IV DOMINGO DEPASCUA (C)
Lectura del santo Evangelio según San Juan 10,27-30.
En
aquel tiempo, dijo Jesús: -Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas
me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las
arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie
puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno. «Yo he venido para que tengan
vida»
1.-
Los cristianos no somos creyentes que podamos dirigirnos a Dios directamente.
No podemos puentear a Jesús, que es «el camino, la verdad, la vida» (Jn 14,6).
De Jesús nos viene la verdadera y definitiva imagen del Señor, como Padre y
Madre, pleno de amor misericordioso. Es
la bondad que le inclina de una manera natural hacia nuestra vida. El Señor es
como un Pastor que sale a buscar la oveja extraviada, y hasta que no la
encuentra recorre todos los lugares del mundo (Lc 15,3-7). Y esto es así,
porque toda la creación formamos parte de sus entrañas, de su corazón, y somos
objeto de su amor. Dios no es un Ser que sea indiferente a los devaneos y
tensiones, como traiciones que sufrimos o hacemos a los demás. Dios sufre y
padece con nosotros, con lo que nos sucede a nosotros; y nos lleva por caminos
seguros cuando nos perdemos ante la multitud de voces que escuchamos cada día
por todos los medios. Él es el centro de la vida cristiana, de cada cristiano y
de la comunidad. A él le reconocemos como único Señor cuando nos habla. Porque
nos conoce personalmente y nos ama uno a uno, tal y como somos; y por eso le
seguimos. Él va delante de todos, hace
que conozcamos su voz y le sigamos por las sendas llanas y los pedregales de la
vida. No está en el despacho para que vayamos a él. Él está en la familia, en
la oficina con nuestros compañeros, en el coche cuando viajamos, en el parque
cuando paseamos, en el pobre cuando nos lo cruzamos.
2.- El Señor se hace presente en la comunidad
y nos da el alimento necesario para saber cuál es nuestro sentido de vida, y la
fuerza para llevarlo a cabo. Las comunidades eclesiales, la familia y la
fraternidad religiosa tienen pastores que canalizan la bondad del rebaño y
ponen en común todos los valores que posee cada oveja para el bien de todos.
Los humanos y los creyentes necesitamos de los pastores para que dirijan
nuestras vidas por el camino de bien, un camino que por fuerza debe terminar en
una plaza donde entren en comunicación todas las virtudes que lleva cada
persona en su corazón y está desarrollando en su vida. Un pastor que no busque
la relación y la unión de las ovejas es el que solo piensa en sí mismo y cómo
aprovechan los bienes ajenos para sus intereses. Debemos fijarnos en Jesús: es
el que da la vida por nosotros para que tengamos vida, y vida para siempre.
3.- El cristianismo no es una cuestión de obediencia a la ley, por buena
que sea, para sentirnos dentro de ella y, por consiguiente, participantes de la
salvación divina que transmite. Jesús no es la ley. Es una vida, con un sentido
que hace presente el reino de amor misericordioso del Señor. A Jesús hay que
seguirlo en su estilo de vida e identificarse con él. Nos lo enseña San Pablo
con mucha claridad: «Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que
vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la
fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Jesús es el buen
Pastor que entrega su vida por nosotros para que tengamos vida abundante. Y
nosotros debemos orientar dicha entrega de Jesús al servicio de los hermanos.
No podemos robarles la vida que él nos da constantemente y esconder su sentido
en nuestras actitudes en la relación con los demás. El Señor es el buen Pastor
que va en busca de la oveja perdida. Jesús es el buen Pastor que da la vida por
sus ovejas para que puedan vivir; cada uno de nosotros somos pastores que
testimoniamos que el Señor y Jesús son así.
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