lunes, 16 de noviembre de 2015

Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

                                                             DOMINGO XXXIV (B)


                        Lectura del santo Evangelio según San Juan 18,33-37.

            En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó:
-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: -Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

           
1.- Jesús y Pilato entablan un diálogo de sordos, que acaba con la pregunta del Gobernador: «Y ¿qué es la verdad?» Pilato es la presencia del poder político, económico, legislativo y judicial del Emperador Tiberio. Está en el estrado de los grandes poderes que ha tenido la humanidad: Egipto, Asiria, Persia, Grecia, Roma […], Estados Unidos, y seguirá un imperio tras otro con los mismos principios que avalan la dominación de los humanos, hasta que decida el Señor el fin de la historia para aclarar su verdadero sentido. El imperio inunda de noticias el mundo, que oímos y leemos cada día: actos terroristas asesinando inocentes en aviones, en ciudades europeas o medio orientales o africanas, etc.— La otra cara de la historia es Jesús, el Hijo de Dios. Revela el rostro bondadoso del Señor, que se hace presente por su Espíritu en los hombres y mujeres, en las familias y en las instituciones, que aman, que sirven, que luchan por la dignidad humana, que tienen a Dios como el Padre de Jesús. Forjan un reino que es eterno; al contrario del otro, que ya ha sentenciado su muerte el mismo Jesús: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos» (Jn 9,39).

          
  2.- Los reinos terrestres funcionan con las tres tentaciones que sufre Jesús: el poder, la vanidad y el dinero. O en la pluma de Juan: por la concupiscencia de la carne, por la codicia de los ojos, por la arrogancia del dinero. En definitiva, es la soberbia que quita a Dios como centro de las relaciones humanas para instalar al yo humano como creador, providente y salvador, constituyéndose en el ombligo del mundo y de la historia. Jesús no va por aquí, y la Iglesia, que es su cuerpo, tampoco; al menos en estos últimos tiempos. La Iglesia no puede ser una alternativa al poder político, legislativo, judicial y económico. La Iglesia es una alternativa al sentido de la vida como la entienden los poderes de este mundo. Ella experimenta, avala y expande el reino de Jesús, el reino de «la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio)
           

           
3. Pertenecemos al Reino de Dios por el bautismo y los dones de gracia que el Señor nos ha regalado en nuestra educación familiar, social y cristiana. Cuando somos conscientes de nuestra pertenencia a un mundo nuevo, debemos orientar las responsabilidades familiares y sociales según nos ha enseñado Jesús: compartir la bondad de Dios, recuperar a los niños y marginados por su bondad misericordiosa, crear instituciones y ámbitos donde se construya un buen ambiente de convivencia, de aceptación del otro, de paz. Cuidar con esmero, al estilo de los Hermanos de San Juan de Dios, a los enfermos mentales. Defender nuestra creación como hermana nuestra, a la cual debemos servir, como dice San Francisco. Tener a Dios como fuente de la vida, que la cuida y la desarrolla. De todo esto, y mucho más, Jesús es rey; al rey político ya lo rechazó después de la multiplicación de los panes (cf. Jn 6,15). Nuestra vida debe hacer real el Reino de Dios que nos ha revelado Jesús.

Domingo XXXIV (B): Yo soy Rey.

                                                           DOMINGO XXXIV (B)


                        Lectura del santo Evangelio según San Juan 18,33-37.

            En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó:
-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: -Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

           
1.- Los judíos no podían dar muerte a nadie en tiempos de Jesús (cf. Jn 18,31) desde la ocupación directa de Palestina por el Imperio. Con esta perspectiva, los Sumos Sacerdotes, que habían condenado a Jesús por su distanciamento crítico del templo, lo conducen al gobernador Poncio Pilato, nada afecto al recinto sagrado, para que lo juzgue y condene.  Lo acusan al Gobernador de hacerse rey de los judíos (cf. Lc 23,1-3). Al final, Jesús debe su ejecución a una acción de carácter político que lesiona gravemente la soberanía de Roma. El título de la cruz lo explica con claridad: «El rey de los judíos» (Mc 15,26par), que es ocasión de la burla de los mismos judíos (cf. Mc 15,32). Y la tradición de Juan es muy explícita en este sentido: «El que se hace rey va contra el César» (Jn 19,12). No es desdeñable, pues, la idea de que se pongan de acuerdo los intereses religiosos y políticos para acabar con Jesús. Este es el fundamento histórico del diálogo que nos presenta el Evangelio.

           
2.-  En este diálogo hay tres referencias que nunca se encuentran entre sí al tener significados distintos: mundo comprendido como gloria o cielo donde Jesús reina, y como tierra donde Jesús revela dicho reino como bondad salvadora de Dios; reino que es el espacio y el tiempo que gobierna un rey o gobernador o emperador y el reino de Jesús donde impera «la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio); la verdad que en Juan se une a la gracia (cf. Jn 1.14.17): la revelación de Dios como amor misericordioso y salvador. Por eso la verdad hace libres a los cristianos al experimentar los valores del Señor y donde se encuentra (cf. Jn 8,32), muy distinta a la verdad entendida como la adecuación de la mente a la realidad.

           
3.- Pilato y Jesús intentan dialogar, quizás en la lengua griega, pero no se encuentran. No hay trasvase de ideas ni comunicación. Representan dos dimensiones de la realidad que viven de espaldas. Son el poder y la gracia; el orgullo y el servicio; la soberbia y la humildad; la guerra y la paz; la arbitrariedad y la justicia; el odio y el amor; el dinero y la generosidad; la esclavitud y la libertad; la pobreza y la riqueza; la humillación y la dignidad; etc. Los cristianos vamos caminando de un mundo al otro, si bien debemos tener claro a qué reino pertenecemos desde que tomamos las riendas de nuestra vida.