lunes, 28 de septiembre de 2015

Del matrimonio

DOMINGO XXVII (B)


Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10,2-16.

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: -¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: -Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: -Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: -Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido. y se casa con otro, comete adulterio.

1.- Jesús, al identificar divorcio y adulterio, «quien repudie a su mujer [...] comete adulterio», ratifica la defensa de la unión según la voluntad primera de Dios, algo que no se tiene en cuenta en la jurisprudencia judía de entonces. Con ello impide que la mujer sea rechazada por el marido al tener solo este la capacidad para dar el acta de divorcio. Es una consecuencia de la defensa de la mujer contemplada en el ámbito del Reino, en el que se ampara la dignidad de todos los excluidos por cualquier causa en la sociedad. Por eso, Jesús no cita a la Torá para avalar su opinión. Cita a Dios, «al principio no fue así», porque es el que salvaguarda la vida humana y conserva su potencia amorosa. Con ello favorece la igualdad y corresponsabilidad del hombre y la mujer, que la Ley no contempla, y mantiene el principio teológico del matrimonio como una alianza que es un espejo de la alianza de Dios con su pueblo, en la que se resalta la fidelidad y la misericordia mutuas. De ahí, que el que no haga constante memoria de la misericordia y fidelidad inscrita en la alianza matrimonial se plantee el hecho del repudio imprevisto por Dios en la creación de la pareja humana.

2.- La Iglesia defiende la indisolubilidad matrimonial y, a la vez, anula los matrimonios cuyo consentimiento sea falso o imperfecto por causas personales, familiares y sociales. Pero la comunidad cristiana no defiende solo la indisolubilidad, sino que se preocupa de la familia que se origina en el momento de la celebración del matrimonio. Es decir, las comunidades cristianas defienden el núcleo básico de la formación de la persona y de la sociedad. Y la formación de la familia comienza con la formación de la pareja y de la persona en el ámbito de la familia de origen y de la comunidad cristiana correspondiente. Es muy hermoso observar cómo están implicados muchos esposos en los cursos prematrimoniales, donde aportan a los jóvenes, fe, sabiduría y experiencia en la convivencia humana.

3.- La enseñanza y el testimonio de Jesús abarca la derrota del diablo como origen del pecado y de tantas infelicidades humanas. Y no pocas de ellas se viven en el ámbito matrimonial y familiar. La peor derrota no es cuando uno no tiene trabajo o fracasa en sus negocios, sino cuando dejamos de ser amados o no tenemos a quien amar, y pasamos nuestra vida con distracciones efímeras y superficiales. También cuando se huye del hogar, porque se han convertido las relaciones familiares en un infierno. Y Jesús apuesta por la intervención decisiva del amor de Dios en la potencia y estabilidad de las relaciones entre los esposos y en la familia. Más allá de la ley, de las costumbres familiares y sociales, de las tradiciones culturales que fijan muchas veces la identidad matrimonial, está una experiencia de amor de Dios que nos hace descubrir en nuestra pareja la verdadera relación de amor, fundada en la libertad personal y en la gratuidad en la entrega.




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