lunes, 17 de agosto de 2015

"Señor; ¿a quién vamos a acudir?"

DOMINGO XXI (B)


            Lectura del santo Evangelio según San Juan 6,61-70

            En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo: -¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: -Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.
Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
            Entonces, Jesús les dijo a los Doce: -¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó: -Señor; ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. Jesús le respondió: - ¿No os he elegido yo, a los doce, y uno de vosotros es un diablo? Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, pues él, que era uno de los doce, iba a traicionarlo.

              1.- Cuando Jesús afirma que él es «el pan de vida, quien lo coma vivirá para siempre», recibe dos respuestas diferentes de los discípulos: unos lo abandonan, porque son incapaces de comprenderle como la Palabra de Dios encarnada (cf. Jn 1,14); otros, capitaneados por Pedro, aceptan su discurso y el origen divino de su persona: él es el «Santo de Dios». Jesús es la revelación definitiva del Señor, que transmite su última Palabra de salvación (cf. Heb 1,2). Ya no existe ni la Torá ni el Templo para cumplir la voluntad divina, ni siquiera para mantener unas relaciones objetivas con Dios. Jesús es el centro entre Dios y nosotros, y entre nosotros y Dios.  No se puede puentear a Jesús. Él es el centro de la creación, no porque se haya acercado más que ningún profeta o santo a Dios, sino porque ha vivido con Él en la eternidad, le ha obedecido y ha venido al mundo para salvarnos (cf. Jn 1,1-14).

              2.- Jesús viene de la gloria; por eso, su palabra es espíritu y vida divina, frente a las mentiras y engaños que proliferan en los discursos y frases de las relaciones sociales y personales entre los hombres.  Antes de este párrafo, Jesús ha salvado a los discípulos de la tormenta, les ha dado de comer y les ha asegurado que la auténtica vida es él: es su estilo de vida, que lleva consigo la vida salvadora del Señor.  Sin embargo, le dejan porque no entienden la nueva dimensión de la existencia que entrañan sus palabras y sus gestos. Olvidamos con frecuencia que seguir a Jesús no es una cuestión exclusiva de la propia voluntad, de nuestra capacidad de elegir, sino del Señor que da la fe y, con ella, la posibilidad y la fuerza de comprender y seguir a su Hijo. La voluntad y el entendimiento no bastan para alcanzar al Señor: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».




               3.-  El grupo que capitanea Pedro, después de tanto tiempo de seguir y aceptar a Jesús como la Palabra definitiva de salvación, se reafirma en el seguimiento. Está apoyado en Dios. Aún así, se ha de andar con cuidado. Jesús advierte que «uno de ellos le va a traicionar». Desde la Modernidad ha habido una desafección, cuando no una persecución,  de diferentes capas sociales hacia el cristianismo: intelectuales, responsables políticos y sociales, educadores, etc. Estamos acostumbrados a que se excluya la palabra y el significado «Dios» de nuestra cultura occidental, y que agrupaciones laicales sigan trabajando con ahínco para borrar los signos religiosos de nuestra sociedad. Pero quien profese la fe como una exclusiva cuestión social, es un barniz que, con un sol como el que sufrimos este verano, se desvanece pronto. Esto  lo sabe Jesús. Lo que le realmente le duele no son estos, que están y no están, y poco significa su presencia o ausencia en la comunidad cristiana, sino los que lo traicionan. Son los discípulos que él ha llamado, han sabido quién es la Vida y el Amor, y, al final, se dejan arrastrar por sus propios intereses y egoísmos, dando la espalda a Dios y a sus hermanos. Se nos olvida que «la fe es un tesoro que llevamos en vasijas de barro» (2Cor 4,7), y en cualquier momento podemos romperlas.

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