miércoles, 8 de enero de 2014

Para meditar. El Bautismo

               Bautismo de Jesús


Del Evangelio de Mateo 3,13-17

Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: - Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí? Jesús le contestó: ―Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: - Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.

1.- La alegría de Dios de haber encontrado a Jesús que le responde a su amor, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su vida por todos. La declaración de Dios: «Este es mi hijo, mi amado, mi predilecto» puede entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. Es lo que más tarde concreta Marcos para los seguidores de Jesús: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe en salvar su vida, la perderá: quien la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará» (Mc 8,34-35). Todo justo debe una obediencia humana al orden establecido por Dios. La obediencia de Jesús a Dios, no sólo es la del justo, sino también la que expresa su entrega hasta el límite de sus fuerzas exigida por el Padre a su condición filial histórica. Es nuestro camino de fe.

2.- No se sabe con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su peculiar filiación divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la proclamación del Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús en el bautismo por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto significa el preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas por toda la Galilea» (Mc 1,39). También nosotros hemos experimentado al Señor; su amor y elección nos ha hecho comprender la vida de otra manera, manera que va tomando forma cuando le seguimos en las actitudes vitales y en la forma de vida con la que nos ofreció el Reino.


            3.- En nuestro bautismo se nos infunde una triple relación de amor; una amor que crea, que hermana y que se expande en todas nuestras relaciones: es el Padre, el Hijo y el Espíritu. Y en el bautismo también se nos dan unos apellidos que expresan nuestra nueva identidad filial: somos bondadosos, sabemos discernir el bien del mal y nuestro corazón es capaz de captar y vivir al Señor: somos reyes, profetas y sacerdotes. Esto es un camino que vamos haciendo a lo largo de toda nuestra vida. Poco a poco, paulatinamente, en la convivencia con los demás, expresamos nuestra bondad, bondad que está enraizada en la experiencia de Dios,  con el que ahondamos nuestro ser fraterno con los demás y nuestra dimensión filial con Él.

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