lunes, 7 de diciembre de 2015

Domingo III de Adviento (C).


                                                                 III ADVIENTO (C)


            Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3,10-18.
            En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: -¿Entonces, qué hacemos? Él contestó: - El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo. Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: -Maestro, ¿qué hacemos nosotros? El les contestó: -No exijáis más de lo establecido.
            Unos militares le preguntaron: -¿Qué hacemos nosotros? El les contestó: -No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
            El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero, y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
            Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

            
1.- Texto. Lucas transmite una tradición, quizá unida al discipulado de Juan, en la que el Bautista recomienda algunas normativas morales, propias del pensamiento grecorromano sobre el cultivo de la virtud, aunque no sea del todo excluyente del profetismo que anuncia el fin del mundo. En este sentido, Juan, como maestro de sabiduría, aplica a tres grupos la práctica de la justicia, que se añade a las recomendaciones que da Mateo (3,7) a los saduceos y fariseos. Así, como signo de la conversión, avisa a las gentes que compartan la comida y el vestido, expresión del mandamiento de amor al prójimo, para que nadie sufra la desnudez, según Dt 15,4; a los recaudadores que ajusten su cobro a lo mandado; y a los soldados, seguramente mercenarios de Herodes Antipas, hombres alistados en su ejército, que vivan con su sueldo sin extorsionar al pueblo.

              
2.- Mensaje. Pero la clave está en el segundo párrafo del relato evangélico. Juan se somete a Jesús, al que anuncia, y que dará el verdadero bautismo del Espíritu y juzgará al pueblo.    El sentido de la frase citada indica el convencimiento de Juan de que alguien, más decisivo que él en la historia de la salvación, actuará esta salvación después de su bautismo. Los bautizados con agua por Juan, que serán desposados con el que enviará el Señor, también tendrán la oportunidad de que, el que viene, les bautice «con Espíritu Santo». El Espíritu se ha descrito como aliento de Dios para expresar su fuerza, o como una lluvia que empapa la tierra y una aspersión que moja por entero al hombre y que infunde la vida de Dios. Este Espíritu santo de Dios originará la renovación interior del hombre dando lugar a una nueva alianza o a una nueva situación del hombre ante Dios y ante los demás hombres. He aquí la descripción de Isaías: «Hasta que se derrame sobre vosotros un aliento de lo alto; entonces el desierto será un vergel, el vergel contará como un bosque, en el desierto morará la justicia, y el derecho habitará en el vergel, el efecto de la justicia será la paz, la función de la justicia, calma y tranquilidad perpetuas» (32,15-18).

               3.- Acción. Juan nos señala el camino de acceso al Mesías que viene: es la honradez y responsabilidad en algunas relaciones sociales, las cuales no necesitan de un bautismo del Espíritu, sino una recta conciencia educada por una razón no maleada ni por los intereses egoístas de la familia, ni de la sociedad. Pero todos sabemos que no es tan fácil ser justos al cien por cien en esta vida. Estamos dañados esencialmente y por eso nos cuesta tanto alcanzar el camino del bien por nuestras solas fuerzas naturales. Necesitamos el Espíritu de Dios, la relación divina de amor para que nos dé la fuerza suficiente para que caminemos en la justicia y en la gracia divina. En definitiva, la vida la entiende Juan compartiendo los elementos básicos que a todos nos hacen más humanos, como es la justicia y el respeto mutuo, es decir, la libertad.





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