LA POBREZA
V
San Francisco de Asís
Sobre la pobreza en San Francisco se cuenta
una anécdota que le pasó, y responde a ciertas actitudes humanas que suceden en
la historia de todos los tiempos, puesto que la aspiración a la posesión de
bienes es el principio de las guerras, de las disputas y de las tensiones que
se producen entre los humanos. Esto es tan verdad que el Poverello pregunta por todas partes sobre qué es y dónde está su
amada la pobreza, y nadie le entiende. «Diligente -como un curioso explorador-,
se puso a recorrer con interés las calles y plazas de la ciudad buscando
apasionadamente al amor de su alma. Preguntaba a los que estaban en las calles
y plazas, interrogaba a cuantos se le cruzaban en el camino, diciéndoles: “¿Por
ventura habéis visto a la amada de mi alma?” Pero este lenguaje resultaba para
ellos un enigma y como un idioma extranjero. Al no poder entenderse con él, le
decían: “Hombre, no sabemos de qué hablas. Exprésate en nuestra propia lengua,
y sabremos responderte” […] Saliendo con paso rápido de la ciudad el
bienaventurado Francisco, vino a parar en un campo, donde divisó a lo lejos a
dos ancianos que estaban sentados y sumidos en profunda tristeza. Uno de ellos
se expresaba de esta forma: “¿En quién pondré mis ojos sino en el pobrecillo y
abatido que se estremece ante mis palabras?”. El otro, a su vez, decía: “Nada
trajimos al mundo, como nada podremos llevarnos; así que, teniendo qué comer y
con qué vestirnos, podemos estar contentos”»[1].
Después de
pasar bastante tiempo en oración y de oir la llamada del Cristo de San Damián a
que reparase la Iglesia, el 14 de febrero de 1209 escucha el siguiente párrafo
evangélico en la Misa: «[Jesús] llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos
en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada
tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla
en la faja; sino: "Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas".
Y les dijo: "Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de
allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo
el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos"»[2].
Francisco, oída la explicación del sacerdote, exclama: «Esto es lo que ansío cumplir con todas
mis fuerzas»[3].
[1] Sacrum Commercium 5-8. Los dos
personajes corresponden a Isaías (66,1-2): «Así dice el Señor: Los cielos son
mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues ¿qué casa me vais a
edificar, o qué lugar de reposo, si el universo lo hizo mi mano y todo vino al
ser? - Oráculo del Señor -. Pues en esto he de fijarme: en el mísero, pobre de
espíritu, y en el que tiembla a mi palabra», y en 1Tm 6,7-8: «Porque nosotros
no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos
comida y vestido, estemos contentos con eso». Para este tema, Lothar Hardick, «Povertà», DF 1551.1586; Lázaro Iriarte, La
vocación franciscana, 5-47; Julio
Micó, Vivir el Evangelio,
233-271; Fernando Uribe, La Regla Franciscana, 163-174;
[2] Mc
6,7-12; cf. Mt 10,7-9; Lc 9,-6; 10,1-16.
[3] Leyenda de los Tres Compañeros 25; cf. 1Celano 21-22.
No hay comentarios:
Publicar un comentario