LA REVELACIÓN DE DIOS EN SU
HIJO
IV
La revelación de Dios en la revelación de la conciencia
humana de Jesús
Marta Garre Garre
Instituto Teológico OFM
Pontificia
Universidad Antonianum
El misterio íntimo, personal de Dios,
absolutamente trascendente, se nos desvela a los hombres en el Hombre-Dios Jesucristo.
Se produce esto por la inmanencia de la visión de Dios en el entendimiento porque
la visión no es algo sobreañadido o ajeno al hombre, sino la culminación de
todas sus aspiraciones: como ser que se experimenta a sí mismo como inacabado, la imposibilidad
que experimenta de detenerse en las distintas conquistas de la ciencia, del
arte…, porque en ninguna de ellas encuentra la satisfacción de sus apetencias
más secretas, la tensión inapagable del dinamismo cognoscitivo-volitivo del
hombre sólo en la visión alcanzará su término definitivamente último. La
inmanencia de la visión es, por tanto, la afinidad del espíritu humano a ser plenificado de un modo
total y definitivo en la inmediatez del misterio escondido desde los siglos en
Dios, Creador de todas las cosas (Ef. 3,9;
Rom 16,25). Entre la visión de Dios y las estructuras ontológicas del hombre
que lo capacitan para ella, no hay un salto en el vacío sino continuidad real
que se nos concede por pura gracia (Ef. 2,5).
Pues bien, la posibilidad de la encarnación
está ligada a la posibilidad de la visión: Es la inmanencia de la visión la que
permite comprender la inmanencia de la encarnación. Si la naturaleza humana
está capacitada para recibir la autocomunicación divina, en caso de que Dios se
lo conceda, también lo estará para la encarnación, que es la máxima
autocomunicación de Dios a una
naturaleza humana. Es posible la encarnación porque es posible la visión
de Dios por parte del hombre, en cuanto que posee (por la creación) las
estructuras ontológicas adecuadas.
Pero, ¿por qué la revelación de la
conciencia humana de Jesús es revelación de Dios?
Es necesario que hagamos en este punto una
breve aclaración terminológica. Hay que distinguir entre “revelación
increada" absolutamente trascendente, que es la autoexpresión eterna del
Padre en su Verbo, fundamento y causa de la unión hipostática (identificada con
ella) y “revelación creada” que es la expresión creada de la encarnación, el Verbo
encarnado. Esta revelación increada es la posibilidad vital de la presencia
personal del Verbo en la espiritualidad humana
de Jesús.
Dicho esto, podemos decir que la función de
revelador del Padre deriva en Cristo de su misma condición de Verbo encarnado.
El Verbo es la revelación del Padre, su palabra eterna, su imagen increada.
Dios padre, principio sin principio, se autoexpresa personalmente en el Verbo
que es su revelación increada en una naturaleza humana, en Jesús de Nazaret.
El
modo como lo hace es a través de su propia
conciencia. Pero ¿cómo se manifiesta en la conciencia humana de Jesús
esta revelación increada presente hipostáticamente en él? Por la experiencia de
su filiación divina: Cristo es constitutivamente el revelador del Padre porque
sólo él es el Hijo de Dios encarnado.
En
esta experiencia conciencial, el hombre Jesús se autopercibe como no
subsistiendo personalmente en sí mismo o, dicho de otro modo, se experimenta
como subsistiendo en el Verbo. Jesús poseyó verdadera conciencia humana, en la
cual el yo se autoposee a sí mismo. Ahora bien, el “yo divino” no puede ser
alcanzado sin más por la conciencia humana, puesto que en ese caso, se pondría
en peligro la trascendencia divina. Para llegar hasta la persona increada del
Verbo (y en ella a la del Padre) la conciencia humana de Cristo debe desembocar
y consumarse en la visión de Dios. De manera que la visión del Verbo es un
complemento de la conciencia humana de Cristo, un complemento necesario para
que su conciencia no sea un contrasentido. Yo diría que es la condición
necesaria para que la conciencia humana de Jesús sea a la vez conciencia
divina.
La noción joánica de visión: la permanente
comunión de vida de Cristo con el Padre” que debe ser interpretada en el sentido
de un conocimiento inmediato de Dios, que excluye toda interposición entre
Cristo y su Padre. Esta inmediatez es la que, en última instancia, diferencia
cualitativamente la experiencia de revelación de Jesús y la que tuvieron los
profetas .
En consecuencia, Cristo es constitutivamente el revelador de Dios,
porque es el hijo que conoce al Padre (cf. Mt 11,27) (motivo de la filiación
divina) y se autoexperimenta como el Hijo en su conciencia (la experiencia del
Verbo como el personalizador último de su existencia humana). Esta experiencia
conciencial como Verbo de Dios es, naturalmente, una explicación teológica del
dato de la experiencia filial o de la visión del Padre de los evangelios. Y la
automanifestación de la conciencia de Jesús sea de forma permanente (y no
transeúntemente, como en el caso de los profetas) revelación de Dios, más aún,
la revelación definitiva, insuperable, escatológica de Dios.
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