domingo, 22 de diciembre de 2013

Evangelio. Nochebuena

           NOCHEBUENA


                                 Evangelio de Lucas 2,1-14

            En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo en el mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad.  También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
 En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo:  «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».  De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo  y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».

            1.- El censo de Quirino hace viajar a José y María a Belén, ―que significa «casa del pan»―, donde la tradición afirma que es la ciudad del futuro mesías (cf. Miq 5,1) y, en parte, de David (cf. 1Sam 17,12.58). José, como padre, debe darle la identidad judía a Jesús; él pertenece a la casa de David, de cuya descendencia debe venir el salvador de Israel. José recorre 150 km. con María y pasa de 650 ms. a 880 ms. sobre el nivel del mar, por eso «sube» a Belén. Belén es una ciudad muy pequeña, situada a 7 km. de Jerusalén. María da a luz en una establo, ―la presencia del buey y la mula provienen del profeta Isaías (1,3)―, lugar mucho más íntimo y privado que una posada, donde ganados, animales y transeúntes se mezclan por las noches. No podría faltar la matrona, obligada a estar en todo parto de una familia judía. El cielo, entonces, comienza a hablar, como sucede con las anunciaciones a José y María. La luz divina brilla en la noche a unos pastores que pueblan la zona, debido a la cantidad de sacrificios que se hace de corderos en el templo de Jerusalén. El anuncio comunica la noticia del nacimiento del salvador, la consiguiente alegría que origina todo nacimiento, y en este caso más, pues la identidad del recién nacido es la del esperado Mesías, el Señor y Salvador futuro de Israel.

2.- Jesús nace en un pesebre y los ángeles se lo comunican a una gente sencilla, como son los asalariados que cuidan los rebaños. El amo del rebaño duerme en su casa. Diferente a Juan Bautista, Gabriel ha anunciado el nacimiento de Jesús a sus padres en sus casas, bien lejos del templo, lugar sagrado de Israel, y de Jerusalén, la ciudad santa por antonomasia, y de Roma, capital del mundo económico y político de entonces. El Hijo de Dios nace pobre, y los pobres, los pastores, son los únicos que pueden reconocerlo. Como después sucederá cuando Jesús predique el Reino y cumpla la profecía de Isaías: «Los pobres son evangelizados», le dirá a los discípulos de Juan Bautista para identificarse con el esperado de Israel (cf. Mt 11,5; Lc 4,18).  Con Jesús, Dios habla desde su bondad y desde su ternura para poder actuar con misericordia con los marginados de toda situación humana; los que no cuentan en esta vida. Pero los ángeles se encargan de que no pase inadvertido el nacimiento y proclamen un mensaje de paz entre los hombres que sólo es posible cuando esa paz la ha establecido Dios con nosotros.

3.- El cardenal Hummes (Sao Paolo. Brasil) le dijo al Papa nada más ser elegido: «No te olvides de los pobres». Y el papa Francisco lo está llevando a cabo en la doctrina y en la práctica, y está obligando a los evangelizadores de la Iglesia a encauzar sus actividades con ellos según el Evangelio. El cristianismo no puede descuidar dos cosas que lo identifican en la historia humana: la revelación y la experiencia de Dios como amor y la recuperación de la dignidad humana de los marginados. Todo lo demás es secundario frente a estas dos responsabilidades históricas. Pero, a la vez, debemos der conscientes de una cosa:  sólo se percibe la pobreza y soledad de los demás cuando cada uno, en su vida personal, no está lleno de sí, sino que es un mendigo del amor, que sólo se sacia de la relación amorosa del Señor y de su presencia amorosa en todo ser viviente. Si no es así, no se podrá descubrir los lugares de soledad y pobreza que nos circundan.



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