viernes, 19 de diciembre de 2014

En íntima contemplación de mujer

                                                       En íntima contemplación de mujer
                                          (para todas las Religiosas Clarisas del mundo)

            
                                                                          Elena Conde Guerri
                                                                            Facultad de Letras
                                                                          Universidad de Murcia

                
Repiquetean ya los guirlaches y los polvorones, y los claustros y los azarbes más contemplativos se inundan con un cierto desasosiego. Pequeñas distracciones provocadas, paradójicamente, por el celo y la dedicación exclusiva que requieren aderezar un ajuar con exquisito mimo para el  Niño que viene ya. Es que nace, está aquí, estamos escuchando sus  primeros vagidos y no tiene qué ponerse. Serenidad, porque las religiosas Clarisas que lo llevan siempre dentro del corazón y van esperando esta Conmemoración de su Natividad cada día, saben acogerlo como Él lo merece. Aunque el alumbramiento se hubiera caprichosamente adelantado para cogerlas por sorpresa. No ha lugar. Pues su  entrenamiento son el amor y la contemplación.
           
Para contemplar algo, primero hay que verlo y luego mirarlo. Y en la recreación de la mirada, teñirse de sus formas y colores y penetrar en su esencia. Dejar que la hermosa polifonía de su aspecto sensible nos robe el alma. Viene entonces la contemplación: un instante, diez minutos, meses, quizá toda la vida fuera del tiempo de medición humana, fugaz y transitorio.  La gran mayoría ve, a no ser que sean ciegos, pero no todos miran y mucho menos contemplan. Las Clarisas saben mucho de contemplación, desde aquel día del año 1211, un lunes Santo dicen, en que Clara de Asís decidió no mirar nunca más los ornatos y comodidades cotidianas para contemplar solamente al Cristo franciscano de la Porciúncula. Y este su Señor se iba haciendo alternativamente pequeño o adulto según los ciclos litúrgicos. Para ella y sus hermanas de Comunidad.
De recién nacido y recreado en la prodigiosa escenografía inventada por  San Francisco, ya les hipotecó el corazón. Y yo creo que ahí siguen entrampadas las Clarisas, jugando a devolver el sublime tesoro de la entrega incondicional del Niño con todas las zalamerías de que son capaces. En casi todos los conventos de estas Religiosas hay un patrimonio peculiar celosamente guardado, tan inocente y tierno cuanto valioso. Son las colecciones  escultóricas de Niños-Jesús, llamados también Jesusines. Tallas prodigiosas, generalmente en madera, donde el recién nacido muestra su pequeña anatomía desnuda cubierta solamente por la pudorosa ayuda de la policromía. Regordetes, durmiendo o adormecidos, reclinados o extendidos en poses abandonadas a la  bendita inconsciencia. Pero también despiertos, con los ojos expectantes y abiertos y los brazos extendidos para todo adulto que quiera abrazarlos. Niños de unas horas o unas pocas semanas que necesitan perentoriamente de la entrega materna para sobrevivir y crecer con amor. Las religiosas Clarisas siempre lo han entendido bien. Y cuando llega el momento exacto en esa Noche Santa, se aprestan a vestirlos y a mimarlos.
           
Como su Madre María lo hizo en el pesebre. Y sacan pañales y camisolas y túnicas y zapatitos, donde la nobleza de los materiales, muchas veces tejidos y bordados por ellas mismas, cubre y abriga al Recién nacido no menos que con la amorosa contemplación de estas mujeres.
     
Siempre he pensado que la contemplación es cosa de mujeres, sobre todo la contemplación de lo invisible, que no por serlo implica que sea mero espejismo. Las religiosas de vida contemplativa contemplan 
a su Emmanuel y le dan su calor y le van alimentando y robusteciendo porque saben, como muchos sabemos, que el destino de este Niño será peculiar y en muchas secuencias de su vida clamará comprensión, agua, piedad, afecto, pero no los tendrá. Y ellas se lo adelantan. Pues perciben, como muchos percibimos, que las variantes de la iconografía de sus Jesusines no son gratuitas. Algunos de ellos, apenas en pie, van abrazados a una cruz y otros, somnolientos, reclinan su cabecita en un corazón ceñido de espinas que por el momento es tan sólo su almohada. La celebración  de la Navidad, en su verdadera trascendencia, no es dulzona ni está hecha para paladearla efímeramente mientras duren los dulces o los cánticos. Es bastante más. Lope de Vega escribió: "las pajas del pesebre, Niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel".
   
         

Por el momento, el Recién nacido por antonomasia no lo sabe. Será omnisciente y omnipotente y muchas cosas más, pero dejemos estos atributos a su condición de adulto. No rocemos hoy la ciencia, la sabiduría, los solemnes oratorios, la teología. Dejemos fluir los sentimientos. Seamos como parvulitos. Y con todas las religiosas Clarisas, a las que unimos a todas las religiosas de vida contemplativa del  mundo, contemplémosle y adorémosle. Ha querido nacer y hacerse de carne como nosotros para salvarnos.  Amémosle. Recitemos de nuevo con Lope, pero ahora con la  gratitud y alegría que el poeta pone en labios de su Madre: "Yo no tengo otros palacios en que recibiros pueda, sino mis brazos y pechos que os regalan y sustentan".