domingo, 14 de febrero de 2016

Misericordia. Carta a un Ministro: II-1

            MISERICORDIA
            CARTA A UN MINISTRO DE SAN FRANCISCO


                                                   II-1

           
2.- «Y ama a aquellos que te hacen esto. Y no quieras otra cosa de ellos, sino lo que el Señor te diere. Y ámalos en esto; y no quieras que sean mejores cristianos. Y ten esto por más que un eremitorio».

            2.1.-  Actitud de amor

           
Situado el Ministro en la perspectiva de la relación de amor de Dios, entonces su relación con los hermanos, sean cuales fueren, es la del amor. Pero Francisco afirma no sólo el hecho de amar, sino la actitud, que también debe reflejar la actitud de Dios. Esto va a ser el paso previo a la misericordia.
            El amor al prójimo, el amor a todos los hombres, que impulsa el amor recibido del Señor, tiene una doble dimensión y un horizonte inabarcable. La doble dimensión ―el bien objetivo y la actitud subjetiva― la ofrece la parábola del Buen Samaritano[1]. La estudiaremos con más amplitud después[2]. Basta ahora acentuar que la enseñanza de Jesús sobre el amor al prójimo está en el hecho objetivo de ayudar y en la actitud interna por la que el samaritano se aproxima al herido que está abandonado en el camino. Y que es el servicio al Señor en el templo lo que impide que el sacerdote y el levita tengan compasión del judío malherido.
En este sentido Jesús avanza abriendo el horizonte del amor. Es la última antítesis de Mateo: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si amáis solo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También lo hacen los recaudadores. Si amáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? También lo hacen los paganos. Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto»[3].
Jesús cita el texto reseñado del Levítico en el que se manda el amor y la defensa de aquellos que pertenecen al pueblo de Israel. Es, pues, un amor práctico, que no teórico. Esta exigencia tiene en cuenta otro pilar de la religiosidad del pueblo elegido, y que Mateo refiere al final del párrafo: «El Señor habló a Moisés: Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo»[4]. El punto de partida es el amor de Dios a su criatura, la ilimitada ternura o la libre cercanía del amor de Dios a toda persona. Esto provoca la profunda alegría y el gozo interior de los que descubren y aceptan este nuevo movimiento divino[5] que les obliga a vivir el amor con todos los hombres en el contexto de la presencia del Reino. Entonces, el campo de las relaciones humanas se queda sin fronteras, al no levantar Dios muro alguno para establecer contacto con los vivientes. Por su paternidad universal fundamenta una dignidad común y un común reconocimiento entre todos.          Ahora podemos entender la frase de Francisco: «No pretendas que sean mejores cristianos», para recibir el Ministro el amor por el amor ofrecido en forma de compasión. Afirma exactamente lo del amor a los enemigos cuando Jesús radicaliza, de manera absoluta, el amor como obras y acciones concretas que determinan la conducta permanente de cualquier seguidor suyo ante el que le descalifica y le hace un daño real. Presupone la afirmación de Lucas: los que os odian, los que os maldicen, los que os injurian;  lo que lleva consigo ser bien vistos por Dios: «Bienaventurados los perseguidos...». Y son del agrado divino porque reproducen el amor paterno de Dios a todas sus criaturas[6].



[1] Lc 10,29-37; cf. Jn 4,48; Lc 9,53.
[2] Cf. infra, III. 2.1.3. 2º.b.
[3] Mt 5,43-48; Lc 6,27-28.35; cf. Lv 19,18.
[4] Lv 19,2.
[5] Jesús recomienda la oración por los enemigos, cf. Mc 10,9-10; Mt 10,17-18. La razón no es la participación de una misma naturaleza, o defender la armonía del cosmos como espejo de la bondad de Dios al estilo griego, o el texto del Salmo (145,9): «El Señor es bueno con todos». Cf. Mt 20,1-16; Lc 6,35; Mt 5,45.
[6]  Textos citados: Lc 6,17; Mt 5,9-11

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