jueves, 14 de noviembre de 2013

Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano.

«Debo dejar a Dios por Dios» (Carta 2,11). Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano.

            De  F. Martínez Fresneda

Editorial Espigas, Murcia 2013,  498 pp., 14,5 x 21,5 cm. (ITM. Serie Textos 6).
  
 La obra trata sobre el pensamiento teológico de la M. Paula Gil Cano, fundadora de las Hermanas Franciscanas de la Purísima. Se divide en cuatro partes: Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo y la Virgen María. La espiritualidad de M. Paula se centra en el seguimiento de Jesús pobre y cruci ficado al estilo de la Virgen María y San Francisco. El objetivo de la obra es relacionar las afirmaciones de la Fundadora con la historia de Jesús y de San Francisco que hace en sus Cartas, Sucinta Reseña y la biografía titulada Vida ejemplar, escrita por sor Concepción Vázquez y basada en un manuscrito de la M. Cecilia Bermejo ―esta biografía utiliza el esquema de santidad de la Iglesia de mitad del siglo XX, por eso se cita con las debidas precauciones con respecto a la forma que define la santidad de entonces―.  El autor articula las tres biografías para centrar el pensamiento de M. Paula, y observa, a la vez, las diferencias que tiene con Jesús y Francisco.
La parte primera expone la concepción que tiene Jesús de Dios: Creado, Providente y Salvador. Dios es una persona viva que toma la iniciativa para salvar a la creación y a los hombres: «La caridad y la fe son dos virtudes que, a mi entender, van hermanadas; la caridad sin fe sirve de muy poco […] Mientras mayor sea la fe, más posible será la unión profunda que se opera por medio de la caridad». Es la fe que actúa por medio del amor que afirma Pablo en la Carta a los Gálatas (6,5) (48). La fe en Dios como bondad misericordiosa se explicita en las relaciones con las hermanas y en la de los niños y ancianos, a los que procura servir en extremo, si bien no escribe nunca que Dios es Padre. La experiencia del Señor se centra, como hemos dicho, en su bondad, en su misericordia, en su justicia, en su abundancia de amor. «La experiencia de Dios salta de la iglesia a la vida cotidiana, pasa de la capilla y la oración personal a lo que entraña nuestra vida de cada día» (62). Y dicha experiencia la vive como una presencia envolvente, como la atmósfera que respira y le hace vivir. Además Dios se ofrece en cada elemento de la realidad, como lo vive San Francisco y enseña San Buenaventura: las criaturas son vestigio, imagen y semejanza de Dios. Las criaturas y la humanidad no remiten al Señor, sino que lo contienen. De ahí que la relación con Él también pasa por las relaciones con las criaturas y los hombres: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer,….».  Otro aspecto de la experiencia divina es la receptividad; sentirse habitado por el Señor de forma que todo se ve desde Él. Entonces todo es gracia (cf. Ef 2,4-10). El Señor da seguridad. Dice M. Paula: «Dios está siempre con vosotros, viendo como lucháis y para ayudaros si por acaso vais a tropezar» ―le dice a sus hijas. A Dios se le debe obediencia y se expande su experiencia a todas las gentes, porque el bien se comunica por sí mismo, además de recibir y cumplir el mandato de Jesús: «Id y predicad a todas las naciones…».
Pero Dios se ha hecho visible en la vida de Jesús. El Logos se encarna para dar vida a los hombres y éstos reciban su gracia y salvación divinas. No es el hombre el que debe huir de la historia, pues en ella se nos ha dado el Señor. Es aquí donde debemos encontrarle. M. Paula entiende esto en el servicio a los niños y a los ancianos. La tentación de apartarse del mundo, que ya la tuvo San Francisco, y que le disuade Santa Clara y Fr. Silvestre,  no la tiene M. Paula. Ella vive al Señor por medio de Jesús quien lo sitúa en el servicio a los hermanos y en la coherencia y estructura de la vida de las hermanas. La misión entre los pobres nace del seguimiento a Jesús pobre y crucificado, como San Francisco. Y la estructura de la fraternidad de las hermanas une las características que entraña la itinerancia de Jesús y los Doce con la de la comunidad cristiana primitiva de Jerusalén. De ahí que conciba la misión en fraternidad, nunca en soledad. Y a la estructura de la comunidad cristiana: vida de oración, comunicación de bienes, escucha de la Palabra y celebración de la Última Cena, une las exigencias de Jesús a sus discípulos: la fidelidad, la cruz, dar la vida, la limosna; los comportamientos de evitar la ofensa, el juicio y la conciencia que la vida de entrega y defensa de los pobres causa conflictos de todo tipo. La muerte de M. Paula, sola en su lecho de dolor y donde encuentra definitivamente al Señor, es muy distinta a la de Jesús ―en la cruz―, o la de San Francisco ―rodeado de sus discípulos―. Sin embargo las crisis colectivas y personales que tiene Jesús y San Francisco, también las sufre M. Paula en la dilatación de la aprobación de su fundación por parte de la Santa Sede, y en sus «frías oraciones» que experimenta por un tiempo, es decir, en su alejamiento interior del Señor, que no del Señor de ella.
El Espíritu se palpa en su vida y en su Congregación. Como ocurre con San Francisco en la fundación de la Orden, M. Paula siente también las enormes dificultades que padece para que la vida y misión de las hijas de la Purísima sigan adelante. Pero la presencia del Espíritu, la relación de amor de Dios con sus hijos, se hace presente, no sólo con la aprobación de la Congregación desde Roma, lo que la capacita para extenderse por todo el mundo,  sino en la capacidad de amor que muestras las hermanas en misiones tan difíciles como la riada de Murcia, la epidemia del cólera en la misma ciudad del Segura, o las inundaciones de Consuegra. El Espíritu mantiene la unión de la Congregación, no obstante las tentativas de desviar los objetivos de la fundación y crear una fraternidad (Orihuela-Alicante) a la espalda de M. Paula. Y el Espíritu se muestra también en la comprobación del cambio vital de M. Paula y de las hermanas. Es la vida nueva que describe S. Pablo, basada en la caridad mutua y en la entrega a los más desfavorecidos: «Sólo os pido caridad, caridad, caridad», le dice a las hermanas e insta a una entrega amorosa que se hace en una historia esencialmente relativa: «Mientras vivamos estamos en un tiempo de prueba; debemos además como esposas que somos del Cordero, participar con él de su Pasión […] Pensad que Jesús nos espera en el Calvario con los brazos abiertos, para que no nos olvidemos de él y nos vayamos en pos de las criaturas».
María es su madre, es la forma concreta que M. Paula toma para configurar su vida y la de las Hermanas.  Es curioso que no sigue la devoción a María según la costumbre de su tiempo: Ensalzarla sobre todas las criaturas, dándole los valores y virtudes propios de una emperadora,  una princesa, etc., y haciéndola inalcanzable a las Hermanas. Tampoco se centra en los dogmas marianos. M. Paula sigue la vida histórica, reflejada en los Evangelios, de la Madre de Jesús. Ella es hija de Israel; ella es esposa y madre, responsable de la marcha de su hogar y educadora en todos los sentidos de Jesús; ella pasa de madre a ser creyente en Jesús, le sigue, le imita, está al pide la cruz y con los discípulos en la apertura de la comunidad cristiana a todas las gentes. Madre de Jesús, Madre de la Iglesia, Madre de las hijas de la Purísima. Es la consagrada al Señor, no separándose de la vida humana, sino perteneciendo al Señor experimentando la existencia como mujer en todas sus dimensiones. No es una vestal, es una mujer judía que se entrega a su hijo y a su causa del Reino con todas sus fuerzas. M. Paula ve en ella el amor de una mujer. Por eso la retiene como la verdadera Superiora General de la Congregación. Ella, no sólo le da forma femenina de consagración a las hermanas, sino también su identidad. Por eso los votos de la vida religiosa, ubicados en las relaciones fraternas, se deben vivir como lo hizo María y San Francisco: Son una relación de amor con el Señor, que hace a las hermanas vaciarse de sí y mostrar al mundo lo que dicho amor es como gratuidad y libertad. Para ello la obediencia al amor del Señor es fundamental para comprender los votos y vivirlos según el Evangelio.
 Cada capítulo termina con una visión de futuro de los temas tratados y una guía de lectura para que la sigan las comunidades e individualmente cada hermana. Al final se publican las Cartas y la Sucinta Reseña del nacimiento de la Congregación de M. Paula con una nueva división, que es la que se cita en el texto.





La fe, Dios y Jesucristo. Una propuesta teológica

Reus, Manuel (Coor.), 
La fe, Dios y Jesucristo. Una propuesta teológica. PPC, Madrid 2011, 138 pp., 14,4 x 22 cm.

La Facultad de Teología de Deusto goza de un grupo de investigación teológica ―J. Arregui, L. Uriarte, F.J. Victoria y M. Reus―que ha elaborado el proyecto: ¿Todavía la fe cristiana? La reconstrucción del creer. De las partes que consta el proyecto se han hecho dos: Enfoques y Escenarios. Ahora presentamos la tercera: Reformulaciones, que es una reflexión de los cuatro pensadores. Lo que se expone es un «tanteo»,  un «ensayo»,  una «prueba»; todo lo contrario a una exigencia de exponer una verdad absoluta. «La pretensión de verdad que tiene el cristianismo la reconozco con humildad ―dice M. Reus en la Introducción―, pero su búsqueda sincera, honesta y radical no me permite utilizar esta pretensión como arma arrojadiza en la vida social y pública, sino como oferta gratuita que se va dejando descubrir en la oscuridad de nuestro camino» (6). Aplicadas las conclusiones de las dos primeras partes de la investigación resulta  la reflexión teológica sobre la fe, Dios y Jesucristo, cuyas presentaciones asumen la historia y la tradición, pero siempre miran al presente y futuro de la comunidad cristiana.
La fe se centra en el acto de creer, en el sujeto que cree, por consiguiente, en la experiencia creyente. Lo que implica acogida de la revelación, respuesta al Dios que se manifiesta con un diálogo permanente situado en la comunidad cristiana. No se trata de la necesidad de la fe, con sus derivaciones públicas, sociales o políticas, o los deseos de creer, sino más bien una fe que se fundamenta en el revelación gratuita del Señor. Quizás este cambio de perspectiva está más en consonancia con la cultura en la que nos movemos y respiramos diariamente. Es cierto que se da una dificultad actual para creer, como ha sucedido en todas las épocas. La clave está que también acontece una presencia del Misterio, que necesita sus mediaciones adecuadas para que florezca humana y socialmente. Centrados en el sujeto creyente, se observa formas plurales de creer, pero todas apuntan al «único Señor Jesucristo», aunque la ausencia de la incidencia social de la fe avale ciertas inseguridades y menos significatividad cristiana en las relaciones institucionales que componen nuestra sociedad. Se está recuperando para el acto de fe la gratuidad de Dios que se dona en Jesús por medio del Espíritu. Esto entraña la comprensión de la gracia y la gratuidad en la vida humana, en la contingencia que identifica la temporalidad de la historia. Nos movemos en lo concreto y lo concreto transitable. Siguiendo a Jesús, se deja el creyente de apoyarse en sí mismo, en sus obras como soporte para la salvación, y se abandona al misterio de Dios, al Otro de Dios que es Jesús y sus hermanos, al decir de Rahner. Y en dichas relaciones asume una experiencia creyente que constituye su identidad como relación con el Señor.
La segunda parte trata sobre una imagen renovada del Dios cristiano. Y Dios se trata no desde la razón especulativa, sino desde la revelación de Jesús, precisamente para desenmascarar las pretensiones de la Modernidad que buscaba instalar la razón en el pedestal de Dios, ocultando su verdadero rostro. La ontoteología queda en la actualidad relegada al olvido. Para pasar de ésta  a la revelación de Jesús, al decir de O. González de Cardedal hay que abrir la antropología a la trascendencia, abrir el yo al tú, de la homogeneidad de la realidad a la variedad, de la identidad a la alteridad, de la inmanencia al Otro, etc., etc., (63-64). Hay que seguir la revelación cristiana y la normatividad de la fe que dicta el NT en las expresiones de la segunda y tercera generación, que reflexiona sobre Jesús. Es: Dios se ha hecho carne, que el Hijo se ha vaciado de sí mismo para asumir la historia humana, la muerte en cruz cuyo grito se responde con el silencio, que donde abundó la gracia sobreabundó el pecado. La salvación es heterónoma y no siempre se reconoce y se encuentra: «Hoy que tanto solemos insistir sobre las condiciones adversas en las que hay que emprender la marcha hacia el encuentro con el Misterio, conviene recordar que Dios, el deseado y esperado por cuarenta y dos generaciones (cf. Mt 1,1-17), ni fue recibido por los suyos (cf. Jn 1,11) ni hospedado en su pueblo (cf. Lc 2,7). [El Dios de Jesús] sobreviene, sorprende, provoca escándalo, se inmiscuye en la causa de los pobres, comparte sus padecimientos y su destino final, calla y desaparece en el preciso momento en el que todo parece irremisiblemente perdido, aunque lo coja y lo arrastre con él y hacia él  en la estela de venida, sin forzar su consentimiento» (67-68). En la fe cristiana se pasa de la oscuridad a la luz que se origina en la historia de Jesús de Nazaret. Por eso la Trinidad sólo es pensable como un símbolo de un Dios pleno de bondad manifestado en Cristo en el poder del Espíritu (84).
Sobre Jesús se escribe la última parte del Texto y estudia: la relevancia del acceso histórico, el alcance del los dogmas, el sentido del concepción virginal, la relectura de los milagros, la conciencia filial de Jesús, el replanteamiento de la soteriología, la génesis, el lugar de Jesús en el cosmos y en las religiones, y el desarrollo de la fe en la divinidad de Jesús. Es coherente el desarrollo de todos estos temas, fundados en la moderna exégesis bíblica con unas conclusiones pertenecientes a la teología bíblica. Y por aquí van las jesuologías como las cristologías actuales. Por fijarnos en un tema, resumamos el último punto.  La Hijo de Dios se aplica al Mesías en el AT y la confesión de la divinidad de Jesús en el NT está en los textos conocidos de Heb 1,8; Jn 1,1; Jn 20,28; dudosos están Rom 9,5; Jn 1,18; Tit 2,13; 1Jn 5,20; 2Pe 1,1. Pero, a la vez, hay que afirmar que nunca se le dice Dios exclusivamente, o la afirmación de su divinidad está en relación con personajes del AT, etc. «La razón última de que consideren a Jesús un “hijo de Dios” perteneciente al “mundo de Dios” y manifestado en nuestro mundo no es tanto de orden ontológico como de orden existencial. No les interesaba tanto afirmar el ser de Jesús en sí, sino su ser salvador, el significado de Jesús para ellos» (119). Y su filiación divina también se da en orden a nosotros, es decir, para la creación y la humanidad se constituye en él y por él en hija de Dios. A continuación se describe la evolución de la divinidad en Jesús como identidad de su ser, culminando en Nicea: «De la misma naturaleza divina». La verdad última que lleva esta afirmación es la manifestación y encarnación de la divinidad y con el exclusivo fin de la salvación humana (124-125). Por eso «la mejor manera de confesar la divinidad de Jesús (de realizar la nuestra) es revivir su bondad solidaria con los últimos» (125).



            Uríbarri, Gabino (ed.),
El corazón de la fe. Breve explicación del credo. Sal Terrae, Santander 2013, 125 pp., 14,5 x 21,5 cm.
            El Credo Apostólico se expone de una manera breve, sencilla y con  precisión teológica en cuatro capítulos dedicados a la fe, a Dios, al Hijo y al Espíritu/Iglesia. La fe entendida como vuelta de los ojos al Señor, que arrastra la propia vida, la conversión, la expone Pedro Rodríguez Panizo. Ángel Cordovilla trata el primero y principal artículo de la fe, según escribe Ireneo de Lyón. Dios Padre y Creador confiesa el cristiano uniendo la fe del AT y del NT. La relación de Dios con el mundo ofrece la confianza de que el hombre puede dialogar con el Señor en el contexto en el que ha sido colocado, que es bueno. Dios crea por bondad y está «en el origen del mundo como único principio, [por eso] será el único final» (39). Pero Dios se entiende como una persona viva, que se relaciona en cuanto ama y da sentido a todo el universo y a los seres que lo componen. A pesar de la trascendencia divina y el misterio que lo envuelve, Dios es el Padre de Jesús (Abba), el que ha elegido gratuitamente a su pueblo  y él experimenta de una forma íntima y al que debe plena obediencia. Dios es el que resucita a Jesús de entre los muertos y el que cierra la historia humana y la misma creación por la presencia permanente de su Espíritu. «No confesamos un artículo del Credo, sino que nos es entregado; y asumimos el Símbolo de la fe en su integridad, en su unidad, que a su vez nos vincula y nos une en la comunidad eclesial» (60).
            G. Uríbarri  compone la fe en Jesucristo, que la trata no de una forma lineal o genética, sino simultánea, como aparece en los escritos del NT y que conformarán la fe cristológica del Credo. Con la predicación de la muerte y resurrección de Jesucristo se transmite su vida, una vida que tuvo una incidencia máxima en los discípulos que le siguieron desde el principio (Dunn, 66). Los discursos de Pedro en los Hechos resumen el primer kerigma cristiano: Bautismo como posesión del Espíritu, anuncio del Reino, pasión y muerte, resurrección, mesías crucificado y juez. Esos aspectos de la vida de Jesús, y que de alguna manera contienen los credos cristianos, no intentan reproducir las biografías teológicas y creyentes, que son los Evangelios,  sino resumir su vida y significado en una profesión de fe, de forma muy breve. Los títulos cristológicos, sobre todo Mesías/Cristo, Señor e Hijo de Dios también son afirmaciones que intentan ahondar en la identidad de Jesús desde su biografía personal.  A continuación, siguiendo también a Dunn, enseña la devoción y el culto dado a Jesús, pues participa de la gloria y señorío de Dios al estar sentado a su derecha.  Por último se reseñan los himnos cristológicos desarrollados en la liturgia cristiana. En definitiva, el Credo articula la identidad de Jesús (títulos), describe su acción desde la encarnación y resurrección,  y presenta su situación actual: sentado a la derecha del Padre.
            Cuando confesamos la fe en el Espíritu expresamos la relación de amor entre el Padre y el Hijo y de ellos con las criaturas. Pero también decimos su misterio, su persona y su divinidad (108), y su divinidad por ser el agente de la salvación que Dios ha obrado por medio de su Hijo. El Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381 ante la simple afirmación del de Nicea junto al Padre y al Hijo,  quien define su persona (relación) divina. El Espíritu es también creador en el aspecto «de poner de relieve que sólo Él  nos revela el último sentido de lo Creado y por qué a Él le es asignada la tarea de renovarlo todo en la Nueva Creación» (102). Es el vínculo de la unidad entre Dios y sus criaturas y de todo cuanto existe; es el que habita en nuestra vida, con la que nos da una nueva identidad: el hombre nuevo paulino; es el que santifica, porque por los sacramentos relaciona a los creyentes con el Señor; el que concede la libertad y es testigo y revelador de la verdad : «…arraigados y cimentados en el amor, seamos capaces de captar, con todo el pueblo santo, cuál es la anchura, la largura y la profundidad y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento […] para recibir la total plenitud de Dios» (Ef 3,17-19; 113). El Espíritu es el que consuma el acto creador de Dios y cooperador del hombre, transformando la historia de bien y mal humana en un suspiro inefable de esperanza, al decir paulino (Rom 8,26).
            Y el Espíritu está en la Iglesia, dentro de la Iglesia. Es el espacio donde se relaciona; donde existe y vive, donde hace presente la vida y la acción salvadora de Jesucristo (San Hipólito); o como afirma Ireneo: «Donde está la Iglesia, ahí está el Espíritu; y donde está el Espíritu de Dios, ahí está la Iglesia y toda gracia, ya que el Espíritu es la verdad» (118-119). El Credo afirma expresamente para la Trinidad: creo en; sin embargo confiesa: creo la Iglesia, para subrayar la diferencia que se da entre Dios y la institución donde reside, que no es Dios. «»Es decir, que el acto de entrega absoluta, de abandono radical de la propia existencia, sólo es posible hacerlo en Dios. Nosotros no creemos ni podemos creer (es decir, no podemos tener fe) más que en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la Iglesia  es donde actúa el Espíritu el perdón y su unidad para que responda al origen de la Salvación y su revelador: Dios Padre e Hijo.
F. Martínez Fresneda


Historia y Evangelio. I Centenario de la muerte de la Madre Paula Gil Cano

ás importantes que suceden en su historia personal: familia, residencia en Cartagena, llamada a Murcia por la riada de Santa Teresa, las inundaciones de Consuegra, el cólera de Murcia, la creación de fraternidades y dRiquelme Oliva, Pedro (Ed.), Historia y Evangelio. I Centenario de la muerte de la Madre Paula Gil Cano (1913-1013).Editorial Espigas, Murcia 2013, 246 pp., 14,5 x 21,5 cm.
            Con ocasión del primer centenario de la muerte de M. Paula Gil Cano (Murcia 1913), la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Purísima organizaron unas Jornadas donde se abordó la personalidad de la Fundadora desde el punto de vista histórico, teológico, espiritual y pastoral. Introduce las Jornadas el prof. Riquelme Oliva, del Instituto Teológico de Murcia OFM. Glosa la vida de la M. Paula con los acontecimientos más importantes que suceden en su historia personal: familia, residencia en Cartagena, llamada a Murcia por la riada de Santa Teresa, las inundaciones de Consuegra, el cólera de Murcia, la creación de fraternidades y de casas que acogían a las personas marginadas, solas y pobres que se daban por doquier en la ancha geografía española. M. Paula pertenece a esas mujeres que en el siglo XIX y principios del XX en España «sin relieve a los ojos del mundo, son gigantes de amor, que construyeron la Iglesia de la Caridad en aquellos años recios de pobreza, analfabetismo y carencia de asistencia sanitaria» (35). La vida de caridad que imprime a las hermanas que le siguen en su entrega sin límites a los pobres, lo plasma en las Constituciones de la Congregación, dándole una identidad para que sus vidas tenga sentido siempre en la espiritualidad franciscana que vive en la Iglesia del Señor.
            El prof. Ulderico Parente, Consultor de la Congregación de las Causas de los Santos, resume el texto que ha escrito sobre M. Paula y en el que reelabora la vida de la M. Paula con más de 300  documentos inéditos. Da una visión de M. Paula centrada en el contexto histórico y en las obras llevadas a cabo, siempre basado en documentos históricos de primera mano, y sin adoptar prejuicio alguno en la selección y exposición de dichos documentos. Por eso no tiene en cuenta la primera vida redactada por la M. Cecilia, fuertemente apologética,  y también excluye, en parte, la Vida Ejemplar de sor Concepción Vázquez, redactada con la idea de santidad que rige en la Iglesia de mitad del siglo XX, distorsionando los hechos históricos, o poniéndolos a servicio de la forma de ser un cristiano ejemplar elaborada por los espirituales de la teología y vida cristiana. Con todo, la tiene en cuenta por ser un testimonio de la santidad de M. Paula, que, cada vez más, es consciente la Congregación. Describe los acontecimientos sabidos de M. Paula, bien fundados desde siempre y por el anterior biógrafo, Barrios Moneo. Las nuevas pruebas documentales que aporta la Positio redactada por Ulderico son: El caso de doña Amparo Pérez, cuya separación de la Congregación «fue el resultado final de un progresivo camino, resultado no de contrastes con la M. Paula, sino más bien de constantes desobediencias al P. Malo y de iniciativas tomadas sin los permisos eclesiásticos» (56). Lo mismo se puede afirmar sobre la problemática del frustrado Capítulo General, donde se descarta la insinuación del P. Paga sobre una desobediencia de M. Paula al Obispo de la Diócesis de Cartagena. Entre el Obispo y el el P. Paga hay contradicciones tan evidentes que, alguno de los dos, o no estaba bien informado, o conscientemente no decían la verdad (63). Lo mismo se puede decir de la obediencia de M. Paula a los nombramientos de la Sagrada Congregación a partir de la Visita Apostólica realizada por el P. Miguel Martínez.  Escribe el prof. Ulderico: «Estoy personalmente convencido de que el gran valor de la M. Paula desde el punto de vista histórico y también teológico, radica en haber asumido e interiorizado, en primer lugar, sus propias limitaciones, en la conciencia de su humildad, y en haber atribuido a la Providencia de Dios todo paso adelante que dio y, también, la superación de todo obstáculo que encontró a su paso» (81). Sobre las virtudes de la M. Paula, el autor tiene una visión más bien antropológica que teológica sobre los valores que deben jalonar la vida de una creyente como M. Paula. Se confunde la fe confianza y la devoción a María con la fe teologal, don exclusivamente divino que nace en la Resurrección y Pentecostés, y la caridad, potencia amorosa divina gratuita y libre, muy distinta al servicio de amor a los pobres, que se apoyo por lo general en la inclinación y convicción natural de entrega, que se origina en la potencia vital que entraña el amor, el eros. Falta explicitar la esperanza teológica. Esto hay que cuidarlo mucho para fundar mejor la Positio. No se puede olvidar que las tres virtudes teologales tienen un doble aspecto: el descrito en el texto en cuanto expresan una forma de ser del cristiano cuando se relaciona con el Señor y el objetivo, es decir, la fe, esperanza y caridad en cuanto vehiculan la salvación de Dios que realiza por medio de Jesucristo a favor de todos los hombres.  Y los dos aspectos son dones gratuitos del Señor. La esperanza, que falta en el texto, es vivir entre la salvación incoada en el presente y el futuro pleno de ella. Es la seguridad que la experiencia tanto buena como mala de la historia serán trascendidas en el futuro por la acción del Señor. Y M. Paula tiene dichos y hechos que remiten constantemente a la esperanza teológica: «Mientras vivamos estamos en un tiempo de prueba», etc., etc.
El prof. Martínez Fresneda se funda en la siguiente afirmación de M. Paula para exponer su espiritualidad encarnada siguiendo el estilo de vida franciscano. En la segunda Carta que M. Paula escribe a Dña. Josefa Santa María y a su yerno D. Eusebio Vasco, fundadores del Colegio «San José» de Valdepeñas,  termina diciéndoles: «En fin, no dejaría la pluma porque creo que estoy hablando con los dos personalmente, pero es preciso, me llama el cumplimiento de mis obligaciones y debo dejar a Dios por Dios» (Carta 2,11) . El párrafo indica que las relaciones personales que mantiene con sus amigos y bienhechores las vincula con el tiempo que dedica a las hermanas, a los niños y demás servicios y se despide para ir a los rezos comunitarios. En la vida franciscana no se da una contraposición entre vida contemplativa y vida activa. La contemplación se conjuga con el servicio a los demás, fundados en la Encarnación del Verbo según el Evangelio de Juan y en la comprensión del símbolo que profesa el franciscanismo ―contiene lo que significa, que no remite a otra realidad humana o divina―. No se puede olvidar que la Encarnación del Logos toma forma de siervo en su forma humana, por consiguiente, la pobreza se entiende como kénosis, la cual da paso al amor de Dios a sus criaturas en las personas de las Hermanas, encauzando un amor gratuito, es decir, la caridad cristiana, que no eros potente y creador de vida.
Julio Herranz trata la «Espiritualidad de Madre Paula “un tesoro en vasija de barro».  Las fuentes la de la espiritualidad de M. Paula es el primado absoluto de Dios y su amor, una experiencia que recalca a sus hijas: « Vivid en perfecta unión con Dios; parece difícil, pero en realidad no lo es, Hijas mías. Mirad ¿queréis vivir íntimamente unidas con Jesús? Orad, orad mucho: Esta gracia sólo se consigue con la oración; si queréis vivir con Él unidas, tenedlo en cuenta, ha de ser orando y no de otra forma». Y el diálogo con el Señor recorre la apertura a la inciativa divina en su vida, la fe como vida del Espíritu y la confianza inquebrantable en la Providencia. Otro fundamento donde se asienta su espiritualidad es la Virgen María, a la que profesa una inquebrantable confianza y amor filial, como a San Francisco de Asís. Para ella es su “padre”, del que aprende la fidelidad y obediencia a la Jerarquía eclesiástica y la libertad que proviene del seguimiento de Jesucristo pobre y crucificado. De la vida de Jesús  aprende la entrega incondicional, la oración, la pobreza y humildad, todo vivido con un sentido fraterno.
J. Mª Avendaño Perea, Vicario General de la diócesis de Getafe (Madrid) edstudia la misión de las Franciscanas de la Purísima en la nueva Evangelización fundado en las Cartas de la M. Paula  y en los documentos Vita Consecrata y Novo Millennio ineunte. Subraya que la nueva evangelización, para no repetir esquemas ya desgastados por el tiempo y la práctica, deben tener una coherencia evangélica tal que realicen el encuentro personal con el Señor, y que se traduzca en un encuentro comunitario y eclesial. Y esto aplicado a la vida sacramental, al anuncio de la Palabra y a las obras de caridad. Hay que añadir que vivamos la fe cristianas como un don de Jesucristo. Y que los lenguajes que se empleen en la evangelización estén transidos por el amor cristiano, que no es otra cosa que el impulso del Espíritu Santo. Esto no obstante para que se dialogue con la razón.  Vistas las cosas desde el Señor, necesitamos escucharle, orar con una confianza incondicional, actuar con un amor compasivo y misericordioso y misionar con gozo. Las Franciscanas de la Purísima deben evangelizar con humildad y libertad, sin cansancio, obedientes al Espíritu, sin buscar privilegios, no temer la consolación interior del Espíritu en lo personal y en lo comunitario. Hay que evangelizar también desde la contemplación, la pobreza y sencillez, con apertura de corazón a las necesidades de las gentes, y siempre con un espíritu fraterno.e casas que acogían a las personas marginadas, solas y pobres que se daban por doquier en la ancha geografía española. M. Paula pertenece a esas mujeres que en el siglo on un espíritu fraterno.