lunes, 11 de mayo de 2015

La Ascensión

                                                                           La Ascensión (B)

                                              

            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 16,15-20.

            En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: -Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
            El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
            Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

                                              
1.- El Señor. Jesús se presenta con la autoridad propia del Hijo de Dios, que ha cumplido la misión que el Padre le ha encomendado, y manda a los discípulos a proseguir la salvación que él ha iniciado en Galilea. La manifestación triunfante de la subida a la gloria del Padre y su autoridad, la ha alcanzado Jesús por medio de una vida sencilla y humilde que no duda en entregarla por amor para salvar a sus hermanos. Jesús ha sido fiel y obediente al Señor: ha rescatado del mal a todas las criaturas nacidas del corazón amoroso del Padre. Nos lo recuerda San Pablo en un himno muy querido por San Francisco: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre» (Flp 2,7-9).

2.- La comunidad. Jesús manda a los discípulos, es decir, a todos nosotros constituidos en comunidad, a continuar la labor salvadora que él ha realizado en su misión en Palestina. Y la raíz del mandato universal proviene de su experiencia del Padre, que es un Señor de todos los pueblos, que no sólo de Israel. Esto nos obliga a salir de sí: de nuestros parientes, amigos, vecinos, a no tener acepción de personas según la raza, la lengua y la nación. La Iglesia y nosotros, que la formamos, debemos centrarnos en las esperanzas que anidan todas las culturas, para darles motivos para vivir y vivir amando, y que el poder, junto a los intereses que lo avala, no sometan a los pueblos y los esclavicen. Nosotros, como comunidad eclesial, tenemos el sagrado deber de cumplir el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio con una dimensión crítica, denunciando todos los infiernos en los que se abrasan los pueblos, y, a la vez, con una dimensión formativa, para que vivan la esperanza de una salvación progresiva en nuestra historia y una salvación plena al final de nuestros días.

3.- El creyente. Jesús asciende a la gloria del Padre. Pero debemos ser conscientes que no vivimos solos; que no estamos solos en esta vida; que no caminamos a la intemperie sujetos a los vaivenes de los que pretenden manipularnos, gobernarnos y someternos a sus caprichos, poderes e intenciones. Podemos estar tristes y abatidos; podemos experimentar la alegría de vivir y el gozo interno de estar en paz; en uno y otro caso, siempre estamos acompañados. Nunca vivimos solos. El sufrimiento para que nos duela menos; la alegría para que sea más intensa y duradera. Jesús está en nuestro corazón; él ha poseído nuestra alma, por eso «somos templos del Espíritu Santo» y con nuestra vida damos culto a Dios. No; no estamos solos; Jesús nos acompaña siempre, porque nos quiere más que nosotros a nosotros mismos. Lo único que pide es que dejemos un hueco en nuestra vida. Que nuestro egoísmo no la ocupe toda. Algún resquicio debemos dejar abierto para que pueda entrar y modificar nuestras actitudes básicas y principios racionales: todos orientarlos hacia el bien.


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