Jesús de
Nazaret. El hombre de las cien caras
Textos
canónicos y apócrifos.
De Antonio Piñero
Universidad Complutense (Madrid)
Universidad Complutense (Madrid)
Este libro de Antonio Piñero
expone, a través de un millar de textos sobre Jesús, la tesis básica que el
autor ha defendido en muchos de sus libros, a saber, que el cristianismo es el
producto de la reflexión teológica de los discípulos de Jesús después de su
muerte, que el cristianismo es repensar y reinterpretar a Jesús a la luz de la
creencia firme de que ha resucitado y de que está presente entre sus fieles.
Esa reflexión o reinterpretación se logra no solo pensando en su vida en sí,
sino también apoyándose en la palabra viva de Dios, las Escrituras. Los
cristianos estaban también convencidos de que esa palabra había predicho de
antemano todo lo que sucedería con Jesús en su calidad de mesías de Israel,
llegado en la plenitud de los tiempos.
En la presente obra, el autor
nos ofrece una cantidad ingente de dichos sobre Jesús, provenientes de
múltiples tradiciones, canónicas o no, y que conforman una especie de collages sobre el concepto que en los
primeros tiempos se tuvo de Jesús. Lo que ha hecho el autor es dar coherencia
temática a los textos, reuniéndolos en torno a temas concretos. Poco le importa
al autor la procedencia, lo único que tiene presente al escoger los textos es
la veracidad histórica del texto, no tanto su carácter canónico. Así va
tejiendo una especie de nuevo diatesaron,
pero incluyendo no solo los textos evangélicos canónicos, sino todo el material
que al respecto de un determinado tema pueda encontrar. Como ejemplo sirva el
capítulo primero, denominado Encarnación.
Como Jesús es Hijo de Dios. En este
capítulo se hilvanan textos procedentes tanto de los evangelios canónicos, los
Hechos de los apóstoles o las cartas de Pablo, como de textos apócrifos como el
Evangelio de la Infancia o los Hechos de Tomás, así como textos procedentes de
la tradición como Hipólito de Roma o Justin Martir. Este mismo tenor se sigue
en el resto de los trece capítulos de que consta la obra. Su lectura continua,
en la que se trufan todos los textos disponible en torno a la temática
concreta, nos da la sensación de un cierto (¿sano?) relativismo en lo que hace
a las fuentes utilizadas, pero fundamentalmente sobre el mismo personaje sobre
el que versan los textos: Jesús de Nazaret.
Resulta
imposible hacerse una idea suficientemente clara de lo que supuso Jesús de
Nazaret con este método de presentación, aunque es cierto que para ello ya hay
otras obras, pero no ayuda a la comprensión del personaje. Romper la estructura
de los textos de procedencia y volverlos a unir según un criterio extemporáneo,
externo y hasta espurio, bien podría parecer una descontextualización que
impidiera, antes que permitiera, el acceso a un Jesús liberado de las cadenas
de la canonicidad. Algo de esto recela el autor cuando él mismo aduce que “la
presente colección/selección de textos permite al lector adquirir una
mentalidad un tanto relativista respecto a la herencia de la Antigüedad sobre
los hombres importantes, famosos, o trascendentes para la humanidad” (348). Esa
mentalidad relativista, como dice el
autor, antes que ayudar al lector, a menos que esté avisado de los pormenores
de la crítica y de esos los hay escasos, solo puede ayudar a confundir. Ahora
bien, el conjunto de textos así dispuestos sí tiene validez para aquellos que
tengan un claro conocimiento de la situación de la investigación en la materia,
pues ayuda a ver las relaciones que existen entre la tradición canónica y la
extracanónica sobre un tema concreto, sea este el de la resurrección, sea la
crítica al poder o sea la misma encarnación del Hijo de Dios.
La
obra de Antonio Piñero dice no perseguir la finalidad de reconstruir al Jesús
histórico, sino mostrar la variedad del cristianismo primitivo, con sus
principales troncos, el judeocristianismo palestinense, el judeocristianismo
helenista, absorbido por la corriente del cristianismo paulino, y la corriente
gnóstica. La primera y la última acabarán siendo expulsadas del cristianismo ortodoxo
y sus textos no configurarán la corriente canónica que tenemos hoy en el Nuevo
Testamento, pero sus textos conservan un cierto valor de testimonio, aunque no
un valor histórico para reconstruir la vida de Jesús. Es interesante la puesta
en paralelo de unos textos y otros, especialmente para conocer la variedad del
cristianismo en sus orígenes, pero no tienen ninguna validez para intentar
recuperar lo que fue el acontecimiento de Jesús. Aunque sea cierto que a un
historiador solo le interese la lucha entre ortodoxos y heterodoxos desde el
punto de vista de la evolución de un pensamiento, sí es cierto también que las
comunidades que elaboraron y para las que se elaboraron los textos tenían una
cierta comprensión de la realidad de la que nació su visión sobre Jesús. En
otras palabras, lo que vivieron aquellas comunidades en las que nacieron los
textos que ahora conforman el Nuevo Testamento, forma parte también del
acontecimiento Jesús de Nazaret. Por eso no es baladí qué expresen en sus
textos, pues esa expresión es la consecuencia de una experiencia que,
generalmente, en los textos canónicos, es de persecución, la misma persecución
que vivió Jesús y que no está presente en los textos no canónicos, o no lo está
con la misma intensidad. Esta diferencia sustancial entre unas comunidades y
otras es fundamental para el historiador y lo es también para el lector. Aunque
es cierto que ya existen muchas obras donde esto puede encontrarse, también lo
es que si no se da al lector una mínima introducción al respecto puede llevarse
a error, al peor de los errores, al relativismo, a pensar que el Jesús del que
habla Marcos es el mismo del que habla el Evangelio de la Infancia.
En definitiva, estamos ante una
obra interesante para el lector avezado en los temas de los que trata y de la
que se puede obtener gran beneficio, pero sería necesaria alguna introducción
explicativa para otro tipo de lector, bien sea en la propia obra o remitiendo a
alguna de las muchas y buenas obras del autor.
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