sábado, 31 de enero de 2015

Poesías de Santa Teresa

                                 Sobre las poesías de Santa Teresa de Jesús




                                                                                                  Francisco Javier Díez de Revenga
                                                                                                   Facultad de Letras
                                                                                                                      Universidad de Murcia



           
Se trata de uno de los sectores de la obra de Santa Teresa más difícil de documentar, ya que se conservan una treintena de poemas atribuidos, con mayor o menor seguridad, a nuestra escritora. La razón, sin duda, es que, tal como relatan muchos testimonios de contemporáneos y de sus primeros biógrafos, era muy aficionada a la poesía de corte popular, que procuraba que sus monjas cantasen en momentos de descanso o esparcimiento. Ella misma, como otras de su orden, las componía, las hacía cantar sin acompañamiento alguno, bajo su dirección acompañándose sólo de palmas. Por ello, todas estas composiciones se ajustan a formas populares, y a temas muy variados, hechas con motivo de alguna celebración religiosa o para alegrar los momentos de regocijo y esparcimiento de sus conventos.
La Madre María de San José, que la acompañó en el penoso viaje a Sevilla, la recuerda en esta afición suya: «Todo se pasaba riendo y componiendo romances y coplas de todos los sucesos que nos acontecían, de que nuestra santa gustaba extrañamente». En 1577, escribe la santa a su hermano Lorenzo: «No sé que le envíe… si no es esos villancicos que hice yo, que me mandó el confesor las regocijase, y he estado estas noches con ellas y no supe cómo sino así. Tienen gracia sonada, si la atinare Francisquito para cantar”.
            En el Libro de la vida, en el capítulo 16, también se refiere a esta actividad suya, aunque con severa autocrítica, bastante acertada por cierto en esa calificación de «con no ser poeta»: «¡Oh válgame Dios! ¡Cuál está un alma cuando está así! Toda ella querría fuese lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinando siempre a contentar a quien la tiene así. Yo sé persona que, con no ser poeta, le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien, no hechas de su entendimiento, sino que, para gozar más la gloria, que tan sabrosa pena le daba, se quejaba de ella a su Dios. Todo su cuerpo y alma querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena siente.»
           
En las ediciones de las obras de Santa Teresa se suele seguir la ordenación tradicional por géneros y temas, lo que da idea de la variedad de las poesías que se le suelen atribuir: líricas, villancicos, votivas y familiares y varias, en total treinta y cinco composiciones de las que ocho se consideran dudosas.
Las más conocidas y celebradas son las líricas, entre las que figuran motivos muy conocidos de los cancioneros de los siglos XV y XVI, como pueden ser el motivo cazador, el alba, la vela de amor o el servicio amoroso, géneros habituales de la lírica de tipo tradicional. Los más célebres son la glosa del “Vivo sin vivir en mí”, que compartirá con San Juan de la Cruz, y el villancico “Véante mis ojos”. También sobresalen las dedicadas a algunos santos, como San Andrés, San Hilarión, Santa Catalina de Alejandría…, o las de carácter familiar como las dedicadas a la toma de hábito, profesión o acontecimientos de la vida conventual.
           
Es muy difícil asegurar con certeza la autenticidad de cada pieza, ya que en las colecciones de poesías aparecen mezcladas con otras muchas canciones que se cantaban en los conventos, obras anónimas o de diversos frailes y monjas. De la riqueza de toda esta producción colectiva da idea la edición del Libro de romances y coplas del Carmelo de Valladolid, que publicaron, en 1982, Víctor García de la Concha y Ana María Álvarez Pelliteiro.
He aquí algunas de las canciones más célebres, atribuidas a Santa Teresa de Jesús:


Mi Amado para mí

Ya toda me entregué y di
y de tal suerte he trocado
que mi Amado para mi
y yo soy para mi Amado.


Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida,
y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado

que mi Amado para mí
y yo soy para mi Amado.


Hirióme con una flecha
enherbolada de amor
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado para mí
y yo soy para mi Amado.




Muero porque no muero

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.


Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor
que me quiso para Sí.
cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
que muero porque no muero.

Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, que larga es esta vida,
qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que el alma esta metida!
sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

iAy, que vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza.
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte;
venga ya la dulce muerte,
venga el morir muy ligero,
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera
no se goza estando viva.
muerte, no seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿que puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es perderte a ti
para mejor a El gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues a El solo es al que quiero.
que muero porque no muero.






Véante mis ojos

Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
Véante mis ojos,
muérame yo luego.

Vea quien quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere
veré mil jardines.
flor de serafines,
Jesús Nazareno
véante mis ojos,
muérame yo luego.

No quiero contento
mi Jesús ausente
que todo es tormento
a quien esto siente.
solo me contente
tu amor y deseo.
véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.





Pastores que veláis

¡Ah, pastores que veláis,
por guardar vuestro rebaño,
mirad que os nace un Cordero,
Hijo de Dios Soberano!

Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar,
que el lobo os le ha de llevar,
sin que le hayamos gozado.
Gil, dame acá aquel cayado
que no me saldrá de mano,
no nos lleven al Cordero:
¿no ves que es Dios Soberano?

¡Sonzas!, que estoy aturdido
de gozo y de penas junto.
¿Si es Dios el que hoy ha nacido,
cómo puede ser difunto?
¡Oh, que es hombre también junto!
La vida estará en su mano;
mirad, que es este el Cordero,
Hijo de Dios Soberano.

No sé para qué le piden,
pues le dan después tal guerra.
Mía fe, Gil, mejor será
que se nos torne a su tierra.
Si el pecado nos destierra,
y está el bien todo en su mano,
ya que ha venido, padezca
este Dios tan Soberano.

Poco te duele su pena;
¡oh, cómo es cierto del hombre,
cuando nos viene provecho,
el mal ajeno se esconde!
¿No ves que gana renombre
de pastor de gran rebaño?
Con todo, es cosa muy fuerte

que muera Dios Soberano.