lunes, 3 de noviembre de 2014

«En verdad os digo que no os conozco»

                   Domingo XXXII (A)
  «En verdad os digo que no os conozco»

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,1-13

Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

              
1.- Dios.  El mensaje que nos da el Señor es que debemos estar alerta en nuestra vida, porque el encuentro con Él puede suceder en cualquier momento. Es cierto que cuando somos jóvenes luchamos por situarnos en la sociedad, trabajamos para fundar una familia y ganar un sueldo para poseer un mínimo de autonomía. Pero pasa el tiempo, los hijos se van de casa, los familiares y los amigos van desapareciendo, etc. Son alertas que nos da el Señor. Pero lo importante es saber y vivir dos cosas. La primera es la afirmación de Pablo: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4). No hay duda de que Él quiere salvarnos. Caminamos en esa inmensa confianza. Pero la salvación y la felicidad también depende de nosotros: lo que hemos hecho en la vida debe estar transido por la relación de amor y de servicio, porque es lo único que el Señor va a reconocer y recoger de nuestras vidas. No lo olvidemos.

2.- La Iglesia. La comunidad cristiana debe estar atenta a las palabras de Jesús: «En verdad os digo que no os conozco». La Iglesia pierde mucho el tiempo en cuestiones banales, en problemas secundarios, en entresijos jurídicos, en luchas de poder; o lo que es peor: actúa en nombre del Señor como si fuera la Palabra auténtica de Jesús: «No todo el que me dice: ``Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ``Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ``Jamás os conocí; apartaos de mi, los que practicáis la iniquidad» (7,22-23). Debemos pararnos como comunidad y examinar nuestros objetivos cristianos; observar si se relacionan con el Evangelio y defienden la dignidad humana. Siempre debemos tener tiempo para ir a la tienda y comprar el aceite —el Evangelio—que debe iluminar nuestra vida común.


3.- El creyente. Nuestra existencia transcurre con actos de bondad y actos egoístas. No nos podemos zafar de la satisfacción incontrolada de nuestros intereses, intereses que pueden ser para bien o para mal de los que nos acompañan en la vida. Actuamos sin tenerlos en cuenta. Estamos durmiendo, o adormilados, o cabeceando ante sus necesidades. Estamos traspuestos ante los sufrimientos de personas que necesitan de nuestra presencia. No caemos en la cuenta que ellos son Jesús; que es él quien nos pide ayuda; y es el que tiene en sus manos el aceite para que nuestra vida jamás deje de alumbrar por nuestro servicio desinteresado.

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