lunes, 9 de febrero de 2015

«[Jesús] compadeciéndose [del leproso]»

                                                           DOMINGO VI (B)


                                              «[Jesús] compadeciéndose [del leproso]»

      
            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,40-45.

       En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: —Quiero: queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: —No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

      
1.-  Jesús se aleja de la sinagoga y de la ciudad. En los caminos que le llevan a las aldeas de Galilea se encuentra con otra clase de enfermos: son los que no pueden vivir con los demás, los que están alejados de Dios y de la relación humana. Son impuros de cuerpo y de alma. Jesús se detiene a la súplica del leproso, siente compasión —se pone en su lugar—, le toca y le cura. Dios está por encima de las leyes limpias y puras de los hombres. Se las salta y rescata al que está al otro lado del muro que edificamos los hombres para separarnos del hedor de la impureza y de la muerte. Porque los leprosos no tienen relaciones humanas y religiosas, porque no pueden pasear por las calles de sus ciudades y visitar al Señor en el templo. Dios, como el buen pastor, va en busca de las ovejas descarriadas. Dios nos sale a todos a buscarnos, estemos donde estemos y en la situación en que nos encontremos.
        

      
2.- Jesús toca al leproso. Significa que automáticamente queda impuro y, por consiguiente, separado del pueblo y de Dios. Son las leyes que creamos para que no se nos pegue el mal ajeno. Son paredes o tapias lavantadas que nos impiden conocer las situaciones que viven los demás. A lo sumo, cuando vemos el telediario y escuchamos la radio, nos damos cuenta que el mundo no es exactamente como lo estamos viviendo nosotros, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Por eso ni la Iglesia ni nuestras familias se pueden aislar del dolor ajeno, de las cruces que lleva tanta gente en silencio. Los cristianos tenemos que salir al campo y ver los leprosos que andan vagando sin sentido, sin rumbo en la vida, y trazarles lo que es el camino del encuentro con los hermanos y con Dios.

      
3.- Hay lepras culturales, que nos empujan a la violencia social y a la esclavitud humana, o las lepras institucionales como la venta de niños para el tráfico de órganos y la prostitución, o el comercio de la droga, que quiebra la vida de tantos jóvenes. Estas culturas y colectividades, que se creen dioses, pasan de largo del sufrimiento y muerte que originan;  y no paran mientes en explotar, establecer guerras y violencias sin cuento. La historia ha demostrado que, por muy fuertes que sean o parezcan, también caen.— Junto a la lepra colectiva, está la lepra personal de la soberbia: cuando nuestro yo  desplaza a Dios y a los hombres y se instala en un pedestal donde todo lo ve sometido o inferior a su yo. Tal deificación personal, que mira por encima a todo el mundo, se cree con el derecho de juzgar a los demás, y sus intereses corroen cuantas relaciones humanas pretenda crear.  Llevan necesariamente a comprar, o comerciar con los demás para convivir. Pero el final de estas vidas es la soledad, entendida como aislamiento de todo cuanto existe. Es el verdadero infierno.  En uno y otro caso, son vidas y espacios humanos, llenos de lepra, llamados a corromperse y desaparecer. Por más que intenten sobrevivir, el egoísmo tiene un horizonte muy estrecho: la curvatura humana que dice San Agustín, que nos hace mirar no más allá de nuestro propio ombligo.


«Quiero: queda limpio»

                                                            DOMINGO VI (B)

                                                          «Quiero: queda limpio»

       Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,40-45.

       En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: —Quiero: queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: —No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

1.- Texto. La lepra es una de las enfermedades peor catalogadas por la Escritura. Tan es así que al que la padece se le considera como un ser muerto (cf 2Re 7,3-5). Curar la lepra, pues, es una acción parecida a resucitar un muerto. Se engloba en tal enfermedad a gérmenes patógenos situados en los vestidos, en las casas, y que, por contagio, pueden dar lugar a diferentes enfermedades de la piel (cf. Lev 13-14). No es extraño, por consiguiente, que los judíos distingan hasta 72 tipos de lepra.— Después de curarle, Jesús le manda que se presente a los sacerdotes. Las leyes judías son muy severas al respecto, de manera que el leproso no puede comunicarse con la gente. Sólo las autoridades responsables  de las normas sociales tienen capacidad para incorporar de nuevo al enfermo a la convivencia común, previa ofrenda al templo.  Jesús, al curar al leproso,  indica que se está en los tiempos finales, de la última y decisiva acción de Dios en la historia.

2.- Mensaje. Sometido al aislamiento y al ostracismo social, el enfermo  implora con confianza  a quien tiene un poder parecido al de Dios, porque se incluye en la petición no sólo la curación, sino la limpieza o purificación de quien está «manchado» también ante la divinidad. Jesús, movido a compasión, manifiesta su ternura y cercanía hacia la miseria humana. A la apertura del  leproso a Jesús, que nace de la confianza en él, le responde con la curación del mal. Aquí se da el mutuo encuentro salvador de Jesús con el leproso. Jesús limpia la lepra y también purifica a los enfermos de su pecado, restituyendo su relación social y su incorporación a Dios, para que ninguna ley, aunque sea dada por motivos profilácticos y en su nombre, impida su cercanía y presencia saludable.

            
3.- Acción. La lepra rompe la comunión con el pueblo y la comunión con Dios. Podríamos fijarnos en las lepras que sufrimos en la actualidad que nos separan de la vida social y de la relación con Dios, y en los leprosos que hemos creado y no les dejamos participar en la dignidad común de los humanos. En efecto. Además de la enfermedad, que todavía continúa vigente en muchos  países, se dan en nuestras sociedades personas excluidas por su pobreza, por sus enfermedades y enfermedades  mentales, por su ignorancia, por su orgullo, por el color de su piel, por su religión, por su nivel social, por su aspecto físico, por su carácter y temperamento, por su edad,  por sus rarezas, etc. Son leprosos aquellos que sienten dañada gravemente su dignidad humana y filial con Dios. La clave está en lo que ha sentido Jesús: compasión.  Mientras no tengamos el sentido y la actitud de la compasión, ya pueden pasar antes nuestros ojos cadáveres andantes que piden vivir; no nos daremos cuenta de nada.