En íntima contemplación de mujer
(para todas las Religiosas Clarisas del
mundo)
Facultad de Letras
Universidad de Murcia
Repiquetean
ya los guirlaches y los polvorones, y los claustros y los azarbes más
contemplativos se inundan con un cierto desasosiego. Pequeñas distracciones
provocadas, paradójicamente, por el celo y la dedicación exclusiva que
requieren aderezar un ajuar con exquisito mimo para el Niño que viene ya.
Es que nace, está aquí, estamos escuchando sus primeros vagidos y no
tiene qué ponerse. Serenidad, porque las religiosas Clarisas que lo llevan
siempre dentro del corazón y van esperando esta Conmemoración de su Natividad
cada día, saben acogerlo como Él lo merece. Aunque el alumbramiento se hubiera
caprichosamente adelantado para cogerlas por sorpresa. No ha lugar. Pues
su entrenamiento son el amor y la contemplación.Siempre he pensado que la contemplación es cosa de mujeres, sobre todo la contemplación de lo invisible, que no por serlo implica que sea mero espejismo. Las religiosas de vida contemplativa contemplan a su Emmanuel y le dan su calor y le van alimentando y robusteciendo porque saben, como muchos sabemos, que el destino de este Niño será peculiar y en muchas secuencias de su vida clamará comprensión, agua, piedad, afecto, pero no los tendrá. Y ellas se lo adelantan. Pues perciben, como muchos percibimos, que las variantes de la iconografía de sus Jesusines no son gratuitas. Algunos de ellos, apenas en pie, van abrazados a una cruz y otros, somnolientos, reclinan su cabecita en un corazón ceñido de espinas que por el momento es tan sólo su almohada. La celebración de la Navidad, en su verdadera trascendencia, no es dulzona ni está hecha para paladearla efímeramente mientras duren los dulces o los cánticos. Es bastante más. Lope de Vega escribió: "las pajas del pesebre, Niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel".
Por el momento, el Recién nacido por antonomasia no lo sabe. Será omnisciente y omnipotente y muchas cosas más, pero dejemos estos atributos a su condición de adulto. No rocemos hoy la ciencia, la sabiduría, los solemnes oratorios, la teología. Dejemos fluir los sentimientos. Seamos como parvulitos. Y con todas las religiosas Clarisas, a las que unimos a todas las religiosas de vida contemplativa del mundo, contemplémosle y adorémosle. Ha querido nacer y hacerse de carne como nosotros para salvarnos. Amémosle. Recitemos de nuevo con Lope, pero ahora con la gratitud y alegría que el poeta pone en labios de su Madre: "Yo no tengo otros palacios en que recibiros pueda, sino mis brazos y pechos que os regalan y sustentan".