lunes, 10 de noviembre de 2014

                Domingo XXXIII (A)

                    «¡Bien, siervo bueno y fiel!»

Lectura de santo evangelio según San Mateo 25,14-30

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, que se iba de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».

1.- Señor. El Señor nos ha creado y nuestra familia, nuestra sociedad y nuestros esfuerzo personal han desarrollado los valores que poseíamos en germen desde el momento en que fuimos concebidos. Tenemos que arriesgarnos y luchar por corresponder al don del Señor. Es cierto que nos exigirá al final de nuestra vida lo que hayamos hecho por la comunidad, por la familia, por la sociedad. Pero también es innegable que nos recompensará con creces. El Señor nos invita a no ser egoístas, a salir de sí y entregarnos enteramente a todos, como Él lo hizo en su Hijo Jesús, que murió en la cruz por amor y amor salvador por cada uno de nosotros.

2.- La Iglesia. Cada uno de nosotros formamos parte de la Iglesia, o porque pertenecemos a instituciones religiosas, o colaboramos en las funciones que tienen las parroquias, o somos activos en asociaciones benéficas, o trabajamos en ONG’S, o sencillamente seguimos el Evangelio con nuestras responsabilidades familiares, sociales y cristianas. Pues bien, también la Iglesia en bloque debe dar cuenta de su responsabilidad en la Evangelización, y cada uno de nosotros según el puesto que ha ocupado en ella. Ha habido épocas que hemos estado dormidos; no nos hemos dado cuenta de los desastres humanos que ocurrían a nuestros vecinos. Y debemos tener los ojos bien abiertos para poner nuestro grano de trigo para que todo el mundo coma, beba, se forme y tenga su salud cuidada.


3.- El creyente. La parábola que hemos escuchado responde a la pregunta sobre qué debemos hacer o responsabilizarnos mientras esperamos el encuentro definitivo con el Señor. El Señor puede tardar mucho, como en el relato, o poco. Lo importante es corresponder a la responsabilidad histórica que nos ha confiado, no pensando en la recompensa momentánea que nos pueden dar a los que servimos. Las retribuciones pueden ser escasas o generosas, pero jamás igualarán a las que Señor nos dará al final de nuestros días. Lo importante es confiar en Él, fiarnos de Él, no tenerle miedo, sino caminar en la vida sabiendo que nos mira, nos quiere y nos abrazará cuando nos encontremos con Él. Y debemos evitar que nuestra vida sea un vacío para sí y para los demás, porque sería una existencia inútil; vida perdida para Dios y para todos.

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