lunes, 28 de septiembre de 2015

Santos y Beatos del 30 de setiembre al 4 de octubre

30 de setiembre
Jerónimo (340ca.-420)
San Jerónimo nace en Estridón (Dalmacia. Croacia en la actualidad) hacia el año 340. Estudia y reside en Roma. Después de servir a la Iglesia de Roma, marcha a Oriente. Regresa de nuevo a la Ciudad eterna. Hace de secretario del papa San Dámaso. Viaja de nuevo a Tierra Santa. Se instala en Belén y lleva una vida de penitencia. Escribe comentarios a la Escritura. Muere en Belén en el 420.
                                   Común de Doctores de la Iglesia
Oración. Oh Dios, tú que concediste a San Jerónimo una estima tierna y viva por la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu Palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la verdadera vida. Por nuestro Señor Jesucristo.


OCTUBRE
1 de octubre
Teresa del Niño Jesús (1873-1897)
Santa Teresita nace en Alençón (Normandía. Francia) en el año 1873. De joven lleva la vida de carmelita en el convento de Lisieux. Vive en clausura la evangelización del mundo. Ofrece su vida por la salvación de los hombres. Muere el 30 de setiembre del año 1897.
                                               Común de Vírgenes
             Oración. Oh Dios, que has preparado tu reino para los humildes y sencillos, concédenos la gracia de seguir confiadamente el camino de Santa Teresa del Niño Jesús, para que nos sea revelada, por su intercesión, tu gloria eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
2 de octubre
Ángeles Custodios
San Francisco escribe: «Alábenlo al glorioso los cielos y la tierra. Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos. Y toda criatura, que hay en el cielo y sobre la tierra y las que hay bajo la tierra y el mar y las que hay en él (Ap 5,13): Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos» (AlHor 7-8).

            Oración. Oh Dios, que en tu providencia amorosa te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles, concédenos, atento a nuestras súplicas, vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía. Por nuestro Señor Jesucristo.
3 de octubre
Hipólito Galantini (1565-1619)
            El beato Hipólito Galantini, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Florencia (Toscana. Italia) el 12 de octubre de 1565 en el seno de una familia artesana. Se hace tejedor de paños. Alterna su trabajo con la educación religiosa de los jóvenes abandonados o pertenecientes a familias desestructuradas. El cardenal Alejandro de Médicis, después papa León XI, lo nombra maestro de la doctrina cristiana para la Archidiócesis de Florencia y le deja la iglesia de Santa Lucía en Prato para que imparta su catequesis. El 14 de octubre de 1602 toma el hábito de la OFS y funda la Congregación de San Francisco de Asís para la Doctrina Cristiana. Y lo mismo hace en Lucca, Pistoya, Módena, Volterra, etc. Se incorporan a la Congregación personas de toda condición social para educar en la fe al pueblo, sobre todo a los niños y a los jóvenes. Después de padecer durante 14 años una enfermedad, que le acarrea fuertes dolores, muere en Florencia el 20 de marzo de 1619, a los 54 años de edad. El papa León XII lo beatifica el 12 de julio de 1825.
                                   Común de Santos Varones
Oración. Dios nuestro, tú ves que somos débiles y desfallecemos; por el ejemplo del beato Hipólito, afiánzanos misericordiosamente en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
3.1 de octubre
Antonio Chevrier (1826-1879)
El beato Antonio Chevrier, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Lyón (Ródano. Francia) el 16 de abril de 1826. Ingresa en el seminario, y después de cursar los estudios eclesiásticos es ordenado sacerdote en 1850 y nombrado Vicario de la Parroquia de San Andrés de Lyón. En 1857 hace de capellán de la «Ciudad del Niño Jesús», fundada por Ca-milo Rambaud y destinada a acoger y cuidar a los niños abandonados, tanto en el ámbito humano como cristiano. Con la ayuda de Pedro Louat y de las religiosas Amelia y María funda la «Providencia del Prado». Es un albergue donde cobija a niños y adolescentes pobres. En 1867 es elegido párroco en Molino de Viento, muy cerca del albergue donde vive. En el año 1871 amplía su obra de caridad ayudando a la formación de sacerdotes pobres. Los cuatro primeros, ordenados en 1877, continúan su labor en el Prado y constituyen el centro del futuro Instituto. El beato Chevrier muere en Prado el 2 de octubre de 1879. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 4 de octubre de 1986.
                                               Común de Pastores
            Oración. Dios lleno de misericordia, que por la predicación y el ejemplo del beato Antonio Chevrier llevaste a nuestros padres a la luz de la fe, concédenos, por su intercesión, que cuantos nos gloriamos de llamarnos cristianos mostremos siempre con las obras la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo.
4 de octubre

Francisco de Asís (1182-1226)
            San Francisco nace en Asís (Perugia. Italia) en el año 1182; es hijo de Pedro Bernardone y Pica Bourlemont. Cae prisionero en la guerra de Asís contra Perugia en la batalla del Puente de San Juan el año 1202. Forma parte también del ejército del papa a las órdenes de Gualterio de Brienne contra el Imperio Germánico. Para combatir en la guerra, viaja a Apulia en 1205, y escucha una voz que le pide que regrese a Asís. Se dedica a la oración y sirve a los leprosos. Repara la iglesia de San Damián y es acogido por Guido I, obispo de Asís. Con los primeros discípulos vive en Rivotorto y después junto a la iglesia de Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula; aquí recibe la misión del Señor de proclamar el Evangelio por todo el mundo en pobreza, castidad y obediencia, misión que aprueba verbalmente el papa Inocencio III. En la Porciúncula celebra también los capítulos desde el año 1217. Viaja a Oriente en 1219 pasando por Chi-pre, San Juan de Acre y Damieta en el delta del Nilo. Escribe la Regla no bulada en 1221, y el 29 de noviembre de 1223 el papa Honorio III aprueba la Regla definitiva. En setiembre de 1224 recibe los estigmas de la crucifixión de Jesús. En el verano de 1225 compone el Cántico del Hermano Sol. Escribe el Testamento. Muere en la noche del 3 de octubre de 1226 a la edad de 44 años. El papa Gregorio IX lo canoniza el 16 de julio de 1228.
            Oración. Señor y Dios nuestro, todo bien, que otorgaste a nuestro Padre San Francisco la gracia de asemejarse a Cristo por la humildad y la pobreza, concédenos caminar tras sus huellas, para que podamos seguir a tu Hijo y entregarnos a ti con amor jubiloso. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                               Lecturas
            Primera
                                   «De las espadas forjarán arados»

El texto corresponde a la reforma litúrgica de Josías (reina entre el 639-608). Josías fomenta el judaísmo, destruye los santuarios paganos y las prácticas idólatras, y activa los valores fundamentales del pueblo del Señor cimentados en la Alianza. El profeta divisa los tiempos mesiánicos, identificando el monte con el templo de Dios, en el cual se reunirán todos los pueblos. El futuro mesías creará un universalismo religioso en el que la gente podrá conocer y adorar al Dios verdadero. Y se verá con la consecución de una paz que alcanzará a toda la creación. La frase lapidaria «De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas», grabada en el edificio de la ONU, significa: las espadas se transforman en arados para producir el pan que da la vida, y las lanzas se convertirán en podaderas para hacer el vino que comunica la alegría de vivir.
            Lectura del profeta Isaías                                         2,2-5

            Salmo responsorial                                       Sal 35,6-7.8-9.10-11
            El hombre siempre intenta buscarse la vida al margen de quien se la dio. Es como un instinto de desapego, de libertad mal planteada, que nace de una búsqueda desasosega de sí, que lo revuelve contra sus hermanos. El Señor se presenta como la verdadera fuente de la vida, que cuando el hombre lo vive, la comparte con los demás y disfruta de los bienes que el Señor le ha regalado desde el el principio del tiempo.
            V. En ti, Señor, está la fuente viva.
            R. En ti, Señor, está la fuente viva.
            Segunda
                                   «Servíos unos a otros por amor»
            La vida de Jesús no sólo se entiende como la revelación del Reino de Dios, sino como una nueva vida para todos los hombres. La novedad de vida se centra en el amor (cf. Gál 5,6; Rom 13,8; 1Cor 13,1), cuyo origen está en Dios (cf. 1Jn 4,19); establece su identidad y la de su Hijo (cf. Rom 8,35.37-39) como la del Espíritu (cf. Rom 15,30). El Espíritu Santo difunde e introduce el amor trinitario en los corazones de los creyentes (cf. Rom 5,5), constituyéndose en la esencia de los mandamientos cristianos (cf. Rom 13,8-10).

            Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas   5,13-14

            Aleluya                                               Jn  2,12
            Aleluya. Aleluya.
            «Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
y yo las conozco y ellas me siguen»
            Aleluya

            Evangelio

            «Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla»
            Jesús reprocha a los pueblos de Cafarnaún, Corozaín y Betsaida que no hayan aceptado el mensaje de salvación que les ha transmitido con la predicación del Reino y los milagros que le acreditan (cf. Mt 11,24). Y la sabiduría se acredita, precisamente, por estas obras de salvación. Por ello, Jesús desliga los contenidos de la revelación que explican los escribas y exigen cumplir los fariseos, y se los entrega a los sencillos y a los pequeños. Son aquellos que tienen el corazón abierto a Dios y son capaces de percibir que, a través de Jesús, se está dando y está ofreciendo la salvación, largamente esperada por todos. De ahí que la elección divina recaiga sobre los predispuestos a recibirla, y no sobre aquellos que, usando la ciencia como poder, se busquen a sí mismos antes que a Dios.

            Lectura del santo evangelio según san Mateo                   11,25-30

                        4.2.- Francisco de Asís (1182-1226)

                                               Lecturas
            Primera
            El rey Acaz prescinde de la fe de Israel, de la Alianza para gobernar el reino de Judá, que rechaza el profeta como una actuación extraña en la historia de Israel. Las promesas mesiánicas con referencia a Israel se fundan en una ilimitada confianza en el Señor (cf.  Is 9,13-17), porque sólo Él puede lograr una vida digna, equilibrada en las relaciones humanas, imponiendo la paz entre los pueblos y personas. La paz no sólo abarca a las relaciones entre los hombres y los pueblos, sino también alcanza a la creación; la  naturaleza se une al cántico de la paz que transformará todo cuanto existe para bien de lo que existe, siempre que se confíe en el ha originado la vida, la cuida y busca la armonía de todo lo que ha creado.
            Lectura del profeta Isaias                             11,5-9
            Salmo responsorial                                       Sal 32,1-3.4-5.6-7.8-9
            El justo entona cánticos de alabanza a la justicia y a la misericordia del Señor, porque el Señor se deja oír y ver en las maravillas de su creación. El creyente debe abrir su corazón y dejarse invadir por Él a fin de reconocer su presencia en la creación y en la historia.
            V. La palabra de Dios hizo el cielo.
            R. La palabra de Dios hizo el cielo.
            Segunda
                        «Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud»
            Jesús es el centro de la fe cristiana, de la vida personal y colectiva de los pueblos. En este texto se presenta como la imagen de Dios en la historia humana: Dios se deja ver en él y por él (cf. Heb 1,3; 2Cor 4,4); Cristo es la primera realidad pensada y querida por Dios, por eso es el primogénito de toda la creación (cf. Ef 1,21). No es extraño, pues, que sea, a la vez, cabeza de la comunidad cristiana (cf. Ef 1,22-23). Y en el colmo de la experiencia cristiana se le cree y retiene como el que posee la plenitud de todas las gracias, la plenitud de Dios, de la cual todos hemos participado al ser nuestro hermano y hacernos hijos de Dios (cf. Ef 2,9; Jn 1,16).
            Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Colosenses 1,15-20
Aleluya                                                                                   
                                                                                                Aleluya. Aleluya.                   2Tim 1,10
            «Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte,
y por medio del Evangelio sacó a la luz la vida».
            Aleluya.

            Evangelio
            «Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla»
            Jesús reprocha a los pueblos de Cafarnaún, Corozaín y Betsaida que no hayan aceptado el mensaje de salvación que les ha transmitido con la predicación del Reino y los milagros que le acreditan (cf. Mt 11,24). Y la sabiduría se acredita, precisamente, por estas obras de salvación. Por ello, Jesús desliga los contenidos de la revelación que explican los escribas y exigen cumplir los fariseos, y se los entrega a los sencillos y a los pequeños. Son aquellos que tienen el corazón abierto a Dios y son capaces de percibir que, a través de Jesús, se está dando y está ofreciendo la salvación, largamente esperada por todos. De ahí que la elección divina recaiga sobre los predispuestos a recibirla, y no sobre aquellos que, usando la ciencia como poder, se busquen a sí mismos antes que a Dios.

            Lectura del santo evangelio según san Mateo                   11,25-30

San Francisco. La misericordia III

                                                                  MISERICORDIA      
                              «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       


                                                                     III



            «Te digo, como puedo, acerca del caso de tu alma, que aquellas cosas que te impiden amar al Señor Dios, y cualquiera que te hiciere impedimento, ya frailes ya otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo todo por gracia. Y así lo quieras y no otra cosa. Y esto tenlo por verdadera obediencia del Señor Dios y mía, porque sé firmemente que ésta es verdadera obediencia».

El sufrimiento que padece el Ministro a  causa del mal que hacen los hermanos y, en general, los hombres, es gracia, es decir, debe insertarlo en las relaciones amorosas y, por tanto, salvadoras, que establece el Señor con sus criaturas, o el Padre Dios con sus hijos por medio de Jesús. Dicha relación es de amor y amor gratuito de parte de Dios. Sin embargo, la relación con los hombres entraña, por sí misma, un sufrimiento inevitable desde que el hombre ejerce su libertad.  Y ese sufrimiento es el que debe transformar en gracia, es decir, insertarlo en la corriente de amor de Dios a sus criaturas, como lo ha revelado en la historia de su Hijo. Y Francisco lo sabe, porque sigue de cerca la vida de Jesús. Lo exponemos en tres pasos: el inevitable sufrimiento de Jesús (2.1); la obediencia entendida como una relación de amor (2.2); todo es gracia (2.3)

                                                           Inevitable sufrimiento de Jesús

           
La «Tau» que sobrescribe Francisco en la letra «L» de la Bendición a Fray León ha sido el programa de su vida. Y la ha tenido como término permanente de su ideal cristiano, porque es donde culmina el ministerio de Jesús, con el que se identifica y sigue muy de cerca[1].
            En efecto, Francisco entiende la cruz de Jesús con tres perspectivas muy significativas extraídas del NT. La cruz constituye un símbolo de la maldad: «Y aun los demonios no lo crucificaron, pero tú con ellos lo crucificaste y todavía lo crucificas, deleitándote en vicios y pecados»[2]; 2º a la maldad  responde Jesús no con la huída de Galilea o de Jerusalén, lugares centrales de su misión, sino con la entrega libre a los hombres y la fidelidad a la vocación que le ha dado el Padre: «Del cual Padre la voluntad fue tal que su Hijo, bendito y glorioso, que nos dio y nació por nosotros, se ofreció a sí mismo por su propia sangre, como sacrificio y hostia en el ara de la cruz»[3], con la que logra nuestra salvación: «Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo»[4]. Veamos el proceso en Jesús y en las primeras comunidades cristianas.

           
1º  Jesús padece la maldad humana por hacer el bien fuera de las normas judías (cf. Mc 2,23-3,1-6), provocando una crisis en Galilea, que se reproduce en Jerusalén cuando los discípulos le abandonan en el discurso del Pan de Vida (cf. Jn 6,66); a las amenazas de muerte de los herodianos y fariseos (cf. Mc 3,6), le siguen la de Caifás y el Sanedrín en Jerusalén (cf. Jn 11,49-50); a los sumos sacerdotes les es muy fácil cambiar la aclamación del pueblo a su entrada «mesiánica» (cf. Mc 11,1-11par) por el «crucifícale» ante Poncio Pilato (cf. Mc 14,11-15par). Jesús llora al ver un pueblo rebelde y poco dado a aceptar su mensaje (cf. Lc 19,41),  como experimenta los más variados sentimientos ante la diferentes situaciones que le hace vivir su ministerio: ira y tristeza (Mc 3,5); compasión, (cf. Mc 1,41); lástima (cf. Mc 6,34; 8,2); gemido (cf. Mc 7,34); protesta (cf. Mc 9,19); enfado (cf. Mc 10,14); cariño (cf. Mc 10,21), conmoción, estremecimiento y lágrimas (cf. Jn 10,33.35). Los discípulos no entienden las claves del mensaje del Reino, cambiando la presencia de un Dios de amor misericordioso por un Dios del poder y dominio sobre todas las naciones (cf. Mc 10,45par). Estos discípulos le traicionan (cf. Mc 14,66-72par), le venden (cf. Mt 27,3), se duermen (cf. Mc 14,32-41par); muere por una causa que no defendió (cf. Lc 23,1-4par) y es crucificado entre los malhechores (cf. Mc 15,27par)[5].

           
2º Pero, a pesar de la crisis personal en Getsemaní[6], todo cambia cuando los acontecimientos pasan de sucesos históricos a hechos divinos, o a pensarse desde Dios, una vez que los discípulos se han encontrado con el Resucitado y recibido el Espíritu Santo. Siguiendo las claves de San Francisco, Jesús no es una marioneta que baila al son de las intrigas de Caifás, Anás y demás sanedritas, ni siquiera se somete sin más al imperio de la ley romana, porque el más mínimo movimiento de su vida y la de sus discípulos y enemigos está controlado desde su libertad: «… yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla» (Jn 10,17-18).




[1] Cf. 1Cel 45.91-93; 2Cel 10-11.15; 106.109.203; LM Pról.2; 1,3; 2,1; 13,2; TC 13-14.27-28.31.37; LP 37 Clara de Asís, Tes 10-11; D.V. Lapsanski, «Autographus» 18-37; H. Schneider, Leben im Zeichen des Tau. Aschffenburg 1989; D. Vorreux, Un symbole franciscain, la Tau. Paris 1977; Íd., «Tau», Dizionario Francescano. Padova 1995, 2003-2012.   
[2] Adm 5,3.
[3] 2CtaF 11.
[4] Cf. Test 15; «Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así por tu santo amor, con que nos amaste (cf. Jn 17, 26), hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que fuéramos redimidos nosotros cautivos por su cruz y sangre y muerte» (Rnb 23,3).
[5] R. E. Brown, La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro. I-II. Estella (Navarra) 2005; J.D.G. Dunn, Jesús recordado. El cristianismo en sus comienzos. I. Salamanca 2009, 863-988; K. Kertelge, (Hrsg.), Der Prozess gegen Jesus. Historische Rückfrage und theologische Deutung. Freiburg i. B. 19892;
S. Légasse, El proceso de Jesús. I-II. Bilbao 1995-1996; Ch. Niemand, Jesus und sein Weg zum Kreuz. Stuttgart 2007.
[6] Jesús cuando se separa con Pedro, Santiago y Juan del resto de los discípulos «comenzó a sentir estupor y angustia». El sufrimiento del justo va más allá en la narración: Jesús sufre una conmoción que está por encima de sus propias fuerzas y lo rompe interiormente. Es un horror que le produce inquietud, ansiedad. Estupor y angustia es más fuerte que el entristecerse de Mateo (26,38), que está en la línea de la expresión que Jesús dirige a los tres discípulos: «Siento una tristeza mortal; quedaos aquí velando» (Mc 14,33-34; cf. Mt 26,37-38), cf. F. Martínez Fresneda, Jesús de Nazaret. Murcia 20123, 602-605.

SWan Francisco. Misericordia III

                                                           MISERICORDIA      
                        «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       


                                                                     III



            «Te digo, como puedo, acerca del caso de tu alma, que aquellas cosas que te impiden amar al Señor Dios, y cualquiera que te hiciere impedimento, ya frailes ya otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo todo por gracia. Y así lo quieras y no otra cosa. Y esto tenlo por verdadera obediencia del Señor Dios y mía, porque sé firmemente que ésta es verdadera obediencia».

El sufrimiento que padece el Ministro a  causa del mal que hacen los hermanos y, en general, los hombres, es gracia, es decir, debe insertarlo en las relaciones amorosas y, por tanto, salvadoras, que establece el Señor con sus criaturas, o el Padre Dios con sus hijos por medio de Jesús. Dicha relación es de amor y amor gratuito de parte de Dios. Sin embargo, la relación con los hombres entraña, por sí misma, un sufrimiento inevitable desde que el hombre ejerce su libertad.  Y ese sufrimiento es el que debe transformar en gracia, es decir, insertarlo en la corriente de amor de Dios a sus criaturas, como lo ha revelado en la historia de su Hijo. Y Francisco lo sabe, porque sigue de cerca la vida de Jesús. Lo exponemos en tres pasos: el inevitable sufrimiento de Jesús (2.1); la obediencia entendida como una relación de amor (2.2); todo es gracia (2.3)

                                     Inevitable sufrimiento de Jesús

           
La «Tau» que sobrescribe Francisco en la letra «L» de la Bendición a Fray León ha sido el programa de su vida. Y la ha tenido como término permanente de su ideal cristiano, porque es donde culmina el ministerio de Jesús, con el que se identifica y sigue muy de cerca[1].
            En efecto, Francisco entiende la cruz de Jesús con tres perspectivas muy significativas extraídas del NT. La cruz constituye un símbolo de la maldad: «Y aun los demonios no lo crucificaron, pero tú con ellos lo crucificaste y todavía lo crucificas, deleitándote en vicios y pecados»[2]; 2º a la maldad  responde Jesús no con la huída de Galilea o de Jerusalén, lugares centrales de su misión, sino con la entrega libre a los hombres y la fidelidad a la vocación que le ha dado el Padre: «Del cual Padre la voluntad fue tal que su Hijo, bendito y glorioso, que nos dio y nació por nosotros, se ofreció a sí mismo por su propia sangre, como sacrificio y hostia en el ara de la cruz»[3], con la que logra nuestra salvación: «Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo»[4]. Veamos el proceso en Jesús y en las primeras comunidades cristianas.

           
1º  Jesús padece la maldad humana por hacer el bien fuera de las normas judías (cf. Mc 2,23-3,1-6), provocando una crisis en Galilea, que se reproduce en Jerusalén cuando los discípulos le abandonan en el discurso del Pan de Vida (cf. Jn 6,66); a las amenazas de muerte de los herodianos y fariseos (cf. Mc 3,6), le siguen la de Caifás y el Sanedrín en Jerusalén (cf. Jn 11,49-50); a los sumos sacerdotes les es muy fácil cambiar la aclamación del pueblo a su entrada «mesiánica» (cf. Mc 11,1-11par) por el «crucifícale» ante Poncio Pilato (cf. Mc 14,11-15par). Jesús llora al ver un pueblo rebelde y poco dado a aceptar su mensaje (cf. Lc 19,41),  como experimenta los más variados sentimientos ante la diferentes situaciones que le hace vivir su ministerio: ira y tristeza (Mc 3,5); compasión, (cf. Mc 1,41); lástima (cf. Mc 6,34; 8,2); gemido (cf. Mc 7,34); protesta (cf. Mc 9,19); enfado (cf. Mc 10,14); cariño (cf. Mc 10,21), conmoción, estremecimiento y lágrimas (cf. Jn 10,33.35). Los discípulos no entienden las claves del mensaje del Reino, cambiando la presencia de un Dios de amor misericordioso por un Dios del poder y dominio sobre todas las naciones (cf. Mc 10,45par). Estos discípulos le traicionan (cf. Mc 14,66-72par), le venden (cf. Mt 27,3), se duermen (cf. Mc 14,32-41par); muere por una causa que no defendió (cf. Lc 23,1-4par) y es crucificado entre los malhechores (cf. Mc 15,27par)[5].

           
2º Pero, a pesar de la crisis personal en Getsemaní[6], todo cambia cuando los acontecimientos pasan de sucesos históricos a hechos divinos, o a pensarse desde Dios, una vez que los discípulos se han encontrado con el Resucitado y recibido el Espíritu Santo. Siguiendo las claves de San Francisco, Jesús no es una marioneta que baila al son de las intrigas de Caifás, Anás y demás sanedritas, ni siquiera se somete sin más al imperio de la ley romana, porque el más mínimo movimiento de su vida y la de sus discípulos y enemigos está controlado desde su libertad: «… yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla» (Jn 10,17-18).




[1] Cf. 1Cel 45.91-93; 2Cel 10-11.15; 106.109.203; LM Pról.2; 1,3; 2,1; 13,2; TC 13-14.27-28.31.37; LP 37 Clara de Asís, Tes 10-11; D.V. Lapsanski, «Autographus» 18-37; H. Schneider, Leben im Zeichen des Tau. Aschffenburg 1989; D. Vorreux, Un symbole franciscain, la Tau. Paris 1977; Íd., «Tau», Dizionario Francescano. Padova 1995, 2003-2012.   
[2] Adm 5,3.
[3] 2CtaF 11.
[4] Cf. Test 15; «Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así por tu santo amor, con que nos amaste (cf. Jn 17, 26), hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que fuéramos redimidos nosotros cautivos por su cruz y sangre y muerte» (Rnb 23,3).
[5] R. E. Brown, La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro. I-II. Estella (Navarra) 2005; J.D.G. Dunn, Jesús recordado. El cristianismo en sus comienzos. I. Salamanca 2009, 863-988; K. Kertelge, (Hrsg.), Der Prozess gegen Jesus. Historische Rückfrage und theologische Deutung. Freiburg i. B. 19892;
S. Légasse, El proceso de Jesús. I-II. Bilbao 1995-1996; Ch. Niemand, Jesus und sein Weg zum Kreuz. Stuttgart 2007.
[6] Jesús cuando se separa con Pedro, Santiago y Juan del resto de los discípulos «comenzó a sentir estupor y angustia». El sufrimiento del justo va más allá en la narración: Jesús sufre una conmoción que está por encima de sus propias fuerzas y lo rompe interiormente. Es un horror que le produce inquietud, ansiedad. Estupor y angustia es más fuerte que el entristecerse de Mateo (26,38), que está en la línea de la expresión que Jesús dirige a los tres discípulos: «Siento una tristeza mortal; quedaos aquí velando» (Mc 14,33-34; cf. Mt 26,37-38), cf. F. Martínez Fresneda, Jesús de Nazaret. Murcia 20123, 602-605.