Meditación
II
Domingo (A)
Del evangelio de Juan
Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije:
Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía
antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él
sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: « He visto al
Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le
conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: «Aquel sobre quien
veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con
Espíritu Santo». Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de
Dios.
Contexto y reflexión
1.- Los cristianos
bautizan en nombre de Jesús, se les infunde el Espíritu y forman la comunidad
de salvados. Pero la salvación de Dios la sentimos de una manera paulatina, si
somos fieles al amor del Señor que nos está sosteniendo continuamente en la
vida. Y la salvación es una progresiva invasión del amor de Dios en nuestra
vida, que casi siempre está centrada en nosotros mismos y en nuestros
problemas. Sin embargo, nuestra salvación consiste en orientar nuestras
relaciones con los demás según la presencia divina que está en cada uno de
nuestros semejantes; nuestra salvación es generar un mundo de hermanos frente
al pecado que transmite la cultura, donde la violencia y la venganza se imponen
a toda relación humana y servicial.
2.- Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo, es la persona
que vive como un siervo obediente al Señor, que es capaz de dar su vida inocente por el bien de los demás. Viviendo en la relación fraterna, donde
consideramos a los semejantes como hermanos, les damos paso en nuestras vidas.
Entonces podemos comprender sus problemas, apreciar sus valores, ayudarles y
enriquecernos de las joyas que el Señor ha depositado en su corazón, además de
disfrutar de la historia de bondad que transmiten de la familia y etnia a la
que pertenecen. Nadie debe ser ajeno a nuestra vida, pues todos tienen un bien
para darnos.
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