domingo, 12 de octubre de 2014

“... y la vida del mundo futuro. Amén"




                  ... y la vida del mundo futuro. Amén.




                                                                         I
                                                                          Introducción


                                                                      José María Roncero
                                                                 Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                                          Pontificia Universidad Antonianum. Roma
                             
                                                         
                          
                                           

“... en cierto modo, vemos la resurrección tan fuera de nuestro horizonte, tan extraña a todas nuestras experiencias, que [tendríamos que preguntarnos] ¿En qué consiste propiamente eso de «resucitar»? ¿Qué significa para nosotros? ¿Y para el mundo y la historia en su conjunto?... ¿de qué modo debería afectarnos?

... la resurrección de Cristo es ... –si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la evolución– la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia.

... La resurrección fue como un estallido de luz, una explosión de[] amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del «morir y devenir». Inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada la materia, de manera transformada, y a través de la cual surge un mundo nuevo.

Está claro que este acontecimiento ... Es un salto cualitativo en la historia de la «evolución» y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí.

... La vida eterna ... no la tenemos por nosotros mismos ni en nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión existencial con Aquél que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es eterno, es Dios mismo. La mera indestructibilidad del alma, por sí sola, no podría dar un sentido a una vida eterna, no podría hacerla una vida verdadera. La vida nos llega del ser amados por Aquél que es la Vida; nos viene del vivir con Él y del amar con Él.

... de este modo transformamos el mundo...

De este modo, llenos de gozo, podemos cantar con la Iglesia en el Exultet: «Exulten por fin los coros de los ángeles... Goce también la tierra». La resurrección es un acontecimiento cósmico, que comprende cielo y tierra, y asocia el uno con la otra”.

Estas palabras pertenecen a la homilía del Papa Benedicto XVI, del 15 de abril de 20061, en la Vigilia Pascual, su primera Vigilia Pascual como Papa.

A él se debe, no a mí, esa conexión, repetida por dos veces, entre resurrección y evolución. Tremendamente sugerente, a mi entender2. E igualmente el énfasis en las palabras “vida”, “mundo nuevo” , “vida eterna”... y su interna imbricación en torno a Aquél que, porque es amor, es vida, y vida eterna, y la repercusión de todo ello en la transformación del universo.

De ahí que el título de este trabajo no sea el “Creo... en la resurrección de la carne y la vida eterna”, del Símbolo Apostólico, sino la fórmula conclusiva del Nicenoconstan-tinopolitano, que es un artículo de esperanza: “esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.”

 Prescindo del tema de la resurrección, a caballo entre Cristología y Escatología, que considero suficientemente asentado en el sensus fidelium. Recordemos el “... illam, credentes sumus” de Tertuliano3. Eso permite que nos centremos exclusivamente en la otra parte del binomio escatológico del Credo, esa “Vida del Mundo Futuro”.

Explico el porqué de esta opción. A mi juicio, en el imaginario cristiano popular, al hablar de “vida eterna” el adjetivo “eterna” ha ocupado el disco duro, desplazando y dejando sin contenido al verdadero sujeto, que es el sustantivo “vida”.

Como consecuencia, el cristiano medio temporaliza la eternidad colocándola como un tiempo sin tiempo después del tiempo, apenas poblada por los ritos de la liturgia celeste del Apocalipsis, con el incentivo, eso sí, de la neta presencia divina, la compañía de los santos y familiares, y la ausencia absoluta de males y dolor.

Magro futuro, pues, para nuestra esperanza, por lo que no es de extrañar que el humor ingenuo cristiano dibuje el infierno como mucho más divertido que ese cielo.

Un futuro, además, completamente acósmico, donde esa impresionante maravilla del universo creado “ni está, ni se le espera”.

Mi propuesta es que para dar hoy razones de nuestra esperanza a todo el que nos lo pida (1 Pe 3,15b) deberíamos profundizar en la fórmula constantinopolitana, en la “Vida del Mundo Futuro”. Considero que en la actual tesitura es mucho más prometedora, y serviría mejor para que se cumpla lo que la propia Iglesia ora: “que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” (Plegaria Euc. V, b).

Para ser operativa la esperanza debe ser creíble, y en este mundo globalizado de la ciencia y de las tecnologías de la información y la comunicación es más de recibo  la dinámica de la “vida del mundo futuro” que la más “estática” vida eterna.

Soy consciente que a nivel teológico la tarea es ímproba: en los innúmeros comentarios al Credo publicados durante el año de la Fe, no he encontrado ninguno que le dé a este enfoque la menor importancia. Alguna referencia casual y nada más. Eso puede ser una señal de lo erróneo de mi planteamiento, pero concédaseme al menos el beneficio de la duda.

A nivel cultural lo considero como un campo tremendamente fértil para el diálogo con el común sentir hodierno, donde se ha asentado ya la imagen de un universo físico cuasi inconmensurable y sobre el que la fe tiene una palabra que decir, so pena de seguir proponiendo un “cielo” más pequeño y al margen del cosmos.

Y a nivel pastoral, lo intuyo como una inmensa terra ignota todavía por explorar.

“Profesando esta fe y apoyados en esta esperanza”, decía Pablo VI en su Profesión de Fe de 1968, es como aguardamos “la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”4.

No hay comentarios:

Publicar un comentario