sábado, 27 de junio de 2015

San Pedro

                                             Simón Pedro en la Escritura y en la memoria




        Marcus Bockmuehl

           
El autor reconoce que la información histórica segura que tenemos sobre Pedro es más bien escasa. Sin embargo, Pedro es un discípulo y apóstol fundamental en el desarrollo y expansión del cristianismo después de la crucifixión de Jesús y la experiencia de Pentecostés. Sin él es impensable que las diferentes corrientes cristianas, esparcidas por el Imperio Romano, se mantuvieran unidas en lo esencial, contando, además, con cuatro relatos evangélicos distintos sobre la vida y doctrina de Jesús. Pablo, que actúa como vínculo de unión entre las comunidades fundadas por él, a la manera de Pedro con todas las demás, es el que le sitúa el primero en proclamar la resurrección de Jesús y forma una de las columnas de la Iglesia. El autor, partiendo de la historia de los efectos (Gadamer), o analizando los textos y acontecimientos a partir de la repercusión que han tenido (23), se adentra en la figura de Pedro con una actitud de memoria  y recepción de los hechos fundacionales de la fe.
           
El texto analiza la presencia de Pedro en el N.T. Procede de Betsaida y vive después en Cafarnaún; es trabajador por cuenta ajena, amigo de Jesús, que se hospeda en su casa, vivienda que sirve como centro de la misión entorno al lago de Galilea. Forma parte de los tres discípulos más cercanos a Jesús, con Santiago y Juan (transfiguración, huerto de los Olivos). Es el centro de la misión apostólica en la primera parte de los Hechos (en Jerusalén hasta el año 49 ca.). Pablo, que se encuentra con él en Jerusalén, le reprocha que su misión entre los gentiles es un simulacro al ceder a la presión de los judeocristianos (carta a los Gálatas). También dice que es administrador de la gracia del Señor en Corinto (1Cor 1,12; 4,1-2), va acompañado de su familia en la misión (1Cor 9,5) y su papel fundamental en la fe en la resurrección (1Cor 15). Las dos cartas que llevan su nombre le hacen testigo de la transfiguración y pasión y pastor de la Iglesia, como se explicita en Jn 21,15ss.
            La segunda parte expone la memoria de Pedro en Oriente y Occidente. Tenemos a Ignacio de Antioquía, Justino mártir y Serapión, todos del siglo II. Éste se hace testigo de una tradición que proviene directamente de Pedro, como Justino defiende que el Evangelio de Marcos son las memorias del Apóstol. Ignacio escribe que Pedro es la clave y testigo de la vida y doctrina de Jesús. Por eso sigue siendo el portavoz de los discípulos, como aparecen en los Evangelios: un discípulo pleno de autoridad y con sus intervenciones se van resolviendo los problemas de las iglesias y construyendo una tela de araña donde todas las comunidades estaban, más o menos, vinculadas. Aunque Juan hace más hincapié en el «discípulo amado», da importancia a la posición de Pedro en el grupo de discípulos, sobre todo el texto citado antes de Jn 21.
           
La tercera parte estudia la memoria de Pedro que ofrece la arqueología y exégesis neotestamentaria sobre su conversión o proceso de ser discipulado del Señor. Como afirma Pablo: la conversión es una carrera en la que el cuerpo se ejercita para llegar a la meta. Pedro ha recorrido un camino largo en el que ha experimentado una serie de acontecimientos en los que se explicita una fe incipiente, pero que va madurando paulatinamente; es tardo para comprender ciertos hechos y dichos de Jesús, pero tal deficiencia no es una cuestión ni de principios ni intelectual, sino existencial. Tiene un empleo duro, procede de una familia de fuerte tradición judía, vive en un ámbito pagano, como Betsaida, aunque después se traslada a Cafarnaún donde conoce a Jesús y se incorpora a su misión. Ejerce la función esencial de coordinar y presidir el grupo de discípulos para cumplir la misión de evangelizar a todas las gentes (Mt 16; Jn 21). Todo ello conduce  a profundizar la primera investigación procedente del mundo protestante, como fue la de Oscar Cullmann y desvirtuar las posiciones tradicionales de dichas iglesias: «Cada vez es menos común presentar al Pedro del N.T. como una nimiedad vacilante, un oponente al evangelio verdadero (léase “paulino”) o la invención en buena medida mítica de eclesiásticos autoritarios del “catolicismo primitivo”» (262). El autor cita a Cipriano († 285) en su disputa con el papa Esteban: todos los obispos son la «roca» sobre la que se asienta la Iglesia; hoy diríamos el Colegio Apostólico. Pero ello no empece que, desde el principio, se afirme que Pedro tiene unos sucesores continuadores de su ministerio. Al contrario de la solución de Cullmann: Pedro es la «roca» colocada por Jesús de una forma personal e intransferible. Los pasajes evangélicos (cf. Mt 16,17-19; Lc 22,31-32; Jn 21,15-17) «dan a entender que la tarea de Pedro siguió tras la resurrección, la cual parece que, de forma intrínseca, tenía una naturaleza permanente y no estaba vinculada a la identidad de un apóstol. La labor de cuidar, pastorear y proteger el rebaño es un ministerio que perdurará. Resulta falso suponer, como hacen muchos protestantes, que la misión de Pedro “expiró con su muerte”» (263).
            Bockmuehl, perteneciente a la Iglesia anglicana, termina el texto de la siguiente manera: «El carácter frágil, pero indispensable, de este ministerio de unidad, su fortaleza en la debilidad y su testimonio de la gracia de un discipulado de segundas oportunidades sigue siendo una parte esencial del legado permanente de la memoria de Pedro entre  todas las iglesias cristianas» (264).

                                   Ediciones Sígueme,  Salamanca 2014, 300 pp., 13,5 x 21 cm.


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