lunes, 14 de julio de 2014

«Dejadlos crecer juntos hasta la siega». Domingo XVI (A)



                                                DOMINGO XVI (A) 



                                      «Dejadlos crecer juntos hasta la siega»

Lectura del santo Evangelio según San Mateo     13,24-30.
En aquel tiempo Jesús propuso esta parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

1.- Texto y contexto. La historia humana entraña la tensión que el Génesis describe: el bien del Señor, cuyo administrador es el hombre, y el mal, fruto de la libertad humana.  Jesús, como judío, participa de esta interpretación de la historia. Y la parábola que le dirige a la gente va en este sentido. El mundo es el campo, que siembra de bien el campesino Dios; la cizaña es el mal que se origina por el diablo, la cultura de poder que ha construido el hombre y el egoísmo personal. La lógica nos lleva a defender nuestra cosecha, nuestra vida, aquellas realidades que hacen posible la existencia y convivencia humana y que pide a Dios magistralmente la segunda parte del Padrenuestro: el pan, la paz y la defensa del mal que nos puede destruir. Cuando intentan los labradores limpiar el sembrado de la cizaña, el amo les avisa que no lo hagan. El propietario del campo sabe que en el tiempo de la cosecha parte de la cizaña se seca, y la que quede se destruye en el tiempo de la recolección. La finalidad es no dañar el trigo.

2.- Doctrina. Jesús ha enseñado en su vida pública una cuestión muy importante: El juicio de salvación es una decisión exclusiva del Señor. El hombre no tiene capacidad para emitir un juicio de salvación y de condena, ni de sí mismo ni de los demás (cf. Lc 6.37-38,41-42). La creación y la salvación es una cuestión exclusiva del Señor. Y esta reserva personal que hace el Señor es para beneficio del hombre, pues usará el perdón y la misericordia con más generosidad que el mismo hombre hará sobre su propio pecado y el de los demás.— La segunda enseñanza que nos muestra la parábola es que la realidad, sea cultural, social, comunitaria, familiar y personal está transida de bien y mal. Todo intento de purificarla totalmente del mal llevará a la destrucción de parte de bien que existe, porque la perfección en el bien y en el mal es imposible en la historia humana. Y cualquier planteamiento que se haga en este sentido falsea la vida, desconociendo cuál es nuestra naturaleza y nuestra historia, entretejida de sentimientos, actitudes, actos, criterios y principios de bien y mal. 


3.- Acción. Visto lo cual hay que saber bien qué entendemos por bien y mal; qué es realmente lo que beneficia la vida, en su dimensión personal y comunitaria; qué favorece la convivencia humana. En este sentido Jesús también es muy claro en su vida y enseñanza: amor a Dios y al prójimo, o a Dios por el prójimo, o al prójimo por Dios (cf. Mc 12,28-34), porque la salvación se dilucida en dichas relaciones: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; …..» (Mt 25,31-46). Mientras tanto hay que sufrir el mal desde el amor. El mal hay que aceptarlo como una evidencia. Con él no se puede mirar hacia otro lado, ni luchar con el convencimiento de extirparlo, o curarlo, o vencerlo definitivamente. La actitud de superarlo se hace amando, se lleva a cabo haciendo el bien, y las invectivas del mal, como Jesús la cruz, se encajan desde el poder amoroso del Seño que anida en nuestro corazón.




«Dejadlos crecer juntos hasta la siega».Domingo XVI (A)



            DOMINGO XVI (A)

                                      «Dejadlos crecer juntos hasta la siega»

Lectura del santo Evangelio según San Mateo     13,24-30.
En aquel tiempo Jesús propuso esta parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

1.- El Señor. Jesús da a Dios el juicio de la historia y de nuestras vidas. San Pablo nos lo dice con otras palabras: «Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece» (1Cor 4,3-5). Nadie se puede erigir en «señor» de nuestra conciencia, y menos tiene los criterios y las armas para dilucidar un juicio justo sobre la historia humana, parcial o totalmente, cuando sabemos, en parte, las manipulaciones y las visiones interesadamente falsas de la misma. Que el Señor se haga cargo de la vida personal y colectiva nos infunde paz y sosiego, porque es el único que sabe y quiere la identidad bondadosa de todo cuanto existe.

2.- La comunidad.- Muchas veces la Iglesia, las comunidades religiosas y las instituciones cristianas han caído en la tentación de separar el trigo de la cizaña antes de la cosecha final, como si tuvieran todos los elementos para juzgar una vida o una colectividad. Se ha confundido con mucha frecuencia los criterios básicos de convivencia cristiana con un perfeccionismo que conduce a recluir en el secretismo las imperfecciones y pecados, y exteriorizar la perfección evangélica adaptada al tiempo  y costumbres de la época; las formas donde se expresa la vida evangélica ni crea la salvación ni erradica el mal interior y preserva del exterior. Debemos ser conscientes que el trigo y la cizaña existen permanentemente en el mundo y en la Iglesia. Los Padres decían que la Iglesia es, a la vez, «casta/meretrix», «fiel e infiel» al Señor. Hacer de la iglesia y de nuestras comunidades y familias comunidades perfectas  y vivir desde esa perspectiva es falso, y la perjudicamos gravemente, porque la situamos en una nube desde la cual no se puede aplicar el mensaje de salvación de Jesús.  

3.- El creyente.- Si aceptamos que nuestra vida personal se teje de trigo y cizaña, supone un paso trascendental de comprender la sociedad, la Iglesia y la convivencia humana. Así nunca excluiremos de nuestras relaciones a nadie de nuestra vida. Porque sabremos captar la dimensión de bondad que entraña en sus vidas, y no sólo el mal que hacen y generan. Para ello es esencial experimentar a Dios como amor, y aceptar en nuestra conciencia que, si somos imagen y semejanza de él, poseemos un fondo de bondad que podemos compartirlo con los que nos  ha tocado vivir. Se entrelazan entonces las relaciones de bien, que hacen florecer y valorar el trigo, y las relaciones egoístas. Pero hay que dejar que la cizaña se pudra, o al menos no ocupe un lugar preponderante y central en nuestra conciencia y en nuestras relaciones sociales y cristianas. Debemos excluir pensar de una manera constante en la cizaña, soltando el veneno del mal interior y aumentar la maldad social y cultural. Es el Señor quien dilucida al final de nuestra vida el bien y el mal, por eso vivimos el presente con la paz de que nuestras vidas están en manos de un Padre y una Madre que nos quiere más que nosotros a nosotros mismos.