lunes, 24 de febrero de 2014

Las Iglesia ante el cambio

La Iglesia ante el cambio






Por Manuel Lázaro Pulido
                                                                       Instituto Teológico de Cáceres
                                                                       Universidad Católica Portuguesa (Oporto)



Se dice y con razón que vivimos en un momento de crisis. Lo sustanciamos todo en la crisis económica como si fuera el eje principal de la misma. Y damos vuelta en torno a los poderes económicos, o al gasto público, a las diferencias sociales, o a conceptos que ahora todos manejamos como si fuéramos economistas de profesión. La verdad es que la situación de vulnerabilidad económica en nuestras sociedades del bienestar ha venido a ser la manifestación palpable de que lo que está haciéndose no cuadra con lo que está siendo. Y esto afecta a muchas facetas. Lo lógico es que el lector piense: “es cierto, lo que subyace es una crisis de valores”. No seré yo ahora quien lo niegue. Pero la crisis es aún más profunda, porque los valores se fundamentan en realidades y las realidades no son solo metafísicas (o sea de principios aislados), las realidades se constituyen en lo que son (en lo que son de por sí siendo en su contexto). Es decir la realidad está íntimamente relacionada. Y digo todo esto para expresar que la realidad de la crisis tiene que ver con la realidad que experimentamos. La crisis afecta pues también a las formas sociales, las estructuras antropológicas, las culturas y todo ello se retroalimenta. Así que la crisis también afecta a la Iglesia, a su estructura, a su modo de expresarse, a la sociología de su constitución teológica. La Aldea global ha cambiado las comunicaciones, ha cambiado las expectativas, ha trastocado el universo mental, la forma de relacionarnos. Ayer una investigadora que dirijo de la Universidad de Saitama en Japón y que viene para España me preguntó por mi WhatsApp para comunicarnos mejor. Yo que sigo siendo frugal en telecomunicaciones no pude darle respuesta positiva. Sin embargo más tarde utilicé el Skype para comunicarme con un profesor de Polonia. La relatividad espacio-temporal ha llegado a nuestras vidas no en forma de fórmulas matemáticas, sino bajo la implementación de los modelos que se derivan de ellas.
Y estas nuevas formas relativizan el espacio y el tiempo, trastocado las fronteras, los lugares de identidad antes conocidos. No han desaparecido las ansias de identidad, propia de los mamíferos que somos, sino el espacio físico. Cada vez más volátil. Pensemos en nuestros documentos (en nuestra memoria): del papel, al disquete, del disquete al Cd, del Cd al USB, del USB a la nube. Nuestra identidad personal también se ha volatilizado: de la firma y el sello a la firma digital de la Oficina de Registro virtual. Miremos nuestras lecturas: de Espigas y azucenas al blog de F. Martínez Fresneda. Y todo esto en un tiempo vertiginoso para que muchas mentes lo asimilen. Y esto es crisis, porque es crisis en tanto “Escasez, carestía; y “Escasez, carestía” (significados 6 y 7 del DRAE) comoMutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales” (significado 2 del DRAE). De hecho, y muy probablemente, las acepciones 6 y 7 dependan de esta. Y por analogía de la primera acepción: “Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente”. Veremos si nos mejoramos o agravamos, pero que estamos cambiando seguro.
Y en esta circunstancia a la Iglesia y a su espacio y tiempo también le tiene que afectar la crisis. La Iglesia es católica, ese espacio admite muchos vaivenes. Y su catolicidad, su forma de expresión sociológica y eclesiológica siendo así tiene la capacidad de retroalimentarse (que es lo propio del cristianismo: pues Cristo siempre da la oportunidad de configurarse con Él). Hemos de pensar si el espacio eclesiológico que nos hemos dado (con la ayuda del Espíritu Santo, claro está) es el espacio del siglo XXI. Si la estructura parroquial del II concilio Vaticano tal como está en el imaginario diocesano es posible mantenerlo. Si esa identidad puede apegarse al territorio, hoy cuando la Universidad provinciana tiene que unirse a otras para no sucumbir y hacer un curso on-line porque sino no podría sobrevivir y lo que es aún más importante (aunque lo otro es necesario): servir.
Hemos repensar una eclesiología para el cristiano del siglo XXI. Porque la realidad es que el hombre es cambiante. Y difícilmente en un mundo del mercado global (que es la realidad y la fundamenta también) hace que los hombres muden. Un servidor a vivido en más de tres países y en multitud de ciudades (por ende en multitud de parroquias). Siempre me he sentido diocesano porque aprendía  relativizar el espacio y el tiempo cuando en mi vida eso acontecía, como muchos cristianos. La mayoría adoptaron otras realidades eclesiales, aquellas que se hacían carismas y misterios en Christifideles laici (21), en realidad nuevas necesidades religiosas nacidas a ritmo de cambio social que han provocado no pocas tensiones en las parroquias. Pero no es menos cierto que es obligación conciliar dar salida a las nuevas formas en los nuevos tiempos: “incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra. Por consiguiente, ábraseles por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra salvífica de la Iglesia” (Lumen Gentium 33).
Hace más de ochocientos años, un laico de Asís, anuncio vivo del Evangelio, enfrentó la ruptura del espacio y el tiempo en un nuevo mundo que se configuraba, donde el espacio rural quedaba obsoleto como identidad única, y la realidad religiosa necesitaba de un nuevo lugar en la ciudad del Occidente que se iba constituyendo (el primer paso a la Modernidad). Los muros de los monasterios no podían responder a “las posibilidades y necesidades de los tiempos” y el nuevo ciudadano urbano necesitaba de una luz evangélica nueva, católica, universal. Aquel hombre pobre supo leer la crisis, supo ver el momento de la nueva eclesiología al que el IV concilio de Letrán también llegó con retraso.
Crisis es momento de cambio de la realidad y la Iglesia precisa de una nueva eclesiología para poder hacer vivo el anuncio del Evangelio en la perennidad de su mensaje. Y crisis es oportunidad para mejorar “el enfermo” o para “empeorarlo”. Y eso sí que depende de nosotros, y ahí la queja (mecanismo de defensa preferido de quien no tiene ni fe ni esperanza ni caridad) es el mejor mecanismo para empeorar el enfermo. En esto de la eclesiología cómo se haga, eso, ya no depende de mí: ¡doctores tiene la Iglesia!



Más sobre Jesús

                      Jesús de Nazaret. El hombre de las cien caras
                             Textos canónicos y apócrifos.
                 

                 

                                                                De Antonio Piñero
                                              Universidad Complutense (Madrid)


                                                                   por  B. Pérez Andreo
                                                                                  Instituto Teológico de Murcia OFM

      Este libro de Antonio Piñero expone, a través de un millar de textos sobre Jesús, la tesis básica que el autor ha defendido en muchos de sus libros, a saber, que el cristianismo es el producto de la reflexión teológica de los discípulos de Jesús después de su muerte, que el cristianismo es repensar y reinterpretar a Jesús a la luz de la creencia firme de que ha resucitado y de que está presente entre sus fieles. Esa reflexión o reinterpretación se logra no solo pensando en su vida en sí, sino también apoyándose en la palabra viva de Dios, las Escrituras. Los cristianos estaban también convencidos de que esa palabra había predicho de antemano todo lo que sucedería con Jesús en su calidad de mesías de Israel, llegado en la plenitud de los tiempos.
En la presente obra, el autor nos ofrece una cantidad ingente de dichos sobre Jesús, provenientes de múltiples tradiciones, canónicas o no, y que conforman una especie de collages sobre el concepto que en los primeros tiempos se tuvo de Jesús. Lo que ha hecho el autor es dar coherencia temática a los textos, reuniéndolos en torno a temas concretos. Poco le importa al autor la procedencia, lo único que tiene presente al escoger los textos es la veracidad histórica del texto, no tanto su carácter canónico. Así va tejiendo una especie de nuevo diatesaron, pero incluyendo no solo los textos evangélicos canónicos, sino todo el material que al respecto de un determinado tema pueda encontrar. Como ejemplo sirva el capítulo primero, denominado Encarnación. Como Jesús es Hijo de Dios. En este capítulo se hilvanan textos procedentes tanto de los evangelios canónicos, los Hechos de los apóstoles o las cartas de Pablo, como de textos apócrifos como el Evangelio de la Infancia o los Hechos de Tomás, así como textos procedentes de la tradición como Hipólito de Roma o Justin Martir. Este mismo tenor se sigue en el resto de los trece capítulos de que consta la obra. Su lectura continua, en la que se trufan todos los textos disponible en torno a la temática concreta, nos da la sensación de un cierto (¿sano?) relativismo en lo que hace a las fuentes utilizadas, pero fundamentalmente sobre el mismo personaje sobre el que versan los textos: Jesús de Nazaret.
      Resulta imposible hacerse una idea suficientemente clara de lo que supuso Jesús de Nazaret con este método de presentación, aunque es cierto que para ello ya hay otras obras, pero no ayuda a la comprensión del personaje. Romper la estructura de los textos de procedencia y volverlos a unir según un criterio extemporáneo, externo y hasta espurio, bien podría parecer una descontextualización que impidiera, antes que permitiera, el acceso a un Jesús liberado de las cadenas de la canonicidad. Algo de esto recela el autor cuando él mismo aduce que “la presente colección/selección de textos permite al lector adquirir una mentalidad un tanto relativista respecto a la herencia de la Antigüedad sobre los hombres importantes, famosos, o trascendentes para la humanidad” (348). Esa mentalidad relativista, como dice el autor, antes que ayudar al lector, a menos que esté avisado de los pormenores de la crítica y de esos los hay escasos, solo puede ayudar a confundir. Ahora bien, el conjunto de textos así dispuestos sí tiene validez para aquellos que tengan un claro conocimiento de la situación de la investigación en la materia, pues ayuda a ver las relaciones que existen entre la tradición canónica y la extracanónica sobre un tema concreto, sea este el de la resurrección, sea la crítica al poder o sea la misma encarnación del Hijo de Dios.
      La obra de Antonio Piñero dice no perseguir la finalidad de reconstruir al Jesús histórico, sino mostrar la variedad del cristianismo primitivo, con sus principales troncos, el judeocristianismo palestinense, el judeocristianismo helenista, absorbido por la corriente del cristianismo paulino, y la corriente gnóstica. La primera y la última acabarán siendo expulsadas del cristianismo ortodoxo y sus textos no configurarán la corriente canónica que tenemos hoy en el Nuevo Testamento, pero sus textos conservan un cierto valor de testimonio, aunque no un valor histórico para reconstruir la vida de Jesús. Es interesante la puesta en paralelo de unos textos y otros, especialmente para conocer la variedad del cristianismo en sus orígenes, pero no tienen ninguna validez para intentar recuperar lo que fue el acontecimiento de Jesús. Aunque sea cierto que a un historiador solo le interese la lucha entre ortodoxos y heterodoxos desde el punto de vista de la evolución de un pensamiento, sí es cierto también que las comunidades que elaboraron y para las que se elaboraron los textos tenían una cierta comprensión de la realidad de la que nació su visión sobre Jesús. En otras palabras, lo que vivieron aquellas comunidades en las que nacieron los textos que ahora conforman el Nuevo Testamento, forma parte también del acontecimiento Jesús de Nazaret. Por eso no es baladí qué expresen en sus textos, pues esa expresión es la consecuencia de una experiencia que, generalmente, en los textos canónicos, es de persecución, la misma persecución que vivió Jesús y que no está presente en los textos no canónicos, o no lo está con la misma intensidad. Esta diferencia sustancial entre unas comunidades y otras es fundamental para el historiador y lo es también para el lector. Aunque es cierto que ya existen muchas obras donde esto puede encontrarse, también lo es que si no se da al lector una mínima introducción al respecto puede llevarse a error, al peor de los errores, al relativismo, a pensar que el Jesús del que habla Marcos es el mismo del que habla el Evangelio de la Infancia.
En definitiva, estamos ante una obra interesante para el lector avezado en los temas de los que trata y de la que se puede obtener gran beneficio, pero sería necesaria alguna introducción explicativa para otro tipo de lector, bien sea en la propia obra o remitiendo a alguna de las muchas y buenas obras del autor.





A cada día le bastan sus disgustos

             VIII DOMINGO (A)

                «No os angustiéis por el mañana»

                                                          

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 6,24-34.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.

1.- Junto al peligro de perder la vida está el de no poder mantenerla. Jesús se ampara en Dios para su defensa. La ocasión le viene cuando enseña que la existencia no puede asentarse en las riquezas, sobre todo si equivalen para el hombre a un apetito desordenado que le conduce a su perdición. Porque la codicia de las cosas encierra desligarse de Aquel que es el propietario de todo: «Por eso os digo que no andéis angustiados por la comida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. La vida vale más que el sustento y el cuerpo más que el vestido». La alternativa que ofrece a la seguridad que dan los bienes es Dios, porque Él no exige las preocupaciones que proporcionan conseguir y mantener la riqueza, sino, al contrario, basta con abandonarse en sus manos y dejarse llevar por la conciencia de que su corazón está pendiente del sustento diario: «Observad a los cuervos: no siembran ni cosechan, no tienen silos ni despensas, y Dios los sustenta. Cuánto más valéis vosotros que las aves [...] Observad cómo crecen los lirios, sin trabajar ni hilar; pero os digo que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos».

2.- Cuando Jesús viaja a Jerusalén, según la propuesta evangélica de Lucas, y presiente los sufrimientos que va a padecer, enseña a los discípulos, a sus amigos, que el camino de la cruz también tendrán que recorrerlo ellos. En estos momentos tensos, Jesús se remite a Dios, que como Creador es el dueño de la vida (Lc 12,22-31; Mt 16,25-33). De aquí nace la confianza en Él y el coraje del anuncio del Reino. No se debe temer a quien arruina o destruye la vida en esta tierra, sino a Aquel que la puede aniquilar para siempre. «¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno de ellos se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados todos. No tengáis miedo, que valéis más que muchos gorriones» (12,6-7; Mt 10,29-31). Los gorriones y los pelos, de valor insignificante, y la vida humana, la mejor imagen divina en la tierra, están bajo la mirada de Dios. Todo lo existente es objeto de su preocupación y protección. Dios es providente.


3.- El cuidado que Dios tiene para con nosotros fruto de su inmenso amor que nos ha traido a la vida,  no excluye que disfrutemos y gocemos de la existencia. Lo importante es tener una escala de valores acorde con el reino del Señor y su justicia: Su amor, el amor a la vida y a la familia, la responsabilidad en nuestros servicios sociales, la relación humana que nos hacer ver a los otros como hermanos, la creación como sede del Señor y de la historia de amor huamana, etc., etc., etc. No es necesario escaparse de la vida para recluirnos en un castillo al cuidado del Señor. Cuando nos dice: «Buscad primero el Reino y su justicia» es no darle la vuelta a la escala de valores del Evangelio y colocar el dinero, los bienes, las cosas por encima de los demás; y lo hacemos cuando no tenemos a Dios como el amor primero y fundante de todo.

De la Hacienda pública

                              HACIENDA TELEMÁTICA


                                                                        Francisco HENARES OFS
                                                                        Instituto Teológico de Murcia OFM

Hoy no escribo de buen humor. Diré la causa y el por qué. La Fundación Clara Henares. Jóvenes Solidarios Sureste, que yo fundé y presido, todos los años en enero envía a Hacienda el informe sobre los donativos que la buena gente ha dado para el Premio de Clara. Como no son sumas del otro mundo, caben en tres páginas del modelo 182. Llevamos años entregando todo a Hacienda a mano y en mayúsculas muy hermosas. Llego este año y me dice Hacienda que ya no se recibirá nada en papel, ni a mano, sino telemáticamente, y con firma electrónica. Lógicamente, he pillado un cabreo de narices. Al pobre chico que me atendía, (muy correcto, es verdad) le he  soltado que él no tiene culpa, pero que esto era un abuso de poder contra la gente sencilla que no tiene por qué  saber de ordenador, y encima con exigencias. Le he espetado también que la Fundación nos ha costado crearla  30.000 euros, y que encima es sin ánimo de lucro, y encima es una Fundación pobre; y que parece mentira que una ONG que todo lo da gratis, no tenga ni esa conmiseración de presentar a mano, como llevaba haciéndolo desde años atrás; y que este mundo parece solo para listillos y listorros, y ya está bien hombre. ¿Por qué una pobre mujer ha de aprender informática como si le fuera la vida en ello? Si no sabe de eso ¿ya no existe tampoco, se convierte en un monstruito?                                                                     
Y aquí entro yo a reflexionar, que es lo mío. Una de las imágenes más humildes y bellas de la Semana Santa de Cartagena, se llama La Soledad de los Pobres (de González Moreno). Sale Sábado Santo, y es humilde y con las manos juntas, como desolada. Pega aquí sobremanera. A los pobres no se les da ni agua gratis, a no ser por Cáritas. Fíjense en esto: si ahora un colegio dijera a los padres que las notas de los hijos las recibirán telemáticamente, y no por el boletín de notas; fíjense, si el Corte Inglés te dijera cuando pagas que recibirás el tique telemáticamente; fíjate si la tienda de tomates nos ofreciera los precios y el tique también por ordenador. Y suma y sigue. Más de una tienda acabaría cerrando por pasarse de lista. Y aquí viene lo grave: ¿eso se hace para ahorrar trabajadores en Hacienda? Pues  deberíamos saber cuántos se van a ir a la calle, ya que ahora no tiene nadie de allí que copiar de mano a ordenador, ni tiene que guardar papeles, ni clasificar, ni tener armarios, porque se acabó ya el papel. Y otra consideración: ¿estos modos de obrar son de prepotencia, de quieras o no quieras, y atente a las consecuencias? Y más grave todavía: las Fundaciones sin ánimo de lucro están exentas de presentar cuentas a Hacienda. Lo hacen al Protectorado correspondiente en Madrid. Merecen otro trato. La prepotencia es terrible, cuando el de abajo se la tiene que tragar sin remedio. Cabe el derecho al pataleo, sí, pero ellos saben que ya se nos pasará, como la gripe. Lo digo con educación, porque la impresión es que los de arriba se olvidan pronto del pueblo de abajo. Y encima nos quieren vender la electrónica en pantalla, como si ya no supiéramos vivir sin ella, como si ésta nos hubiera parido. Mas bien, este parto de los montes se debe a intereses de oligarquías, que venden y empujan desde la escuela el producto, como si los nenes no tuvieran otra cosa ya que aprender, ni usar otros juguetes que no sea un móvil de última generación. Con razón hasta cenando comen ya con la cuchara en una mano y el móvil en la otra.
¡Ah! Y  otra reflexión de propina. Este obligarnos me trae a las mientes otra razón de perogrullo: si quien se va a aprovechar es obviamente Hacienda, justo será que no pague el consumidor los gastos que eso conlleva (si te lo hace la empresa fiscal, o el amigo por lo barato). Hace pocos años, una de las Hidroeléctricas que nos machacan en precios ordenó que cambiáramos ese aparatito de la potencia de la luz que está en la entrada de la casa. Bien, sería necesario; vale. Lo hicimos, pero al mismo tiempo, se nos obligó a que pusiéramos un candado en su defensa, para que no pudiera nadie robar a las Eléctricas. Pagamos  nueve euros por candado. Todavía estamos esperando a que lo pongan. Me pregunté mil veces, como tonto del pueblo: si esto es para que no les roben, el candado lo deberían pagar ellos, digo yo. Es su seguridad, no la mía. Pero ni por esas. Hay listillos, y habemos tontos. Pero tú solidario aprende con quien te la juegas, porque los estás viendo. De tontos, nada.


Evangelio. No os angustiéis por el mañana.

             VIII DOMINGO (A)

             «No os angustiéis por el mañana»


                                                        


Lectura del santo Evangelio según San Mateo 6,24-34.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.

1.- En la primera parte del texto Jesús advierte sobre los peligros que trae consigo la riqueza y el poder que ella genera, en la que no debe nunca fundarse el sentido de la vida. Hay que cambiar la riqueza y el poder por el servicio para orientar la vida según el Reino: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir...» (Mc 10,45), servicio que es el sacramento del amor (cf Mt 19,19). Jesús lo avisa cuando el rico declina su invitación a seguirle por la riqueza que poseía: «¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! » (Mc 10,25par). Porque «nadie puede estar al servicio de dos amos…» (Lc 16,13; Mt 6,24). Y es que la codicia conduce a que el hombre sea poseído por las riquezas, de forma que pierde su libertad al ponerse a merced del dinero, un dios al que se le entrega la vida. Pierde su ser. Por eso la codicia es una idolatría (cf Col 3,5). Aquí radica el principio del mal de las riquezas. Después se añade otro no menos importante. El que está sujeto al dinero desconoce las necesidades de los que le rodean y pasa con facilidad a su explotación. Entonces lo que es un don de Dios, la posesión de los bienes, se convierte en un signo diabólico, porque esta riqueza se crea y se alimenta con el hambre de los hombres, en definitiva, por la explotación de los pobres. Para evitar esto, Jesús aconseja introducir en el horizonte vital a los marginados: «Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos [...]. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos» (Mc 14,22-25par).

2.- La segunda parte del Evangelio apela un Dios que está pendiente de sus criaturas. Si es Creador por un acto de amor, este acto no significa una acción aislada al principio de la historia humana, sino revela una actitud de Dios por la que se inserta en el espacio y en el tiempo para cuidar y recrear de una forma continua las personas y las cosas, que son su reflejo. Dios no se desentiende de sus criaturas, antes bien, salvaguardando la libertad humana para que sea posible la respuesta de amor a su amor creador, sigue ofreciéndose como la fuente desde donde mana la vida. Así Jesús integra a su experiencia de Dios como Creador a Dios como Providente. Y en este espacio camina y nos enseña a caminar. Para poder vivir en paz con los demás, debemos mirar continujamente al Señor. Entonces entenderemos lo de la providencia. Si vivimos centrados en nosotros y en nuestras posesiones, observaremos a los otros como lobos, porque el dinero nos convierte en animales.

3.- En su vida ordinaria, Jesús aprende de su padre el oficio de trabajar la madera, el hierro y la piedra. Es un trabajador que come con el sudor de su frente, cumpliendo el mandato divino de los inicios de la creación. Es la responsabilidad ordinaria de toda persona. Cuando se dedica al Reino, convencido de que Dios lo hará presente muy pronto, unas mujeres trabajan para él y sus discípulos y  le alimentan con sus limosnas mientras proclaman la cercanía inmdiata del Señor. La Providencia divina no exime del trabajo ni de las responsabilidades familiares y sociales. Jesús defiende la Providencia para fundar nuestra vida en el Señor y no en los bienes, que en cualquier momento se nos puede arrebatar, como aquel que llena los graneros de trigo para tumbarse a vivir sin trabajar. Y esa misma noche muere, siendo el más rico del cementerio. La Providencia avala que hay suficientes bienes en esta tierra para poder mantenernos a todos y poder llevar una existencia digna. Y la Providencia cubre todas nuestras necesidades fundamentales ―comer, beber, la formación y la salud―, sin tener la imperiosa necesidad de producir, y producir,  y producir para acumular, con el riesgo de quitar los bienes a los demás y volvernos ciegos para comprender a Dios como Padre y Madre y a los humanos como hermanos.