domingo, 29 de diciembre de 2013

libros. Cristo en el año litúrgico

                 Brown, Raymond E.,
                 Cristo en los evangelios del año litúrgico
            Sal Terrae, Santander 2010, 552 pp.





                        Por Álvaro M. Garre Garre                                




Esta edición conmemorativa del décimo aniversario del exegeta católico estadounidense Raymond E. Brown reúne en un solo volumen la serie de seis ensayos (publicados a lo largo de veintes años: 1978-1998) sobre la predicación de la Sagrada Escritura siguiendo el año litúrgico, completada con tres estudios introductorios. Raymond Edward Brown (1928-1998) fue profesor de ciencias bíblicas en el Union Theological Seminary de la ciudad de Nueva York. Autor de más de cuarenta libros sobre la Biblia y presidente de tres de las sociedades bíblicas más importantes del mundo. Fue nombrado miembro de la Pontificia Comisión Bíblica tanto por Pablo VI (en 1972) como por Juan Pablo II (en 1996).
El libro consta de treinta y seis capítulos agrupados en dos partes. La primera parte se compone de tres capítulos. Se trata de tres estudios introductorios: el primero sobre el método hermenéutico del Padre Brown; el segundo sobre la predicación en el año litúrgico; y el tercero se titula “Recursos para el ministerio de la homilía durante el año litúrgico”. La segunda parte se divide en treinta y tres capítulos organizados en torno a los seis estudios del padre Brown sobre la figura de Cristo en el año litúrgico. Así, tras el cap. introductorio 4, en el que el autor explica su enfoque general, el resto de ensayos están dispuestos según el orden del año litúrgico, desde Adviento hasta Pentecostés, pasando por el tiempo ordinario. Cada sección de ensayos comienza con un capítulo introductorio.
Ronald D. Witherup analiza en el cap. 1 el método hermenéutico de Brown bajo tres aspectos: contexto; perspectiva de la fe y servicio a la Iglesia; el método histórico-crítico y su aplicación. Brown insiste en la necesidad de prestar atención al contexto para hacer notar el carácter único de cada evangelio y evitar, así, la tendencia a mezclarlos. El exegeta sulpiciano siempre promovió una dimensión de fe en sus interpretaciones, a través de una lectura atenta del mensaje religioso de cada texto. Como reza el título de una reciente obra de Ignacio Carbajosa: “de la fe nace la exégesis”. Entendió su misión de exegeta como un servicio a la Iglesia. Por lo que se refiere a la crítica histórica se mostró ante todo como crítico de la redacción, concentrando su interés interpretativo principalmente en el texto bíblico tal como existe en el canon o, en algunos casos, como se presenta en el leccionario. En el cap. 2 John R. Donahue propone, en deuda con el legado de Brown, algunas reflexiones sobre la tarea del homileta de adaptar la predicación al contexto litúrgico junto con algunas sugerencias prácticas. Y en el cap. 3 Lino E. Díez Valladares presenta una breve y selecta bibliografía y webgrafía, que puede ser muy útil para preparar adecuadamente la homilía.
La segunda parte del libro (capítulos 4-36) está constituida por las reflexiones de Brown sobre las lecturas litúrgicas del Nuevo Testamento para los diferentes tiempos litúrgicos siguiendo su orden lógico, empezando con el Adviento. En el cap. 4 orienta al lector sobre el sentido global de la obra, presentando –sobre la base de la Instrucción sobre la verdad histórica de los evangelios, publicada en 1964 por la Pontificia Comisión Bíblica- los tres estadios de la formación de los evangelios: el ministerio público de Jesús, la predicación de Jesús y la composición de los evangelios por parte de los evangelistas. Con ello muestra que la exégesis no está en contra de la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la historicidad de los evangelios, siempre y cuando no se entienda lo “histórico” en sentido literal fuerte.
Los capítulos 5-10 están dedicados al tiempo litúrgico de Adviento. Se trata de una serie de ensayos sobre los relatos evangélicos anteriores al nacimiento de Jesús. En el cap. 5 se explica el origen y finalidad de los relatos de la infancia. A pesar de la limitación del conocimiento respecto de su grado de historicidad y de las fuentes, Brown se centra en el mensaje religioso en el que ambos coinciden: “Aquel cuya venida esperamos en Adviento es Hijo de David e Hijo de Dios” (78). En los capítulos 6-10 estudia el primer capítulo de Mateo y de Lucas sobre el relato de la concepción de Jesús, acompañada de la revelación de su identidad. A diferencia de Mateo, que en su genealogía pone a Jesús en la cumbre de las esperanzas mesiánicas, que en Israel hunden sus raíces en Abrahán (Jesús, hijo de Abrahán), Lucas ve en Jesús al salvador de la humanidad entera remontándose en su tabla genealógica, más allá de Abrahán, hasta Adán (“Jesús, hijo de Adán, hijo de Dios”). Los ensayos que siguen (capítulos 11-15) giran en torno a los tres relatos bíblicos de Navidad del segundo capítulo de Mateo y de Lucas. Estos estudios se centran en tres cuestiones de la teología de los relatos de la infancia: ¿por qué Mateo y Lucas los incluyeron en sus evangelios?; ¿cómo concuerda cada uno con la teología propia de cada evangelista?; ¿cómo transmiten, en la medida que son verdadera y literalmente “evangelio”, la buena nueva de la salvación? (141). La respuesta reside en la significación cristológica que ellos vieron en la concepción y el nacimiento de Jesús: el momento en que Dios reveló quién era Jesús. Y, así, el relato de la concepción de Jesús es evangelio. De ahí el título dado a esta sección: “Un Cristo adulto en Navidad”.
A continuación encontramos una serie de ensayos (capítulos 16-21) dedicados a los relatos evangélicos de la pasión. Tras ofrecer en el capítulo 16 unas observaciones generales sobre estos relatos (entre otras, el significado que Jesús dio a su propia muerte), en los capítulos siguientes de esta sección (17-21), el autor se concentra deliberadamente en la perspectiva específica sobre la pasión –definida desde Getsemaní hasta el sepulcro- ofrecida por cada evangelista, y no en la fuente de la que tomó sus ideas, siguiendo una secuencia cronológica en la que Marcos ocupa el primer lugar. La sección siguiente (capítulos 22-26) se ocupa del tiempo de Pascua. Aquí no le interesa la cuestión de la resurrección desde el punto de vista de la crítica histórica, sino ver cómo el tratamiento de la resurrección en un evangelio concreto se enmarca dentro de la teología y la estructura de ese evangelio. En esta parte del libro, por tanto, se estudian todos los pasajes que tratan de la resurrección, es decir, los relatos tanto de las visitas al sepulcro vacío como de las apariciones de Jesús. En cada capítulo explica las peculiaridades sobre lo que ha incluido; así por ej., el añadido a Marcos (16, 9-20), o el complemento a Lucas de Hch 1, 1-12. Dedica los dos últimos capítulos (25-26) a cada uno de los capítulos joánicos sobre el relato de la resurrección. La siguiente sección (capítulos 27-32) está dedicada al tiempo de Pascua que conduce hasta Pentecostés. En estas páginas reflexiona sobre el relato de los Hechos y, en menor medida, señala la complementariedad de las lecturas joánicas. En cualquier caso, puede afirmarse que, si bien ambos autores creen que la vida cristiana es manifestación del Espíritu, el autor de Hechos muestra la obra del Espíritu en el curso externo de la historia, mientras que el autor de Juan la refiere a la existencia interior del discípulo.
La sección final (capítulos 33-36) aborda el estudio de Cristo en los evangelios dominicales del tiempo ordinario, dedicando un capítulo a cada uno de los cuatro evangelios y su perspectiva única sobre Jesús. De cada evangelio ofrece unas observaciones introductorias (datación, autoría, destinatarios, historia de la composición, rasgos estilísticos y estructura) y una “guía para el uso semi-continuo” de cada evangelio en el leccionario. En Mateo Jesús es el Mesías e Hijo de David. El Sermón de la montaña es el verdadero capolavoro de Mateo, que nos da una imagen de Jesús como legislador y maestro de la nueva alianza, mayor que Moisés, porque estaba destinado a llevar a todos, judíos y gentiles por igual, hasta Dios. Hijo de Dios (bautismo y transfiguración) y Mesías (confesión de Pedro) son dos títulos que en Marcos revelan la identidad de Jesús, pero el Jesús marcano es, ante todo, el Hijo del Hombre sufriente (478-479). Por otro lado, la finalidad del Evangelio de Juan es mostrar a sus destinatarios, los judíos, la divinidad de Jesús –negada por ellos-. El Jesús joánico es el revelador del Padre.
Como podemos ver, la exégesis de Brown es a la vez científica y creyente. Por consiguiente, su hermenéutica bíblica es muy recomendable, especialmente, para homiletas; pero, también, para los estudiosos de la relación entre exégesis y teología desde la perspectiva teológica-fundamental y, en general, para todos aquellos que deseen familiarizarse con los evangelios y con el libro de los Hechos, tal como son leídos en el contexto de un nuevo año litúrgico. Incluye un apéndice con una tabla revisada sobre el conjunto del año litúrgico y dos útiles índices, uno de citas bíblicas y otro analítico. El volumen está muy bien editado. Felicitamos cordialmente al editor.



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