lunes, 14 de diciembre de 2015

¡Dichosa tú que has creído!

                                                               IV ADVIENTO (C)



            Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,39-45.

            En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

           
1.- María, después del encuentro con Dios y aceptar ser Madre de su Hijo, siente necesidad de comunicar la alegría de haber sido elegida por el Señor, de ser madre, y de ayudar a Isabel, que necesita todos los cuidados del mundo. Se encuentran las madres del Precursor y del Mesías; del que anuncia la salvación y de quien la hace presente con su vida y obra. El amor servicial relaciona dos mundos distintos y dos personajes muy diferentes. El templo, el sacerdocio de Israel y el ámbito sagrado del templo, situado en Jerusalén, con la casa, la joven y el pueblo de Nazaret, como son la mayoría de las casas, de las gentes y de los pueblos que pululan la tierra.  El mundo de María y Zacarías son muy diferentes, como distintos el desierto donde predica Juan el fin del mundo y los pueblecitos que recorre Jesús, diciendo que el Señor viene con una actitud de amor misericordioso. Pero el amor salta acequias, allana montículos y relaciona a un sacerdote con un carpintero, a una anciana con una joven. Todos dispuestos para anunciar y para servir al Señor de la vida que está al llegar.

              
2.-  Isabel recibe a María con una expresión que sería el saludo a toda mujer afortunada: por confiar en Dios, por ser madre. Cuando María termina los cuidados de madre con Jesús, al llegar a su mayoría de edad, se convierte en la madre creyente de su hijo, como toda madre humana, que luce a sus hijos como sus obras más valiosas. Y así es como saludan y reconocen a María en el ministerio de Jesús: «Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”». Pero él dijo: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27-28). «Vinieron a él su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces le avisaron: “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”. Él respondió diciéndoles: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”» (Lc 8,19-21). Es la familia de Dios que formamos todos los cristianos.


               3. - El Señor derrama su gracia sobre cada uno de nosotros en nuestra vida, y solo necesita la apertura de nuestro corazón a su relación, que es capaz de transformarnos en personas de bien por su potencia amorosa. Pasamos de una actitud  pasiva, dejarnos hacer por Él, ―como María en la Anunciación―, a una actitud activa ―como María cuando viaja para ayudar a Isabel―. Pero Isabel nunca deja de ver en María que es obra del Señor, que es la conciencia que tiene María de sí misma. No debemos olvidar que cuando servimos, ayudamos, compartimos nuestros valores con los demás, somos hijos de Dios que los transmitimos con los mejores sentimientos, afectos y valores. Es nuestra vida centrada cuando se mueve con el motor del corazón divino.



No hay comentarios:

Publicar un comentario