domingo, 13 de julio de 2014



DIOS PADRE. NOSTALGIA, REVELACIÓN, BÚSQUEDA



                                                  Bruno Forte

El autor piensa  que en nuestra cultura contemporánea se da una nostalgia del Padre desde el corazón, desde el tiempo y desde el horizonte de lo eterno. La identidad del Padre se describe según la revelación bíblica: Padre de Israel, Padre de Jesús y Padre de los discípulos del Resucitado, todo estructurado según la parábola del «hijo pródigo».
En primer lugar —Los escenarios del corazón: de la angustia al encuentro— se expone que los hombres sentimos la necesidad de Dios al encontramos con el límite de la muerte o los contratiempos nos encierran en la desesperanza. Surge en el corazón la necesidad de Dios: «Me levantaré e iré junto a mi Padre» dice el hijo pródigo. «Asoma la exigencia de un origen en el que reconocerse, de la compañía de alguien por quien sentirse amados, de una meta hacia la que tender. La angustia radical de estar destinados a la muerte, casi “arrojados” a ella, y la nostalgia del Padre/Madre de nuestra identidad más profunda son dos aspectos de un mismo proceso que se realiza en nuestro corazón» (17). La nostalgia y las circunstancias de la vida deben abrirnos al Padre que la ha originado, la conserva y la salva por amor, según la revelación de Jesús. Por eso, y no obstante el bloqueo del egoísmo, el mismo Dios nos hace sentirnos amados y, por consiguiente, tender hacia a Él. Esto no es regresar a la condición infantil de la existencia, sino a su estado más auténtico.
En segundo lugar —Los escenarios del tiempo: una sociedad sin padres— se trata cuando la Ilustración lleva a cabo las grandes transformaciones que emancipan al hombre moderno del dominio religioso. Pero, a la par, como sucedió con el mundo eclesiástico medieval, muestra la razón absoluta el rechazo de todo lo que se le resiste, donde la expresión más palpable es la exclusión del diferente; por otro lado, intenta crear un rostro paterno/materno sin los cuales es imposible la existencia humana: ahora son la idea, el partido, la cultura, etc. Todo ello conduce a la convicción de que es necesaria la muerte de Dios para que el hombre pueda respirar. Se le concede, entonces, un poder a la razón para que pueda esclavizar, lo que ha llevado para sobrevivir, a la aparición del relativismo y, lógicamente, a la fragmentación de la realidad. El que se pierda en la historia, se encierra en sí mismo: «El padre ya no es la figura del adversario al que combatir o de un déspota del que liberarse, sino simplemente carece de todo interés o atractivo. En el fondo, ignorar al padre es más trágico que enfrentarse para emanciparse de él» (27).
En tercer lugar —El horizonte de lo eterno: la vida como peregrinación hacia el Padre— concluye, una vez reconocida la soledad y el sinsentido de la vida, que caminar hacia el encuentro con el Padre marcha hacia la vida acompañado; la apertura del corazón al Otro entraña la apertura del corazón a los otros: «Hay que volver al Padre que nos hace libres y nos llama a la libertad; por consiguiente, a aquella figura que nos provoca a ser nosotros a nosotros mismos, a construir con responsabilidad nuestro futuro y que lo construye con nosotros» (32). Se debe pensar en el Padre según la parábola del hijo pródigo: misericordia respetuosa con la libertad del que se siente perdido.
La segunda parte versa sobre la revelación paterna del Señor en Israel, donde van unidas su revelación con la igualdad radical de la dignidad humana de Israel y de su libertad. Jesús revela a un Dios humilde y creador de esperanza en los creyentes: «Si la humildad consiste en dejar espacio al otro para que exista, la esperanza es proyectare hacia el otro con el deseo de que sea, en una respuesta libre y gratuita de amor» (55). Pero Dios es, además amor materno, amor que respeta la libertad del hijo; que no teme perder su dignidad al salir al encuentro del hijo, que sufre su ausencia y se alegra de su retorno, en definitiva, que es capaz de perdonar. Y este Padre es el que inicia con la Resurrección de su Hijo la capacidad de amar de los hombres, constituyéndolos en una familia, en una comunidad. Y desde aquí se le ama.
La tercera parte desarrolla la universalidad de Dios. Los momentos que aparecen en la parábola del hijo pródigo son: la percepción del exilio exterior, el recuerdo de la casa paterna, el exilio interior —la separación del Padre—, lo que desemboca en la negación del pasado y en la afirmación del futuro que entraña Dios, que conduce a acudir de una forma real al Padre. Es un buen comentario a la parábola del hijo pródigo, o del Padre, o de los dos hermanos aplicada a parte de la situación actual de la cultura occidental, pues las perspectivas actuales van más allá de la racionalidad y el relativismo que lee el autor como estructuras de alejamiento del Señor.

Editoral Sal Terrae, Santander 2014,  117 pp.

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