repletos con la alegría de aquella MANIFESTACIÓN que,  a su vez, fueron propagando para que , en su momento, la Buena Nueva saltase a través de las fronteras de mapas, etnias y lenguas. Este es el verdadero poder de la mirada. Saber mirar al otro y no mirarse a si mismo. La segunda, suele ser efímera y estéril. La primera, es siempre fructífera, pregnante, perdurable.

Evangelio. Epifanía del Señor

                              EPIFANÍA DEL SEÑOR


                                 

De San Mateo 2,1-12.

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: - En Belén de Judá, porque así lo ah escrito el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel».
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido al estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: -Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

1.- El relato se divide en dos partes: el encuentro de los Magos con el verdadero rey de los judíos: Jesús; y con falso rey: Herodes. La guía para encontrar a Jesús es la estrella, que desaparece cuando tropiezan con Herodes y aparece de nuevo cuando se dirigen a Belén.  Herodes y Jerusalén evocan la persona, la ciudad, las instituciones religiosas y políticas y el pueblo  que dan muerte a Jesús. La causa oficial es que se hacía rey de los judíos, como lo es en verdad desde la perspectiva cristiana. Los magos, es decir, los paganos que habitan fuera de la tierra santa, lo reconocen como Mesías y le traen lo mejor de sus tierras: oro, incienso y mirra, resinas de árboles del Medio Oriente empleados para el culto, la cosmética y ciertos medicamentos.

2.-  Los representantes de todos los pueblos de la tierra se postran ante Jesús. Reconocen su dignidad y se encuentran con el Dios universal por medio de Jesús niño, de una familia humana. La adoración de los Magos significa que reconocen a Jesús como el enviado de Dios para la salvación de los hombres y de la creación. Es la actitud opuesta a la de sus paisanos israelitas, que son los depositarios de las promesas divinas.  Cuando Jesús predica en Nazaret le intentan arrojar por unas peñas en señal de rechazo de su predicación y de su persona. «Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino» (Lc 4,30). A los nazarenos se les ha escapado la gracia; la salvación se ha trasladado a otros pueblos.


3.- El relato de los Magos es un aviso muy serio a Israel y a los cristianos europeos, que podemos situarnos fuera del ámbito divino y dejarnos solos y desamparados ante el poder de la soberbia, el odio, la violencia y el dinero.  Jesús manda predicar el Evangelio a todas las gentes marginando a Israel; el pueblo elegido es el pasado de la presente historia de la salvación. Lo mismo afirmamos hoy para nuestra cultura occidental cristiana. La depreciación de los valores cristianos en las instituciones y en las personas, es un aviso que la fe se traslada de cultura; viaja a otras sociedades y continentes, donde se acoge a Jesús con más amor y se le reconoce su poder salvador. En Europa nos vamos reduciendo a grupos pequeños de creyentes. La gran Iglesia desaparece ante el laicismo radical y agresivo. Y no obstante debemos considerar a Jesús como el enviado del Señor para salvarnos, y, convencidos de ello, proclamarlo a los cuatro vientos.

                                                


[Nacimiento de la Iglesia de la Merced. Franciscanos de Murcia. Fotos: Juan María Vicente]