DOMINGO XI (B)
Lectura del santo Evangelio según San Marcos
4,26-34.
En aquel tiempo decía Jesús a las
turbas: -El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
El duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo,
sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero
los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se
mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también: —¿Con qué podemos comparar
el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo
en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta
que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden
cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les
exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero
a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
1.- Si echamos una ojeada a la actividad de Jesús en Galilea y,
en general, en Palestina, no es para levantar las manos en son de triunfo.
Menos los primeros momentos, viajando entorno al mar de Galilea, Jesús tropieza
con los herodianos y fariseos, con los sumos sacerdotes, con los escribas y
saduceos, con sus propios discípulos y hasta con Dios, que le pide que no muera
en cruz. Parece que todo depende de Dios
y así sucede en la historia de Jesús y en la presencia del Reino. Todo encaja
en la vida de Jesús cuando el Señor lo resucita de entre los muertos. San Pablo
lo resumiría en una frase: «… porque
Dios es el que activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su
designio de amor» (Flp 2,13).
2.- La Iglesia siempre mira a su Señor
para llevar a cabo la presencia del Reino, para bautizar a todos los pueblos en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. Pero también es consciente, como
en la parábola que Jesús ha relatado, que el agricultor también tiene su parte
de responsabilidad en la cosecha. No puede adelantarla, ni seguir y controlar
su proceso de crecimiento, pero tiene que sembrar, labrar, escardar, segar y trillar, y vender y repartir
el bien cosechado. Lo mismo sucede con el grano de mostaza. Hasta que llegue
hacerse un árbol grande donde aniden los pájaros debe pasar tiempo. La Iglesia,
como la familia o las comunidades parroquiales o religiosas, no pueden puentear
el tiempo y el espacio que los hombres necesitamos para ser humanos, para ser
creyentes. Debemos tener paciencia con nosotros con los demás y aprender a
escuchar al Señor.
3.- Para ser creyentes se necesita la conversión, la
vuelta del corazón al Señor y seguir tras los pasos de Jesús. Poco a poco
asumir su sentido de vida. Y esto no se hace en un acto, en una acción; se
necesita toda la vida para ir haciendo nuestras las actitudes de Jesús para
conformar nuestra vida a la voluntad divina. Lo importante es situarse en el
camino correcto y caminar por él: «¿No sabéis que en el estadio todos los
corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred
así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos
para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por
eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo
mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo
descalificado» (1Cor 9,24-27); «He combatido el noble combate, he acabado la carrera,
he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia,
que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a
todos los que hayan aguardado con amor su manifestación» (2Tim 4,7-8).
No hay comentarios:
Publicar un comentario