domingo, 13 de abril de 2014

Plabras VI.VII: «Señor, en tus manos en comiendo mi espíritu»




                                                      VI



                «Todo se ha consumado; todo está cumplido»

«Está acabado». Juan abre una perspectiva sobre la experiencia del crucificado muy distinta a los demás Evangelistas. Con Marcos y Mateo se hace hincapié en el alejamiento de Dios que entraña la cruz. El Todopoderoso no sale en defensa de su Hijo y éste reclama su presencia salvadora. Lucas mantiene la actitud de Jesús de orar y hacer el bien hasta el último instante de su vida, que trasluce la bondad del Padre para con sus criaturas, además de poner en sus manos su vida, su aliento, en el momento de su muerte. Juan acentúa que Jesús ha cumplido hasta el último detalle la voluntad divina de recrear las criaturas sacándolas del pecado y dándoles el estatuto de hijos de Dios. Y retorna al seno del Padre una vez que le ha dado la gloria que los humanos le han robado o no le han reconocido (Jn 14,13; 17,1; 8,29).


                                                                               VII



           «Señor, en tus manos en comiendo mi espíritu»          
           
«Jesús gritó con voz fuerte: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). El grito que precede inmediatamente a la muerte en Marcos (15,37), Lucas lo convierte en una oración recogida del Salmo 31,6 y practicada por Israel como oración de la tarde. Lucas acentúa la actitud de oración de Jesús a lo largo de su ministerio. En este caso, el sentido del Salmo es que el justo se fía de Dios, confía su vida a Él; le cede la custodia de su existencia, cuando los hombres se empeñan en arrebatársela o la tienen minusvalorada. Describe una reacción de Jesús contraria a la ausencia y lejanía de Dios que relata Marcos.
Con respecto a la frase anterior, Jesús recobra su condición filial, por eso Lucas cambia el «Dios» del Salmo por el «Padre» con el que se ha relacionado a lo largo de su vida: en la Oración de júbilo (Lc 10,21), en el Padrenuestro (Lc 11,2) o cuando se dirige a Dios en Getsemaní (Lc 22,42). Jesús entrega al Padre la poca vida, «espíritu», que le queda; la vida que se ofrece en el momento de la creación (Gén 35,18) y que en Jesús procede del Espíritu y María y forma parte del ser divino; y se la devuelve al Padre como algo que le pertenece esencialmente. Por eso ha nacido de Él, ha permanecido en la vida pendiente y dependiente de Él y a Él se la remite como un acto natural y familiar.

El punto de partida de las dos oraciones de Jesús son las experiencias humanas nacidas del sufrimiento extremo, sin enjuiciar la actitud divina ante tales acontecimientos provocados por los hombres. Dios, por ahora, guarda silencio en el orden de la salvación de su Hijo, aunque es patente en la atmósfera evangélica que está pendiente de todo y que todo cae bajo su voluntad, por más que la cruz desapruebe su ser creador de la vida. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario