lunes, 13 de abril de 2015

«En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados»

                                         III DOMINGO DE PASCUA (B)


                         «En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados»

            Lectura del santo Evangelio según San Lucas 24,35-48.

            En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: ―Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: ―¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ―¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: ―Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse.
            Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
―Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.


1.- Juan escribe en la misma aparición a los discípulos de Mateo y Lucas: «Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros» (Jn 19,21). A continuación Jesús sopla sobre ellos. El mismo gesto hace Dios para crear al hombre (cf. Gén 2,7) y para revitalizar a los muertos (Ez 37,1-14). El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos los transforma en criaturas nuevas, y al infundirles su Espíritu les capacita para llevar a cabo la misión. Y el Espíritu es la clave de su recreación y misión, además de la experiencia pascual de la cual son testigos para todo el mundo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos» (Jn 19,22-23). Como en la narración de Lucas que hemos escuchado, el perdón universal indica la garantía de un Dios que es de todos, vivido y proclamado por Jesús y cuyo Espíritu asegura a lo largo de la historia humana la salvación ofrecida permanentemente a sus hijos. La comunidad cristiana, representada en los Doce (cf. Jn 1,24), es la depositaria de este don inconmensurable del perdón, y por eso Jesús expresamente ora al Padre: «No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras» (Jn 17,20).

           
2.- La Iglesia, con el Colegio Apostólico al frente, debe seguir la proclamación de la resurrección que Jesús le ha encargado. La presencia del Dios del amor misericordioso, dispuesto siempre al perdón , ya no es una cuestión de Israel, sino de todos los pueblos. Y la Iglesia tiene el sagrado deber de hacerlo saber al mundo entero. Explicar las Escrituras desde la luz de Cristo resucitado y ofrecer el perdón por las propias culpas y dar el perdon por los males que recibimos, es el mejor vehículo para experimentar la nueva vida de resurrección; la vida nueva que transmitirá la mayor esperanza humana: vivir en paz con nosotros mismos, con Dios, con los demás.  

           
3.- El testimonio de la experiencia del Resucitado de los discípulos  y su comunicación por la Palabra y la Eucaristía hace posible nuestra experiencia de la vida nueva que el Señor le da a Jesús y a la que nos incorporamos por el bautismo. Las increencias de los discípulos, sus dudas, sus incertezas van desapareciendo porque Jesús resucitado se les impone y lo hacen suyo por la fe, el don del Señor. Y lo participan a cada uno de nosotros ofreciéndonos la conversión y el perdón, dos acciones divinas que nos introducen en la vida nueva que ahora tiene el Jesús. La acción divina que nos cambia poco a poco nos hace divulgarlo, porque el amor se difunde por sí mismo. No lo podemos frenar, o silenciar, o esconder. Nuestra vida debe pasar de la incredulidad a la fe; de la muerte a la vida; de la culpabilidad a la paz; y con nosotros transformándonos, vamos cambiando nuestro entorno, hasta alcanzar a las instituciones sociales que puedan ofrecer una esperanza de paz para todos los hombres. No podemos esperar nada nuevo de los políticos y agentes sociales, si los que los sustentamos somos irresponsables en la defensa de los derechos humanos y la paz. Y al revés, si tenemos instituciones podridas, más se extenderá el mal entre nosotros.
                       


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