lunes, 30 de junio de 2014

Pablo en el Areópago

EL DISCURSO DE S. PABLO EN EL AREÓPAGO
Y UNA CITA DE ARATO


Esteban Calderón
Facultad de Letras
Universidad de Murcia

           
A lo largo del tiempo pascual la liturgia eucarística dispone la lectura continuada de los Hechos de los Apóstoles, donde Lucas nos va narrando los primeros pasos de la comunidad cristiana y de la difusión del mensaje de Jesús por el orbe antiguo. El miércoles de la semana VI se nos propone el vigoroso discurso de Pablo en el Areópago («Colina de Ares»), en Atenas, el gran foco cultural de la Antigüedad. El apóstol de Tarso fija sus ojos en un altar, en el que reza la inscripción «Al dios desconocido» (Act. 17, 23), para dar pie a su predicación. Pablo explica a los filósofos atenienses epicúreos y estoicos (Act. 17, 18) que ese Ágnostos Theós, al que veneran sin conocerlo, es el Dios creador del mundo, el origen de la vida, la razón de ser de la realidad toda.
           
Aunque sin nombrar al autor, el apóstol cita el verso 4 de los Fenómenos del poeta Arato de Solos (s. III a.C.): «como han dicho también algunos de vuestros poetas» (Act. 17, 28). El verso en cuestión afirma: «pues de él también somos linaje». Se trata de la primera de las tres únicas citas profanas de todo el Nuevo Testamento; las otras dos son: en I Cor. 15, 33, un verso de Eurípides reproducido por Menandro, y en Tit. 1, 12, un verso de Epiménides, según S. Jerónimo, que lo cita en latín y en prosa.
           
Pablo trae a colación a Arato para demostrar a los atenienses de su época que conocía su cultura, algo palpable a lo largo de sus cartas, y, de manera muy particular, a un reputado poeta de pensamiento estoico, cuyas ideas panteístas podían entenderse en el sentido que el de Tarso traía a Atenas, convirtiéndolas en monoteístas. La frontera entre panteísmo y monoteísmo es flotante y sólo difiere si el primero es nominalista o no. El largo viaje hacia el monoteísmo en la Antigüedad clásica comienza en Esquilo, el gran teólogo de la tragedia griega, y culmina con la filosofía precristiana de Platón. Otro trágico, Eurípides, es un eslabón más que resume así su reflexión teológica: «Zeus, quienquiera que tú seas –difícil es saberlo–, ora necesidad natural, ora razón de los mortales, a ti dirijo mis súplicas. Efectivamente, todos los asuntos de los mortales riges de acuerdo con la justicia, aunque te muevas a través de silenciosos caminos» (Troyanas 885-8). Del politeísmo al monoteísmo. La crisis de la pólis griega conlleva la crisis de la religión oficial y del panteón olímpico. Los nuevos aires políticos del helenismo coinciden con el auge del estoicismo y su visión de la divinidad.
           
Pero, ¿por qué Arato? En nuestros días se trata, sin duda, de un autor poco conocido, salvo para el público más especializado, pero baste decir que su poema fue leído e imitado continuamente a lo largo de toda la Antigüedad y de la Edad Media, y que conoció más traducciones latinas que cualquier otro poeta griego, por no mencionar los numerosos comentarios de que fue objeto. Tan sólo Homero lo supera en número de manuscritos. Con razón ha escrito Jean Martin que se puede hablar de «una historia de la literatura aratea».
            Cuando Pablo cita su verso 4, ya existían las traducciones latinas de Arato a cargo de Cicerón, Germánico y Ovidio, nada menos. Es decir, el apóstol de los gentiles introduce una referencia de un poeta sumamente conocido y apreciado por todos los griegos –y no griegos– contemporáneos, demostrando él mismo esa estima y erudición necesarias para dirigirse a aquellos atenienses. Pero el caso que nos ocupa es algo más que esto último: Pablo se revela como el pionero de la inculturación en su predicación. La reflexión teológica siempre debe desarrollarse dentro y a partir de un contexto socio-cultural reconocible y que sea fácilmente comprensible e interpretable para el evangelizado. En consecuencia, Pablo intuye que la inculturación en la evangelización connota e implica una relación entre la fe y la cultura, como realidades que engloban la totalidad de la persona, dicho en otras palabras, un diálogo entre fe y cultura, como luego ha proclamado el Concilio Vaticano II (GS 62). Por el camino abierto por Pablo avanzará más tarde Clemente de Alejandría. Pero esa es ya otra historia.


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