lunes, 20 de abril de 2015

Ya entrego mi vida. IV de Pascua

IV DOMINGO DE PASCUA (B)



            Lectura del santo Evangelio según San Juan 10,11-18.

            En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
            Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño un solo Pastor.
            Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre.

              
1.- Dios. Los cristianos no somos creyentes que podamos dirigirnos a Dios directamente. No podemos puentear a Jesús, que es «el camino, la verdad, la vida» (Jn 14,6). De Jesús nos viene la verdadera y definitiva imagen del Señor, como Padre y Madre,  pleno de amor misericordioso. Es la bondad que le inclina de una manera natural hacia nuestra vida. Por eso el Señor es como un Pastor que sale a buscar la oveja extraviada, y hasta que no la encuentra recorre todos los lugares del mundo (Lc 15,3-7). Y esto es así, porque toda la creación formamos parte de sus entrañas, de su corazón, y somos objeto de su amor. Dios no es un Ser que sea indiferente a los devaneos y tensiones como traiciones que sufrimos o hacemos a los demás. Dios sufre y padece con nosotros, con lo que nos sucede a nosotros, y nos lleva por caminos seguros cuando nos perdemos ante la multitud de voces que escuchamos cada día por todos los medios. Él es el centro de la vida cristiana, de cada cristiano y de la comunidad. A él le reconocemos como único Señor cuando nos habla. Porque nos conoce personalmente y nos ama uno a uno, tal y como somos; y por eso le seguimos.  El va delante del de todos, hace que conozcamos su voz y le sigamos por las sendas llanas y los pedregales de la vida. No está en el despacho para que vayamos a él. Él está en la familia, en la oficina con nuestros compañeros, en el coche cuando viajamos, en el parque cuando paseamos, en el pobre cuando nos lo cruzamos.
              
2.- La fraternidad. Nosotros podemos acercarnos a Jesús, y por medio de Jesús a Dios, si pertenecemos a su rebaño. Y sabemos que pertenecemos a su rebaño si formamos una familia, si entramos a la comunidad eclesial, si estamos vinculados a una comunidad cristiana para servir a los necesitados, si estamos integrados en una Organización para ayudar a los pobres . Y es en la comunidad donde estamos seguros que el Señor se nos da y nos da el alimento necesario para saber cuál es nuestro sentido de vida y la fuerza para llevarlo a cabo. Las comunidades eclesiales, la familia y la fraternidad religiosa tienen pastores que canalizan la bondad del rebaño y ponen en común todos los valores que posee cada oveja para el bien de todos. Los humanos y los creyentes necesitamos de los pastores para que dirijan nuestras vidas por el camino de bien, un camino que por fuerza debe terminar en una plaza donde entren en comunicación todas las virtudes que lleva cada persona en su corazón y está desarrollando en su vida. Un pastor que no busque la relación y la unión de las ovejas son los que sólo piensan en sí mismos y cómo aprovechan los bienes ajenos para sus intereses. Debemos fijarnos en Jesús: es el que hace posible que podamos reconocernos como hermanos y dirigirnos a Dios como Padre.
              
3.- El hombre. El cristianismo no es una cuestión de obediencia a la ley, por buena que sea, para sentirnos dentro de ella y, por consiguiente, participantes de la salvación divina que transmite. Jesús no es la ley. Es una vida, con un sentido que hace presente el reino de amor misericordioso del Señor. A Jesús hay que seguirlo en su estilo de vida e identificarse con ella. Nos lo enseña San Pablo con mucha claridad: «Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Jesús es el buen Pastor que entrega su vida por nosotros para que tengamos vida abundante. Y nosotros debemos orientar dicha entrega de Jesús al servicio de los hermanos. No podemos robarles la vida que él nos da constantemente y esconder su sentido en nuestras actitudes en la relación con los demás. El Señor es el buen Pastor que va en busca de la oveja perdida; Jesús es el buen Pastor que da la vida por sus ovejas para que puedan vivir; cada uno de nosotros somos pastores que testimoniamos que el Señor y Jesús son así.
              


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