EVANGELIO
Domino III de
Adviento (A)
1.- Juan envía a sus discípulos a Jesús con
este recado: «¿Eres tú el que había de
venir, o tenemos que esperar a otro? [... Jesús] les respondió: Id a informar a
Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan,
leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la
buena noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa»(Lc 7,18-23; Mt
11,3-6).
Al interrogante, por la lógica duda de Juan, responde Jesús
con las señales que han dado los profetas sobre los tiempos finales
cuando el Señor se decidirá definitivamente a salvar a su pueblo y a emprender
el éxodo final con situaciones bien patentes de liberación: la vida para los
muertos; el oído, la vista y el alimento para los sordos, los ciegos y los
pobres; la autonomía y el habla para los paralíticos y los mudos; y sobre todo
la buena nueva a los pobres. Pero Jesús silencia los castigos que acompañan a
este tiempo y el futuro de venganza y desquite, que son parte importante del
mensaje de Juan: «Dios viene vengador»
(Is 35,4); «día de la venganza del Señor»
(61,2; 29,20)
2.- El mensaje esperanzador de Jesús y
el éxito que encuentra en los inicios de su proclamación caminan hacia su
verdadera meta nacida de su experiencia de Dios: «... para dar la buena noticia a los que sufren» (Is
61,1), porque el Espíritu santo del Señor se ha derramado sobre él (Is
11,2; cf. Lc 4,18-19). Este convencimiento de Jesús sobre su elección divina y el
lugar prominente que ocupa en la economía salvadora diseñada por Dios para
Israel hace que invite a Juan a admitirle como el enviado divino
anunciado y cambie de postura de probable perplejidad y sorpresa. Por eso:
«Y dichoso el que no tropieza por mi causa»
(Lc 7,23; Mt 11,6).
Sin embargo, no hay respuesta alguna de Juan, y menos en un
sentido positivo, es decir, que crea que Jesús es el que él ha anunciado como
el «más fuerte» y el que «bautizará con Espíritu santo». Que se mantengan los
discípulos de Juan en la era cristiana, es un indicio de la no aceptación por
parte de Juan de las pruebas de Jesús. Otra vez más un profeta no ve cumplidos
sus designios a lo largo de su existencia, aunque, en este caso, haya tenido la
posibilidad de admitir a Jesús como el enviado del Señor por el
testimonio de los dos testigos escogidos entre sus discípulos y la prueba de
los milagros en favor de los pobres (Lc 7,18; Mt 11,2).
3.- Una vez que se marchan los discípulos
de Juan, es cuando Jesús se dirige a la gente ofreciendo su personal testimonio
sobre el Bautista. Es importante reseñar esta opinión de Jesús, porque ayuda a
perfilar la misión de Juan dentro del contexto de la historia de la salvación. «¿Qué
salisteis a contemplar en el desierto?, ¿una caña sacudida por el viento? ¿Qué
salisteis a ver?, ¿un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten con
elegancia y disfrutan de comodidades habitan en palacios reales» (Lc 7,24-25;
Mt 11,7-8). Jesús ratifica la percepción que de Juan tiene todo el pueblo, y que
expresa lo descrito sobre su género de
vida. La austeridad de Juan ante su convencimiento sobre la cercanía del día
del Señor le configura como un personaje diametralmente opuesto a la debilidad
de las cañas situadas a las orillas del Jordán en su recorrido cercano
al desierto de Judea. Las cañas simbolizan la veleidad y frivolidad de ciertos
personajes, o de algunos ambientes humanos e instituciones corrompidas. La aureola
de sobriedad y de penitencia que caracterizan a Juan (cf. Mc 1,6; Mt
1,6.80)
contrastan con el relajamiento que suele darse en la vida de los reyes y sus
cortes, donde se mezclan la ambición y el lujo refinado que raya en el
afeminamiento (malakós). Este mundo, cuyo exponente bien puede ser Herodes y
su gente (cf. Lc 13,32), y que ha encerrado a Juan en la cárcel privándole de su
libertad (cf. Mt 11,2; Lc 3,19-20), es el llamado a desaparecer en el
momento y espacio de Dios que se avecina, por reducir al hombre a la auténtica
esclavitud.
Pero Jesús amplía el horizonte de Juan más allá de la crítica
severa a la vía infructuosa que recorre Herodes, ratificando la existencia
valiosa del Bautista. «Entonces ¿qué salisteis a
ver?, ¿un profeta? Os digo que sí, y más que profeta [...] Os digo que entre
los nacidos de mujer ninguno es más grande que Juan»(Lc 7,28; Mt
11,9-11). Jesús eleva a Juan a la más alta categoría de la economía salvadora. Su
llamada y misión encomendadas por Dios no tienen parangón con ninguno de los
profetas anteriores, tanto en Israel como en otros posibles ámbitos dentro de
la humanidad. Él se inscribe en la cima de la dignidad humana y profética
(cf. Job 14,1; 15,14).
4.- A pesar de todo esto, Juan se queda en el umbral
del nuevo tiempo que inaugura Dios con la presencia en la historia de su
enviado: «Y, sin embargo, el último en el
reino de Dios es mayor que él» (Lc 7,28; Mt 11,11). Juan
experimenta lo que le sucedió a Moisés, que, avistando la tierra prometida, no
entra ni disfruta de ella, permaneciendo en la periferia (Dt 34,1-7). Esta nueva
etapa histórica que inaugura una nueva presencia de Dios, la de su Reinado, es
otra cosa muy diversa de lo acontecido hasta ahora. Así, los que siguen a
Jesús, los más pequeños (cf. Mt 10,42), es decir, cualquiera que
pertenezca al ámbito del Reinado, se coloca en un espacio nuevo jamás alcanzado
en las anteriores etapas de la salvación. Por esto, y en la opinión del pueblo,
Juan se entiende como el riguroso asceta, que ni se plega a los poderosos ni es
seducido por la riqueza, dando un mensaje de penitencia y conversión ante el
«día del Señor» que está al llegar, y, con ello, intenta rescatar a los hombres
de la aniquilación final.
Por el contrario, y en el mismo tiempo, Jesús, perteneciente
al mundo nuevo del Reinado, participa la alegre noticia del amor misericordioso
de Dios a los marginados y pecadores en medio de sus labores y problemas
cotidianos. De ahí que no sea extraño que los celosos de la fe judía proclamen: «Vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Está
endemoniado. Vino este hombre, que come y bebe, y decís: Mirad que comilón y
bebedor, amigo de recaudadores y de pecadores» (Lc 7,33-34; Mt
11,18-19). Sin embargo, Dios continúa su plan de salvación, a pesar de todos los
obstáculos humanos, con la predicación exigente de Juan y las obras asombrosas
de Jesús. Y muchos creyentes reciben sus bautismos (Jn 3,22; 4,1) y aceptan y
cumplen sus mensajes (Mc 1,22.32).
Este texto siempre me ha producido admiración por la estructura de la cita que hace Jesús: los ciegos ven, los cojos, ect. Lo que cita lo último, lo más importante, lo más difícil, diríamos, no es que los muertos resuciten, sino que a los pobres se les anuncie la Buena Noticia. Lo diferencial en Jesús es ese anuncio a los pobres, es como un resumen de los demás. Si a los pobres se les anuncia la BN entonces los muertos resucitan, los leprosos quedan limpios, los cojos caminan y los ciegos ven.
ResponderEliminarEs evidente que los discípulos del nazareno asimilaron al Bautista más que los discípulos de Juan a Jesús, pero proyectar sin más la ceguera mesiánica sobre el "Juan histórico" no deja de ser hipótesis, porque también cabe la contraprueba: seguidores de Juan engrosan el movimiento de los nazarenos. La falta de respuesta de Juan a Jesús puede quedar, "históricamente", como la deja Lucas, sin contestar.
ResponderEliminarTambién es plausible esta interpretación a la ausencia de respuesta de Juan.
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