lunes, 30 de marzo de 2015

María hace el Viacrucis

         VIACRUCIS CON MARÍA, LA MADRE DE JESÚS




                                                           Pedro Ruiz Verdú





                       
+ En el nombre del Padre...

                        Recorramos este camino de la Pasión del Señor con María, su Madre. Unámonos a ella, a su fe, a su meditación: ella conservaba las palabras y las obras de Jesús en su corazón.
  
                        María nos ayudará a comprender el porqué de la Pasión de su Hijo. Recorramos con ella la peregrinación de la fe. Nadie mejor que María vivió el misterio de la vida de Jesús.

                        Padre, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo; concédenos que asociados como María a la pasión de Cristo, merezcamos sentir como ella los efectos de su amor.

                        1ª estación: Jesús condenado a muerte

           
Jesús, coronado de espinas y con su manto de púrpura, fue presentado al pueblo por Pilato. Y todos gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Y Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que al césar”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran (Jn 19, 1-16).
A María le había dicho el ángel: a tu Hijo se le dará el trono de David, su padre. Pero los sumos sacerdotes han rechazado a su Hijo como rey de su pueblo, y en su lugar han elegido al emperador de Roma. ¡qué contraste! ¿De qué reino te hablaba el ángel, María? ¡Guardar en el silencio de la fe la palabra del Señor!
La Madre llorosa estaba


junto a la cruz y lloraba
mientras su Hijo pendía;
cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.


            2ª estación: Jesús carga sobre sus hombros la cruz

            Jesús camina lentamente hacia el Calvario, rodeado de soldados, jefes y gente del pueblo. Dos condenados a ser crucificados, le acompañan. Esa cruz, este camino de Jesús, dará como fruto nuestra salvación.
El ángel dijo a María: el que va a nacer de ti, se llamará Hijo del Altísimo e Hijo de Dios.
¿Dónde está ahora su poder? Dios manifiesta su fuerza en la debilidad.

¡Oh cuán triste y afligida
se vio la Madre bendita,
de tantos dolores llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.


            3ª estación: Jesús cae bajo el peso de la cruz



           
Agotado, después de una jornada de maltratos y cárcel, de azotes y de espinas, Jesús, sin fuerzas, cae al suelo. ¿Cuántas veces cayó Jesús? Probablemente le ayudarían a levantarse. Jesús es “Signo de contradicción” para los que no creen. Y los que prefieren vivir postrados en el pecado, son espada que traspasa el corazón de María.
Y ¿qué hombre no llorara
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

            4ª estación: Encuentro de Jesús con su Madre

           
Hacia el Calvario iba María y al Calvario llegaría Jesús. Era el lugar de los condenados a muerte en cruz. “Dichosa eres, María, porque escuchas la palabra de Dios y la cumples”. La espada del sufrimiento que Simeón te predij
o en el templo de Jerusalén, cuando llevaste a Jesús para presentarlo a Dios, va llegando a su fin. Pero antes, Madre, tienes que participar de la cruz de tu Hijo. Quisiste estar presente en la muerte de tu Hijo.

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

            5ª estación: El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz



            Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para llevar su plan de salvación a su perfecto cumplimiento. Dios admiró tu pequeñez, María, y se alegró porque en ti encontró a la mujer que necesitaba para acompañar y participar con Jesús en la redención del mundo. Al principio, allá en el Paraíso, una mujer, Eva, introdujo el mal; ahora, en la cruz, otra mujer, María, la salvación. ¿Cómo podrá ser esto? – No temas, María.

¡Oh dulce fuente de amor!
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.


           
6ª estación: Una mujer limpia el rostro de Jesús

            María fue aprisa a la montaña a visitar a su pariente Isabel, que necesitaba de su presencia y de sus servicios.
En este momento de su caminar hacia el Calvario, ¿quién limpiará el rostro de Jesús, todo él ensangrentado y sucio? Una mujer, cuyo nombre no conocemos.
A ti, María, te hubiese gustado hacerlo. ¡Tantas veces se lo limpiaste! Pero también nosotros debemos aprender a limpiarle el rostro a Jesús. Y esto sabemos que te agrada.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime


las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

            7ª estación: Por segunda vez, Jesús cae en tierra

            Dios Padre dice: “Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido en quien me complazco... No gritará, no clamará, no voceará por las calles”.
María, después de la anunciación, cuando el ángel se marchó, quedó en silencio meditando en su corazón las misericordias del Señor.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimaren
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

            8ª estación: Unas mujeres se lamentan de que Jesús haya sido condenado a muerte



            María dijo a su Hijo: “¿por qué nos has hecho esto? ¿No sabías que tu padre y yo te buscábamos con gran dolor?”  María se lamenta ante su Hijo de que no les haya dicho lo que pensaba hacer. Y Jesús le respondió: “¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”  María no ha comprendido  aún el silencio de Jesús: las cosas de su Padre.
¿Qué mal ha hecho Jesús para que las autoridades judías le hayan pedido a Pilato su muerte? Las mujeres de Jerusalén no comprenden el porqué de la muerte de Jesús. Tenéis que aprender antes a llorar por vosotras, les dice Jesús.

¡Virgen de vírgenes santa!
Llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;.
porque su pación y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea

            9ª estación: Tercera caída de Jesús

            ¿Había dejado ya Simón de Cirene de ayudar a Jesús a llevar la cruz? Tal vez; la cercanía del Calvario hacía innecesaria la ayuda. Pero Jesús cae por tercera vez. “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” (Is 53,7).
Y María respondió al ángel: “hágase en mí según tu palabra”.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio,


porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

           
10ª estación: Jesús despojado de sus vestiduras

            El despojo exterior fue signo “tenue” del despojo interior: “se despojó de su rango -dice san Pablo-, y tomó la condición de esclavo”. ¿Qué respuesta pudo dar María al ángel sino una semejante a la de su Hijo: He aquí la esclava del Señor?

Socialmente María no tenía altura, rango, nobleza. En relación a Dios era su sierva, su esclava: este era su título de nobleza. Pero Dios enaltece a los humildes.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

            11ª estación: Jesús es clavado en la cruz



            Cerca, muy cerca, estaba su Madre. Jesús está siendo sacrificado por nosotros. ¿Dónde está el fuego para el sacrificio? Lo lleva Jesús en su corazón. El cuchillo: los clavos; los golpes: los ponemos los hombres; el fuego: el amor, la misericordia, el perdón, son de Dios.
María está allí, contemplando en silencio; sintiendo cómo su corazón se estremecía a cada golpe del martillo.

¡Dios mío! A pesar de mis gritos
mi oración no te alcanza.
De día te grito y no responde;
de noche, y no me haces caso:
en ti confiaban nuestros padres,
confiaban, y los ponías a salvo.

           
12ª estación: Jesús muere en la cruz

            Junto a la cruz, la Madre de Jesús. Allí, uniendo su amor por nosotros, al amor del Hijo. Allí, ¿dónde si no podría estar María?
Está junto a la cruz para recibir el encargo de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”; y nosotros, a su lado, para escuchar de Jesús moribundo; “Hijo, ahí tienes a tu madre”. A partir de ese momento, el corazón de María se unió al nuestro, y el nuestro al de ella. ¡Madre, tu mano y mi mano unidas sin que sea posible separarlas!

¡Dios mío!, yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
al verme se burlan de mi, y dicen:
“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,
que lo libre si tanto lo quiere”.



            13ª estación: Jesús es bajado de la cruz

            La cruz, signo de odio y de injusticia, ha sido purificada por Jesús. Dios Padre ha hecho de ella el signo de su amor, de su misericordia y de su perdón. La ha aceptado como ofrenda de su Hijo por nosotros.
¿Quién es mi hermano, mi hermana y mi madre? El que cumple la voluntad de mi Padre, había dicho Jesús. María se une íntimamente a su Hijo. La espada de dolor, profetizada por Simeón, ha llegado a su plenitud.

¡Dios mío!, desde el vientre materno, tú eres mi Dios,
desde el seno pasé a tus manos.
No te quedes lejos que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

           
14ª estación: Jesús es sepultado

            Madre, la estancia de Jesús en el sepulcro es por poco tiempo, pues es necesario que la luz baje a las tinieblas. Los patriarcas, los profetas y gente de tu pueblo esperan la visita de tu Hijo. También por ellos ha sido necesario que muriera Jesús. El gozo y la alegría pascual llenará el corazón de los profetas que anunciaron su venida y su muerte.
Madre, permítenos estar contigo durante esta breve espera.

¡Dios mío! Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.


Fieles del Señor, alabadlo;
glorificadlo, discípulos del Señor.
Porque el Señor ha escuchado mi oración.
Os contaré todo lo que hizo el Señor.

           
15ª estación: La resurrección de Jesús

Reina del cielo, alégrate;
porque el Señor a quien has merecido llevar,
ha resucitado según su palabra.
Ruega al Señor por nosotros. Amén.



            Oración por las intenciones del Papa


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