domingo, 26 de octubre de 2014

Charles Darwin

                                                         Charles Darwin

                                                    
                                                     De A. DESMOND, J. MOORE, J. BROWNE, J.,


                                                                       Por Vicente Llamas
                                                                       Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                                     Pontificia Universidad Antonianum
                                                                                                                     
Nos hallamos ante una biografía heterodoxa que asoma a la educación familiar y los primeros estudios del naturalista (la impronta de lecturas como la Teología Natural de Paley y su defensa de la adaptación biológica en calidad de prueba del diseño divino a través de leyes naturales; la filosofía natural de Herschel, el valor del razonamiento inductivo; los principios de uniformismo geológico de Lyell; el concepto de organización biológica y evolución lamarckianos –fijación hereditaria selectiva de hábitos sostenidos- …), al acontecimiento configurador de la vida del ‘Philos’ que fueran los casi cinco años a bordo del Beagle, viaje que le ahorraría el destino fatal de Pringle Stokes, y al período ulterior de ‘teorización’ en Londres, marcado por reflexiones acerca del carácter saltacionista (per saltum), sin mezcla de intermediarios, de las variedades geográficas de una especie (¿se fragua la neo – especiación en monstruos uterinos según la tipología de Owen?), o sobre el influjo determinante o no de la senescencia en la extinción. Esta etapa de su vida sería decisiva, a la postre, para el afianzamiento de un hábito empirista: la afición a las disecciones como vía procedimental de fundamentación de las semejanzas embrionarias en la selección natural (el hecho de que cuanto más temprano fuese el embrión diseccionado, más recordara al ancestro, sugería que sólo era heredada la tendencia a la variación, en tanto las variaciones mismas aparecerían después, cuando la selección podía actuar: los embriones en el útero no tocados por la selección, habían de parecerse más que los divergentes adultos) y al recurso experimental de la variación artificial y la cría selectiva, como una analogía potente para comprender los mecanismos maltusianos de la naturaleza.
No es tampoco ajeno el libro al conflicto personal del patriarca de Kent con el Dios providencial de las reservas unitaristas de las que procediera, y a su alejamiento del establishment anglicano. Uno de los capítulos centrales, <Botánica y fe (1861 – 1882)>, aborda la reorientación en esa época de los trabajos de Darwin, colaborador habitual del Gardeners Chronicle y entusiasta impulsor del más ambicioso catálogo floral, el Index Keurensis, a ese área científica, a fin de mostrar la eficacia de la teoría evolucionista en la comprensión de la morfología y fisiología vegetal (estudió intensivamente la fecundación de las orquídeas salvajes e investigó su adaptación al síndrome floral, asegurando la heterosis), y da cuenta de la interrupción de sus deberes parroquiales a raíz de la ordenación escolar hacia los ‘Treinta y nueve artículos’ de religión, promovida por el nuevo vicario de Downe.
Entre los mayores logros del texto destaca la exposición, en el capítulo dedicado al Origen de las Especies, de supuestos centrales de la teoría evolucionista como el desarrollo de variaciones útiles a un ser orgánico para la pervivencia individual, transmitidas por los poderosos resortes de la herencia a la descendencia (principio de selección natural), así como el énfasis en la provechosa ayuda que presta la selección sexual a la ordinaria. El capítulo bosqueja cómo la selección natural conduce a la divergencia de caracteres (cuanto mayor es la divergencia constitucional y conductual intrapoblacional, mayor el número de individuos que pueden sustentar un territorio, de suerte que en la modificación de la descendencia homoespecífica y la pugna heteroespecífica por la proliferación individual, la diversificación filial incrementa la probabilidad de supervivencia). Las microdivergencias morfoestructurales entre variedades homoespecíficas se dan en constante aumento hasta igualar macrodiferencias entre especies unigenéricas o macrodivergencias heterogenéricas (convergencia adaptativa). Tales principios (selección natural, divergencia morfológica individual homoespecífica y convergencia adaptativa), permitirían explicar la naturaleza de las afinidades y de las diferencias, generalmente bien definidas, que existen entre los innumerables seres orgánicos de cada clase en todo el mundo (Origin, ed. 1859, 127 – 128).
Otro mérito del texto consiste en la acotación del prístino significado del término <darwinismo>, acuñado por Huxley en vida del propio fisicalista de Shrewsbury, frente a connotaciones desvirtuadas (naturalismo, materialismo, empirismo, …), derivaciones (darwinismus –particular versión del darwinismo, entre cuyos seguidores figurara Ernst Haeckel, que anteponía la ortogénesis a la selección natural-; darwinismo social, …), lecturas degradantes que violentan el subtítulo del Origen de las Especies (<Peservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida>) como las que hicieran la Alemania genocida, esa pálida madre brechtiana que gritó su mentira, cubierta de lodo y de cristales en una noche continua y rasgada, saturada de ghettos, de camisas pardas y manos alzadas que se habrían de secar, la Rusia demente de los gulags y las ilimitadas verstas de fosas y purgas, o la América fundamentalista de los Señores de la Guerra (curiosamente, tras el colapso del comunismo soviético y la Guerra Fría, algunas voces progresistas instaron a la reinvención de paradigmas políticos para el nuevo milenio, inspirados, no en la doctrina marxista, sino en el canon darwiniano), o el abuso desafortunado de la idea de selección natural para justificar prácticas eugenésicas aberradas (no la eugenesia de Galton, apoyada por estudios biométricos), lejos de esa sinergia con la genética mendeliana que propiciara la teoría genética de la selección natural desarrollada por Fisher y reforzada colateralmente por Haldane y Wright, en aras de una síntesis evolucionista.
La obra testa inducciones que conforman el meristemo apical del corpus ideológico de aquel ‘hombre que paseaba con Henslow’ en sus formulaciones originarias, despojadas de la posteridad que concitan: la hipótesis provisional de la pangenesia, que explicaría la transmisión intergeneracional de rasgos hereditarios (cada parte de un organismo progenitor libera gémulas que circulan por el cuerpo –cuán cerca, en  clave biogenética, de las homeomerías de Anaxágoras o los lógoi spermatikoí estoicos- y se depositan en los órganos sexuales para ser transferidas en la reproducción: <el niño, estrictamente hablando, no se convierte en el hombre, sino que incluye gérmenes que, desarrollándose lenta y sucesivamente, forman al hombre> -Variation, ed 1875, 2.398-); el postulado de <supervivencia del más apto> (un préstamo de Principles of Biology de Spencer, filtrado por Wallace como un sustitutivo parcial de la más antropomórfica selección natural); el apotegma de <cambio de las especies por descendencia> (Correspondence 11, 402-3); el <poder de la costumbre en la fijación de expresiones aprendidas> y la herencia de caracteres adquiridos (Darwin estaba firmemente convencido de la vigencia de una continuidad evolutiva entre las expresiones -y, por ende, la vida mental- de animales y humanos. Los animales experimentarían, según esta tesis, vestigios de las emociones humanas, incluidos los sentimientos moralesThe Expression of the Emotions in Man and Animals-), o el valor del <aislamiento geográfico en el proceso evolutivo> que resolvería el problema de la mezcla. Puntuales alusiones a la composición de los cuadernos sobre transmutación (D y E) y sobre implicaciones conductuales, psicológicas y metafísicas de la evolución, diseñada para explicar tanto la mortalidad como la forma corporal, ajustan el engranaje temático.
El texto culmina con el esbozo de las directrices axiales del legado, líneas de proyección ya abiertas: el carácter selectivo del ambiente no eclipsa el protagonismo de la mutación preadaptativa, fruto del azar, la que provee nuevos alelos responsables de las variantes genéticas individuales mejor adaptadas que sobrevivirán. Las mutaciones que forjan el curso de la evolución no son, pues, producto de la presión ambiental –un saldo de la adaptación-, sino que es ésta la que resulta determinada por la mutación, con la nada desdeñable carga de aleatoriedad (el indeterminismo estaba gestado, la ‘providencia de los átomos’, el torbellino –dine- de formas infinitas con sus choques y rebotes, su eterno movimiento in- o excéntrico en un vacío infinito… el azar en la cosmogonía atomista. El viejo debate biológico entre mecanicismo y teleonomismo que tan bien refiriera J. Monod –Le hasard et la necesité-: la teleología como ‘ilusión antropocéntrica’ consecuente al rechazo filosófico de nuestra propia contingencia, y la ‘profunda contradicción epistemológica’ que entraña la visión teleonómica de la physis, la percepción de seres capaces de ‘preservar y reproducir la norma estructural’. La posición supra-teleológica de la invarianza de la naturaleza postulada por el propio Monod, la ciega týkhē en la raíz del hecho evolutivo. El estatismo y constancia numeral de formas aristotélicos frente a las incontables formas y prósperas o frustradas combinaciones fortuitas que fueran modelando a los versátiles seres animados en la especulación de Empédocles). Las diferencias morfofisiológicas y comportamentales interindividuales en el seno de una población pueden ser moldeadas por las condiciones externas, pero los motores de la neo-especiación a partir de variantes pre-existentes son la mutación genética –causa primaria de la variabilidad- y la recombinación meiótica: el fenotipo es sólo la expresión directa de un genotipo (un gen concreto no sufraga un fenotipo de forma aislada, como si operase en un sistema cerrado. Los genes se expresan en el medio intracelular, y las células interaccionan entre sí y con el entorno, pluralizándose los modos de manifestación de un gen en diferentes organismos según el ambiente de desarrollo). La fracción genómica heredable impulsa la evolución, y la selección natural, cimentada en el éxito adaptativo y reproductivo, sólo la encauza (la poliploidía, tanto como la duplicación de secuencias cromosómicas codificadoras o reguladoras, crisoles de familias génicas, son mecanismos perentorios en la evolución -fusión de darwinismo y mendelismo, selección natural y variación génica).
La reivindicación de un darwinismo no ideológico, la advertencia del apego quasi teológico de las nuevas generaciones de biólogos por el mismo y la reverencia a la selección natural como una deidad manqué, un relojero ciego que llena el espacio de diseño con maravillosas adaptaciones, son algunos de los repuntes críticos que adornan a una obra sin hallazgos, pero también sin sofismas o aporemáticos malabarismos exegéticos, que hilvana con fluidez detalles biográficos relevantes y periodiza la maduración de las ideas generatrices del organon darwiniano. Una sucinta ilación de vida y pensamiento, coaligados con rigor y equilibrio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario