lunes, 15 de septiembre de 2014

«Quiero darle a este último igual que a ti»

              DOMINGO XXV (A)


                                                 
                                 «Quiero darle a este último igual que a ti»

            Lectura del santo Evangelio según San Mateo                               20,1-16

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.  Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
            Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

1.- El Señor. La bondad que manifiesta el propietario de la viña con los últimos que fueron a trabajar, simboliza una corriente de experiencia de Dios que hay en Israel, y que los cristianos, viendo y reflexionando la vida de Jesús, son capaces de concentrar en estas líneas que transmite la Carta de Juan: «Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.  En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados (1Jn 4,7-10). Y remacha el Evangelio de Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). Es Jesús, sus actitudes, sus palabras, sus hechos, los que nos hacen comprender expresiones tan hermosas como las del profeta Jeremías: «Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo» (Jer 31,3). Este es el Señor al que debemos adorar, bendecir, tener conciencia y relacionarnos. No hay otro distinto a Él.


2.- La Iglesia. Con el bautismo nos incorporamos a la comunidad cristiana. Y la comunidad es una viña a la que nos invita el Señor a trabajar, cada uno según sus valores (cf. 1Cor 12,28). A las cualidades hay que añadir también los defectos, porque la Iglesia no está compuesta de ángeles, sino de personas con sus amores y egoísmos: «No entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco […] Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. […] Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo» (Rom 8,14-16). Y todos estamos invitados a trabajar gratuitamente, porque el esfuerzo del trabajo y su sentido es fruto del amor que hemos recibido del Señor: el hacer el bien y desear hacerlo proviene del Señor: «Porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor» (Flp 2,13).


3.- El creyente.  No hay manera de vivir sin compararnos; no nos movemos sin mirar qué hace y qué tiene mi vecino/a, o mi compañero/a de profesión, mis amigos/as. Nos comparamos para ver quién es mejor o peor en las razas, en las culturas, en los países, en las familias, en los trabajos, en las cosas, como en los coches, las casas, las lavadoras, las secadoras, los vestidos, las comidas, los viajes, etc., incluso nos comparamos en nuestros dioses y religiones. Y el cotejo nos lleva a formalizar una escala de los más buenos, los buenos, los regulares, los malos y los muy malos. Y siempre habrá gente, que apoyada no en sus cualidades sino en su cultura o país, o familia, o profesión, se creerá la mejor del mundo, o la más desgraciada. Y según los criterios que formalicemos para dividir la vida así, nos sentiremos más frustrados o más felices.―
Pero cada uno es cada uno. Y cada uno tiene sus principios de vida, que, con sus cualidades desarrolladas por la educación familiar y social y potenciadas por el Señor, puede cumplimentar un proyecto de vida sin compararse. Entonces, sin mirar al vecino, sino atendiendo a sus posibilidades reales, tanto personales, como sociales, puede vivir feliz desde sí mismo. Leamos  la parábola de los talentos que nos da el Señor (Mt 25,15-30). Lo importante es que, desde el amor, pongamos al servicio de los demás lo poco o mucho que hemos recibido y nos hemos hecho a base de esfuerzo.

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