jueves, 14 de noviembre de 2013

La fe, Dios y Jesucristo. Una propuesta teológica

Reus, Manuel (Coor.), 
La fe, Dios y Jesucristo. Una propuesta teológica. PPC, Madrid 2011, 138 pp., 14,4 x 22 cm.

La Facultad de Teología de Deusto goza de un grupo de investigación teológica ―J. Arregui, L. Uriarte, F.J. Victoria y M. Reus―que ha elaborado el proyecto: ¿Todavía la fe cristiana? La reconstrucción del creer. De las partes que consta el proyecto se han hecho dos: Enfoques y Escenarios. Ahora presentamos la tercera: Reformulaciones, que es una reflexión de los cuatro pensadores. Lo que se expone es un «tanteo»,  un «ensayo»,  una «prueba»; todo lo contrario a una exigencia de exponer una verdad absoluta. «La pretensión de verdad que tiene el cristianismo la reconozco con humildad ―dice M. Reus en la Introducción―, pero su búsqueda sincera, honesta y radical no me permite utilizar esta pretensión como arma arrojadiza en la vida social y pública, sino como oferta gratuita que se va dejando descubrir en la oscuridad de nuestro camino» (6). Aplicadas las conclusiones de las dos primeras partes de la investigación resulta  la reflexión teológica sobre la fe, Dios y Jesucristo, cuyas presentaciones asumen la historia y la tradición, pero siempre miran al presente y futuro de la comunidad cristiana.
La fe se centra en el acto de creer, en el sujeto que cree, por consiguiente, en la experiencia creyente. Lo que implica acogida de la revelación, respuesta al Dios que se manifiesta con un diálogo permanente situado en la comunidad cristiana. No se trata de la necesidad de la fe, con sus derivaciones públicas, sociales o políticas, o los deseos de creer, sino más bien una fe que se fundamenta en el revelación gratuita del Señor. Quizás este cambio de perspectiva está más en consonancia con la cultura en la que nos movemos y respiramos diariamente. Es cierto que se da una dificultad actual para creer, como ha sucedido en todas las épocas. La clave está que también acontece una presencia del Misterio, que necesita sus mediaciones adecuadas para que florezca humana y socialmente. Centrados en el sujeto creyente, se observa formas plurales de creer, pero todas apuntan al «único Señor Jesucristo», aunque la ausencia de la incidencia social de la fe avale ciertas inseguridades y menos significatividad cristiana en las relaciones institucionales que componen nuestra sociedad. Se está recuperando para el acto de fe la gratuidad de Dios que se dona en Jesús por medio del Espíritu. Esto entraña la comprensión de la gracia y la gratuidad en la vida humana, en la contingencia que identifica la temporalidad de la historia. Nos movemos en lo concreto y lo concreto transitable. Siguiendo a Jesús, se deja el creyente de apoyarse en sí mismo, en sus obras como soporte para la salvación, y se abandona al misterio de Dios, al Otro de Dios que es Jesús y sus hermanos, al decir de Rahner. Y en dichas relaciones asume una experiencia creyente que constituye su identidad como relación con el Señor.
La segunda parte trata sobre una imagen renovada del Dios cristiano. Y Dios se trata no desde la razón especulativa, sino desde la revelación de Jesús, precisamente para desenmascarar las pretensiones de la Modernidad que buscaba instalar la razón en el pedestal de Dios, ocultando su verdadero rostro. La ontoteología queda en la actualidad relegada al olvido. Para pasar de ésta  a la revelación de Jesús, al decir de O. González de Cardedal hay que abrir la antropología a la trascendencia, abrir el yo al tú, de la homogeneidad de la realidad a la variedad, de la identidad a la alteridad, de la inmanencia al Otro, etc., etc., (63-64). Hay que seguir la revelación cristiana y la normatividad de la fe que dicta el NT en las expresiones de la segunda y tercera generación, que reflexiona sobre Jesús. Es: Dios se ha hecho carne, que el Hijo se ha vaciado de sí mismo para asumir la historia humana, la muerte en cruz cuyo grito se responde con el silencio, que donde abundó la gracia sobreabundó el pecado. La salvación es heterónoma y no siempre se reconoce y se encuentra: «Hoy que tanto solemos insistir sobre las condiciones adversas en las que hay que emprender la marcha hacia el encuentro con el Misterio, conviene recordar que Dios, el deseado y esperado por cuarenta y dos generaciones (cf. Mt 1,1-17), ni fue recibido por los suyos (cf. Jn 1,11) ni hospedado en su pueblo (cf. Lc 2,7). [El Dios de Jesús] sobreviene, sorprende, provoca escándalo, se inmiscuye en la causa de los pobres, comparte sus padecimientos y su destino final, calla y desaparece en el preciso momento en el que todo parece irremisiblemente perdido, aunque lo coja y lo arrastre con él y hacia él  en la estela de venida, sin forzar su consentimiento» (67-68). En la fe cristiana se pasa de la oscuridad a la luz que se origina en la historia de Jesús de Nazaret. Por eso la Trinidad sólo es pensable como un símbolo de un Dios pleno de bondad manifestado en Cristo en el poder del Espíritu (84).
Sobre Jesús se escribe la última parte del Texto y estudia: la relevancia del acceso histórico, el alcance del los dogmas, el sentido del concepción virginal, la relectura de los milagros, la conciencia filial de Jesús, el replanteamiento de la soteriología, la génesis, el lugar de Jesús en el cosmos y en las religiones, y el desarrollo de la fe en la divinidad de Jesús. Es coherente el desarrollo de todos estos temas, fundados en la moderna exégesis bíblica con unas conclusiones pertenecientes a la teología bíblica. Y por aquí van las jesuologías como las cristologías actuales. Por fijarnos en un tema, resumamos el último punto.  La Hijo de Dios se aplica al Mesías en el AT y la confesión de la divinidad de Jesús en el NT está en los textos conocidos de Heb 1,8; Jn 1,1; Jn 20,28; dudosos están Rom 9,5; Jn 1,18; Tit 2,13; 1Jn 5,20; 2Pe 1,1. Pero, a la vez, hay que afirmar que nunca se le dice Dios exclusivamente, o la afirmación de su divinidad está en relación con personajes del AT, etc. «La razón última de que consideren a Jesús un “hijo de Dios” perteneciente al “mundo de Dios” y manifestado en nuestro mundo no es tanto de orden ontológico como de orden existencial. No les interesaba tanto afirmar el ser de Jesús en sí, sino su ser salvador, el significado de Jesús para ellos» (119). Y su filiación divina también se da en orden a nosotros, es decir, para la creación y la humanidad se constituye en él y por él en hija de Dios. A continuación se describe la evolución de la divinidad en Jesús como identidad de su ser, culminando en Nicea: «De la misma naturaleza divina». La verdad última que lleva esta afirmación es la manifestación y encarnación de la divinidad y con el exclusivo fin de la salvación humana (124-125). Por eso «la mejor manera de confesar la divinidad de Jesús (de realizar la nuestra) es revivir su bondad solidaria con los últimos» (125).



            Uríbarri, Gabino (ed.),
El corazón de la fe. Breve explicación del credo. Sal Terrae, Santander 2013, 125 pp., 14,5 x 21,5 cm.
            El Credo Apostólico se expone de una manera breve, sencilla y con  precisión teológica en cuatro capítulos dedicados a la fe, a Dios, al Hijo y al Espíritu/Iglesia. La fe entendida como vuelta de los ojos al Señor, que arrastra la propia vida, la conversión, la expone Pedro Rodríguez Panizo. Ángel Cordovilla trata el primero y principal artículo de la fe, según escribe Ireneo de Lyón. Dios Padre y Creador confiesa el cristiano uniendo la fe del AT y del NT. La relación de Dios con el mundo ofrece la confianza de que el hombre puede dialogar con el Señor en el contexto en el que ha sido colocado, que es bueno. Dios crea por bondad y está «en el origen del mundo como único principio, [por eso] será el único final» (39). Pero Dios se entiende como una persona viva, que se relaciona en cuanto ama y da sentido a todo el universo y a los seres que lo componen. A pesar de la trascendencia divina y el misterio que lo envuelve, Dios es el Padre de Jesús (Abba), el que ha elegido gratuitamente a su pueblo  y él experimenta de una forma íntima y al que debe plena obediencia. Dios es el que resucita a Jesús de entre los muertos y el que cierra la historia humana y la misma creación por la presencia permanente de su Espíritu. «No confesamos un artículo del Credo, sino que nos es entregado; y asumimos el Símbolo de la fe en su integridad, en su unidad, que a su vez nos vincula y nos une en la comunidad eclesial» (60).
            G. Uríbarri  compone la fe en Jesucristo, que la trata no de una forma lineal o genética, sino simultánea, como aparece en los escritos del NT y que conformarán la fe cristológica del Credo. Con la predicación de la muerte y resurrección de Jesucristo se transmite su vida, una vida que tuvo una incidencia máxima en los discípulos que le siguieron desde el principio (Dunn, 66). Los discursos de Pedro en los Hechos resumen el primer kerigma cristiano: Bautismo como posesión del Espíritu, anuncio del Reino, pasión y muerte, resurrección, mesías crucificado y juez. Esos aspectos de la vida de Jesús, y que de alguna manera contienen los credos cristianos, no intentan reproducir las biografías teológicas y creyentes, que son los Evangelios,  sino resumir su vida y significado en una profesión de fe, de forma muy breve. Los títulos cristológicos, sobre todo Mesías/Cristo, Señor e Hijo de Dios también son afirmaciones que intentan ahondar en la identidad de Jesús desde su biografía personal.  A continuación, siguiendo también a Dunn, enseña la devoción y el culto dado a Jesús, pues participa de la gloria y señorío de Dios al estar sentado a su derecha.  Por último se reseñan los himnos cristológicos desarrollados en la liturgia cristiana. En definitiva, el Credo articula la identidad de Jesús (títulos), describe su acción desde la encarnación y resurrección,  y presenta su situación actual: sentado a la derecha del Padre.
            Cuando confesamos la fe en el Espíritu expresamos la relación de amor entre el Padre y el Hijo y de ellos con las criaturas. Pero también decimos su misterio, su persona y su divinidad (108), y su divinidad por ser el agente de la salvación que Dios ha obrado por medio de su Hijo. El Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381 ante la simple afirmación del de Nicea junto al Padre y al Hijo,  quien define su persona (relación) divina. El Espíritu es también creador en el aspecto «de poner de relieve que sólo Él  nos revela el último sentido de lo Creado y por qué a Él le es asignada la tarea de renovarlo todo en la Nueva Creación» (102). Es el vínculo de la unidad entre Dios y sus criaturas y de todo cuanto existe; es el que habita en nuestra vida, con la que nos da una nueva identidad: el hombre nuevo paulino; es el que santifica, porque por los sacramentos relaciona a los creyentes con el Señor; el que concede la libertad y es testigo y revelador de la verdad : «…arraigados y cimentados en el amor, seamos capaces de captar, con todo el pueblo santo, cuál es la anchura, la largura y la profundidad y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento […] para recibir la total plenitud de Dios» (Ef 3,17-19; 113). El Espíritu es el que consuma el acto creador de Dios y cooperador del hombre, transformando la historia de bien y mal humana en un suspiro inefable de esperanza, al decir paulino (Rom 8,26).
            Y el Espíritu está en la Iglesia, dentro de la Iglesia. Es el espacio donde se relaciona; donde existe y vive, donde hace presente la vida y la acción salvadora de Jesucristo (San Hipólito); o como afirma Ireneo: «Donde está la Iglesia, ahí está el Espíritu; y donde está el Espíritu de Dios, ahí está la Iglesia y toda gracia, ya que el Espíritu es la verdad» (118-119). El Credo afirma expresamente para la Trinidad: creo en; sin embargo confiesa: creo la Iglesia, para subrayar la diferencia que se da entre Dios y la institución donde reside, que no es Dios. «»Es decir, que el acto de entrega absoluta, de abandono radical de la propia existencia, sólo es posible hacerlo en Dios. Nosotros no creemos ni podemos creer (es decir, no podemos tener fe) más que en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la Iglesia  es donde actúa el Espíritu el perdón y su unidad para que responda al origen de la Salvación y su revelador: Dios Padre e Hijo.
F. Martínez Fresneda


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