domingo, 21 de febrero de 2016

III Domingo de Cuaresma

III DOMINGO DE CUARESMA


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 13,1-9.
En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: -¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: -Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: -Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

1.- Texto. La inminencia del juicio que Juan Bautista y Jesús anuncian conduce a una petición de conversión. Todos están necesitados de ella. El Evangelio de este domingo relata la pregunta que se le hace a Jesús sobre cuál fue el pecado de unos paisanos suyos, galileos, a los que mató Pilatos durante una peregrinación, o por qué castigó Dios a otros hombres cuando se derrumbó la torre de Siloé. Contesta Jesús que tales sucesos no obedecen a la creencia común de que cualquier enfermedad o desgracia es expresión de un pecado personal o colectivo, sino que todos aquellos hombres no eran culpables de tales desgracias, y concluye: «si no os arrepentís, acabaréis como ellos»; es decir, insta a una conversión colectiva en la medida en que todos son responsables de la situación de maldad en la que se justifica una realidad que genera continuamente injusticia, esclavitud y muerte.

2.- Mensaje. En la parábola de la higuera Jesús invita a un arrepentimiento antes del juicio; al estilo de Juan Bautista, ofrece otra oportunidad (cf. Lc 3,8-9). Pero la parábola, a diferencia de las muertes que provocó Pilatos y la torre de Siloé, pone el acento en las vidas improductivas, en las que la obligación recae sobre el propio individuo; por eso, se le da una última oportunidad antes de cortarlas definitivamente. Jesús exhorta a dar fruto. Es como la semilla que cae en tierra buena, que simboliza a «los que con disposición excelente escuchan la palabra, la retienen y dan fruto con perseverancia» (Lc 8,15). De lo contrario, les pasará como a la generación que oye su mensaje y no le hace caso; entonces «los ninivitas se alzarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron por la predicación de Jonás, y hay aquí uno mayor que Jonás» (Lc 11,32; cf. 10,13-16). Lo que pide Jesús es introducirse en el movimiento salvador que Dios ha iniciado y que no deben dejar pasar (cf. Lc 15).

3.- Acción. Por el juicio divino al final de la vida, por la vida que debe responder a los talentos regalados o dar el fruto correspondiente, es urgente responder a esta voluntad de Dios. Hay que tomar una decisión mediante la cual se deba asumir esta oferta de salvación. No existe un espacio neutro en la historia por el que se pueda pasar ignorando el ministerio de Jesús: la vida es buena o es mala; o servimos o nos  servimos de los demás. Porque al final de la existencia, no valen las credenciales tradicionales de religiosidad, conciudadanía, vecindad, amistad, familiaridad, etc., u otros poderes como la riqueza. La única credencial válida es la de haber invitado al mundo marginal, «a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos», que no pueden retribuir o corresponder a la relación bondadosa, porque el hecho mismo de estar con ellos y recuperarlos por el amor es la única carta de ciudadanía del Reino: «pues te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14); de lo contrario, no reconocerá el Juez a nadie.

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